Stigmata

Stigmata


Capítulo 22

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Las rodillas se me doblan, mi corazón se detiene para reanudar su marcha a una velocidad antinatural, los oídos me pitan y la respiración se me atasca en la garganta en el instante en el que las palabras escapan de sus labios.

«Esto no está pasando. Esto no está pasando. Esto no está pasando…».

No me muevo. No respiro. Ni siquiera estoy segura de estar consciente ahora mismo. Todo se siente tan extraño. Tan… irreal.

—¿Me recuerdas? —Mi voz es apenas un susurro audible. Un suspiro pronunciado sin aliento.

Mikhail asiente y trago duro.

Sus ojos —bañados en tonalidades blancuzcas, grisáceas y doradas— están fijos en los míos y sé, por el brillo aterrado que tienen, que no trata de tenderme una trampa. Al menos, eso quiero creer. Eso es lo que trato de creer.

—No recuerdo demasiado —dice, en tono ronco y profundo, y todas las esperanzas que había intentado tirar por la borda desde hace tanto tiempo, toman fuerza—. En realidad, no recuerdo casi nada. Solo… imágenes inconexas. Flashes. Instantes de tu rostro. —Su mirada me recorre la cara a detalle, como si tratase de cerciorarse de que soy realmente la misma que la imagen en su cabeza. Como si tratase de recordar algo más. No me pasa desapercibido el hecho de que, durante su escrutinio, sus ojos se detienen más de lo debido en mis labios entreabiertos—. De tus manos. —Sus dedos, tímidos, torpes y temblorosos, se deslizan hacia arriba para llegar a mis palmas y trazan una caricia suave en ellas, como si tratase de recordar su tacto. Como si eso hiciese más real lo que sea que ha recordado—. De mí, sosteniéndote. —El sonido ronco de su voz se quiebra un poco, como si el nerviosismo, la ansiedad, o lo que sea que está sintiendo ahora mismo estuviesen causando estragos en él—. De mí, besándote…

Lágrimas nuevas se acumulan en mis ojos y trato de contener las ganas que tengo de ponerme a gritar.

—¿Cómo? —digo, al tiempo que niego con la cabeza.

Lo que realmente quiero preguntar es: «¿Cómo es eso posible?», pero las palabras no son capaces de llegar a mi lengua. Son solo una maraña de pensamientos aterradores y maravillosos al mismo tiempo. Una marejada de sentimientos atascados en mi garganta.

—No lo sé… —susurra de vuelta y noto cómo un músculo salta en su mandíbula cuando cierra la boca para lamerse los labios. El gesto me parece tan humano. Tan simple, que le da una sensación de realidad a todo—. No lo sé, Bess. Lo único que sé, es que cierro los ojos y te veo. —Sus manos me abandonan lentamente y todo mi cuerpo protesta cuando lo hacen; no obstante, en el instante en el que sus dedos acarician las hebras sueltas de cabello que me enmarcan la cara, el corazón vuelve a rugirme con furia contra las costillas—. Tu cabello es diferente… —musita, mientras contempla los mechones cortos.

Lo es. Es diferente a hace cuatro años.

—Tus ojos son diferentes… —Se acerca otro poco y, esta vez, soy capaz de sentir el escrutinio de su mirada sobre la mía—, pero sé que eres tú.

«No puedes confiar en él con tanta facilidad. No puedes creerle. No después de todo lo que ha pasado», me reprime el subconsciente y sé que tiene razón.

No debería estar aquí, tan cerca, sintiéndome tan confiada; deshaciéndome ante la intensidad con la que me mira. No cuando hace no mucho tiempo trató de asesinarme. No puedo olvidar que ha venido desde el Inframundo a darme caza.

Mis ojos se cierran cuando una de sus manos me ahueca un lado del rostro. El tacto es tan suave, cálido y delicado, que todo dentro de mí se ablanda y se deshace otro poco.

—¿Quién eres? —musita para sí mismo y el nudo que siento en el estómago se aprieta.

—Mikhail… —susurro, con un hilo de voz.

Su pulgar traza una caricia suave sobre mi piel y todo dentro de mí se tensa en respuesta.

«¡No!», grito para mis adentros. «¡No puedes confiar en él tan fácilmente, Bess! ¡Mikhail te quiere muerta, maldita sea!».

Doy un paso hacia atrás.

La mano que descansaba sobre mi mejilla cae y la falta de tacto hace que me sienta un poco más en control de mí misma. Un poco más liberada del efecto abrumador que ejerce sobre mí.

En ese momento, me obligo a abrir los ojos para encarar la figura vulnerable del demonio de los ojos grises.

—¿Cómo sé que no estás mintiendo ahora mismo? —Mi voz es un susurro tembloroso y grave, pero de todos modos sueno determinada—. ¿Cómo sé que esto no es una trampa y que no tratas de hacerme confiar en ti para apuñalarme por la espalda?

El gesto acongojado que esboza es tan doloroso, que se siente como si pudiese echarme a correr a sus brazos. Como si pudiera mandar a la mierda la inseguridad que me carcome para fundirme en él.

—¿Qué necesitas para confiar en mí? —Su voz se quiebra ligeramente cuando habla—. ¿Qué tengo que hacer para que me creas?

Sacudo la cabeza en una negativa frenética.

—¿Esto es en serio? —digo, al tiempo que me empujo el cabello hacia atrás, en un gesto cargado de desesperación—. Es que no puede ser posible. No puedo creerte. —Niego una vez más—. Intentaste asesinarme incluso mientras agonizabas. ¿Cómo pretendes que crea que me recuerdas? ¿A qué estás jugando?

—Bess, por favor, juro que te recuerdo. No sé cómo lo hago, pero es así. Ya te lo dije: no recuerdo algo en específico. Son solo imágenes en mi cabeza. —Se lleva las manos a la nuca, al tiempo que cierra los ojos y se encorva hacia adelante. El gesto es tan desesperado y tan humano, que mi determinación flaquea—. Necesito saber quién carajo eres en realidad. Necesito saber por qué tengo todas estas imágenes en la cabeza o voy a volverme loco. Voy a…

—No —le interrumpo, porque ahora mismo no quiero escucharlo más. Si sigue hablando, voy a perder la razón. Si sigue hablando, voy a creer cada palabra de lo que dice—. Detente, por favor.

—Ni siquiera yo sé qué diablos está pasando conmigo —continúa y alza la vista para encararme. La desesperación que refleja su cara es tan dolorosa, que tengo que dar otro paso lejos de él para no sentirme envuelta en ella. Para no sentirme como una completa hija de puta por no creer una sola palabra de lo que dice—. Ahora mismo ni siquiera me importa haberme quedado sin una maldita ala porque no puedo dejar de pensar en todos estos recuerdos que me atormentan a todas horas.

—Mikhail, por favor, detente —suplico, con la voz entrecortada.

—Bess… —Da un paso en mi dirección y yo retrocedo otro—. Por favor, créeme.

—¡Es que no tiene sentido! —espeto. Sueno más violenta de lo que pretendo, pero no puedo detenerme—. Hace unas semanas, en la cabaña, me dijiste que no querías recordar; que, si no lo hacías, sería lo mejor que podría pasarte. ¿Qué ha cambiado ahora? ¿Por qué quieres recordar cuando no hace mucho no tenías interés alguno en hacerlo?

—Cielo, hay…

—¡No me llames así, maldita sea! —estallo una vez más y, esta vez, mi voz se quiebra tanto, que delata cuán cerca estoy de las lágrimas.

Él luce herido y fuera de balance, pero trato de que su expresión no me afecte en lo absoluto. De mantenerme firme ante la imagen vulnerable que está presentándome.

—Hay algo dentro de mí que no me deja tranquilo —dice, al cabo de unos segundos de silencio. Suena cauteloso y ansioso, y no me pasa desapercibida la forma en la que habla; como si tuviese miedo de mi reacción. Como si esperase que le gritara una vez más—. Hay algo dentro de mí que no deja de gritarme que debo recordar. Que debo poner un orden a todo lo que llevo dentro. —Sacude la cabeza—. Necesito llenar los espacios en blanco o voy a enloquecer. Necesito encontrarle sentido a toda esta mierda porque no puedo dejar de pensar en ella. No puedo dejar de verte en mi cabeza, desangrándote entre mis brazos. No puedo dejar de sentir que me falta hasta el maldito aliento cuando esa escena viene a mi cabeza.

El corazón me da un vuelco furioso solo porque sé qué es exactamente lo que recuerda: la noche en la que todo terminó. Esa en la que me ató a él y se sacrificó para salvarme.

—Por favor… —Me mira a los ojos—. Ayúdame a recordar.

—¿Para qué quieres hacerlo? —Mi voz suena ronca cuando hablo. Demasiado ronca—. ¿Qué ganas? Mikhail, lo siento, pero no puedo confiar en ti. Tú quieres matarme.

Su mandíbula se aprieta y su expresión se ensombrece un poco más.

—Bess —mi nombre en sus labios es una completa tortura. Una completa agonía—, si realmente quisiera matarte, ya lo habría hecho —dice, y mi pulso se acelera—. Siempre, incluso antes de que toda esta mierda me invadiera la cabeza, he sentido la imperiosa necesidad de mantenerte con vida. Y no por el lazo que nos une, ni por lo que eso representa; sino porque realmente quiero hacerlo.

—Mientes.

—¡Que no estoy mintiendo, con un carajo! —Su voz truena con tanta violencia, que me encojo sobre mí misma en acto reflejo—. Ni siquiera la primera vez que te encontré conduciendo en esa carretera estaba dispuesto a hacerte daño. —Su voz se suaviza un poco.

El recuerdo del primer encuentro que tuve con Mikhail en su forma de demonio completo me invade la cabeza. La forma en la que provocó el choque de mi auto, la manera en la que cayó sobre el capo y me dio caza; su pelea con Rael y la manera en la que se abalanzó sobre mí después de noquear al ángel… Sé que trataba de dañarme. Trataba de asesinarme.

—¿Acaso crees que soy estúpida? —suelto, en medio de una carcajada carente de humor—. Mikhail, te abalanzaste sobre mí. Enredaste tu mano en mi tráquea con toda la intención de estrangularme hasta la muerte.

—Trataba de probar tu fuerza.

—¡Tratabas de asesinarme!

—Si realmente hubiese querido matarte, lo habría hecho esa misma noche —dice, al cabo de un largo rato de silencio.

—Si no lo hiciste, fue porque tenías miedo del lazo que nos une.

—Si no lo hice, fue porque no quise hacerlo. Punto.

—Querías de regreso tu parte angelical. Querías eliminarme porque sabes que soy tu talón de Aquiles. Porque soy tu punto débil. Si yo muero, es muy probable que a ti te ocurra algo terrible. —Sueno amarga y cruel cuando hablo, pero sé que es la verdad. No voy a permitir que crea que puede jugar conmigo.

—Quería de regreso eso que creí que me habías robado. —Asiente—. Quería deshacerme del lazo que nos une. —Hace una pequeña pausa—. Pero quiero que te quede claro, Bess, que, si esa noche no te asesiné, no fue por ninguno de esos motivos. No lo hice, porque algo dentro de mí no dejaba de susurrarme que debía esperar para eso. Que debía averiguar qué clase de criatura eras antes de hacer cualquier estupidez. —La determinación en su mirada es casi aterradora—. No te maté porque no quise hacerlo. Esa es la maldita verdad.

—Qué generoso de tu parte —suelto, con veneno.

La derrota tiñe sus facciones en ese instante.

—¿Qué tengo que hacer, Bess? ¿Qué tengo que hacer para que me creas?

—No hay nada que puedas hacer para convencerme, Mikhail. No confío en ti.

—Bess, por favor, estoy perdiendo la cabeza. Estoy…

Un gemido exasperado brota de mi garganta y me froto el rostro con las manos en un gesto fastidiado y frustrado. Me siento tan abrumada, que ni siquiera soy capaz de analizar la situación correctamente.

—¿Cómo pretendes que te crea después de todo lo que ha pasado? —digo, con desesperación. No pretendo sonar como una completa hija de puta, pero lo hago—. Mikhail, digas lo que digas, nada cambia el hecho de que escapaste de las fosas del Inframundo exclusivamente para matarme. ¿Qué garantía tengo de que esto no sea una trampa? ¿De que no vas a apuñalarme por la espalda y asesinarme como siempre has querido?

—Si mi palabra es lo que necesitas para creerme, te la doy —suena tan determinado, que me saca de balance—. Si un juramento pactado con sangre es lo que necesitas, lo tendrás. Solo tienes qué pedirlo. Solo tienes que ayudarme.

Otra emoción salvaje me invade el pecho y sé, por la manera en la que se dobla hacia adelante, que puede sentirla a través del lazo que nos une.

La ansiedad, el miedo, la incertidumbre, la esperanza… Todo se arremolina y me deja sin aliento. Todo colisiona con violencia en mi sistema y me inmoviliza. Me paraliza hasta impedirme hacer otra cosa más que escrutarlo como si pudiera arrancar la verdad fuera de su cuerpo.

Da un paso en mi dirección y el corazón me da un vuelco.

—No te acerques —suplico, al tiempo que siento una caricia en el lazo que nos une. Trato de sonar dura, pero no lo consigo en lo absoluto.

—Bess… —Hay un tinte torturado en el tono de su voz.

Se acerca otro poco.

—Por favor, aléjate de mí. —La vulnerabilidad invade mi tono una vez más.

—Haré lo que me pidas, pero, por favor…

—No.

—Necesito saber qué, en el infierno, está ocurriendo. —Está tan cerca ahora, que tengo que alzar la cabeza para mirarle a la cara—. Necesito…

—¡No! —Doy un paso hacia atrás y luego otro antes de que mi cadera golpee contra el escritorio.

Una mueca dolorida se apodera de mi expresión y la alarma se enciende en su rostro.

Sus manos se alzan para estabilizarme —o solo para tocarme, no lo sé—, y golpeo una de ellas para hacerle saber que no deseo ninguna clase de contacto en este momento.

El gesto herido que se apodera de su expresión es tan doloroso, que casi me arrepiento de haberlo alejado. Casi me arrepiento de sentirme así de insegura.

Da un paso hacia atrás.

Al ver que ni siquiera me muevo, da otro y cuando noto que tengo el espacio suficiente para escabullirme lejos de la prisión creada por su cuerpo, la pared, el escritorio y la puerta de la entrada, lo hago. Me encargo de poner cuanta distancia es posible entre nosotros.

—No te vayas. —La voz suplicante de Mikhail llega a mis oídos justo cuando estoy a punto de abandonar la estancia, y me congelo por completo.

Mis manos aferran el marco de la puerta, pero no me atrevo a mirarle. No me atrevo a hacer nada más que quedarme aquí, quieta, con el pulso vuelto loco y los nervios alterados.

Miro por encima del hombro para encararlo.

Se encuentra ahí, de pie a pocos pasos de distancia, con las manos cerradas en puños y gesto derrotado.

—Al menos, piénsalo —pide, pero no suena como si tratase de ser persuasivo—. Estoy dispuesto a jurarte lealtad si así lo quieres, pero, por favor, piénsalo.

Cierro los ojos.

«¿Qué hago?».

—Bess, por favor, solo…

—De acuerdo —lo interrumpo, en un susurro tembloroso e inestable, porque no quiero escucharlo más. Porque sé que voy a terminar creyéndole cada palabra si continúa hablándome como lo hace—. Lo pensaré.

Entonces, sin darle tiempo de decir otra cosa, salgo de la estancia cerrando la puerta detrás de mí.

El silencio se apodera de la habitación en el momento en el que termino de hablar.

Las miradas tanto de Daialee como de Axel están fijas en mí y sé, por las expresiones de su rostro, que ellos se sienten igual de escépticos que yo. Igual de confundidos.

—¿Estás segura de que Mikhail dijo que estaba dispuesto a jurarte lealtad? —Axel suena incrédulo y dudoso.

—Primero habló de un juramento pactado con sangre y luego de uno de lealtad. —Frunzo el ceño, mientras trato de recordar la conversación que tuvimos hace unos minutos—. ¿Por qué?

—Porque un Juramento de Lealtad no puede romperse. Porque, si un demonio te ofrece un Juramento de Lealtad, es porque está poniéndose a tu merced. Está ofreciéndose en bandeja de plata. Te servirá y te seguirá hasta el fin del mundo; así hacerlo implique su muerte. —Axel se cruza de brazos—. Los Siete Príncipes del Infierno le han jurado lealtad al Supremo y es por eso que les ha dado el poder que tienen. Ellos le dieron a él poder sobre sus vidas y él, a cambio, les ha dado poder sobre su reino. Si el Supremo decide asesinarlos, ellos ni siquiera van a defenderse porque esa clase de juramento es inquebrantable. —Niega con la cabeza—. Un Juramento de Lealtad son palabras mayores. Incluso para alguien tan indomable y poderoso como Mikhail.

—¿Y si es una trampa? —Daialee interviene—. ¿Y si Mikhail trata de hacerle creer a Bess que hará un Juramento de Lealtad hacia ella y en realidad no lo hace? Ninguno de nosotros sabe en qué consiste uno o cómo es que se pactan —se pone de pie del sillón en el que se encuentra—. Él podría fingir un ritual para despistar a Bess y luego apuñalarla por la espalda.

Axel asiente.

—Tienes razón —dice—. Necesitamos estar ahí contigo cuando el Juramento ocurra. Incluso, creo que debemos pedirle al Ángel de la Muerte que venga a atestiguarlo y a dar fe y legalidad de que se ha hecho correctamente.

—¿Tú no puedes hacerlo? —pregunto—. ¿No puedes tú ayudarnos a que se haga de la manera correcta?

—El problema es, cariño, que yo nunca he presenciado uno. Ni hablar de hacerlo —Axel responde.

—¿Y crees que un Juramento de Lealtad sea suficiente para confiar en él? —Daialee habla—. ¿Qué ocurre con un demonio si falta a un juramento como ese?

—Se condena —Axel dice—. Se condena a pasar una eternidad en las fosas del Inframundo.

—Mikhail ya ha escapado de ese lugar antes —observo—. Ese no será un castigo suficiente para él. No me garantiza nada.

Axel hace una mueca de disgusto.

—¿Crees que podamos poner términos y condiciones a ese juramento? —Daialee pregunta—. ¿Crees que podamos hacer que, en lugar de condenarlo a las fosas, reciba otra clase de castigo?

—No lo sé —el íncubo admite—. Como ya he dicho, yo nunca he hecho un Juramento de Lealtad. No estoy familiarizado con ellos y no sé si es posible modificarlos.

—Espera un segundo —digo, luego de meditarlo un poco—. ¿Estás diciendo que no le juraste lealtad a tu Supremo? ¿Ningún demonio lo ha hecho además de Los Príncipes? ¿Por qué, entonces, le respetan tanto? ¿Por qué le obedecen?

—No le respetamos, Bess. —Axel me dedica una sonrisa extraña—. Le tememos. Obedecemos sus órdenes y su voluntad porque es el ser más poderoso del Inframundo. Porque, si no le servimos, sería capaz de asesinarnos.

—La ley del más fuerte —musita Daialee.

—Exactamente —Axel asiente.

—Es por eso que se siente tan amenazado por Mikhail, ¿no es así? —Miro al íncubo a los ojos—. Porque Mikhail ha sido el único ser que ha sido capaz de derrotarlo. De ganarle una batalla.

—Así es. —Asiente—. Ese es el motivo por el cual está cazándolo.

—¿Es posible que un ser como Mikhail sea capaz de hacer un Juramento de Lealtad, romperlo y librarse de las consecuencias? —Daialee pregunta.

—No lo sé. —Axel suena dubitativo—. No lo sé, Daialee.

Mi vista viaja hasta el suelo.

—¿Qué se supone que debo hacer? —murmuro, luego de unos segundos de silencio—. Si no puedo confiar ni siquiera en un Juramento de Lealtad, ¿qué me queda, entonces?

—Debemos buscar a Ashrail —Daialee habla. Suena determinante—. El único modo de saber si Mikhail puede o no salirse con la suya haciendo un Juramento de Lealtad, es preguntándoselo a él.

—¿Y si él no lo sabe? —Axel suena derrotado.

—Tiene que saberlo. —Mi amiga suena dura e irritada—. Es el Ángel de la Muerte: el único ser en el universo que es imparcial; y lo más importante: es uno de los únicos seres en el universo que conoce las reglas al respecto.

El silencio se apodera de la estancia una vez más.

—No perdemos nada, Bess —Daialee insiste.

—Supongo que Daialee tiene razón —Axel habla, pero no suena muy convencido—. No perdemos nada preguntando.

Tomo una inspiración profunda antes de permitirme mirar el suelo una vez más.

—De acuerdo —digo, pero yo tampoco sueno muy segura de querer hacerlo—. Busquemos a Ashrail, entonces.

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