Stigmata

Stigmata


Capítulo 16

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—¿Cómo es que dieron con nosotros? —digo, irrumpiendo el silencio en el que se ha sumido la estancia.

En ese instante, la mirada de todos en la habitación se posa en mí.

Las cuatro brujas con las que vivo, el íncubo y el ángel me miran como si me hubiesen crecido dos cabezas más en el cuerpo. Como si no pudiesen creer lo que estoy preguntando.

No han pasado más que unas horas desde que nos trajeron a Mikhail y a mí de vuelta de aquella cabaña en las montañas, pero ya se siente como si los días en ese lugar hubiesen ocurrido hace una eternidad.

Para ser sincera, ahora mismo ni siquiera puedo creer que Mikhail se encuentre allá, tumbado en la cama de mi habitación, con un ala casi desprendida del cuerpo. Se siente tan irreal. Tan extraño…

—No fue fácil localizarlos. —Daialee, quien luce como si no hubiese dormido en días, es la primera en romper el silencio—. Después de lo que pasó con las cosas que nos atacaron en la carretera, todo Bailey se sumió en una bruma oscura y densa. Realmente empezaron a ocurrir cosas aterradoras. —Su vista se posa en Dinorah, quien, a su vez, tiene su vista clavada en mí—. Dina fue atacada por un puñado de errantes, Niara casi fue tragada por el tazón que guarda Zianya en su recámara; Rael se enfrentó con una horda de Grigori que parecían haberse vuelto locos… —Niega con la cabeza—. Todo esto sin mencionar que Zianya estuvo a punto de morir a manos de un demonio de rango mayor que buscaba desesperadamente al Cuarto Sello.

Una punzada de puro terror me recorre, pero me obligo a mantener la expresión tranquila mientras la escucho continuar:

—Nosotros sabíamos, de antemano, que no habías muerto, ya que todo parecía seguir un curso relativamente normal; pero, escuchar hablar a ese demonio sobre ti, no hizo más que confirmarlo. Después de eso, empezamos a buscarte por medio de la magia; pero no fue hasta que Axel vino a nosotros, que nos enteramos de todo lo que ha estado ocurriendo en el Inframundo.

Mi atención se fija en el demonio de rango menor que se encuentra de brazos cruzados al fondo de la estancia.

—¿Cómo es que pudiste salir del Infierno? ¿Qué es eso que ha estado ocurriendo? —pregunto, con genuina curiosidad y preocupación—. La última vez que hablamos dijiste que las reglas habían cambiado y que demonios de tu jerarquía no tenían permitido abandonar el Averno.

—Y así era. —Axel asiente—. Lo que sucede es que todo está hecho un verdadero caos allá abajo. El Supremo está tan ocupado intentando detener a Mikhail, que ha descuidado todo lo demás. No tienes una idea del desastre que se ha desatado ahora que el idiota de Miguel se ha liberado de las fosas del Infierno —dice, con una expresión que jamás había visto en él. El terror que refleja su mirada es tan grande, que apenas puedo creer que se trate del íncubo juguetón al que estoy acostumbrada—. De cierto modo, yo ya sabía que esto ocurriría. Sabía que El Supremo enloquecería cuando Mikhail terminara de transformarse, pero nunca imaginé que sería de esta manera… —Niega, con incredulidad—. Los Príncipes del Infierno están muy alterados. Todos ellos, bajo las órdenes del Supremo, están intentando cazarlo y, gracias a la cantidad de poder que han liberado, se han encargado de destrozar las paredes que dividían el Inframundo del mundo humano. Fue por una de esas grietas que logré abandonar el Averno para venir a buscarte, pero… —un suspiro cansado se le escapa—, si llegan a darse cuenta de que escapé, van a matarme.

—¿Cómo fue que diste con este lugar? —pregunto, con un hilo de voz. No pretendo sonar aterrorizada, pero lo hago.

—No fue muy difícil en realidad. Todos los espíritus y las almas de los errantes hablaban acerca de una chica que pertenecía a los dos mundos. Lo único que tuve que hacer fue preguntar hasta que los rumores me trajeron aquí. —Axel explica.

—Después de su llegada —Daialee interviene—, pasamos alrededor de dos días intentando localizarlos tanto a ti como a Mikhail, pero ninguno de los dos aparecía en los mapas energéticos. —Sacude la cabeza en una negativa—. Era como si hubiesen sido tragados por la tierra.

—No fue hasta que el poder de Amon lo impregnó todo, que pude percibir un poco de la esencia de Mikhail —Axel dice—. No estoy muy seguro, pero casi puedo apostar que esa cabaña se encuentra situada sobre un cruce de energía telúrica. Es por eso que no podíamos percibirlos.

—¿Cómo es que Amon pudo encontrarnos, entonces? ¿Cómo es que, a pesar de estar escondidos en un lugar como el que dices, pudo localizarnos? Y lo que es más importante: ¿Cómo es que pudiste percibir a Mikhail solo hasta que Amon apareció? —Sueno dudosa e insegura. Sueno confundida hasta la mierda.

—Amon es uno de Los Príncipes más poderosos del Infierno, Bess. —Axel explica—. Ese chiquillo es capaz de destrozar pedazo a pedazo cualquier clase de línea energética que cruza la tierra. No me sorprendería en lo absoluto descubrir que ha despedazado el equilibrio energético de la tierra solo para encontrarlos. Tengo la teoría de que pudimos percibir a Mikhail una vez Amon que destrozó el campo telúrico que los mantenía ocultos. Él, por supuesto, también pudo percibirlos al causar este quiebre energético.

Un escalofrío de puro terror me recorre.

—¿Crees que Amon haya sido uno de los principales causantes del caos que hay ahora mismo en todos lados? —pregunto, con genuino horror.

Axel asiente.

—Estoy casi seguro de ello —dice—. El Príncipe Amon es descuidado y despreocupado. No le importa el daño que puede traerle al mundo. Él únicamente ve por sus intereses y los del Supremo; quien, por cierto, ha mostrado una extraña predilección por él desde hace unas semanas. Es muy probable que haya sido él el que destrozó la delgada tela que separaba el mundo humano del mundo demoníaco.

—Mierda… —La voz de Niara llega a mis oídos, pero ni siquiera la miro.

—Dices que Amon fue a atacarnos cuando rompió el cruce energético en el que nos encontrábamos por que pudo percibirnos… —digo, para tratar de recuperar el hilo de la conversación.

—Eso creo —Axel asiente—. Pero no lo veas de ese modo, que, de no haber sido por esa apertura, nosotros tampoco habríamos podido localizarlos.

Nos quedamos un largo momento en silencio, mientras permito que la información recibida se asiente en mi cabeza poco a poco.

No puedo creer que no me haya dado cuenta de todo lo que estaba pasando mientras estuve encerrada en esa cabaña. No puedo creer que Mikhail nunca haya mencionado nada al respecto.

Una parte de mí no deja de repetirme una y otra vez que no lo hizo porque no quería preocuparme; pero otra, esa que es cruel y despiadada, no deja de susurrar que no lo mencionó porque no quería que intentase escapar para arreglarlo todo. Que solo trataba de mantenerme tranquila y oculta hasta descubrir el modo de arrebatarme lo que me dio para así asesinarme y convertirse en el demonio más poderoso de todos.

—¿Qué ha pasado contigo, Bess? —Daialee rompe el silencio después de un rato, y mi vista se alza de golpe solo para encararla. La ansiedad brilla en su rostro, pero no logro entender muy bien a qué se refiere.

—¿De qué hablas? —pregunto, porque realmente no entiendo el motivo de su pregunta.

—Te sientes… diferente.

—¿Diferente? —Mi ceño se frunce, en confusión, y cruzo los brazos sobre el pecho.

—La energía que despides es abrumadora —musita—; y, al mismo tiempo, es diferente a la que siempre has liberado. No sé cómo explicarlo.

—Te sientes como él —dice Dinorah, quien hasta ahora no había dicho nada. En ese momento, hace un movimiento de cabeza en dirección a Rael—, pero más fuerte.

—No —Zianya interviene—. Es diferente a él. La energía es más intensa. Más…

—Aterradora —Niara termina y un destello de pánico se filtra en su tono.

Una punzada de miedo se filtra en mi pecho, pero trato de mantenerla a raya mientras mis ojos barren la estancia con lentitud. En ese instante, mi mirada se posa en la de Rael. Él, a su vez, no deja de observarme con los ojos entornados.

—Lo que tratan de decir, Bess, es que te sientes como un ángel. Y no como un ángel común, sino como un arcángel —dice, con voz tranquila y neutra.

La atención de todo el mundo se fija en él y un escalofrío me recorre el cuerpo. Acto seguido, la energía angelical de Mikhail se retuerce en mi interior con incomodidad, pero me las arreglo para mantenerla a raya.

—¿Yo?

Él asiente.

—Así es. Se siente como si la energía de Mikhail apenas estuviese despertando en ti —dice—. Ahora mismo es más débil que hace unas horas, pero cuando te encontramos, se sentía como si el mismísimo Miguel Arcángel en sus tiempos de gloria estuviese en esa cabaña. —Sacude la cabeza—. No entiendo muy bien qué está pasando, pero todo esto es bastante extraño.

—¿Extraño? —Axel interviene en un bufido—. ¿Es que nadie aquí tiene algo de sentido común? —Mi vista se posa en él y sacude la cabeza con incredulidad y molestia—. La chica despide esa energía angelical porque Mikhail se la dio, ¿recuerdan? —dice—. No es algo del otro mundo. No entiendo porque el escándalo.

—Ella no se sentía de este modo hace una semana que desapareció —Daialee objeta—. Algo ha cambiado.

—¡La chica está haciendo uso de ese poder! —Axel exclama—. ¿Es que soy el único que lo encuentra lógico?

—No se trata de eso, demonio —Zianya replica—. Se trata de que cada cambio es esencial e importante. Hasta donde tengo entendido, Bess nunca había sido capaz de utilizar la energía angelical de Mikhail. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ahora sí puede hacerlo?

—Todos ustedes son imposibles —Axel dice, con enojo y frustración—. No hay ciencia alguna. Bess, finalmente, ha comenzado a hacer uso de la energía angelical que Mikhail le dio. Fin de la historia. ¿No es así, Bess?

La incomodidad se mete debajo de mi piel y tengo que desviar la mirada, para que no sean capaces de notar lo poco que sé acerca de lo que me hablan.

—En realidad, yo no empecé a hacer uso de esa energía —mascullo, al cabo de unos instantes—. No sé muy bien cómo explicarlo, pero… —Niego—. Es como si la energía de Mikhail hubiese decidido intervenir. Como si el poder angelical hubiese elegido liberarse. Ahora mismo, se siente como si tuviese voluntad propia.

Una risotada nerviosa escapa de los labios de Niara.

—Eso es imposible —suelta, pero no suena muy convencida—. La energía no tiene voluntad propia. La magia no tiene voluntad propia.

—Oh, sí la tiene. —Dinorah habla, sin apartar la vista de mí—. La magia te elige. Tú no puedes escogerla a ella. Ella te toma y se apodera de ti porque así lo desea.

El silencio que le sigue a las palabras de la bruja solo hace que el miedo —ese que ha estado cociéndose a fuego lento en mi interior— incremente otro poco. La información recibida parece asentarse en todos los presentes y solo consigue alterarme un poco más.

La preocupación, al principio detonada por el estado crítico en el que se encuentra Mikhail, ha aumentado con todo lo que hemos descubierto.

Ahora no puedo dejar de pensar en el demonio moribundo que se encuentra en el piso de arriba y en todo el caos que se ha desatado gracias a su presencia en este mundo. Gracias a la amenaza que supone para el Rey del Infierno.

—Debemos entregar a Mikhail al Supremo —Rael dice, en voz baja y neutral.

Mi atención se vuelca hacia él de inmediato.

—No vamos a entregarle una mierda. —Axel me roba las palabras de la boca—. ¿Qué infiernos te sucede? ¿Sabes lo que van a hacerle si llega a caer en manos de Los Príncipes o del Supremo?

Los ojos de Rael se posan en el íncubo enfurecido que habla como si estuviese a punto de perder los estribos.

—¿Quieres que nos quedemos de brazos cruzados mientras que los líderes del Inframundo destrozan el equilibrio del planeta solo para encontrarlo? —El ángel espeta—. Estoy tratando de ver por el bienestar de todo el mundo. Lo que está ocurriendo es gracias a Mikhail y, por mucho que deseé ayudarle, lo mejor para todos es acabar con esto y entregárselo al Supremo.

—¡¿Cómo te atreves a…?!

—No vamos a entregarlo —interrumpo el chillido furibundo de Axel, con voz tranquila, acompasada y firme. Mi vista está fija en el ángel de cabellos castaños y ojos amarillos, pero puedo notar, por el rabillo de mi ojo, como todo el mundo posa su atención en mí.

La incredulidad tiñe el rostro de Rael, quien niega en un gesto cargado de genuino horror.

—Esos demonios no van a detenerse, Annelise. Lo único que quieren es encontrar a Mikhail y no les importa si tienen que destruir a la tierra para conseguirlo, ¿entiendes lo que te digo? No se trata solo de él o de ti. Se trata de la humanidad entera —Rael suelta, con dureza.

—No vamos a entregarlo, Rael. Lo siento mucho. —Sueno determinada y tajante, y noto cómo todo el mundo se remueve con incomodidad mientras hablo.

—Es que no puedo creerlo —El ángel sacude la cabeza y un atisbo de coraje se filtra en sus facciones—. Ese hijo de puta ha intentado asesinarte más veces de las que puedo contar. ¿Cómo es que quieres protegerlo? ¿Cómo es que no lo dejaste morir en esa maldita cabaña en primer lugar? ¡Deberías haberlo dejado congelándose! ¡Lo único que ha hecho ese idiota desde que salió del jodido infierno es…!

—¡Basta! —Sueno enojada ahora, pero me las arreglo para acompasar mi tono—. Basta ya, Rael. No tienes una idea de cuánto hizo Mikhail por mí en el pasado. Le debo esto.

—No le debes nada.

—Y de todos modos quiero ayudarlo.

—¿Por qué?

—Porque me importa.

Una carcajada amarga y carente de humor brota de la garganta del ángel.

—Tú a él le importas una mierda —sisea. Sé que su intención es hacerme entrar en razón, pero lo único que consigue, es hacer sangrar un poco más la herida que Mikhail ha hecho en mi interior.

Niego con la cabeza.

Una sonrisa triste se dibuja en mis labios y me las arreglo para mantener a raya el inmenso desasosiego que amenaza con quebrarme.

—Él es un demonio por mi culpa, Rael —digo, pero él ya ha comenzado esbozar un gesto disgustado. A pesar de eso, continúo—: Mikhail pudo haber aceptado el destino que el Creador quería para él. Pudo haberme abandonado a mi suerte para convertirse en ese ser mitad demonio, mitad ángel que iba a ser… Pero no lo hizo. Me eligió a mí por sobre todas las cosas. Se sacrificó para que yo tuviese una vida tranquila y renunció a todo eso que tanto anhelaba tener de regreso. —La tristeza hace que la voz se me quiebre ligeramente—. Le debo esto. —Una risa triste y carente de humor me abandona y desvío la mirada para que no sea capaz de notar cuánto me afecta todavía—. Así él no sea capaz de recordarme. Así él me quiera muerta y trate de acabar conmigo…, le debo esto.

Nadie dice nada.

Todo el mundo me mira, pero nadie abre la boca para decir una sola palabra, así que aprovecho ese momento para abandonar la estancia y dirigirme a las escaleras. Alguien pronuncia mi nombre en el proceso, pero no regreso sobre mis pasos. Ni siquiera me molesto en averiguar quién ha tratado de detenerme y continúo a paso firme y seguro.

Subo a la planta alta tan rápido como mis piernas agotadas me lo permiten, pero me detengo justo antes de abrir la puerta de mi habitación. Mis ojos se cierran con fuerza y tomo una inspiración profunda porque realmente lo necesito. Entonces, cierro los dedos en la manija de la puerta y la hago girar.

El chirrido provocado por las bisagras es tan suave y lento como el movimiento de la puerta, pero no deja de ponerme los nervios de punta.

En ese momento, mi mano se coloca sobre la madera para impedir que se mueva un milímetro más y presiono la frente contra el material.

El miedo ha comenzado a mezclarse con la preocupación que siento por el chico que se encuentra del otro lado de la puerta y, de pronto, no puedo hacer otra cosa más que pensar en el aspecto que tiene el ala que casi ha sido arrancada de su espalda y en todo lo que han dicho las personas que dejé en el piso inferior.

Estoy aterrorizada. Al borde del colapso nervioso, y la viciosa e insidiosa culpabilidad que se ha metido debajo de mi piel no me ayuda en lo absoluto.

Mi corazón se salta un latido en el instante en el que la voz en mi cabeza comienza a susurrar una y otra vez que yo soy la culpable de todo. Que yo le hice esto a Mikhail y que voy a terminar matándolos a todos si no me alejo pronto.

Cierro los ojos. Trato de respirar profundo, pero apenas consigo retener el aire en los pulmones. A penas consigo controlar la sensación de ahogamiento que me invade.

Para ese momento, un nudo se me ha instalado ya en la base de la garganta, pero me las arreglo para deshacerlo tragando saliva varias veces.

«¡No seas cobarde! ¡Entra! ¡Enfrenta lo que has hecho!», gritan los demonios en mi cabeza y quiero estrellar la cabeza contra el marco de la puerta hasta perder la consciencia. Quiero girar sobre mis talones y alejarme de aquí porque se siente como si pudiese echarme a llorar. Como si pudiese morir debido a la vergüenza y la culpa.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a entrar en la estancia. No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a enfrentarme a la imagen desgarradora y dolorosa de Mikhail, tumbado boca abajo sobre mi cama, con las alas extendidas a lo largo de la habitación.

El corazón se me estruja y se aprieta en el instante en el que tengo una vista del tejido expuesto y ensangrentado que se vislumbra entre el hueso del ala, y la franja escandalosa y profunda que va desde su omóplato derecho hasta su cintura.

Me congelo en el lugar mientras absorbo la imagen que se despliega delante de mí.

El nudo en mi garganta vuelve con más intensidad y la sensación de pérdida crea un hueco en mi pecho. Se siente como si pudiese gritar. Como si pudiese salir huyendo de aquí para tratar de olvidar que fui yo quien lo hirió de esta manera.

Doy un paso en su dirección.

El latir desbocado de mi pulso se acelera, pero me obligo a dar otro.

Trago duro, en un débil intento de eliminar la bola de sentimientos que tengo atorada en la garganta, pero no lo consigo.

Doy otro paso lento y dubitativo y, de pronto, me encuentro tan cerca, que soy capaz de notar cómo su pecho sube y baja con su respiración acompasada.

Hace rato que la fiebre bajó. Hace rato que su respirar dificultoso se transformó en este acompasado y rítmico.

A pesar de eso, aún soy capaz de notar los signos de enfermedad en sus facciones. Su piel se ha tornado grisácea y pálida, sus labios se han amoratado y las venas visibles en su anatomía han comenzado a marcarse con tonalidades azules.

«Luce como si estuviese muerto», susurra la voz en mi cabeza y aprieto la mandíbula y los puños con violencia al escucharla.

Me obligo a ahuyentar toda clase de pensamiento pesimista lejos de mi sistema, antes de decidir que debo hacer algo por él. Voy a volverme loca si no lo hago.

Con esta nueva resolución asentada en la cabeza, me encamino fuera de la habitación y me abro paso hasta el baño, donde pongo a llenar un balde con agua tibia mientras rebusco en las gavetas por algo de alcohol.

Cuando el balde está lleno hasta la mitad, tomo una de las toallas de mano que se encuentran guardadas en uno de los muebles, y me encamino de vuelta a la habitación.

Entonces, empiezo a trabajar.

Mis manos rebuscan debajo de la cama por el botiquín improvisado donde tengo todo el material de sutura. Acto seguido, tomo la silla de escritorio que se encuentra frente al viejo mueble de madera en el que suelo ponerme a estudiar, y la acerco lo más que puedo a la cama.

Una vez instalada y lista, humedezco la toalla en el agua y, con mucho cuidado, empiezo a lavar la herida de Mikhail.

No sé qué fue lo que Rael y Axel hicieron para detener la fiebre, pero estoy bastante segura que no ha sido algo mortal. Aún no me he atrevido a preguntar qué clase de ritual practicaron, pero sé que ha habido algo de energía y poder involucrado en la estabilidad que ahora envuelve al demonio herido.

Cuando termino de limpiar la zona lastimada, humedezco un trozo de algodón con alcohol.

Voy a suturar la herida. Voy a aplicarle unos cuantos puntos y eso va a ayudarle a sanar. Va a…

—No va a funcionar. —La voz de Rael me llena los oídos, de pronto, y me hace pegar un salto debido al susto.

Mi mandíbula se aprieta con violencia y la desesperación y la angustia se abren paso en mi interior; con todo y eso, me obligo a ignorar al ángel y acerco el algodón a la herida.

—Lo digo en serio —insiste—. Solo vas a lastimarlo.

Las lágrimas me inundan los ojos y me giro para encararlo.

Está ahí, de pie bajo el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y expresión impasible.

—¿Qué se supone que debo hacer, entonces? ¿Esperar a que coja una infección? ¿Que muera debido a una? —Digo, y sueno tan inestable, que ni siquiera me reconozco—. No puede quedarse así y lo sabes.

La vista de Rael se posa en el demonio que yace sobre la cama y noto cómo su mirada cambia un poco. No me atrevo a apostar, pero podría jurar que luce… ¿triste?

Se aparta del lugar donde se encuentra y avanza hacia él. Luego, cuando está lo suficientemente cerca, toca la piel lisa del ala lastimada con la palma abierta.

Acto seguido, mira a Mikhail de reojo y cierra la piel en un puño.

—¡¿Qué demonios haces?! —chillo, al ver cómo estruja el ala como si estuviese exprimiendo un trapo—. ¡Déjalo ir! ¡Lo lastimas!

Rael niega con la cabeza, sin apartar la vista de Mikhail.

—No —dice, con la voz enronquecida por las emociones—. No estoy lastimándolo en lo absoluto. Ha perdido toda sensibilidad en esta ala. Mira…

El ángel rodea la cama para llegar al lado izquierdo, donde su ala sana se encuentra, y coloca su palma abierta sobre ella. La extremidad lisa y membranosa sufre un espasmo involuntario. Entonces, Rael trata de estrujar la piel, pero, de un movimiento rápido, el ala se lo impide.

En ese instante, toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies y todo el mundo empieza a dar vueltas.

Los ojos de Rael se posan en mí cuando se aparta de Mikhail y sé, mucho antes de que diga nada, qué es lo que está a punto de pronunciar.

—Es muy probable que Mikhail no pueda volver a utilizar esa ala —dice—. Es muy probable que nunca más pueda volar.

El nudo en mi garganta es tan intenso, que no puedo deshacerlo. Las ganas de llorar son tantas, que mis ojos están llenos de lágrimas.

Niego con la cabeza.

—No…

Rael mira con aprensión al demonio que se encuentra recostado sobre la cama, al tiempo que da un paso lejos.

—Hay que darle unos días más. Si no muestra mejorías, tendremos que removérsela.

—¡¿Qué?! —Mi voz se eleva varios tonos—. ¡Por supuesto que no voy a dejar que le quites un ala! ¡¿Cómo carajo se te ocurre?!

El ángel me mira con severidad.

—Si la ha perdido, solo va a pudrírsele y entonces sí morirá debido a una infección —suelta, con dureza—. ¿Es eso lo que quieres?

—¡Tiene que haber algo que podamos hacer por él! —La desesperación invade mi tono.

— Annelise, lo siento mucho, pero…

—¡No! —le interrumpo, con la voz entrecortada. Estoy al borde de la histeria—. ¡Eres un ángel, por el amor de Dios! ¡Allá abajo hay cuatro brujas y un demonio! ¡Tiene que haber algo que podamos hacer! ¡Los he visto hacer cosas extraordinarias a todos!

—No funciona de esa manera.

—¡¿A qué te refieres con que no funciona de esa manera?! —escupo, pero mi voz suena como si le perteneciese a alguien más debido al nudo intenso que tengo en la garganta.

—No hay magia, poder o fuerza paranormal que pueda salvarle el ala. —Rael suena tranquilo, pero cauteloso—. Lo siento mucho, Bess. Hay cosas que ninguna clase de energía puede arreglar. No hay poder angelical o demoniaco que pueda hacer algo al respecto.

Lágrimas calientes y pesadas me caen por las mejillas y un sonido torturado se me escapa. Mi cabeza no deja de menearse en una negativa constante y tengo que morderme el interior del labio inferior para que deje de temblar.

El ángel trata de llegar a mí, pero doy un paso lejos.

—Annelise…

Me cubro la boca con las manos y reprimo un sollozo al tiempo que niego frenéticamente.

—Tiene que haber algo… —insisto, con la voz entrecortada por las emociones—. Pudieron traerme de vuelta a la vida. Tiene que haber algo que podamos hacer por él.

La desesperación y la tristeza invaden la expresión de Rael, pero este, pacientemente, se encamina de vuelta hacia Mikhail y señala la carne expuesta en su espalda.

—¿Ves eso? —Su mano apunta hacia algo que no puedo ver desde donde me encuentro, pero él ni siquiera me da oportunidad de acercarme antes de continuar—: El ala está arrancada casi en su totalidad. —Sus ojos se posan en los míos—. No hay nada que se pueda hacer ya.

—Mientes —digo, en medio de un sollozo.

—Las alas son para nosotros como cualquier extremidad. Podrías llegar a compararlo con un brazo o una pierna tuya, Bess —Rael insiste—. Si un animal te arranca un brazo o un dedo o alguna parte del cuerpo, y vas a tiempo a recibir atención médica, es muy probable que puedan volver a unirla a ti, ¿no es cierto?

No digo nada. Me limito a mirarlo con fijeza.

—Lo mismo ocurre en este caso —continúa, a pesar de mi renuencia a responder—. Mikhail no recibió la atención que necesitaba a tiempo. Es por eso que no creo que sea probable que pueda recuperar la movilidad en su ala. Es por eso que estoy casi seguro de que va a tener que ser removida.

—No… —susurro, pero sueno derrotada. Destrozada…

—Podemos esperar y ver cuánto mejora o empeora su condición en los próximos días —Rael sigue hablando a pesar de mi renuencia a creer en lo que dice—, pero encuentro realmente difícil que se pueda hacer algo.

El llanto es cada vez más intenso. Es cada vez más abrumador.

Presiono las palmas contra los ojos y la sensación de culpa aumenta con cada segundo que pasa. Todo dentro de mí grita que he sido yo quien le ha herido de esta manera y sé que es verdad. Sé que le ataqué y le hice mucho daño.

«Pero tú ni siquiera tocaste sus alas», me digo a mí misma. «¿Cómo has podido hacerle tanto daño sin siquiera tocar sus alas?».

—Annelise, por favor, no llores.

Como si mi cuerpo tratase de llevarle la contraria al ángel, un sollozo fuerte se me escapa.

—Yo le hice eso —digo, entre lágrimas.

—No. Por supuesto que no lo hiciste.

Asiento, con desesperación, al tiempo que lo encaro.

—Lo hice. Yo l-le hice daño.

—No puedes culparte por lo ocurrido, Bess. No es sano.

—Es que no lo entiendes —suelto, con angustia—. Yo lo ataqué. Yo le hice daño porque él… —Me quedo sin aliento unos segundos antes de continuar—: Porque él estaba lastimándome. Y-Yo solo…

—Estabas defendiéndote. —Rael termina por mí—. No puedes culparte por esto cuando solo estabas tratando de evitar que te hiciera daño.

Mis manos se apresuran a secar las lágrimas que me abandonan, pero apenas puedo retirar algunas cuando un puñado más brota.

—Va a odiarme —suelto, en un susurro dolido y aterrorizado.

El ceño del ángel se frunce.

— Bess, no te tortures de este modo. Él te estaba haciendo daño. Tú solo te defendiste.

—Rael, le arranqué un ala. —El tono ansioso en el que lo digo, solo consigue que el coraje y el dolor en mi pecho aumenten.

—Hazme el favor de arrancarle la otra si trata de lastimarte de nuevo. —La dureza con la que habla es tanta que el corazón se me estruja con una emoción desconocida.

En ese momento, las manos del ángel se colocan sobre mis brazos y me sacuden ligeramente.

—Annelise, escúchate —suelta, con desesperación—. No se necesita ser un genio para saber que, seguramente, Mikhail trataba de asesinarte cuando te defendiste. No hay nada de malo en atacar en defensa propia. Él obtuvo lo que buscó. Deja de intentar satanizarte por algo que habría hecho cualquiera en tu lugar.

—Me siento tan culpable.

—Pues hazte un favor a ti misma y deja de hacerlo. —Su voz suena más ronca que nunca—. Deja de torturarte de esta manera.

Me cubro la cara con las manos una vez más y trato de limpiar el torrente cálido y húmedo que me abandona, pero no lo consigo del todo. Las lágrimas no dejan de brotar y la culpa y el remordimiento se arraigan con fuerza en mi sistema.

Todas las emociones acumuladas durante los últimos días se arremolinan en mi pecho y, de pronto, se siente como una completa proeza detenerlas.

—Annelise, mírame —Rael pide, pero no me aparto las manos del rostro.

Un par de manos se apoderan de mis muñecas con suavidad y las apartan con firmeza de mi cara.

Así, sin más, me encuentro mirando de lleno los ojos ambarinos del ángel.

La mandíbula angulosa del tipo delante de mí está apretada en un gesto que lo hace lucir duro y severo, y su ceño fruncido en preocupación no hace más que acentuar la intranquilidad de su gesto.

—Nada de esto es tu culpa —Rael pronuncia, en voz baja y suave. Casi tranquilizadora.

—¿Por qué se siente como si lo fuera? —pregunto. Sueno miserable. Sueno aterrorizada y horrorizada—. ¿Por qué se siente como si fuese un jodido monstruo que debe ser eliminado?

—No eres un monstruo, Ann —dice, y clava sus ojos en los míos con firmeza—. No te atormentes de esta manera. Deja de llenarte la cabeza de mierda y entiende que cada uno de nosotros somos responsables de lo que nos sucede. —Se encoge de hombros, en un gesto apesadumbrado—. Mikhail es el único culpable de su situación. Tú solo te defendías. Si él no te hubiese atacado, tú no lo habrías lastimado. Es así de simple como eso.

Cierro los ojos.

—Está así por mi culpa.

—Está así porque él decidió que quería ser un demonio completo. Tienes que entender que ya no es el mismo. Ya no es el Miguel que todos conocimos.

—Lo extraño tanto. —Las palabras me abandonan sin que pueda detenerlas y me desgarran por dentro.

—Ann…

—Y si pudiera hacer algo, cualquier cosa, para traerlo de vuelta, lo haría.

Silencio.

—Si pudiera encontrar la manera de devolverle lo que me dio, lo haría. —Sacudo la cabeza en una negativa—. Incluso, me atrevo a decir que daría lo que fuera por regresar el tiempo e impedir que se sacrificara por mí. Daría lo que fuera por detenerlo de cometer una locura.

—¿Por qué te importa tanto? —El tono incrédulo de Rael me hunde un poco más.

—¿Qué? —inquiero, pese a que he escuchado perfectamente lo que ha dicho.

—Mikhail. ¿Por qué te importa tanto?

—N-No lo sé —digo, pero estoy mintiendo. Por supuesto que lo hago. Pero esto es más sencillo que admitir que jamás pude arrancar del todo eso que sentía por él.

—Bess, él no es quien tú conociste. Lo entiendes, ¿no es así? —Rael advierte, con cuidado y sus palabras solo consiguen enfurecerme un poco.

—¿Y eso qué tiene que ver con todo esto? ¿Con que estés aquí? ¿Qué es lo que buscas?

—Hacerte entrar en razón, Bess —dice—. Debemos entregarlo. Ahora es cuándo debemos hacerlo.

—¡Te he dicho que no! —estallo, al tiempo que me desperezo de su agarre y pongo cuanta distancia es posible entre nosotros.

—¿Es que no lo entiendes? Si lo entregamos, todo esto terminará.

«En eso tiene razón», me susurra el subconsciente y el pensamiento me sacude de pies a cabeza.

Un grito ahogado corta con todo a su paso.

Un sonido torturado retumba en la pequeña estancia y es todo lo que necesito para apartar la atención de Rael.

En ese instante, el peso de lo que acaba de pasarme por el pensamiento se asienta en mi cabeza y me siento asqueada de mí misma. Me siento abrumada y agobiada por la situación en la que me encuentro y quiero gritar. Quiero pedirle a Rael que se marche de la habitación, pero no tengo el valor de hacerlo. No tengo el valor de hacer nada más que mirarlo fijamente porque sé que hay algo de verdad en lo que dice.

Otro gruñido adolorido llega a mis oídos y me saca de mi estado de aturdimiento.

Acto seguido, mi atención se posa en el demonio que se encuentra postrado sobre la cama y que ha comenzado a moverse.

Las manos de Mikhail aferran las sábanas en puños y su espalda ha comenzado a jorobarse. Todo el cuerpo le tiembla incontrolablemente y un nudo de impotencia se forma en mi pecho.

A toda velocidad, me apresuro hacia él y coloco el dorso de mi mano sobre su frente para comprobar su temperatura. No tiene fiebre, pero ha comenzado a sudar frío; así que, sin perder ni un solo segundo, y sin siquiera mirar a Rael, me precipito fuera de la habitación y bajo las escaleras.

Cuando llego a la planta baja, Daialee pregunta algo que no escucho del todo, pero no me importa demasiado averiguarlo en estos instantes. Concentro toda mi atención en conseguir un poco de agua potable.

Cuando vuelvo a la habitación, Rael se ha marchado ya.

Trato de ignorar la viciosa y culposa sensación que se ha metido debajo de mi piel mientras que enfoco toda mi atención en Mikhail.

El demonio sigue retorciéndose sobre la cama, así que hago lo único que se me ocurre: tomo el frasco de pastillas para el dolor que guardo en la caja donde tengo el material de sutura, y tomo un par de tabletas. Acto seguido, fuerzo su boca para abrirla e introduzco las pastillas para después darle un poco de agua.

Él gruñe en respuesta, pero traga lo que le he dado antes de presionar su frente sobre la almohada.

No sé cuánto efecto vayan a tener los fármacos en su cuerpo, pero es lo mejor que tengo ahora mismo. Es lo único que puedo hacer por él hasta que descubra la forma de devolverle su parte angelical.

Un gemido escapa de los labios del demonio y mi corazón se quiebra otro poco.

—Lo siento —susurro, al tiempo que entierro mis dedos en los cabellos húmedos de su nuca en una caricia suave y ansiosa. No sé si estoy disculpándome por lo que le hice o por lo que me pasó por el pensamiento cuando hablaba con Rael. Tengo la impresión de que lo hago por ambas cosas—. Lo siento mucho, Mikhail. Lo siento, lo siento, lo siento.

Lo único que obtengo por respuesta es un sonido estrangulado y cierro los ojos con fuerza antes de correr la mano por su nuca hasta la altura de sus omóplatos; donde me detengo para evitar lastimarle.

—Lo siento tanto… —digo, con la voz entrecortada.

Las palmas de Mikhail, desesperadas y ansiosas, aferran las hebras oscuras de su cabello y tiran de él con violencia.

Con delicadeza, trato de apartárselas. El demonio suelta una mano de los mechones de cabello, para aferrar sus dedos a los míos en un agarre que me hiere y me lastima. Yo, pese a eso, no hago nada por retirarme. No hago nada porque prefiero que se aferre a mí a que termine arrancándose el cuero cabelludo.

—No voy a dejarte morir aquí, ¿me oyes? —digo, justo como él lo hizo conmigo cuando estaba muriendo de la hipotermia.

En respuesta, lo único que recibo, es un apretón brusco en la mano que me sostiene y, de algún modo, sé que ha podido escucharme. Sé que se ha dado cuenta de que estoy aquí a su lado.

Pasa mucho tiempo antes de que su cuerpo empiece a relajarse. No sé con exactitud cuanto, pero se ha sentido como una eternidad. Como si el tiempo realmente se hubiese detenido solo para torturarle un poco más.

Para ese momento, los dedos de Mikhail han afianzado los míos con delicadeza, mi mano libre ha comenzado a trazar caricias dulces en su cabello y mis labios no han dejado de susurrar palabras tranquilizadoras solo para él.

—B… Be…B… —le escucho pronunciar en un susurro, luego de unos segundos en completo silencio.

—Aquí estoy —susurro de vuelta, aunque no estoy segura de que sea mi nombre lo que quiere decir. Él, en respuesta, se relaja notablemente—. No pasa nada. Aquí estoy.

Su cabeza —la cual está ladeada y direccionada hacia mí— se remueve un poco y sus párpados revolotean con el sonido de mi voz.

—Todo va a estar bien —aseguro, a pesar de que no tengo la certeza de ello—. Vas a estar bien, Mikhail. Lo prometo.

—¿Bess? —La voz de Axel invade mis oídos y alzo la vista para encararlo.

Él posa su atención en el demonio y luego en mí alternadamente. No me pasa desapercibida la atención que le pone a nuestras manos entrelazadas. Tampoco lo hace la expresión triste que empaña su rostro.

—¿Qué ocurre? —pregunto, con la voz enronquecida con las emociones.

La figura de Rael aparece justo detrás de Axel y las palabras mueren en la boca del íncubo, quien ya había abierto los labios para decir algo.

—He traído a alguien para que valore la situación de Miguel —dice el ángel, con tacto.

Niego con la cabeza.

—¿A quién?

En ese instante, la figura femenina, esbelta y alta de Gabrielle aparece en mi campo de visión y, seguida de ella, aparece la de Ashrail, el Ángel de la Muerte. Ese que fue a buscar a Mikhail hace cuatro años para decirle que el Creador tenía planes para él.

«¿Qué demonios hacen ellos aquí?».

Ninguno de los dos dice nada cuando entran en la reducida estancia. Ambos se limitan a observar al demonio postrado en la cama con expresión triste y derrotada.

—¿Se supone que debemos confiar en ustedes? —Sueno más enojada de lo que pretendo, pero no puedo evitarlo. No cuando lo último que recuerdo sobre ellos, es cómo permitieron que Rafael le tendiera una trampa a Mikhail. No cuando la última memoria que tengo de estos dos seres, es que no movieron ni un solo músculo cuando Mikhail se sacrificó por mí. No hicieron nada para salvarlo, ni para impedir que Mikhail se convirtiera en lo que es ahora.

—Bess… —Es Axel quien interviene ahora.

—Lárguense de aquí.

—Bess, por favor… —Axel susurra y mi vista se posa en él.

—No —siseo, tajante—. No voy a permitir que le pongan una mano encima.

—Yo tampoco quiero que estén aquí, pero son nuestra única alternativa.

Niego con la cabeza.

—De ninguna manera.

—No seas necia. No tenemos opción. ¿Crees que yo permitiría que le pusieran un dedo encima si tuviésemos algo mejor? —Axel suena frustrado.

—¿Y si le hacen daño?

—¿Por quién diablos nos tomas? —La voz indignada de Gabrielle me llena los oídos, pero la ignoro por completo.

—Axel, si le hacen daño, te juro que…

—Sí, cariño —el íncubo asiente—. Yo también voy a destrozarles los genitales. Ya se los he advertido. —Mira en dirección a los acompañantes de Rael y les dispara una mirada cargada de hostilidad—. Ahora ven aquí y déjalos trabajar.

Una inspiración profunda es inhalada por mi nariz al tiempo que cierro los ojos y aprieto la mandíbula.

No quiero hacer esto. No quiero que ninguno de ellos se acerque a Mikhail, pero sé que no tengo alternativa. Sé que, si trato de oponerme, las cosas van a terminar terriblemente mal. Lo menos que necesitamos ahora mismo es una discusión o una pelea.

Dejo escapar el aire con lentitud y, cuando estoy lista para encarar a las personas en la habitación, abro los ojos.

—Si le hacen algo, juro por Dios que voy a hacerles mucho daño —digo, finalmente.

—Entendido —Ash habla, en tono neutro y tranquilo.

Un asentimiento es lo único que puedo regalarles en ese momento y así lo hago, a pesar de mi descontento.

Con lentitud e inseguridad, me pongo de pie antes de intentar soltar la mano del demonio. Él, para mi sorpresa, se aferra con fuerza a mí. Inevitablemente, algo dentro de mi pecho aletea y quiero golpearme por reaccionar así en una situación como esta.

Un suspiro entrecortado abandona mis labios, pero vuelvo a intentarlo. Esta vez, soy capaz de liberarme de la prisión de sus dedos.

—Estoy aquí —digo, en un susurro, en dirección a Mikhail. Me siento como una completa idiota cuando noto las miradas que todos me dirigen, pero trato de no hacérselos notar. Trato de no reflejar la vergüenza que me ha dado lo que acabo de hacer.

—¿Lista? —Ash habla para Gabrielle cuando me aparto de su camino y me coloco junto a Axel.

—Sí. —Gabrielle asiente, pero suena nerviosa.

—Bien. Veamos qué podemos hacer. —Ash pronuncia y, entonces, empiezan a inspeccionarlo.

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