Stigmata

Stigmata


Capítulo 17

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En el momento en el que Ashrail, Gabrielle Arcángel y Rael aparecen en mi campo de visión, me pongo de pie.

Hace rato ya que nos obligaron a salir de la habitación en la que Mikhail se encuentra. Hace rato ya que Axel me obligó a bajar a la sala a esperar a que los ángeles terminaran con lo suyo, y hace una eternidad más que me encuentro aquí, sentada en un viejo y desgastado sillón junto a Axel y Daialee, con el corazón dentro de un puño y los nervios a punto del colapso.

Me siento ansiosa hasta la mierda. No quiero guardar ninguna clase de esperanza respecto al estado del ala de Mikhail, pero mi traicionero subconsciente no ha dejado de susurrar que, quizás, no todo está perdido. Que, quizás, haya algo que se pueda hacer por el demonio que descansa sobre mis sábanas.

La expectativa de lo que pueden —o no— decir es tan grande en este momento, que no puedo dejar de pensar en ello. No puedo dejar de mirarlos fijamente y tampoco puedo ralentizar el latir desbocado de mi corazón.

«Por favor, que sea algo bueno. Por favor, que sea algo bueno. Por favor…».

—¿Y bien? —Es Axel quien rompe con el silencio y lo agradezco. No estoy segura de haber podido pronunciar nada si lo hubiese intentado. Estoy tan abrumada, que apenas puedo funcionar.

Los ojos de Gabrielle se posan en Ashrail durante unos segundos y sé, de antemano, que esa mirada no puede significar nada bueno; que lo que van a decir no es algo positivo.

La decepción cae sobre mis hombros mucho antes de que pronuncien palabra alguna y la sensación de hundimiento que esto me provoca es insoportable.

Nadie dice nada. Nadie se mueve. Lo único que se puede percibir, es el movimiento del ventilador que cuelga encima de nuestras cabezas.

Finalmente, tras un largo y tortuoso instante, Ash niega con la cabeza.

No hace falta que diga más. No hace falta que trate de explicarse. Sé qué ha querido decir y eso es suficiente para romperme el corazón otro poco.

La angustia y la desesperación se mezclan en mi pecho y me hacen difícil respirar con normalidad, pero me las arreglo para mantenerme serena ante los ojos de las criaturas a mi alrededor.

—El ala está completamente muerta —Ash dice, en voz baja y ronca, y mis ojos se cierran.

«No llores. No llores. No llores».

Negación, coraje, frustración, odio hacia mí misma… Todo se arremolina dentro de mí y debilita mis cimientos. Todo se compacta hasta aplastarme tanto, que lo único que deseo hacer es desaparecer. Pedirle a Ashrail que me lleve de una maldita vez y termine con todo esto.

—Tiene que haber algo —susurro con un hilo de voz, pero sueno derrotada.

—No hay magia alguna que pueda curarle —Rael habla.

Sacudo la cabeza en una negativa.

—No puedo creerlo.

«No puedo aceptarlo».

—Bess… —Axel, en voz baja, trata de consolarme. Siento cómo una de sus manos me toca el brazo en un gesto conciliador, pero me aparto con brusquedad. No trato de rechazarle o de ser grosera, pero necesito espacio. Necesito que no trate de confortarme. Si lo hace, voy a terminar hecha trizas.

Mis ojos se abren y miro a los presentes con toda la severidad que puedo imprimir.

—Ustedes son ángeles. Son demonios. Son seres muy poderosos… Tiene que haber algo que puedan hacer. Debe existir algo en este universo que pueda salvarle el ala. —Niego un poco más—. ¿Cómo pretenden que les crea cuando yo soy la prueba de que siempre existen alternativas? Fui atada a él. Estoy viva cuando se supone que había muerto… Esto no tiene sentido.

—Las cosas no son así de sencillas, Bess. —Es Gabrielle quien habla ahora—. Podríamos intentar hacer algo por él, sí, pero lo único que conseguiríamos es ponerlo en peligro. Está demasiado débil y no vale la pena el intento. El ala ha quedado inservible ya. Así pudiésemos unírsela de nuevo, ya no podría utilizarla jamás. No hay nervio alguno que responda en ella. No hay absolutamente nada que pueda ser rescatado, ¿entiendes? —Su voz se quiebra ligeramente—. Utilizar cualquier clase de magia angelical en Mikhail va a terminar matándolo. Su cuerpo ha llegado a su límite. ¿No puedes sentirlo en el lazo que comparten?

Mi corazón da un vuelco furioso solo porque, ahora mismo, lo único que puedo sentir de la atadura que me une a Mikhail, es un débil parpadeo.

—No podemos arriesgarnos a asesinarlo. No cuando estás atada a él. No cuando tu muerte desataría algo que no estamos preparados para lidiar —termina.

Una punzada de enojo se mezcla con la infinita tristeza que me invade.

—¿Crees, de verdad, que me importa vivir ahora mismo? —escupo, presa de los sentimientos que me embargan—. A estas alturas preferiría estar muerta. No hay nada en esta existencia que quiera para mí. Honestamente, que intentasen ayudarlo sería hacerme un maldito favor. —Sacudo la cabeza, al tiempo que dejo que la ira reprimida gane un poco de terreno—. Tienen que ayudar a Mikhail. Tienen que devolverle su ala. Así eso me mate, tienen que ayudarle.

Gabrielle me mira con aprehensión.

—No podemos hacerlo.

—¡¿Por qué no?! —estallo—. ¡¿Qué demonios se los impide?!

—Mikhail.

La confusión me invade al instante y mi ceño se frunce ligeramente.

—¿Mikhail?

Gabrielle asiente, pero noto cómo su expresión se transforma. Algo oscuro y amargo se apodera de su mirada.

Un suspiro entrecortado brota de sus labios.

—Miguel Arcángel nos obligó a hacer un Juramento… especial —Ash interviene—. Un juramento inquebrantable e inapelable al que no podemos faltar.

—¿Qué clase de juramento? —Axel habla ahora.

—Uno Celestial. —Ash suena derrotado, como si la sola idea de haber accedido a eso, le causara molestia y… ¿tristeza? —. De la clase de juramento que puede condenarte el resto de la existencia si llegas a romperlo.

—¿Qué fue, exactamente, lo que juraron? —Axel pregunta.

—Miguel Arcángel nos hizo prometer, bajo el concepto de Juramento Celestial, que haríamos todo lo que estuviese en nuestras manos para protegerte. —Gabrielle me mira a los ojos y todo dentro de mí se estremece al escucharla hablar—. Nos hizo jurar que velaríamos por ti y que nos aseguraríamos de que Rafael cumpliera con su palabra. Que, bajo ninguna circunstancia, íbamos a permitir que alguien te hiciera daño. Así fuese él mismo quien intentase hacerte el daño.

Las palabras de Gabrielle se estrellan contra mí como un tractor demoledor y, de pronto, no puedo respirar. No puedo moverme. No puedo deshacer el nudo que ha comenzado a formarse en mi garganta.

—Miguel siempre fue muy precavido —Ash continúa—. No confiaba en Rafael y tampoco confiaba en sí mismo. Sabía que algo iba a ocurrirle cuando renunciase a su parte angelical y se aseguró de que, en cualquier situación o circunstancia, estuvieras segura. —El Ángel de la Muerte me dedica una mirada significativa—. En pocas palabras, Miguel Arcángel nos hizo jurar que priorizaríamos tu seguridad. Que no íbamos a arriesgarte por ningún motivo y que, por sobre todas las cosas, nos íbamos a encargar de mantenerte vigilada para asegurarnos de que nadie interrumpiera o arruinara esa vida tranquila que él tanto quería que tuvieras.

—Es por eso que lo envié a él a cuidarte. —Gabrielle hace un gesto de cabeza en dirección a Rael, quien me mira con gesto neutral y sereno—. Es por eso que, desde que Miguel fue arrastrado a las fosas del Infierno, hemos mantenido un ojo en ti.

Una punzada de algo antiguo e intenso me atraviesa el pecho y, de pronto, me encuentro sin saber qué decir. Me encuentro sin saber qué hacer.

«Pensó en todo. Mikhail, hasta el último minuto, pensó en mantenerte a salvo».

—¿Qué se supone que debemos hacer, entonces? —Daialee irrumpe el silencio en el que se ha sumido toda la estancia.

La atención de todos se posa en ella y el enmudecimiento se extiende un poco más antes de que Ashrail se atreva a decir:

—Amputar.

—No. —Sacudo la cabeza en una negativa, pero sueno derrotada—. De ninguna manera.

—Es eso o Mikhail muere. —Rael es quien habla ahora y me mira con una expresión que no sé descifrar del todo.

La frustración es tanta, que me cubro el rostro con las manos y lo froto en un gesto cansado, angustiado y desesperado. La impotencia hace mella en mí y me impide pensar con claridad.

Me rehúso a aceptar que todo está perdido. Me rehúso a aceptar que Mikhail va a pasar por algo tan horrible como eso.

—¿Están completamente seguros de que es la única opción? —Axel insiste.

—Es la menos riesgosa. Si intentamos otra cosa, podríamos matarlo y, junto con él, a Bess —Gabrielle responde y siento cómo su atención se centra en mí—. Lo siento mucho.

—No tienen derecho de arrebatarle la posibilidad de recuperar su ala. —Mi voz suena tan ronca, que apenas puedo reconocerla—. La elección que hizo Mikhail en ese entonces no es la misma que haría ahora. Tienen que hacer algo por él. Tienen que ayudarle.

Ashrail niega.

—No se puede romper un Juramento Celestial, Bess —dice—. Lamento mucho que no puedas entenderlo.

Desvío la mirada y trago varias veces para deshacer el nudo que se ha formado en mi garganta.

No puedo creerlo. No puedo creer que vayan a dejarle perder un ala.

—Miguel… —la voz de Gabrielle Arcángel inunda mis oídos—, el verdadero Miguel, ese que conocemos tú y yo, lo habría preferido. —Me encara y yo hago lo mismo—. Ese idiota habría preferido que le arrancasen un ala a ponerte en peligro. Habría preferido morir a exponerte a algo que pudiese hacerte daño… —Noto la tristeza en su gesto—. Y por mucho que queramos ayudarlo; porque, créeme, no hay otra cosa que quiera hacer más que salvarle el ala, no podemos. No podemos faltar a la palabra que nos obligó a darle.

—¿Podemos darle unos días para ver cómo evoluciona? —Daialee pregunta, al cabo de unos instantes de silencio.

—Yo no lo recomendaría —dice Ash—. La herida ha estado muy expuesta. Hay principios de infección en ella y el medicamento humano no va a hacer mucho por él. El cuerpo de las criaturas como nosotros necesita de energía para recuperarse y, ahora mismo, su cuerpo está canalizando toda su energía en intentar reparar esa ala destrozada. —Se encoge de hombros—. Eventualmente, el poder de Mikhail va a acabarse y, entonces, llegará a un punto sin retorno. Ni siquiera va a tener fuerzas para sobrevivir a esto si permitimos que su energía se agote.

—Háganlo, entonces —Axel habla y la atención de todos se posa en él.

La traición quema en mi sistema, pero la tristeza y la angustia que veo en sus facciones no hace más que confirmarme que esto le afecta tanto como a mí.

De pronto, se hace el silencio.

Ash y Gabrielle se dedican una mirada significativa. Se siente como si estuviesen teniendo una conversación privada a pesar de que no pronuncian palabras en lo absoluto. Se siente como si tratasen de decidir qué hacer o cómo manejar la situación.

— Vamos a darle esta noche. Si mañana por la mañana sigue igual, amputamos —Ash pronuncia, cuando el duelo de miradas se termina—. Es lo más que podemos darle.

—¿Hay algo que podamos hacer por él? —pregunto, con la voz enronquecida.

Gabrielle niega.

—Solo queda esperar.

Asiento, sintiéndome derrotada.

—De acuerdo.

—Mañana a primera hora vendremos —Ashrail anuncia—. Si algo ocurre, no duden en contactarnos. —Posa su atención en Rael y añade—: Hiciste bien al buscarnos.

El ángel asiente, pero no luce muy orgulloso de haber recurrido a ellos.

—Gracias por venir —dice, a pesar de todo, antes de mirar hacia donde me encuentro para decir—: Voy a acompañarlos afuera.

Acto seguido, y sin esperar una despedida, los tres ángeles desaparecen por la puerta principal.

—¿Confían en lo que han dicho esos dos? —pregunto en dirección a Daialee y Axel, sin mirarlos directamente.

—Sí, pero… —Axel responde primero.

—Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados —Daialee concluye—. No dudo que estén diciendo la verdad, pero de todos modos debemos poner de nuestra parte para ayudarle.

—¿Cómo? —Axel suena desesperado.

—No lo sé —la bruja musita.

—A mí se me ocurren varias cosas —digo, al tiempo que los miro. La atención del demonio y de mi amiga se posa en mí, y noto la confusión en sus rostros.

—Te escuchamos. —Daialee entorna la mirada mientras habla.

—¿Qué creen que pasaría si le devuelvo a Mikhail su parte angelical? —No quiero sonar esperanzada, pero lo hago—. ¿Qué creen que podría ocurrirle a su cuerpo si lo hago? ¿No tendría acaso la energía suficiente para sanarse a sí mismo? —Niego con la cabeza, en un gesto incierto—. Podría funcionar. Yo tengo toda esta energía que no necesito y que a él le vendría de maravilla. Si pudiese devolverle su parte angelical, Ashrail y Gabrielle podrían utilizar esa magia de la que hablan para repararle el ala, ¿no es así?

—¿Qué si no funciona? —el íncubo suena dudoso.

—¿Qué si sí?

—¿Cómo lo harías? —Daialee suena igual de insegura de Axel.

Es mi turno de negar.

—No lo sé —admito—. Pero podemos averiguarlo.

—Suena arriesgado… —la bruja esboza una sonrisa aterrorizada—. Cuenta conmigo.

Una risa corta se me escapa y Axel rueda los ojos al cielo.

—No puedo creer que vayamos a hacer esto —dice, pero hay un tinte de esperanza en su tono—. Si algo sale mal, sepan que desde el inicio yo nunca estuve de acuerdo.

—¿Qué estás haciendo? —La voz de Rael resuena a mis espaldas, pero no lo encaro. Concentro toda la atención en el texto que tengo enfrente, para así no tener que recordar lo que pasó más temprano por mi cabeza.

La vergüenza y la incomodidad no se han esfumado de mi sistema desde que ocurrió y, por más que trato de sacudirme fuera la sensación de culpa, no logro hacerlo del todo. No logro deshacerme de la sensación de saber que he hecho algo malo; a pesar de que en realidad no ha sido nada. A pesar de que, cualquiera en mi lugar, habría pensado de la misma forma que yo.

Noto, por el rabillo del ojo, como Rael se adentra en la habitación y se detiene justo frente a mí.

—Bess, ¿qué estás haciendo? —insiste.

Me obligo a alzar la vista.

Su expresión es tranquila, pero hay un destello de curiosidad en su mirada.

—Leo —digo, puntualizando la obviedad.

El fastidio se dibuja en el rostro de Rael, pero se recompone de inmediato.

—¿Qué es lo que lees? —inquiere.

—Un Grimorio.

Esta vez, el ángel pone los ojos en blanco.

—¿Qué podría una chica como tú buscar en un Grimorio?

Mi vista se posa fugazmente en el chico que se encuentra recostado sobre mi cama. El entendimiento se apodera de las facciones de Rael luego de eso.

—No puedo creer que seas tan necia.

—Solo estoy… —musito—, buscando alternativas.

Un suspiro cansado brota de los labios de Rael, pero no dice nada. Se limita a recargarse contra el escritorio que se encuentra a su espalda y a cruzar los brazos sobre su pecho.

—Nada de lo que diga va a hacerte desistir, ¿no es cierto?

—No.

Él asiente.

—De acuerdo —dice—. Haz lo que tengas qué hacer para convencerte, entonces.

—¿No vas a oponerte?

—¿Gano algo si me opongo? ¿Voy a hacer que te detengas? ¿Voy a conseguir que entres en razón si te digo que todo esto es inútil?

—No.

—He ahí la respuesta a tu pregunta: no voy a oponerme porque sé que esto es lo que necesitas para darte cuenta de que no tratamos de herir a Mikhail.

—Sé que no tratan de hacerle daño.

—¿De verdad?

Un suspiro lento y tembloroso se me escapa.

—Bueno —hago una mueca cargada de pesar—, quizás sí crea que quieren asesinarlo o algo por el estilo.

El ángel suelta una risotada corta.

—¿Qué tengo que hacer para que confíes en mí?

—Nada. No te lo tomes personal. No confío en nadie en realidad.

—¿Se supone que eso debe hacerme sentir bien? —Las cejas de Rael se alzan, pero no ha dejado de sonreír.

—Se supone que debe hacerte saber que no soy una perra desconfiada solo contigo. —No quiero sonreír, pero el gesto es inevitable en estos momentos.

—Hombre, gracias. Eres muy amable.

—De nada. —Me encojo de hombros.

—Te dejaré seguir trabajando en este sinsentido —dice, mientras sacude la cabeza en una negativa, antes de guiñarme un ojo.

Entonces, sin decir una palabra, el ángel se aparta del espacio en el que se encuentra y da un paso en dirección a la salida. Acto seguido, se detiene en seco.

De pronto, la duda se filtra en sus facciones y luce como si no estuviese seguro de qué hacer. Luce como si no estuviese seguro de querer marcharse. Mi atención sigue fija en él, y eso parece incomodarlo; sin embargo, se las arregla para encararme y lucir sereno.

—Bess, escucha—comienza—, respecto a lo que dije hace un rato, yo…

—Está bien —le interrumpo, porque no quiero escuchar una disculpa. Porque no quiero escucharlo decir algo respecto a lo que yo misma he considerado—. No pasa nada.

La mirada del ángel se posa en el suelo y noto cómo sus hombros decaen un poco. Entonces, sin esperar a que diga nada, poso mi atención en el Grimorio que Daialee me prestó. Estoy decidida a evadir el tema a como dé lugar.

—Necesito decir esto, Bess —Rael dice, en un susurro ronco y mis ojos se cierran con fuerza.

—No —pido, en un susurro tembloroso—. Por favor, no.

—Sé que aún estás enamorada de él —mi corazón se estruja con sus palabras, pero no alzo la vista para encararlo—, y lo acepto. Lo respeto. En ningún momento mi intención ha sido incomodarte. Yo solo estoy tratando de hacer lo que es mejor para todos.

—Basta —suplico.

—Bess, esto no es una justificación para lo que te hago sentir cuando digo esas cosas —Rael continúa—. Este solo soy yo, tratando de pedirte que entiendas el lugar del que vengo y que lo consideres.

—Está bien —digo, a pesar de que ambos sabemos que no planeo considerar una mierda de nada—. Lo consideraré.

Rael no luce convencido, pero no dice nada más. Se limita a asentir antes de salir de la habitación mientras yo me quedo aquí, tratando de poner en orden la revolución que llevo dentro.

Un par de quejidos suaves invaden el silencio en el que se ha sumido la estancia y se cuelan en la bruma de mi sueño. Otro sonido torturado me llena la audición y, de pronto, un grito entrecortado retumba en todos lados.

Mis ojos se abren de golpe al instante y el sueño se esfuma.

Al principio, me siento aturdida y confundida. Se siente como si el grito no hubiese sido real. Como si todo hubiese sido producto de alguna pesadilla.

Entonces, un gruñido agonizante me taladra los oídos. El disparo de adrenalina —aunado al tirón brusco en el lazo— hace que mi corazón se acelere en cuestión de segundos y que un escalofrío de puro terror me recorra la espalda.

La falta de orientación me hace torpe; pero, una vez que me pongo de pie y recorro la estancia oscurecida con la mirada me doy cuenta de que me encuentro en mi habitación.

La penumbra de la noche me hace difícil distinguir algo, pero, tan pronto como la voz adolorida de Mikhail me llena los oídos, salgo disparada hacia donde se encuentra. El latir desbocado de mi pulso me golpea con fuerza detrás de las orejas, pero eso no impide que llegue a tientas a la cama donde Mikhail se retuerce de dolor.

Un gruñido retumba entre las cuatro paredes de la habitación y siento cómo el ala sana del demonio bate y me golpea en la cara con violencia. Un gemido se me escapa, pero me las arreglo para alejarme y llegar al interruptor del foco. Lo presiono y la estancia se ilumina.

El destello cegador me hace cerrar los ojos con brusquedad, pero, una vez que me acostumbro a la luz, soy capaz de ver cómo el demonio se retuerce y bate con furia su ala sana; como si tratase de emprender el vuelo.

La imagen me quiebra de mil formas diferentes, pero no dejo que eso me paralice. Me obligo a moverme y buscar las pastillas para el dolor que tengo en la caja debajo de la cama.

Como puedo, me acerco a él y trato de llegar a su rostro para introducirle un par a la boca, pero el movimiento violento de su cuerpo me lo impide.

Acto seguido, mis manos se apoderan de su rostro y, con los dedos pulgar y medio, empujo sus mejillas hacia el interior de su boca para obligarle a abrirla. Un gruñido furioso y estridente lo invade todo con ese movimiento, pero lo ignoro y deposito dos tabletas en su lengua para luego verter un trago del agua que traje más temprano.

Mikhail toce y no deja de retorcerse. No deja de aletear en busca de un vuelo que, muy probablemente, no va a emprender nunca más.

Trato de tranquilizarlo acariciando su cabello, como hice hace un rato, pero no lo consigo. Esta vez, el dolor parece ser desgarrador. Parece estar acabando con él.

La impotencia, la angustia y la desesperación se arremolinan en mi interior. Sé que no puedo hacer nada por él. Sé que no puedo calmar lo que está sintiendo y eso me rompe de modos que no entiendo del todo.

—Aguanta un poco más —susurro para él, y sueno miserable—. Por favor, Mikhail, aguanta un poco más.

En respuesta, lo único que recibo, es un sonido estrangulado.

Mis dedos no dejan de pasearse por su cabello, pero los espasmos violentos y torturados no ceden. No se detienen. De hecho, parecen haberse incrementado.

Las lágrimas me inundan los ojos llegados a ese momento y me encuentro aquí, arrodillada junto a la cama, sin saber qué demonios hacer para ayudarle.

—Por favor, dime cómo puedo ayudarte —suplico—. Por favor, dime qué tengo que hacer.

Un jalón violento y brusco en el lazo hace que me doble sobre mí misma, pero, esta vez, no se trata de poseer o de imponerse. Se siente como si tirase de mí hacia él. Como si tratase de acercarme, así que así lo hago.

Me acerco tanto como puedo. Tanto que termino sentada sobre el colchón de la cama. Tanto que, sin saber muy bien qué estoy haciendo, tiro de él con suavidad hasta acomodarlo de modo que puedo abrazarlo sin herirlo.

Está asentado entre mis piernas, con la cabeza acomodada sobre mi abdomen, casi a la altura de mi pecho. Uno de mis brazos está envuelto suavemente alrededor de su cuello y, con la otra mano, acaricio su espalda desnuda con delicadeza.

Las manos de Mikhail se han aferrado del material de la blusa que llevo puesta. Los espasmos no han disminuido, pero el batir del ala sana y la tensión del lazo han cedido casi por completo; como si el estar entre mis brazos le causara seguridad. Como si se sintiese bien y a salvo estando de esta forma conmigo.

«Deja de fantasear. No seas tonta», me reprimo, pero la sensación dulce que me invade no se va. Al contrario, se aferra a mí y me hace querer más. Me hace desear estar así con él el resto de mis días.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que su cuerpo se relaja. Tampoco me importa demasiado. Ahora mismo, no puedo hacer otra cosa más que pensar en el sueño que tengo y en lo cómoda que me encuentro.

Hace rato ya que Mikhail se quedó dormido, así que se siente como si pudiese dormir yo también.

Una parte de mí me dice que debo irme para que Mikhail descanse como es debido, pero no quiero hacerlo. Quiero quedarme aquí y sostenerlo toda la noche, así como él lo ha hecho conmigo en el pasado.

«Solo… hazlo», susurra la voz de mi cabeza y la sensación cálida regresa.

Sé que esto está mal. Sé que no debo comportarme de este modo, pero, de todos modos, lo hago. De todos modos, cierro mis ojos y permito que el sueño se apodere de mí y que las ganas de descansar se hagan cargo.

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