Stigmata

Stigmata


Capítulo 18

Página 19 de 37

—De haber sabido que con «cuidar de Mikhail mientras leo el Grimorio» te referías a dormir con él, habría sido yo el que lo sugiriera. —La voz de Axel hace que el sueño se esfume de golpe fuera de mí—. ¿Cómo no lo pensé antes?

Mis ojos se abren casi inmediatamente después de que habla, pero no digo nada. Me limito a parpadear varias veces para eliminar el aturdimiento y la desorientación provocada por mi abrupto despertar.

Me toma unos instantes procesar lo que el íncubo —que se encuentra al pie de la cama, con los brazos cruzados y expresión socarrona— dice, pero, cuando lo hago, un destello avergonzado se apodera de mí.

Una poblada ceja se eleva en el instante en el que mis ojos adormilados se posan en los suyos y una sonrisa sesgada se desliza en su boca.

El cabello ondulado —que usualmente siempre se encuentra estilizado— cae sobre su frente de manera descuidada y eso me hace saber que, así como yo, él también acaba de despertar.

—¿Qué hora es? —pregunto, evadiendo su comentario, y su sonrisa se ensancha.

—¿Vamos a fingir demencia? —inquiere, con aire juguetón—. De acuerdo, entonces —Asiente y añade—: Son las siete de la mañana.

Mis manos —calientes por haber permanecido toda la noche sobre la piel de Mikhail— me frotan los ojos en un intento por desperezarme y, una vez que me deshago de los restos del sueño, me permito mirar al demonio que tengo acurrucado sobre el regazo.

Su cabeza descansa sobre una de mis piernas, mientras que sus brazos firmes se encuentran envueltos alrededor de mis caderas en un gesto que se me antoja posesivo; y su cuerpo, ligeramente acomodado sobre un costado, le permite envolver una de sus piernas sobre la mía que se encuentra libre.

Todo en él denota descanso y comodidad y no puedo evitar sentirme bien al respecto.

—¿Encontraron algo de utilidad? —Trato de deshacerme de la sensación cálida que me embarga mientras hablo. Mi voz suena ronca debido a la falta de uso.

Trato de incorporarme un poco, pero los brazos de Mikhail se cierran a mi alrededor con tanta fuerza, que no puedo hacer otra cosa más que removerme con incomodidad.

Todos mis músculos gritan en protesta y hago una mueca en el proceso.

—Nada. —La expresión burlona de Axel decae un poco—. Teníamos la esperanza de que hubieses encontrado algo, pero creo que has aprovechado el tiempo en otra cosa.

Le disparo una mirada cargada de irritación.

—Que gracioso eres. —El sarcasmo tiñe mi tono y la sonrisa vuelve a los labios del íncubo—. Para tu información, si estuve investigando.

—¿Y encontraste algo de utilidad? —No me cree. Lo veo pintado en todo su rostro.

—No. —Entorno los ojos—. Pero eso no quiere decir que no haya investigado.

Un suspiro cansado se le escapa.

—¿Qué vamos a hacer? El cuervo de la muerte y la zorra iluminada no deben tardar en llegar. ¿Estamos dispuestos a dejar que le corten un ala a Mikhail?

Cierro los ojos. La sensación de desasosiego que me ha acompañado los últimos días vuelve con más fuerza que antes.

—No lo sé… —Sacudo la cabeza—. No quiero rendirme, pero…

—Te entiendo —Axel dice, en un susurro triste—. Yo tampoco quiero que le hagan algo tan atroz. Si a mí me cortasen un ala… —Mis ojos se posan en él justo a tiempo para ver cómo se estremece solo de pensar en la posibilidad de perder una de sus extremidades paranormales—. Es horrible siquiera pensarlo.

Poso la atención en la espalda de Mikhail, justo en el punto en el que el ala dañada se encuentra. La piel sigue hecha jirones. De hecho, casi puedo jurar que luce peor que ayer. La sangre coagulada es tanta ahora, que luce casi negra; la piel está tan destrozada y pálida que parece papel humedecido y secado al sol, y la inflamación es tanta, que parece como si estuviese saliéndole una joroba.

—Necesito una ducha —digo, porque es cierto. Porque necesito meter la cabeza en agua helada para así calmar la revolución de ideas que tengo dentro —la revolución de sentimientos que no me deja tranquila.

—Ve —Axel dice, pero sé que él sabe perfectamente que lo que necesito, es despejarme—. Yo me quedo con él.

—De acuerdo. —Asiento, al tiempo que trato de deshacerme del abrazo apretado de Mikhail, pero no consigo moverlo ni un milímetro.

Lo intento de nuevo.

Esta vez, me apodero de sus manos y las aparto de mí para poder deslizarme fuera de la cama, pero, en el instante en el que uno de mis pies toca el suelo, un tirón brusco en el lazo hace que me doble.

Una mueca de incomodidad se ve reflejada en mi rostro y Axel da un paso hacia mí, con gesto alarmado. Yo, pese a eso, le dedico una sonrisa tranquilizadora mientras me las arreglo para tomar la cara de Mikhail entre las manos para acomodarla con cuidado sobre el colchón.

Otro tirón —este más violento que el anterior— me estruja el pecho y me hace maldecir en voz baja.

—¿Estás bien? —Axel pregunta, con preocupación.

—Sí —aseguro, al tiempo que un gruñido ronco y suave escapa de los labios del demonio inconsciente.

Una sonrisa irritada se apodera de mí.

—No tardaré demasiado —susurro en voz baja, para que solo Mikhail pueda escucharme, pero estoy segura de que también lo ha hecho Axel.

En respuesta a mis palabras, la tensión en el lazo disminuye y soy capaz de abandonar la cama por completo.

—¿Ash y Gabrielle dijeron a qué hora vendrían? —Me dirijo a Axel, quien se ha sentado en la silla de escritorio que se encuentra al fondo de la estancia.

Él niega.

—Supongo que no deben tardar —dice, en tono derrotado.

Un suspiro cansado se me escapa.

—¿Estás seguro de que no es mucho pedir que le eches un ojo?

—Para nada. —Axel sonríe y me regala un guiño—. Es un placer mirar a este Adonis. Podría echarle los dos ojos si quisieras.

Es mi turno de sonreír al tiempo que ruedo los ojos al cielo.

—No tardaré —anuncio.

—Ve. Aquí estaré al pendiente.

Salgo de la habitación una vez que tomo un cambio de ropa y una toalla. Cuando estoy dentro del baño, me aseguro de echar el pestillo a la puerta antes de comenzar a desnudarme.

La iluminación que se cuela por la ventanilla alta es tan débil, que tengo que encender el foco para no estar casi en tinieblas.

Una vez que me he deshecho de todas las prendas que me cubren, comienzo a cepillar mi cabello corto. La electrificación en él no se hace esperar, pero ni siquiera me molesto en intentar apelmazarlo cuando voy a lavarlo de todos modos.

Acto seguido, y por reflejo más que por otra cosa, me coloco de costado frente al espejo y trato de tener un vistazo de mi espalda para ver el estado de los Estigmas en ella.

En ese momento, me congelo.

Mi corazón se salta un latido. Toda la sangre se me esfuma del rostro y, de pronto, un destello de confusión mezclada con una extraña alegría me invade por completo.

Me inclino un poco solo para tratar de mirar mejor la imagen en el reflejo y darme cuenta de que no estoy alucinando.

—¿Qué demonios…? —murmuro, al tiempo que niego con la cabeza.

«¿Cómo es posible?».

Mi espalda está casi intacta. No hay ni una sola marca dolorosa en mi anatomía. No hay rastro visible de las escandalosas heridas que me torturaron durante toda mi estancia en la cabaña en la que Mikhail me mantenía cautiva. El único indicio de que estuvieron ahí, son las marcas suaves y rosadas que corren a lo largo de mi piel, pero lucen más como rasguños recientes que como cicatrices.

La confusión gana más terreno y trato, desesperadamente, de darle un poco de sentido a lo que veo. Trato de entender el motivo por el cual los Estigmas de mi espalda ya no están ahí.

«¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué fue lo que hice? ¿Cómo es que…?», pienso cuando, de pronto, la verdad me azota como un látigo.

—Oh, mierda…

Otra oleada de culpabilidad y remordimiento me golpea con violencia y, esta vez, no trato de detenerla. Esta vez, no trato de pararla porque sé, desde lo más profundo de mi ser, que los Estigmas se curaron con la energía demoniaca que robé de Mikhail cuando me atacó. Sé que he utilizado eso que robé de él para sanarme a mí misma.

Me aparto del espejo con brusquedad.

Mis ojos se han cerrado en negación, pero no puedo alejarme del pensamiento la imagen de mi espalda completamente sanada. El pulso no ha dejado de latirme a toda velocidad y las ganas de enterrar el rostro en la tierra para no ser capaz de ver la luz del día nunca más, no me dejan respirar como se debe.

El vórtice de remordimiento y culpa que amenaza con destruirme aumenta su intensidad y, esta vez, no hago nada para convencerme a mí misma que lo que ocurrió en la montaña no fue otra cosa más que un acto de autodefensa. Esto va más allá.

Mikhail no merece esto. Lo único que ha hecho es ver por mí. Así ya no sea capaz de recordarme. Así sea un completo desconocido ahora, lo único que hizo fue tratar de mantenerme a salvo de toda la mierda que pudiese venir luego de su sacrificio.

Se convirtió en un demonio por mi culpa. Renunció a lo que por derecho le pertenecía para salvarme, ¿y yo casi lo asesino?...

Niego con la cabeza, al tiempo que trato de ahuyentar las inmensas ganas que tengo de llorar, pero no consigo hacer otra cosa más que hundirme un poco más. No hago otra cosa más que tratar de no ahogarme en el odio que siento hacia mí misma.

Estoy temblando de pies a cabeza. Estoy reprimiendo las ganas que tengo de ponerme a gritar.

No puedo más. No puedo más. No. Puedo. Más...

Me cubro la cara con ambas manos y presiono las palmas contra los ojos con tanta fuerza que duele. Estoy desesperada. Estoy al borde del colapso nervioso. Si tan solo pudiera dar energía en lugar de robarla. Si tan solo…

La resolución me golpea.

¿Qué pasaría si él pudiese absorber parte de mi energía? ¿Qué pasaría si yo pudiese darle energía por medio de los Estigmas para que pueda sanarse?...

No estoy segura de cómo funcionan, pero sé que los hilos de los Estigmas son capaces de absorber todo a su paso. Sé que, de algún modo, son un conducto energético. ¿Qué pasaría si pudiese utilizarlos a la inversa? ¿Qué pasaría si pudiese, en lugar de absorber… soltar?

«Nunca lo has hecho. Podría ser peligroso», susurra mi subconsciente, y sé que tiene razón. Sé que es una completa locura porque, si no funciona, podría matarlo. Podría absorber la energía que le queda y asesinarlo en el proceso.

La angustia, la ansiedad y el nerviosismo se arremolinan en mi pecho de tal forma, que no soy capaz de deshacer el nudo que han formado.

«¿Qué hago?», digo, para mis adentros, al tiempo que cierro los ojos con fuerza.

El golpeteo fuerte e insistente que retumba en todo el baño, me hace pegar un salto en mi lugar. Una palabrota se me escapa al instante, pero es ahogada por la voz angustiada que resuena desde el otro lado de la habitación.

No soy capaz de entender del todo lo que dice, pero sé que es Axel. Podría reconocer su voz en cualquier lado.

La alarma y la preocupación tiñen su tono, y me ponen los pelos de punta porque son el claro indicador de que algo no va bien con Mikhail.

Sin perder un solo segundo, me enfundo la sudadera que llevaba puesta sin siquiera molestarme en ponerme sujetador, y me visto las bragas limpias de algodón que traje desde mi habitación, antes de abrir la puerta.

Sé que la prenda que me cubre es tan grande que me llega a la mitad de los muslos, así que ni siquiera me molesto en intentar cubrirme cuando me encuentro de frente con Axel.

El gesto aturdido y angustiado en él no hace más que encender la alarma en mí. No hace más que hacer que el ritmo violento que ya llevaba mi corazón incremente.

—¿Qué ocurre? —suelto, con apremio.

—¡Mikhail!

—Es lo único que pronuncia antes de que, sin siquiera escuchar el resto, me eche a correr hacia la habitación.

Me toma un minuto llegar a la estancia, pero se siente como si hubiese sido una eternidad. Y, a pesar de eso, el tiempo parece detenerse cuando mis ojos se encuentran de frente con la imagen que me recibe.

Mikhail está tirado en el suelo retorciéndose de dolor sobre un charco de sangre. Su ala sana bate furiosamente. No logra elevarlo del suelo, pero sí empuja su cuerpo hasta una posición en la que su ala casi arrancada se lastima.

Trato de llegar a él, pero un haz de energía me azota y me lanza hasta caer sobre mi trasero.

—Está delirando. —Axel urge a mis espaldas—. No ha dejado de golpear todo a su paso y de gritar por libertad. Tampoco me deja acercarme para auxiliarlo. No sé qué hacer.

«Mierda, mierda, mierda, mierda…».

Me pongo de pie una vez más y vuelvo a intentarlo. Esta vez, el golpe de poder solo hace que me duela la cara.

«Está muy débil. Ya ni siquiera pudo moverte de donde estás», susurra mi subconsciente.

—Está alucinando —Axel dice, en tono angustiado—. Actúa como si sintiera que se encuentra en alguna clase de peligro y tratara de huir.

Trato, entonces, de estrujar el lazo que nos une para así hacerle saber que estoy aquí y que está a salvo, pero no funciona. Lo único que consigo, es que se aferre a él y me lastime con la fuerza con la que lo manipula.

—¡¿Qué carajo…?! —La voz de Daialee llega a mis oídos, pero ni siquiera me molesto en encararla—. ¡¿Qué está pasando?!

—Esto no es normal —Axel dice—. No sé qué diablos ocurre, pero no es normal.

—¿Está…?

—Está doliéndole —interrumpo a Daialee, con la voz enronquecida y entrecortada por las emociones, porque no quiero que termine la oración que empezó. No quiero escucharla preguntar si está muriendo o algo por el estilo—. Está sufriendo.

—¿Qué hacemos? —Mi amiga pregunta, con aire ansioso y angustiado.

—Voy a llamar a Rael. Debe hacer que Ashrail y Gabrielle vengan aquí ahora mismo —Axel urge antes de que lo mire salir de la habitación por el rabillo de mi ojo.

—Mikhail, por favor… —suplico, a pesar de que sé que no puede escucharme. Él, en respuesta, se aferra al lazo y tira de él con tanta fuerza que me doblo ligeramente.

«¡Hazlo!», grita la voz de mi cabeza. «¡Trata de darle energía! ¡Está muriendo! ¡Haz algo ya, maldita sea!».

Sacudo la cabeza, en una negativa.

No puedo hacerlo. No puedo arriesgar tanto.

Un grito estridente y adolorido escapa de los labios de Mikhail. Es un sonido desgarrador. Brutal. Como el de alguien que está siendo torturado o desmembrado vivo.

Mis ojos se cierran.

«¡Hazlo!».

El agarre en el lazo que compartimos se debilita.

«¡Está muriendo!».

La cuerda se afloja tanto, que me asusta la ausencia de ella y la sensación de desconexión que eso me provoca.

«¡Ya no tiene fuerzas!».

Abro los ojos y lo miro.

Su cuerpo convulsiona en ángulos antinaturales.

«¡Va a morir por tu maldita culpa!».

Las venas de su cuerpo saltan a la vista con un color amoratado y enfermizo.

«¡Haz algo ahora, maldición!».

La angustia, la desesperación y el desasosiego me invaden de pies a cabeza. No quiero hacerlo. No quiero intentar ayudarlo. Podría matarlo.

«¡Ya está muriendo, carajo! ¡Hazlo! ¡Hazlo ya, Bess!».

Es una locura. Es una maldita y jodida locura, pero si no hago algo, Mikhail va a hacerse un daño irreparable. Mikhail va a morir.

Cierro los ojos.

La derrota se arraiga en mí y le ruego a Dios que esto funcione. Le ruego a todas las criaturas divinas existentes para que pueda hacer algo por él porque, si llego a lastimarlo, voy a odiarme el resto de mis días. No voy a poder vivir en mi propia piel nunca más.

Tomo una inspiración profunda y cierro los puños.

«¡Ya!».

Lo dejo ir.

Al principio, los Estigmas ni siquiera son capaces de penetrar en el campo de fuerza que la energía angelical de Mikhail ha creado alrededor de ellos, pero logran hacer su camino hacia afuera después de varios intentos.

El poder angelical protesta cuando las hebras se abren paso hacia la superficie, pero tampoco hace demasiado por contenerlas. Es como si supiera qué trato de hacer y lo entendiese hasta cierto punto. Como si estuviese permitiéndome intentarlo.

La violencia con la que los hilos se liberan me asusta, pero tiro de ellos para mantenerlos bajo control.

No me pasa desapercibida la humedad que empieza a mojarme las muñecas. Tampoco me pasa desapercibida la forma en la que la energía vibra en cada una de mis terminaciones nerviosas.

En ese momento, el miedo gana un poco de terreno.

Inhalo profundo, en un intento desesperado por mantener el control del poder que llevo dentro y, una vez que me siento lista, exhalo con lentitud.

«Por favor, que funcione. Por favor, que funcione. Por favor, que funcione…».

Entonces, le permito a los Estigmas intentar llegar a Mikhail.

Poco a poco, y meticulosamente, las hebras delgadas se envuelven alrededor del cuerpo del demonio que agoniza en el suelo y, una vez que las siento firmes y bien sujetas, me permito abrir los ojos.

Los Estigmas claman por algo que no logro comprender, pero los acallo lo mejor que puedo. Los obligo a obedecerme y a mantenerse en el lugar en el que están. Siento cómo protestan cuando tiro de ellos en señal de autoridad, pero no me desobedecen. No tratan de absorber la poca energía que le queda a Mikhail, y esperan, impacientes, a que les diga qué hacer.

Libero un poco de energía. No demasiada. Solo la suficiente como para no hacerle daño por si algo malo ocurre y, en el instante en el que hace contacto con Mikhail, los espasmos violentos de su cuerpo disminuyen.

Un destello esperanzado me alcanza y logro escuchar cómo Daialee exclama algo a lo que no le pongo demasiada atención.

Entonces, pruebo con otro poco de energía. Esta vez, cuando ésta me abandona, siento cómo mi cuerpo se debilita. La energía angelical gruñe en respuesta, como si estuviese advirtiéndome que debo ir despacio, pero la ignoro y vuelvo a intentar con otro poco de poder.

El ala buena de Mikhail deja de batirse con violencia y la tensión en los músculos de su cuerpo disminuye. Entonces, siento cómo algo denso y oscuro se aferra a los hilos de los Estigmas.

Las hebras protestan al sentir cómo son aferradas por —lo que creo que es— la energía de Mikhail, pero las mantengo a raya para que no traten de defenderse.

Trago duro.

Poco a poco, a medida que el cuerpo me lo permite, dejo escapar la energía. Dejo que viaje hasta el demonio que se encuentra tirado en el suelo y que él la absorba de manera ávida y apremiante. Dejo que mi anatomía sea drenada para mantenerlo a salvo. Para aliviar su dolor y ayudarle con su ala destrozada.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que la debilidad me obligue a soltar a Mikhail, pero, para cuando eso sucede, el demonio ha dejado de temblar. Ha dejado de lucir como si fuese un muerto y ha dejado de forcejear contra una amenaza inexistente.

Su ala sigue rota. Él sigue inconsciente, pero ya no luce como si estuviese siendo torturado. Ya no está gritando de dolor.

Me siento agotada. Cansada. Mis músculos gritan y piden descanso, pero, a pesar de eso, sonrío un poco. Me siento satisfecha. Me siento bien conmigo misma por haber hecho algo para ayudarle, así me haya drenado por completo. Así haya conseguido que un punzante dolor de cabeza se apodere de mí y una extraña sensación de inestabilidad me embargue.

—¿Qué carajo acaba de pasar? —Daialee susurra. Suena incrédula y entusiasmada.

Es hasta ese momento, que me permito encararla. Lleva un pijama puesto y el cabello alborotado, como el de quien se acaba de levantar.

—Creo que he encontrado la forma de ayudarle —digo, con la voz enronquecida por el esfuerzo.

Daialee abre la boca para decir algo, pero, justo en ese momento, sucede.

Un estallido de dolor me golpea de lleno en la espalda y me derriba hacia adelante. Mi cabeza golpea contra el suelo, pero ni siquiera tengo oportunidad de alzar la cara, ya que algo pesado me impide moverme de donde estoy.

Daialee grita algo, pero el sonido de su voz muere cuando un estallido estridente lo invade todo y el calor abrazador nos envuelve.

Grito el nombre de mi amiga mientras trato, desesperadamente, de quitarme a quien sea que me inmoviliza en el suelo.

Los Estigmas están tan débiles ahora, que ni siquiera logran hacer su camino fuera de mí y me siento impotente. Me siento débil, adolorida y aterrorizada mientras una mano fuerte y firme tira de mi cabello hasta hacerme elevar el rostro.

Trato de girar sobre el estómago para encarar a mi atacante, pero lo único que consigo, es girar un poco solo para encontrarme de lleno con el rostro desencajado de Mikhail mirándome con odio. Tanto que ni siquiera puedo reconocerlo.

Sus ojos inyectados en sangre, su mirada demencial, las tonalidades púrpuras de las venas que recorren sus facciones, los enormes cuernos que sobresalen de entre su mata de cabello alborotada… Todo luce ajeno al Mikhail que yo conozco y, al mismo tiempo, luce similar.

—¡Mikhail! —exclamo, en una súplica, pero él no parece reaccionar. Al contrario, luce como si estuviese fuera de sí mismo. Como si ni siquiera supiera quién soy.

Un puñado de palabras en un idioma desconocido escapan de su boca, pero no hace falta entenderlas para saber que se trata de una amenaza.

El terror se arraiga en mi sistema y trato de apartarme de su camino, pero él me empuja el hombro hasta hacerlo golpear contra el suelo para inmovilizarme. Trato de decir algo para impedir que me haga daño, pero él es más rápido y presiona sus dedos en mi cara. Entonces, el ardor y la quemazón me envuelven entera.

Un grito se me escapa y es tan aterrador, que ni siquiera parece mío. Ni siquiera sueno como yo misma.

Estoy ardiendo. Me estoy asando de adentro hacia afuera y duele tanto, que lo único que deseo es que me mate para ya no sentirlo; que estoy dispuesta a renunciar a todo por conseguir un segundo de descanso.

La energía angelical de Mikhail corre a través de mí a toda marcha y, de pronto, se libera por todos lados.

El demonio esboza un gesto asustado y, segundos después, toda la habitación se ilumina. Entonces, es su turno de gritar. Es su turno de querer apartarse de la energía incontrolable que lo invade todo.

Trato, con todas mis fuerzas, de detenerla, pero es imposible. El poder celestial está furioso y clama venganza. No va a detenerse. No va a dejarlo pasar.

Una explosión lo invade todo. El demonio es lanzado lejos de mí…

…Y, luego, viene el silencio.

Me aovillo en el suelo. El dolor que me invade es tanto, que no puedo hacer nada más que sostenerme a mí misma, pero soy capaz de escuchar cómo los gritos provenientes del exterior llenan la estancia.

De pronto, la habitación se llena de personas. Las voces llegan a mí desde todas las direcciones, pero estoy tan aturdida y tan adolorida, que no puedo hacer otra cosa más que abrazarme a mí misma para intentar mantener mis piezas juntas.

—¡¿En qué demonios pensabas?! —El grito enfurecido y femenino que invade toda la estancia me hace encogerme un poco más—. ¡¿Acaso quieres terminar de matarlo?! ¡¿Es que acaso eres idiota?!

—Gabrielle…

—¡Eres una inconsciente! —dice Gabrielle y alzo la vista para encontrarme de lleno con una habitación humeante repleta de personas.

Ashrail se encuentra hasta el fondo, junto a un Mikhail tembloroso y ensangrentado que no deja de murmurar cosas en un idioma extraño. Frente a mí, con aire amenazante y gesto enfurecido, se encuentra Gabrielle. A su lado, se encuentra Rael y, en la puerta, todas las brujas —junto con Axel— observan el escenario.

—No hay tiempo ya. —Ashrail habla en tono neutro, pero duro—. Tenemos que hacer algo por él ahora o va a morir. No sé qué ha pasado aquí exactamente, pero no ha sido nada bueno. Apenas puedo percibir su energía. Está agonizando. Creo que está delirando también.

La atención de todo mundo se posa en el Ángel de la Muerte antes de que Gabrielle se vuelque hacia mí con expresión furibunda.

—¡¿Qué le has hecho?! —exige, pero no soy capaz de responder—. ¡Contesta! ¡¿Qué carajo le has hecho?!

—Y-Yo… —tartamudeo, sacudiendo la cabeza en una negativa, pero no logro completar la oración. Tengo que reordenar mis ideas para intentarlo de nuevo—: Yo solo quería a-ayudar.

—¡Eres una estúpida! —Gabrielle brama—, ¡¿Cómo carajo se te ocurre?!

—¡Lo siento! ¡No pensé que…!

—¡Por supuesto que no pensaste! ¡Si lo único que has hecho es traer problemas a la vida de Miguel!

—¡Gabrielle, basta! —Rael interviene.

—¡Eres una idiota! ¡¿Cómo carajo se te ocurre exponerlo de este modo?! ¡¿Acaso no entiendes que ayudas más si no metes las narices donde no te llaman?! —Gabrielle se abalanza hacia mí y, por un doloroso instante, creo que va a atacarme; no obstante, el cuerpo de Rael se interpone entre nosotras.

—¡Quítate! —ella espeta.

—¡No! —La voz de Rael truena en toda la estancia—, ¡No vas a tocarle un solo cabello! ¡¿Entendiste?! —Su voz se eleva con cada palabra que dice—. ¡Sobre mi maldito cadáver! ¡¿Me oyes?! ¡¿Qué demonios pasa contigo, Gabe?!

Ir a la siguiente página

Report Page