Stigmata
Capítulo 19
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—¡¿Quieren detenerse los dos?! —La voz de Ash truena y reverbera en toda la estancia y me hace pegar un salto en mi lugar.
La atención tanto de Rael como de Gabrielle se vuelca hacia él y aprovecho esos instantes para intentar recomponerme un poco. Así, pues, trato de poner en orden la oleada de pensamientos que se arremolina en mi cabeza, antes de mirar hacia el hombre que se encuentra arrodillado en el suelo junto a un agonizante Mikhail.
—No tenemos tiempo para esa mierda ahora mismo. —El Ángel de la Muerte suena molesto y severo—. Si no hacemos algo ya Mikhail va a morir.
La mirada furibunda de Gabrielle se posa en mí y sé que quiere refutar algo. Sé que quiere acusarme de nuevo del estado en el que Mikhail se encuentra, pero no lo hace. Se limita a apretar la mandíbula y los puños antes de dar un paso lejos.
—Esto no se va a quedar así —dice, en tono amenazante, en dirección a Rael, pero este ni siquiera se inmuta. Se limita a sostenerle la mirada con gesto impasible.
—¿Qué es lo que vamos a hacer? —La voz de Gabrielle aún suena molesta y dura cuando habla, pero su volumen ya ha descendido a niveles tolerables.
La vista de Ashrail se posa en mí y sé que está esperando una luz verde que no puedo darle. Sé que espera que sea yo quien le pida que continúe con la barbarie que quiere realizar, pero no puedo hacerlo. No puedo, siquiera, tolerar la idea de sugerirlo.
—Bess —Rael habla con suavidad—, necesitamos hacer algo. Mikhail va a morir.
Cierro los ojos, al tiempo que me cubro el rostro con las manos.
«No puedo hacerlo. No puedo. No puedo. No puedo…».
—Córtale el ala. —La voz de Axel es la primera en abrirse paso en el silencio tenso y tirante que se ha apoderado de la habitación, y me siento miserable. Como la peor de las personas. Como una completa inútil.
—Necesito que me digas qué fue lo que pasó —Ashrail inquiere. Sé que es a mí a quien se dirige, así que alzo el rostro y lo encaro—. Necesito saber exactamente qué fue lo que le hiciste para saber con qué estamos lidiando y qué es lo que debemos hacer.
Sacudo la cabeza en una negativa, pero se lo digo todo. Le hablo acerca de cómo me percaté de la curación de mis heridas, de las conclusiones que saqué y de la teoría que tengo respecto a los Estigmas. También le hablo sobre la forma en la que Axel me llamó por la gravedad de Mikhail y cómo decidí tratar de ayudarle mientras agonizaba.
Para cuando termino de contar la forma en la que me atacó luego de drenarme de energía, el semblante de Ash se ha endurecido por completo.
—¿Entonces no lo atacaste solo porque sí? —Gabrielle inquiere.
—Por supuesto que no. —Sueno más indignada de lo que espero—. Solo trataba de ayudarle.
El Ángel de la Muerte asiente, pero no luce satisfecho con lo que he dicho.
—De acuerdo —dice, al cabo de unos instantes, para después añadir—: Ahora voy a necesitar que salgas de aquí.
—¿Qué? —suelto, incrédula.
—No sabemos cuál fue el motivo por el cual te atacó —explica—. Pudo haberlo hecho porque estaba delirando o porque realmente quería matarte. Aún no lo sabemos. No podemos arriesgarnos a tenerte aquí mientras trabajamos. De hecho —mira a todos en la estancia—, quedarse es peligroso para cualquiera de ustedes.
—¿Por qué? —Daialee suena confundida y asustada.
—En nuestras alas reside gran parte de nuestra fuerza. —Es el turno de Axel para hablar—. Las alas son parte tan fundamental de nuestra anatomía, que toda la energía que poseemos se almacena ahí. Cortarle las alas a una criatura como nosotros, es como abrir un portal de energía. En el caso de los ángeles, la energía es pura… Luminosa. En el caso de nosotros, los demonios, es algo un poco más oscuro. Más… siniestro —explica—. No sabemos qué pueda ocurrir cuando el ala sea cortada, así que, lo más sensato que pueden hacer en este momento, es abandonar la habitación.
Niego con la cabeza, en una clara señal de descontento, pero Rael ya está tirando de mí para ponerme de pie. La debilidad que tengo en las piernas es tanta, que apenas puedo moverme. Apenas puedo mantenerme en pie.
—Voy a acompañarte allá abajo —Rael anuncia, pero tiro de mi brazo lejos de su agarre.
En el proceso doy un ligero traspié y el ángel vuelve a sostenerme envolviéndome un brazo alrededor de la cintura.
—No voy a irme. —Sueno determinante… Y un tanto suplicante.
—No está a discusión. —Rael suena tajante—. Vas a marcharte y se acabó. No compliques más las cosas, Annelise. Es tiempo de que aceptes que todo esto es inevitable.
—¡No!
—exclamo—. No voy a irme. —Mis ojos buscan a Axel, quien me mira con una tristeza que me quiebra en pedazos—. No puedo irme, Axel. —Temo que todo el mundo sea capaz de notar que estoy a punto de echarme a llorar debido a lo mucho que me tiembla la voz—. No confío en ellos… —Hago un gesto de cabeza en dirección al Ángel de la Muerte y a Gabrielle.
El íncubo asiente en acuerdo.
—Yo tampoco confío en ellos, amor. Es por eso que voy a quedarme mientras que tú vas y esperas allá afuera. —La voz de Axel es terciopelo y sé que suena de esa manera porque trata de tranquilizarme. Trata de hacerme entrar en razón.
Sacudo la cabeza en una negativa una vez más, pero Axel ya está señalándome con el dedo índice de forma reprobatoria.
—Ni se te ocurra empezar a quejarte, Marshall —me reprime—. Deja la terquedad por una vez en la vida y ve allá abajo. Necesitas hacer algo por ti. Tienes toda la piel de la cara hecha un asco. Necesitan revisarte.
No es hasta que pronuncia esas palabras, que empiezo a ser consciente del dolor sordo que siento en la mandíbula y las mejillas.
—Pero…
—Debes atenderte, cariño. Lo digo en serio. Tienes sangre en todos lados —me corta de tajo—. Yo me quedaré aquí y me aseguraré de que estos dos no hagan nada estúpido.
—Yo también me quedaré. —La voz de Rael viene a mí y la mirada tranquilizadora que me dedica consigue aliviar un poco el nudo de ansiedad que se ha instalado en mi estómago—. No te preocupes, ¿de acuerdo?
No quiero marcharme. No quiero irme y abandonar a Mikhail con estas criaturas, pero sé que no tengo opción. Sé que el tiempo está agotándose y que, si no hacemos algo pronto, va a morir.
Trago saliva, en un débil intento de deshacer el nudo que tengo en la garganta.
«¡No lo hagas!», grita la voz en mi cabeza. «¡No permitas que le corten el ala!».
Cierro los ojos. No puedo hacer esto. No puedo ser así de egoísta. No puedo condenar a muerte a Mikhail solo porque no soy capaz de aceptar que esta es, de verdad, la única opción.
«Por favor, que todo salga bien. Por favor, por favor…».
—De acuerdo —digo, finalmente, pero sueno derrotada. Desolada.
Daialee y Niara se acercan a mí. No sé para qué lo hacen hasta que envuelven sus brazos alrededor de mí y me liberan de Rael para empezar a andar en dirección a la salida conmigo a cuestas.
Estamos a punto de abandonar la habitación, cuando detengo mis pasos y miro por encima del hombro.
No estoy muy segura de qué estoy haciendo, pero continúo de todos modos. Dejo que la preocupación, el coraje y la impotencia se apoderen de mí y se hagan cargo de todo.
—Si le hacen algo malo —sueno más amenazante que nunca—, juro por Dios que voy a hacérselos pagar.
Gabrielle arquea una ceja en un gesto condescendiente y los débiles hilos de los Estigmas se tensan en respuesta. Están furiosos y deseosos de alimentarse de ella.
El mero pensamiento envía un escalofrío de puro terror a todo mi cuerpo, pero trato de ignorarlo. Trato de no darle demasiada importancia a la manera en la que los hilos me hicieron sentir.
«Sería tan fácil absorberla». Susurra la voz insidiosa y oscura en mi cabeza. «Sería tan fácil hacerle daño...».
Las hebras de poder me acarician las puntas de los dedos. Tentándome. Incitándome.
—Será mejor que nos vayamos —La voz de Daialee susurra en mi dirección y es todo lo que necesito para volver a la realidad. Es todo lo que necesito para darme cuenta del hilo que estaban tomando mis pensamientos.
Cierro los ojos un par de segundos antes de asentir y dedicarle una sonrisa tranquilizadora. Luego, poso la atención en Ash y Gabrielle.
—Lo digo en serio. —Sueno dura y severa ahora.
—Quédate tranquila —Rael interviene—. Nos encargaremos de que solo se dediquen a lo suyo, ¿no es así?
Sus ojos encuentran a Axel y este asiente.
Ten por seguro que no les despegaré los ojos ni un segundo —dice—. Ahora ve allá abajo y cúrate esas heridas. Yo estaré aquí, al pendiente de Mikhail.

Estoy muriendo de la ansiedad. Estoy tan nerviosa, que siento que en cualquier momento va a darme un ataque. Tan ansiosa, que no puedo dejar de mordisquearme las uñas.
He perdido la cuenta de las veces que Daialee me ha quitado las manos de la boca y ha murmurado —con aire distraído— que deje en paz a mis pobres dedos; y también he perdido la cuenta de las veces que he prometido que voy a hacerlo sin tener éxito alguno.
Ha pasado una eternidad desde que las brujas y yo abandonamos el piso superior y dejamos a las criaturas paranormales hacerse cargo de Mikhail. Desde ese momento, el ambiente se ha tornado denso y turbio.
La energía proveniente del lugar donde se encuentran es tan abrumadora, que no logro distinguir dónde termina la de Mikhail y dónde comienza la de los ángeles o, incluso, la de Axel. De hecho, es tan intensa, que ha logrado que Dinorah y Zianya consideren necesario reforzar las protecciones energéticas alrededor de la finca.
Argumentaron que no sabían cuánta atención podría atraer este cambio en el ambiente provocado por lo que sea que están haciendo allá arriba, y por eso decidieron ponerse a trabajar en ellas.
Hace rato que terminaron con eso, pero la mera acción ha hecho que la tensión en el ambiente sea casi insoportable.
Niara, por otro lado, no ha podido levantarse del sillón donde se encuentra. La migraña que todo el caos energético le ha provocado no ha permitido que haga otra cosa más que aovillarse en un sillón y esperar a que todo pase.
Yo, por otro lado, no he podido dejar de pedirle al universo que todo salga bien. No he podido dejar de intentar hacerle saber a Mikhail que estoy con él por medio del enlace que compartimos.
Él, a pesar de la distancia impuesta entre nosotros, no ha dejado de estrujar nuestra unión con un apremio doloroso y asfixiante. Es como si tratase de pedirme algo. Como si estuviese rogando por mi presencia, o estuviese confesando que está más asustado de lo que le gustaría.
He tratado de no pensar demasiado en lo que ocurrió hace unas horas cuando me atacó, pero la piel herida en mi rostro y brazos no ha hecho otra cosa más que recordármelo a cada instante.
Estoy al borde de la histeria. Me siento tan aterrorizada, que bien podrían venir los Siete Príncipes del Infierno a buscarme y no causarían ningún efecto en mí. De hecho, me atrevo a decir que estaría feliz de ir con ellos si eso significase que toda esta tortura va a terminar de una vez por todas.
—¿Hasta cuándo va a durar todo esto? —Niara se queja en voz baja y temblorosa—. No puedo más. Duele demasiado.
Un suspiro es exhalado por los labios de Daialee.
—¿Quieres tomar algo para el dolor? —dice, con la voz ronca por la falta de uso.
—Sabes que no funcionará —Niara responde—. Los analgésicos no funcionan cuando la migraña la provoca una tromba energética.
Entonces, la interacción termina y el silencio se apodera de nosotras una vez más.
El día entero ha pasado de esta manera. Nadie se ha atrevido a decir nada respecto a lo que está ocurriendo en el piso superior, pero la tensión casi puede cortarse con las puntas de los dedos. Los nervios de todas las brujas están tan alterados, que el humor ligero y juguetón que siempre han mantenido a pesar de las dificultades, se ha oscurecido notablemente. Me atrevo a decir que jamás las había visto así de… ¿asustadas?
Cierro los ojos.
La opresión que siento en el pecho es cada vez más intensa. La sensación de desasosiego y miseria que se han hecho parte de mí desde que abandonamos la cabaña, no hace otra cosa más que hundirme en un agujero negro, oscuro y profundo del que no sé si voy a poder salir algún día.
No puedo más. No puedo seguir con esto. Me siento tan culpable. Tan miserable…
El movimiento abrupto y repentino a mi lado, me hace abrir los ojos de golpe. En ese instante, poso la atención en Daialee, quien se ha puesto de pie y mira en dirección a las escaleras al final de la estancia.
Me toma unos instantes registrar lo que sucede, pero, cuando lo hago, mis ojos viajan hasta ese punto también al tiempo que me levanto del sillón en el que me encuentro.
Tengo que tomar una inspiración profunda para ralentizar el ritmo frenético con el que ha comenzado a latirme el corazón. Tengo que detenerme unos instantes para intentar deshacerme del temblor de mis manos y de la inestabilidad de mis rodillas.
Un nudo de ansiedad se instala en mi estómago en el momento en el que mi vista se encuentra de lleno con la imagen de Axel, Rael, Ashrail y Gabrielle descendiendo hasta llegar al piso donde las brujas y yo nos encontramos, y no puedo evitar sentir como si estuviese a punto de desmayarme. Como si estuviese a punto de hacer implosión.
De inmediato, poso los ojos en Axel quien, a pesar de lucir cansado y triste, me regala un asentimiento que se me antoja tranquilizador.
—Está hecho. —Ash es el primero en hablar—. Ahora mismo está descansando. No despertará hasta que su cuerpo haya sanado por completo. Es parte de nuestra naturaleza, así que no se preocupen si pasa los próximos días inconsciente. —Sus ojos encuentran los míos y añade—: Va a ponerse bien. Es fuerte.
La mezcla de alivio, dolor y culpa que se acumula en mi pecho es tan apabullante, que no logro ponerle un orden a mis pensamientos. No logro darle sentido a la maraña inconexa de sentimientos que me embarga.
—Hay que limpiar la sutura y cambiar los vendajes una vez al día —instruye el Ángel de la Muerte—. La inflamación y los hematomas son normales. Si perciben algún cambio en la energía que emana, no duden en llamarme, ¿de acuerdo?
Nadie responde. Nadie parece moverse.
En ese momento, y a falta de interacción por los presentes, los ojos de Ashrail se posan en Gabrielle, quien se ha cruzado de brazos y se ha recargado el peso de su cuerpo contra una de las paredes.
—¿Vienes? —pregunta, en su dirección.
—No —ella responde—. Voy a quedarme a cuidar de él. —Sus ojos se posan en las brujas y en mí de manera fugaz, pero es suficiente para darnos cuenta que trata de hacernos saber que no habrá poder humano que la haga marcharse.
Ash asiente.
—Mantenme al tanto de todo, entonces.
—Lo haré. —Ella le dedica una media sonrisa cansada antes de mirar en nuestra dirección para añadir—: Si necesitan algo, estaré allá arriba. Con permiso.
Acto seguido, y sin decir una palabra más, gira sobre sus talones para desaparecer por las escaleras.

Ha pasado ya una semana desde que el ala de Mikhail fue amputada. Siete días exactamente desde que Rael y Axel bajaron con ella y la incineraron en el patio trasero. Siete malditos días desde la última vez que vi al demonio de los ojos grises.
No he tenido el valor de entrar en la habitación. De hecho, ni siquiera he tenido las bolas suficientes para subir a la segunda planta en lo absoluto. Mis días se han reducido a esta extraña rutina en la que no hago otra cosa más que moverme de forma mecánica, mientras pretendo que todo marcha a la perfección. Mientras hago como que el bienestar de Mikhail no me importa tanto como aparentaba, y que ahora me encuentro más en control de mis emociones.
Desde hace una semana, mi rutina consiste en lo siguiente:
Todas las mañanas, despierto —después de haber pasado la noche intentando dormir en uno de los sillones de la sala—, me ducho, desayuno algo ligero y me voy con Daialee a la universidad. Justificar mis faltas no fue fácil, pero una receta médica falsa y una llamada telefónica de Dinorah bastaron para que los directivos accedieran a dejarme continuar las clases con normalidad.
En mi trabajo de medio tiempo, las cosas no ocurrieron de la forma en la que esperaba. Para mi jefa, mis ausencias injustificadas fueron motivo más que suficiente para que fuera dada de baja de la nómina, así que ahora paso mis tardes enteras matando el tiempo en la biblioteca de Raleigh mientras espero a que Daialee salga del trabajo.
Entonces, luego de haber pasado por la tortuosa sesión de realidad diaria, volvemos a casa solo para ser recibidas por la oscura energía de Mikhail invadiéndolo todo.
Estoy volviéndome loca.
La necesidad que tengo de saber cómo lo está llevando es tan grande, que he tratado una y mil veces de armarme de valor para ir a verlo; pero las ganas que tengo de mirarle se disipan cuando recuerdo la manera en la que me atacó la última vez que estuvimos en la misma habitación, y cuando recuerdo que Gabrielle Arcángel no se le despega ni a sol ni a sombra.
Debo admitir que su presencia aquí me pone los nervios de punta, pero trato de no hacerlo notar demasiado. Trato de hacer como que no me importa y trato, por sobre todas las cosas, de no dejar que las voces insidiosas en mi cabeza —esas que no dejan de susurrarme estupideces acerca de sentimientos— ganen la batalla.
Durante mi estancia en la cabaña comprendí que lo que tenía con Mikhail ha muerto y que no volverá a ser nunca más; pero, a pesar de eso, no puedo dejar de sentirme con el derecho de reclamarlo como mío. No puedo dejar de sentir que Gabrielle trata de aprovecharse de la situación para acercarse a él.
—¿En qué piensas? —La voz de Axel me saca de mis cavilaciones y alzo el rostro para mirarle.
—En nada importante. —Le dedico una sonrisa avergonzada.
—Claro. —Rueda los ojos al cielo—. ¡Por el infierno, Bess! Te conozco a la perfección, ¿acaso crees que soy idiota?
Sacudo la cabeza y mi sonrisa se ensancha.
—Si te digo que no es importante, es porque es así —digo—. Son tonterías y nada más.
El incubo entorna los ojos en mi dirección.
—No te creo —masculla.
—No necesito que lo hagas.
Un bufido indignado se le escapa.
—¿No tienes nada mejor que hacer, Axel? —pregunto, mientras poso la atención en la página del libro que he tomado prestado de la habitación de Daialee.
—No —admite, con tono quejumbroso y aburrido—. Ni siquiera puedo decir que iré a cuidar de Mikhail porque la zorra iluminada se ha adueñado de la habitación en la que duerme. No la soporto.
«Dímelo a mí».
—Solo trata de ayudar —digo, muy a mi pesar—. Está preocupada por él.
—¿Preocupada? —dice Axel antes de soltar otro bufido—. Esa mujer lo único que quiere es asegurarse de sacarte del partido. Es obvio que se ha mantenido dentro de la habitación porque no quiere que tú te acerques a Mikhail.
Niego con la cabeza.
—No digas tonterías. Ella realmente se preocupa por él.
—¡Te digo que no! —exclama—. Esa perra está celosa de ti. De lo que tienes con Mikhail.
—No tengo nada con él —digo, al tiempo que una sonrisa amarga se desliza en mis labios—. Lo que alguna vez tuvimos se terminó hace mucho tiempo.
—Eso no impide que se ponga celosa, Bess. —Axel habla como si estuviese conversando con un niño que no es capaz de entender del todo lo que dices—. Gabrielle sabe que a ustedes los une algo que va más allá del entendimiento de cualquier ser paranormal que exista. El lazo que los une es más complejo que cualquiera que yo haya visto jamás.
—Y de todos modos eso no quiere decir que él y yo tengamos algo o que ella esté celosa de mí —digo—. Gabrielle está aquí porque, así como yo, tuvo una historia con él y de una u otra manera, le importa. Así como nos importa a nosotros dos.
—A veces me pregunto si eres demasiado noble o demasiado estúpida —se queja, al tiempo que se enfurruña en el asiento del sillón en el que se encuentra tumbado.
Hace rato que volví de Raleigh con Daialee y empecé a intentar matar tiempo leyendo un libro que no está superando las expectativas que tenía sobre él.
—Quiero pensar que me gusta encontrarle el lado bueno a las personas —digo, porque es cierto.
—Pues voy a darte una enseñanza de vida Bess Marshal, ¿estás lista? —El íncubo se aclara la garganta y dice—: Todas las personas, incluso las más buenas, tienen su cara oscura. Su lado siniestro. No puedes ir por la vida esperando lo mejor de todos cuando la maldad existe. Cuando la oscuridad puede adueñarse de quien sea en cualquier momento.
—Pero tampoco puedo ir por la vida cuidándome de todo el mundo. No puedo ir por ahí, creyendo que todos los que me rodean tratan de dañarme. —Aparto la vista del libro para encararlo—. No puedo juzgar las intenciones de alguien sin conocerlo primero. —Niego con la cabeza—. Hace cuatro años juraba que los ángeles eran las criaturas que veían por nosotros en todo momento y descubrí que no es así. Descubrí que no son tan buenos como aparentan. —Me encojo de hombros—. Hace cuatro años descubrí que los demonios realmente se preocupan por los suyos, y que son capaces de sacrificarse y de entregarse tanto o más que cualquier otro ser existente en este universo… Nadie, por más oscuro y siniestro que parezca a veces, es malo del todo. Así como nadie, por más dulce y amable que luzca, es bueno al cien por ciento.
Un suspiro escapa de los labios de Axel.
—Genial —masculla—. Ahora no sé si eres demasiado optimista o demasiado ilusa.
Una sonrisa sesgada surca mis labios y sacudo la cabeza en una negativa.
—Eres un idiota —digo, sin dejar de sonreír.
—Gracias.
—Por nada.
Se hace el silencio.
—¿Has subido a verlo? —pregunta, al cabo de un rato.
—No.
—¿Por qué no?
—No tengo el coraje para hacerlo —admito. Trato de sonar desinteresada, pero fracaso terriblemente.
—Sabes que no fue tu culpa —dice, en tono amable.
No respondo de inmediato. Dejo que sus palabras se asienten entre nosotros durante unos segundos.
—No puedes saberlo —pronuncio, finalmente, con la voz entrecortada por las emociones.
—Por supuesto que puedo —Axel susurra en un tono que se me antoja maternal—. Sé que no fue tu culpa.
—Le hice daño.
—Y, de todos modos, sé que no fue tu culpa —dice—. Eres demasiado noble. Te preocupas demasiado por quienes te rodean. Jamás le habrías hecho daño de manera consciente. Todos sabemos que lo hizo esa fuerza endemoniada que llevas dentro. Ese daño lo causó todo ese poder que has acumulado y que trata de protegerte, no tú.
—¿Y cómo voy a decírselo? —La angustia se filtra en mi tono de voz—. ¿Cómo carajo voy a verlo a la cara y voy a decirle que no fui yo quien le hirió tanto que ahora ha perdido un ala? ¿Cómo le explico que fue la energía incontrolable que llevo dentro y no yo? —Niego—. Ni siquiera va a querer escucharme. A decir verdad, ni siquiera sé si quiero que lo haga. —Un nudo ha comenzado a formarse en mi garganta—. No sé si vale la pena, Axel. La criatura que está allá arriba no es Mikhail. No es mi Mikhail… ¿Qué caso tiene entonces?
Un suspiro abandona los labios de Axel, pero no dice nada. No hace otra cosa más que mirarme con infinita tristeza.
—Oh, cariño… —susurra—, no sé qué decirte.
—No necesito que digas nada. —Cierro los ojos unos segundos—. Será mejor que me vaya a dormir —digo, a pesar de que no quiero hacerlo—. Mañana tengo que volver a la escuela y…
—¡Bess! —La voz de Daialee llega a mis oídos desde la lejanía, pero suena tan alterada, que me levanto del sillón como si hubiese sido impulsada por un resorte.
En ese instante, el sonido de unos pasos apresurados y urgentes llena toda la casa y, a los pocos segundos, la figura de mi amiga aparece frente a nosotros. Luce agitada y aturdida.
—¡Mikhail! —dice, casi sin aliento.
—¿Qué pasa con Mikhail? —Es Axel quien la urge a hablar. Él también ya se ha puesto de pie.
—¡Ha despertado!