Stigmata

Stigmata


Capítulo 20

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La casa vibra hasta los cimientos en el instante en el que Daialee termina de hablar. Los muebles se desplazan unos centímetros debido al temblor que sacude la tierra debajo de nuestros pies. El sonido de un cristal quebrándose resuena en algún punto cercano y un grito ahogado proveniente del baño llega a mis oídos.

—Oh, mierda… —Axel pronuncia en un susurro preocupado en el instante en el que un tirón violento en el lazo hace que me doble ligeramente hacia adelante.

El escozor es tan intenso que tengo que apretar los dientes y los puños para evitar que un sonido adolorido se me escape. La energía angelical de Mikhail se agita en respuesta, pero me obligo a contenerla en su lugar.

De pronto, todo termina.

El silencio reina en toda la casa y sé, desde lo más profundo de mi ser, que eso no está bien. La sensación viciosa y enfermiza que me provoca esta repentina tranquilidad es tan opresiva, que mi corazón acelera su ritmo de un instante a otro.

Una oleada de energía oscura y densa comienza a descender desde el piso superior hasta donde nos encontramos, y es tan espesa que se siente como si un manto estuviese cubriéndonos.

Todos los vellos de mi cuerpo se erizan cuando el poder de los Estigmas y la parte angelical que llevo dentro se remueven con incomodidad.

Un tirón brusco y violento estruja la cuerda invisible que me une a Mikhail. Esta vez, me doblo por mitad porque es tan intenso y demandante que me lastima.

«Oh, joder…».

Un estallido estridente hace que, tanto Daialee como yo, nos encojamos. Todo mi cuerpo se estremece al instante y la energía que lo ha recubierto todo empieza a agitarse con violencia.

Las vibraciones vuelven y esta vez no se detienen. El pánico se detona en mi sistema en ese instante y, sin pensarlo demasiado, me precipito en dirección a las escaleras de la casa a toda velocidad.

La parte activa del cerebro me dice que debo salir de aquí ahora mismo. Todos los sentidos me gritan y me exigen que ponga cuanta distancia sea posible entre Mikhail y yo, pero no puedo dejar de avanzar hacia el piso superior.

Sé que es una locura. Sé que no debería de estar haciendo esto y que lo único que voy a conseguir es que trate de matarme una vez más, pero el latir desbocado de mi corazón y las ganas que tengo de asegurarme de que de verdad ha despertado, no me permiten detenerme. No me permiten volver sobre mis pasos.

Voy a medio camino en las escaleras, cuando la figura de Dinorah aparece en mi campo de visión. Sin perder ni un segundo, la bruja comienza a bajar las escaleras a paso rápido y decidido. El gesto aterrorizado que tiñe su expresión es tan atípico en ella, que me saca de balance y hace que me detenga en seco.

Sus manos se aferran a mis hombros en el instante en el que nuestros cuerpos casi colisionan y me empuja con fuerza en dirección contraria al piso superior.

Otro estruendo lo invade todo y los vidrios de la planta alta estallan. Un grito ahogado brota de mis labios casi por voluntad propia y me encojo sobre mí misma mientras escucho a Axel gritar algo que no logro entender.

En ese momento, soy empujada una vez más y, esta vez, obligo a mis pies a moverse en dirección a donde Dinorah indica.

Una protesta me abandona cuando alguien envuelve los dedos en mi muñeca y tira de mí hasta que estoy fuera de la casa.

El aturdimiento que me invade es tanto, que tengo que tomarme unos instantes para echarle un vistazo al jardín principal, donde ya se encuentran todas las brujas y Axel.

La mirada de todos está fija en la casa que cruje y gime ante el poder de Mikhail. El gesto horrorizado que puedo ver en sus rostros me encoge el pecho y me hace querer parar el tiempo para evitar que vean cómo la vida que han tratado de construir aquí comienza a desmoronarse por mi culpa.

Clavo la vista en la construcción vieja en la que vivimos y el corazón me da una voltereta intensa cuando el cuerpo de Rael sale despedido desde una de las ventanas. Sus alas —impresionantes y preciosas— se despliegan abiertas y grandes cuando eso ocurre.

Instantes después, es Gabrielle quien abandona la casa por una de las ventanas. Ella, por supuesto, luce más compuesta y controlada que Rael; sin embargo, hay algo en su postura que me pone los nervios de punta.

«No, no, no. Por favor, no».

Un gruñido estridente y amenazador reverbera en todos lados. El lazo que me une al demonio enfurecido que se encuentra dentro de la casa, se retuerce una vez más. Sé que está furioso.

«Está aterrorizado».

—¡¿Qué carajo están esperando para contenerlo?! —grita Zianya en dirección a Rael y Gabrielle, quienes baten sus alas en el aire a pocos metros de distancia de la casa.

Ambos ángeles miran de reojo en nuestra dirección y la severidad en sus rostros no hace más que acrecentar el miedo que ha comenzado a invadirme.

La energía oscura se expande otro poco y, esta vez, puedo sentir como lame las protecciones creadas por las brujas alrededor de la finca.

«No, Mikhail. Por favor, no».

Un escalofrío de puro horror me recorre entera cuando la magia de las brujas más poderosas de la casa comienza a tambalearse ante la voluntad de Mikhail. Así pues, sin pensarlo demasiado, me apodero de la unión que tengo con él y la estrujo.

Un parpadeo de vacilación hace que la densidad en el ambiente se aligere durante unos instantes, antes de recobrar fuerza una vez más.

Un bramido ininteligible proveniente del interior de la casa llega hasta nosotros y, alerta, aguzo el oído para tratar de comprender algo de lo que dice. No lo consigo.

—¡Mikhail, era la única forma! —La voz de Gabrielle Arcángel llega a mí a pesar de la distancia. Suena angustiada. Desesperada.

Un gruñido incomprensible proveniente del interior de la casa es la única respuesta para Gabrielle y los vellos de mi nuca se erizan al instante.

—¡Ibas a morir, imbécil! —Rael escupe de regreso y, esta vez, la energía que estalla emana una onda expansiva tan grande, que se siente como si pudiese desplazarme del lugar donde me encuentro.

—¡Por el amor de Dios, Miguel! —Gabrielle suplica—. ¡Detente! ¡Detente y déjame explicarte!

Un látigo de energía oscura golpea a Gabrielle Arcángel con tanta fuerza, que un gemido adolorido se le escapa.

—¡Gabrielle! —grito, horrorizada al ver cómo la chica comienza a caer antes de retomar un vuelo tambaleante.

El sonido de mi voz hace que la densidad en el ambiente se aligere un poco y no sé cómo demonios sentirme al respecto. Tampoco sé qué es lo que eso significa.

Una sensación extraña me invade el pecho y me toma unos instantes registrar que es el lazo el que ha empezado a sentirse diferente. Un destello de pánico me recorre de pies a cabeza en un abrir y cerrar de ojos, pero se disipa por completo cuando me doy cuenta de que la sensación no es desagradable. De hecho, es bastante dulce. Casi se siente como una caricia.

Rael se abalanza en dirección a la casa y sé que su intención es atacar a Mikhail. En ese momento, y sin pensarlo demasiado, permito que los hilos de los Estigmas se liberen fuera de mí y se enrosquen en el cuerpo del ángel.

Ni siquiera me molesto en pensar en el daño que puedo causarle. Toda mi concentración está puesta en la imperiosa necesidad que tengo que apartarlo de Mikhail.

Rael suelta un gemido adolorido y el sonido me saca del estupor momentáneo. Es hasta ese momento, que me percato de que los Estigmas han comenzado a alimentarse de él. Es hasta ese momento, que me percato de la energía luminosa que empieza a invadirme.

El horror se filtra en mi interior y obligo a las hebras a detenerse. Entonces, el ángel cae en picada hacia el suelo.

Gabrielle vuela a toda velocidad hacia él y lo sostiene justo antes de que golpee el rostro contra el suelo, pero eso no impide que pierda estabilidad y tenga que aterrizar en el pasto del jardín de manera aparatosa.

—¡¿Qué carajos te sucede?! —chilla en mi dirección, una vez que se cerciora de que el ángel se encuentra bien.

En respuesta a su grito enfurecido, la energía oscura de Mikhail hace vibrar el suelo debajo de nuestros pies.

—¡¿Quieren detenerse todos?! —Daialee grita—, ¡Dios! ¡Actúan como jodidos neandertales!

Un rugido proveniente del interior de la casa me pone la piel de gallina, pero trato de tirar del lazo que me une a Mikhail de una manera suave, justo como él lo hizo hace unos instantes.

En respuesta, otra caricia suave en el lazo que me une a Mikhail hace que todo mi cuerpo se estremezca.

«¿Qué demonios?».

La mirada de Rael está clavada en mí y su expresión es severa y dura. Sé que está enojado por la forma en la que lo detuve, pero ahora mismo no siento remordimiento de conciencia alguno. Él iba a atacarlo. No podía permitir que lo hiciera.

—¿Qué se supone que vamos a hacer ahora? —La voz de Niara se abre paso en el silencio tenso que se ha apoderado del ambiente.

Suena, ansiosa y preocupada, pero ni siquiera eso consigue que las miradas furiosas de los ángeles se aparten de mí.

—No podemos volver ahí dentro —Zianya habla, tajante—. El demonio está demasiado enojado. Es muy arriesgado.

—¿Qué fue lo que pasó? —Axel exige en dirección a Gabrielle—. ¿Qué fue lo que le dijiste?

Los ojos de la arcángel se clavan en él. La tristeza en su gesto provoca en mí una empatía que me hace querer estrellar la cara contra el concreto. Por mucho que Gabrielle me desagrade, no puedo dejar de comprender cómo se siente.

—Solo le dije la verdad. —Sacude la cabeza en una negativa—. Estaba alterado. Quería atacarme. Creyó que el Ejército del Creador lo tenía prisionero y tuve que decirle dónde se encontraba y porqué estaba aquí —explica—. Cuando le dije que estaba a punto de morir y que quitarle un ala era lo único que podíamos hacer por él, enloqueció. —Su voz se quiebra ligeramente.

—¿Te atacó? —Axel inquiere y, por primera vez desde que la conozco, noto cómo Gabrielle se encoge sobre sí misma y desvía la mirada.

La angustia es palpable en su gesto, pero no es hasta que alza la vista para encararnos, que me percato de las lágrimas que nublan su mirada. Mi corazón se rompe otro poco en ese instante.

—Primero intentó desplegar sus alas —dice, con un hilo de voz—, y cuando se dio cuenta de que todo era cierto, se abalanzó sobre mí.

Cierro los ojos porque no soporto la idea de imaginar cómo debe sentirse Mikhail. Porque no tolero la idea de él dándose cuenta de que todo lo que Gabrielle dijo es cierto.

—Tenemos que contactar a Ashrail. —Rael habla cuando nota que Gabrielle no puede terminar—. Él es el único que podrá hacerlo entrar en razón.

—¿Estás seguro de ello? —Dinorah interviene—. Dudo mucho que Ashrail haga una diferencia ahora mismo. Miguel Arcángel está descontrolado y la presencia del Ángel de la Muerte no hará más que alterarlo.

Rael la mira con severidad.

—El Ángel de la Muerte es, por naturaleza, un ser imparcial. Su naturaleza mitad angelical y mitad demoníaca lo convierte en terrenos neutrales —explica—. Él no gana nada y tampoco pierde nada si alguno de los dos bandos toma la ventaja; es por eso que estoy seguro de que Mikhail va a escucharlo. Él y Ashrail siempre han tenido una buena relación. Es muy probable que pueda calmarlo.

Gabrielle niega.

—Está demasiado alterado —dice—. Ahora mismo no creo que nadie pueda hacer que se relaje.

—Pero no tenemos otra alternativa —Axel dice—. Es eso o esperar aquí sentados a que lo destruya todo.

Rael asiente, pero aún no luce con las fuerzas suficientes para ponerse de pie. Un destello de remordimiento me golpea cuando me percato de eso.

—Iré a buscarlo.

Una de las cejas pobladas de Axel se arquea.

—No me lo tomes a mal, foco navideño —dice—, pero creo que estorbas menos si te quedas ahí tirado. Iré yo. Solo dime dónde puedo encontrarlo.

—¿Estás llamándome inútil?

Axel rueda los ojos al cielo.

—Estoy diciendo que ni siquiera puedes ponerte de pie y que, lo mejor que puedes hacer ahora, es quedarte aquí hasta que te recuperes. —Suena irritado—. ¡Qué delicado! ¿Es que acaso todos los de tu especie son así de rígidos?

—Yo iré a buscar a Ash —Gabrielle dice antes de que Rael pueda, siquiera, pensar en una contestación para Axel—. No se muevan de aquí.

—Tampoco es como si pudiésemos hacerlo —masculla Daialee y la arcángel le dedica una mirada cargada de irritación.

—¿Te he dicho que te amo? —Axel dice, en dirección a mi amiga, al tiempo que una sonrisa radiante se apodera de sus labios.

Rael alza las cejas en un gesto incrédulo, pero casi me atrevo a apostar que está a punto de sonreír también.

Zianya le dedica una mirada cargada de advertencia a Daialee, pero esta ni siquiera se inmuta cuando eso ocurre. Al contrario, alza el mentón en un gesto retador.

—Ahora vuelvo —Gabrielle masculla, al cabo de unos instantes de silencio, pero no ha dejado de mirar a Daialee y a Axel como si quisiera estrangularlos.

—Sé cuidadosa —Rael responde, recomponiéndose.

La chica de aspecto andrógino asiente.

—No vayas a hacer algo estúpido con Mikhail —advierte en dirección al ángel—. No caigas en su juego si trata de provocarte. Está demasiado alterado. No lo olvides.

—No lo haré —Rael asiente.

Gabrielle no luce muy convencida con la respuesta del ángel, así que le dedica una última mirada. Entonces, extiende sus impresionantes alas y emprende el vuelo hasta desaparecer entre unos cuantos nubarrones.

—Está bastante afectado. —Ash se cruza de brazos mientras habla, y todos en la abarrotada sala de la casa nos removemos con incomodidad.

Algo dentro de mí se rompe otro poco cuando Ashrail suelta un suspiro triste y tembloroso. A mi lado, Daialee estira una mano para alcanzar la mía y la aprieta con fuerza. El gesto me reconforta un poco.

—Tienen que darle tiempo para que lo asimile —el Ángel de la Muerte continúa—. Ha accedido a quedarse aquí y descansar hasta que se haya recuperado por completo, pero no esperen que realmente vaya a establecerse durante mucho tiempo. En la primera oportunidad que tenga de irse, lo hará. Él mismo lo ha dicho.

Trago duro.

—¿Qué hay de nosotras? —Zianya suena aterrorizada—. ¿Estaremos seguras quedándonos a su alrededor?

Ash mira en su dirección.

—No puedo asegurarles nada —dice, con aire severo—, pero sí puedo garantizarles que, ahora mismo, no tiene intención alguna de hacerles daño.

—Ese no es un gran consuelo. —Niara apunta.

—¿Qué hay del pacto de sangre que hizo con mi abuela? —Daialee interviene—. ¿Eso no nos protege de algún modo?

—Sí lo hace —Ash asiente—, pero ahora está atravesando por un estado de inestabilidad emocional y energética bastante intenso. Nada nos garantiza que no vaya a sufrir alguna clase de descontrol. —Me mira de reojo—. El único consuelo que tengo es que ella será capaz de contenerlo si algo llegase a complicarse.

Toda la sangre se me agolpa en los pies.

—Yo no puedo…

—Sí, sí puedes. —Ash me interrumpe y me regala una sonrisa cansada y triste—. Sé que no quieres hacerlo, pero, en situaciones como estas lo mejor es prepararse para todo. Incluso para eso que no quieres hacer.

Aprieto la mandíbula y los puños, pero no digo nada. Me limito a observar como Ashrail mira en dirección a Gabrielle, quien no ha despegado los ojos de las escaleras que dan al piso superior. Luce como si quisiera salir corriendo para encontrarse con Mikhail. Luce como si no soportase la idea de estar lejos de él.

Me siento enferma por eso. Sé que no tengo derecho alguno de sentirme de esta manera, pero no puedo evitarlo.

—Hay más… —Ash dice, al tiempo que clava su vista en la arcángel para decir—: ¿Gabrielle?

La mirada distraída que ella le dedica me saca de balance. Gabrielle no luce como una chica capaz de perderse de ese modo en sus pensamientos; al contrario, siempre luce como si estuviese lista para la batalla.

—¿Sí?

—No puedes quedarte en este lugar.

—¿Qué?

—Mikhail no quiere estar a tu alrededor —Ash explica—. Está convencido de que todo esto fue algo orquestado por ti y los tuyos para sacarlo de la jugada. Para eliminar a un enemigo importante.

—¡Eso es una estupidez! —la arcángel objeta—. ¡Yo jamás le habría hecho algo así si no hubiese sido necesario! ¡Iba a morir!

Las manos de Ash se alzan, como si estuviese siendo amenazado por una pistola.

—Y, de todos modos, no te quiere cerca. De hecho, tampoco quiere que Rael esté merodeando por aquí mientras está convaleciente.

—¡Esto es absurdo! —Gabrielle espeta—. ¡¿Cómo carajo quiere que me aleje de él cuando...?! —Enmudece por completo y todos en la habitación la miramos con expectación.

Ella sacude la cabeza en una negativa frenética. Está claro que, lo que sea que iba a salir de su boca, es algo lo suficientemente personal como para querer guardárselo para sí misma.

—No —suelta, tajante—. No voy a irme. Me niego rotundamente.

—No tienes alternativa —Ash replica, al tiempo que mira a Rael, quien se encuentra cruzado de brazos al fondo de la estancia—. Lo mismo digo para ti.

—No voy a dejar sola a Annelise solo porque Miguel ha decidido ser un imbécil infantil. —La tranquilidad con la que habla provoca una frustración extraña—. Lo más que puedo hacer, es permanecer lejos de la planta superior. No más.

El Ángel de la Muerte niega.

—Me temo que no es posible.

—¡Esto es ridículo! —Gabrielle bufa—. ¡No tiene derecho alguno de echarnos! ¡No fuimos nosotros quienes le destrozamos el ala!

El dolor que me escuece de pies a cabeza por sus palabras es abrasador. La culpa, el remordimiento y la frustración me estrujan las entrañas con tanta violencia que no puedo pensar con claridad. Ni siquiera soy capaz de formular una oración para defenderme.

—Es cierto—Dinorah interviene, al tiempo que asiente en acuerdo a lo que ha dicho la arcángel—, él no tiene derecho de echarlos —se cruza de brazos y un gesto cruel se dibuja en su rostro—, pero nosotras sí.

—¿Qué? —Zianya suelta, en un siseo horrorizado.

La expresión de Gabrielle se enciende con ira e indignación.

—Ni siquiera él puede quedarse —Dinorah prosigue, haciendo un gesto de cabeza en dirección a Rael—. Es un peligro para nosotras que ustedes se queden alrededor. Es obvio que Miguel Arcángel se siente amenazado por su presencia en este lugar, y nosotras no queremos que una situación como la de hace un rato se repita.

—¿Tienes una idea de lo idiota que suenas? —Rael sacude la cabeza con incredulidad—. Sin nuestra protección, ¿cómo pretenden sobrevivir a la ira de un demonio de su categoría?

—No me lo tomes a mal, Rael —Daialee interviene—, pero la única que ha hecho algo de utilidad cuando Mikhail se comporta como un demonio destructivo es Bess.

La mirada furibunda que el ángel le dedica a mi amiga es tan abrumadora, que hace que me remueva de la incomodidad.

—No puedo creerlo. —Él sacude la cabeza en un gesto incrédulo antes de mirarme a los ojos para preguntar—: ¿Vas a permitir que hagan esto?

El silencio es la única respuesta que puedo darle. Es la única manera que tengo para decirle que yo también creo que lo mejor que pueden hacer es… marcharse.

El gesto de Rael se transforma por completo. La decepción y la tristeza son claras en su expresión y me siento culpable; como una completa traidora.

Rael, sin decir una sola palabra, se pone de pie del lugar donde se encuentra y se encamina hacia la salida de la estancia. Yo lo sigo a pocos pasos. No sé muy bien qué es lo que pretendo conseguir al seguirlo o qué es lo que quiero decirle, pero no me detengo.

—Rael...

No me mira.

—Rael, espera.

Sale al jardín y despliega sus alas.

—¡Rael!

… Pero no se detiene. Ni siquiera me mira cuando emprende el vuelo.

No sé cuánto tiempo me quedo aquí, parada a la mitad del jardín. No sé cuánto tiempo paso aquí, intentando ordenar la maraña de sentimientos que me provoca la reacción de Rael.

No sé qué pensar. No sé cómo reaccionar, pero tampoco puedo moverme. No puedo hacer nada más que mirar el punto en el que desapareció de mi vista, y preguntarme una y otra vez si estar de acuerdo con las brujas ha sido lo correcto.

Un millar de sensaciones colisiona en mi interior cuando, al cabo de unos minutos, Gabrielle Arcángel sale al jardín seguida de Ash. Alivio, triunfo, remordimiento, culpabilidad… Todo se mezcla en mi pecho hasta que crea una masa extraña que no hace más que sumarse a toda la culpa que sentí con la partida de Rael.

Estoy tan agobiada. Me siento tan abrumada, que lo único que deseo es aovillarme en el suelo y esperar a que toda esta locura termine.

«Ya no puedo más».

—¿Cómo podemos contactarte si las cosas se ponen oscuras por aquí? —La voz de Axel me saca de mis cavilaciones. En ese instante, mi atención se vuelca hacia él, quien, a su vez, mira a Ashrail.

No me pasa desapercibida la forma en la que el Ángel de la Muerte sostiene el brazo de Gabrielle. No es un secreto para nadie que está llevándosela a la fuerza.

—Cerca de aquellas montañas —hace un gesto en dirección a los montes que rodean Bailey—, hay un punto energético que no ha sido corrompido por el poder de Amon. Búscalo y, una vez que estés ahí, llámame. acudiré de inmediato.

Axel asiente, al tiempo que se cruza de brazos. La preocupación es palpable en su rostro.

—¿De verdad Mikhail no tiene intenciones de lastimar a nadie aquí? —pregunta Daialee y me tenso en respuesta.

Ash le regala una mirada tranquilizadora.

—Confía en el poder que tienes en casa. —Me dedica un gesto fugaz y sé, inmediatamente, que es de mí de quien habla—. Nadie va a hacerles daño teniéndolo de su lado, eso te lo aseguro.

Mi amiga no luce muy conforme con la respuesta, pero no dice nada más. Se limita a abrazase a sí misma y a asentir pese a la inquietud que sé que aún la embarga.

—No duden en llamarme si algo se sale de control, ¿de acuerdo? —dice Ash, por última vez, para luego desplegar sus alas.

Gabrielle, a regañadientes, hace lo mismo.

—Dalo por sentado —Axel asegura, al tiempo que da un paso hacia atrás para darles espacio.

Ash no dice nada más. Solo nos dedica un gesto a manera de despedida antes de emprender el vuelo. Acto seguido, Gabrielle, pese a que se nota a leguas que no quiere, hace lo mismo y así, sin más, ambos desaparecen de nuestro campo de visión.

Nadie —absolutamente nadie— se ha atrevido a subir a la planta alta desde que Mikhail despertó.

Hace ya un montón de horas que el demonio de los ojos grises recobró el conocimiento y, a pesar de que ni siquiera ha dado muchas señales de vida, nadie se atreve a invadir el espacio que, implícitamente, ha marcado como suyo.

La energía oscura que se ha apoderado del piso superior es tan densa, que nadie se atreve a subir. Todas las brujas dicen que se siente como si Mikhail estuviese advirtiéndoles que ese es su territorio, y que cualquiera que trate de invadirlo va a pagarlo caro.

Yo no sé cómo sentirme al respecto. Una parte de mí desea subir y hacerle saber que este no es su territorio y otra, esa que está cansada de pelear contra él, solo quiere que se recupere por completo para que se marche.

—Esto no va a funcionar. —La voz de Daialee me trae de vuelta a la realidad y despego la mirada del libro que sostengo entre los dedos, solo para ver cómo las brujas tratan de acomodarse en el suelo de la pequeña sala.

—¿Qué sugieres? —Niara se aparta el cabello lejos del rostro.

—Que dejemos la estupidez y vayamos a dormir a nuestras habitaciones. —Daia se cruza de brazos. Luce irritada.

Niara niega con la cabeza.

—De ninguna manera voy a subir allí —dice—. ¿Es que acaso no lo sientes? —Su voz suena más aguda de lo normal—. ¡El tipo ha orinado, energéticamente hablando, todo el piso superior!

—¿Y vamos a permitirle que se apodere de nuestra casa? —Daialee eleva el tono de su voz—. ¡No podemos permitirle que lo haga! ¡Es un invitado aquí! ¡No puede solo… echarnos!

—No tiene caso alguno que discutan por eso —Zianya interviene, al tiempo que les dedica una mirada severa—. No vamos a arriesgarnos a enfadarlo. Nos quedamos aquí y se acabó.

—Esto es increíble… —Daialee masculla, al tiempo que hace un mohín—. No puedo creer que esté sometiéndonos de esta manera. —Mira hacia el techo, con gesto furibundo y, al instante, la casa comienza a vibrar de nuevo.

Esta vez, el temblor es más suave y corto que el de hace unas horas, y se siente como una advertencia. Como si Mikhail estuviese tratando de decir que ha escuchado todo lo que Daialee ha dicho y que no le ha agradado demasiado.

En ese momento, la incredulidad —aunada al destello de coraje que me invade— me hace ponerme de pie de golpe.

La vista de las brujas se vuelca en mi dirección en ese instante, pero ni siquiera eso me detiene, y avanzo a paso decidido y rápido hasta las escaleras de la casa.

—¡Bess! —Es Zianya quien grita mi nombre, pero ni siquiera la miro.

Ahora mismo, estoy dejando que la frustración y la valentía momentánea guíen mis pasos hasta el piso superior.

Me toma apenas unos segundos subir a la planta alta y, una vez que me encuentro ahí, dejo que los Estigmas hagan de lo suyo y empujen lejos la bruma oscura que Mikhail ha impuesto.

La energía angelical que llevo dentro se remueve con anticipación y se pone en guardia cuando, sin saber muy bien qué es lo que pretendo, recorro el pasillo y abro la puerta de mi recámara.

La imagen que me recibe me paraliza en el umbral. El corazón me da un vuelco furioso y, justo en ese instante, la realidad me golpea.

Mikhail está despierto.

Mikhail —el demonio al que me he rehusado a ver durante la última semana y que estuvo a punto de morir por mi culpa— está ahí, recostado sobre la cama, con los impresionantes ojos blanquecinos clavados en mí, y aspecto de no haber dormido en días a pesar de la cantidad de tiempo que pasó inconsciente.

Luce aturdido; como si realmente no esperase verme en este lugar. De pronto, quiero preguntar si recuerda qué fue lo que pasó aquella noche que intenté escapar de la cabaña. Quiero preguntar si es capaz de recordar que fui yo quien le herí hasta destrozarle un ala, pero no lo hago.

Un nudo comienza a formarse en mi garganta en ese instante y tengo que tragar duro varias veces para deshacerlo. También tengo que parpadear unas cuantas veces más para que no sea capaz de notar la ridícula cantidad de lágrimas que amenaza con acumularse en mi mirada.

Sus ojos barren la extensión de mi cuerpo y todo dentro de mí se revuelve con violencia.

Un destello de algo irreconocible se enciende en sus impresionantes ojos grisáceos y me falta el aliento. Me falta hasta el equilibrio.

Mikhail no dice nada. Solo me mira con gesto cauteloso y expectante. Yo tampoco me atrevo a pronunciar nada. Mucho menos me atrevo a hacer otra cosa más que mirarlo a detalle porque necesito absorber la imagen de su rostro. Necesito guardar en mi memoria este preciso momento.

—Estás viva. —El sonido ronco de su voz me hace querer gritar. Me hace querer echarme a llorar.

—Tú también. —Sueno temblorosa, tímida e inestable.

—Creí que morirías.

—Puedo decir lo mismo de ti. —Una sonrisa nerviosa tira de mis labios. Ni siquiera sé por qué estoy sonriendo.

Traga duro y yo también lo hago.

—Bess, yo…

—Las brujas quieren dormir —le interrumpo, porque no estoy preparada para seguir escuchándolo hablar. Porque no estoy preparada para asimilar el hecho de que no ha intentado atacarme en lo absoluto—. Deja de ser un dolor en el culo y déjalas subir. Están aterrorizadas.

—No las quiero aquí arriba —dice, tajante, pero no hay hostilidad en su tono.

—Estás en su casa. —Sueno más dura de lo que pretendo—. No puedes adueñarte de ella, así como así.

Los puños de Mikhail —los cuales descansan sobre su regazo— se aprietan.

—No confío en ellas.

—Ellas tampoco confían en ti.

—No las quiero cerca de mí. —El demonio sacude la cabeza en una negativa apremiante.

—Ellas tampoco te quieren cerca, créeme. —Le regalo una sonrisa cargada de ironía—. Pero no por esa razón están echándote. —En ese momento, me aferro al poco vestigio de valor que me queda en el cuerpo para añadir—: Muestra un poco de gratitud y déjalas, aunque sea, dormir tranquilas.

—Estás pidiéndole gratitud a un demonio.

—Incluso los de tu especie son capaces de ser agradecidos —digo, porque es cierto. Porque Axel es el claro ejemplo de que los demonios no son seres incapaces de sentir—. No te comportes como un idiota y deja de aterrorizarlas.

No me atrevo a apostar, pero creo haber visto un atisbo de sonrisa en las comisuras de sus labios.

El silencio se apodera de nosotros y trato de no pensar en la expresión serena que tiene en el rostro y en el gesto relajado que tiñe sus facciones. Trato de no pensar en la falta de ira en su mirada y en la falta de tensión en sus hombros.

—Solo esta noche —dice, finalmente, al cabo de un largo momento. La confusión se arraiga en mi sistema y él debe notarlo, ya que lo aclara diciendo—: Mostraré mi gratitud solo esta noche. Dejaré de… aterrorizarlas.

—¿Pueden dormir aquí arriba?

Asiente.

—Gracias —digo y, sin perder ni un segundo, me giro sobre los talones para abandonar la estancia.

Estoy ansiosa por salir de aquí. Por sacudirme las ilusiones fuera del cuerpo porque sé que no puedo fiarme de él. Porque me ha roto el corazón tantas veces, que no soportaría que lo hiciera una vez más.

—Me alegra saber que estás bien. —El sonido de la voz de Mikhail hace que me detenga en seco justo cuando estoy a punto de poner un pie fuera de la habitación.

Un estremecimiento me recorre de pies a cabeza. Cierro los ojos unos segundos y tengo que tomar un par de inspiraciones profundas para aligerar el latir desbocado del pulso detrás de mis orejas.

Lo miro por encima del hombro.

Sé que puede leer mi rostro. Sé que puede percibir cuán afectada me siento, pero no dice nada. No hace nada más que mirarme a los ojos.

«¿No estás furioso conmigo? ¿No quieres matarme? ¿No quieres arrancarme una extremidad en venganza a lo que provoqué?», quiero preguntar, pero no tengo el valor de hacerlo.

En su lugar, esbozo una sonrisa temblorosa y dolorosa.

—A mí también me alegra saber que estás bien —digo y, antes de que pueda decir cualquier cosa que sea capaz de despertar algo en mí, salgo de la habitación a toda velocidad.

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