Stigmata
Capítulo 23
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—Bien. Eso fue rápido. —La voz de Daialee se abre paso desde la sala hasta el estudio de Dinorah y Zianya —donde me encuentro— y, en ese instante, me pongo de pie del sillón casi de un salto.
Antes de que siquiera pueda procesar lo que hago, mis piernas se mueven y avanzan por el corredor hasta llegar a la sala; donde, a pocos pasos de distancia, se encuentra la puerta principal de la casa.
Mi amiga —quien hace unos momentos se encontraba conmigo en la habitación que ahora se ha convertido en mi refugio— está de pie frente al umbral, dándome la espalda, con una mano sobre la puerta y la otra en el marco.
En ese momento, mi vista viaja más allá del cuerpo de Daialee, y me encuentro de lleno con la imagen de la figura imponente de Ashrail.
El Ángel de la Muerte mira a la bruja durante un largo momento antes de hacer un gesto de cabeza hacia el interior de la estancia. Ella, aturdida, se aparta de su camino para dejarlo entrar.
En el instante en el que Ash se abre paso hacia el centro de la habitación, la abrumadora sensación de su poder me golpea de lleno. La mezcla de energía oscura y luminosa me invade los sentidos hasta marearme ligeramente, pero trato de no lucir muy afectada. Trato de no hacerle notar lo mucho que me confunde su esencia.
—¿Dónde has dejado a Axel? —pregunta Daialee cuando el Ángel de la Muerte se detiene. Acto seguido, husmea hacia el exterior; pero, al no encontrarse con la figura del íncubo, posa su atención de vuelta en Ashrail.
—¿Axel? —Ash inclina la cabeza ligeramente, en un gesto confundido.
—Axel—Daialee rueda los ojos, como si el nombre del demonio fuese suficiente para puntualizar algo obvio—. El íncubo homosexual que ha estado por aquí las últimas semanas.
—¿Por qué habría de andar conmigo? —Ashrail frunce el ceño.
—¿No estás aquí porque Axel fue a buscarte? —Es mi turno de hablar. Sueno más alarmada de lo que me gustaría.
—No. —El Ángel de la Muerte responde—. ¿A qué se supone que fue a buscarme? ¿Ha ocurrido algo?
—Algo así —digo, aún sin comprender del todo lo que está sucediendo.
—Esperen un segundo… —Daialee interviene, al tiempo que se coloca entre Ashrail y yo—. Recapitulemos, que no estoy entendiendo una mierda. —Se gira sobre sus talones para encarar a la criatura recién llegada—. ¿Has venido por tu cuenta?
Ash asiente.
—¿No te has topado a Axel para nada? —Es mi turno de hablar.
Una negativa es la respuesta ahora.
—¿Dónde demonios está Axel entonces? —Daialee suena genuinamente preocupada ahora.
—No lo sé. —Ashrail alza las manos, como si estuviese siendo apuntado por un arma de fuego.
Se hace el silencio durante unos segundos.
—Si no estás aquí para acudir a nuestro llamado, ¿a qué has venido? —intervengo—. ¿Ha ocurrido algo?
La única respuesta que recibo es una mueca esbozada por el rostro de Ash.
—Oh, mierda… —Daialee suena aterrorizada, fastidiada y un tanto… ¿divertida? —. Son más problemas, ¿no es así? —Niega con la cabeza, en un gesto incrédulo y horrorizado—. ¿Es que acaso no podemos tener unos instantes de paz por aquí?
La mirada severa que Ash le dedica solo consigue hacerle soltar una risotada cargada de irritación.
—No puedo creerlo —dice ella, con incredulidad y pánico en la voz—. ¿Qué, en el infierno, ha pasado ahora?
—Me temo que algo que nos pone en una situación bastante difícil —dice él y, por primera vez desde que lo conozco, esboza un gesto que se me antoja desalentador—. ¿Cómo ha ido la recuperación de Miguel?
—Bien —digo, porque es cierto.
—Demasiado bien para mi gusto —Daialee añade, con escepticismo.
—¿A qué te refieres con «demasiado bien»? —La atención de Ashrail se posa en ella.
—Ha ocurrido algo por acá también —digo, sin rodeos—. Axel fue a buscarte por ese motivo. Creímos que estabas aquí porque no hace más de una hora salió en tu búsqueda. Asumimos que habías venido por eso.
—¿Qué ha pasado? ¿Ha intentado atacarte de nuevo? —El Ángel de la Muerte me mira directo a los ojos cuando habla.
Niego con la cabeza y me cruzo de brazos.
—Nada de eso. —Una sonrisa horrorizada se desliza en mis labios—. De hecho, lo que ha ocurrido es algo que nadie esperaba.
—Te escucho. —La cautela en su voz no me pasa desapercibida.
—Me recuerda —digo, sin más.
—¿Qué?
—Dice que te recuerda —Daialee me corrige—. Yo, personalmente, no le creo.
La expresión de Ashrail pasa de la preocupación a la completa y absoluta sorpresa.
—¿Cuándo ha pasado eso? —Suena más incrédulo de lo que su expresión refleja.
—Hace un rato —digo—. Por supuesto, no le he creído. Nadie lo ha hecho.
—¿Has tenido manera de comprobar que realmente te recuerda? ¿Te ha hablado de alguna memoria en específico?
Niego.
—Dice que no recuerda momentos. Que son solo pequeños retazos de recuerdos. Imágenes vagas —digo—. Y, en todo caso, la única memoria en concreto de la que ha hablado es esa en la que me asesina para atarme a él.
Ashrail frunce el ceño en señal de confusión.
—Quiere decir que no está mintiendo del todo —musita, al tiempo que posa su vista en un punto en la lejanía, en un gesto pensativo.
Me encojo de hombros.
—No lo sé —digo. Un destello de desesperación se filtra en mi tono—. Pero él está empeñado en convencerme que realmente recuerda. Me ha pedido que le ayude a llenar los espacios en blanco en su memoria. Incluso, me ha dicho que está dispuesto a hacer un Juramento de Lealtad conmigo para demostrar que no miente.
La atención del Ángel de la Muerte se posa en mí. Esta vez, luce genuinamente asombrado y escéptico.
—¿Utilizó esas palabras? ¿Juramento de Lealtad?
Asiento.
—Axel nos dijo que un Juramento de ese estilo es algo que no se hace a la ligera —Daialee interviene—, pero, como no confiamos del todo en Mikhail y en su honestidad; pensamos que lo mejor era buscarte para que fueses tú quien nos explicara cómo es que se hace y qué tanto puede manipularse para modificar la condena; puesto a que él ya ha sido capaz de abandonar las fosas del Inframundo y todo eso.
Los ojos de Ashrail se posan en la bruja, pero no luce como si estuviese escuchándola del todo. Su gesto denota tanta concentración, que sé, de inmediato, que está pensando en otra cosa. Luce como si estuviese atando cabos a toda velocidad dentro de su cabeza. Como si estuviese deduciendo qué es lo que ha pasado con el demonio de los ojos grises.
—Necesito verlo —dice, sin más y se encamina en dirección a las escaleras sin esperar por una respuesta.
—¡Oye, espera! —Daialee exclama, pero él no se detiene. Al contrario, acelera el paso—. ¡Aún no nos has dicho a qué has venido realmente!
El sonido de la puerta principal siendo llamada hace que una maldición escape de los labios de mi amiga, antes de que se gire para abrirla. Yo, sin pensarlo dos veces, subo a la planta alta detrás de Ash.
—No he podido encontrar a Ashrail. —Escucho la voz de Axel en la lejanía y un destello de alivio me recorre el pecho. No me había dado cuenta de cuán preocupada estaba por él hasta este momento.
Daialee responde algo que no logro entender debido a que ya estoy en el piso superior, pero no hago nada por detenerme. Al contrario, acelero mi caminata para alcanzar al Ángel de la Muerte; sin embargo, en el instante en el que se adentra en la habitación en la que Mikhail descansa, me congelo en mi lugar.
La sola idea de encontrarme de nuevo frente a esta versión nueva del demonio de los ojos grises es tan maravillosa como aterradora; así que me quedo aquí, de pie, sin saber muy bien qué hacer. Sin saber qué esperar de todo lo que está pasando.
La voz insidiosa dentro de mi cabeza no deja de susurrarme que debo marcharme, pero, otra parte de mí, esa que es terca y que está empeñada en saber de una vez por todas qué está pasando, me obliga a avanzar.
Con cada paso que doy, el corazón se me estruja otro poco y siento las piernas débiles. Todo dentro de mí es un amasijo de nerviosismo, ansiedad y pánico; pero, de alguna u otra manera, consigo llegar hasta el umbral de la puerta antes de que el cuerpo entero se rehúse a obedecerme más. Desde la posición donde me encuentro, no soy capaz de tener una vista de Mikhail y mis nervios lo agradecen. Lo único que soy capaz de ver, es el escritorio en el que suelo estudiar, la silla giratoria que se encuentra frente a él y un trozo de la ventana que da al terreno baldío que hay junto a la casa.
—Sabes perfectamente que soy el único, después del Creador, que es capaz de saber si mientes o no. —La voz de Ashrail llena mis oídos y sus palabras me traen de vuelta a la realidad.
No hay respuesta alguna y mi corazón se detiene durante una fracción de segundo. Toda mi anatomía parece reaccionar ante la expectativa de lo que está ocurriendo allí dentro, pero me obligo a mantenerme quieta. Me obligo a mantener a raya todas las ilusiones que han empezado a salir a flote.
Un bufido frustrado proveniente de Ash llega a mí y, entonces, aparece en mi campo de visión. No me mira. De hecho, ni siquiera se ha percatado de mi presencia. Solo camina de un lado para el otro en la habitación, como si fuese un león enjaulado. Una criatura enfurecida que no puede hacer nada más que pasearse para disminuir la desesperación que la invade.
—¿Qué actitud de mierda se supone que es esta? —espeta—. ¿Tienes idea de lo ridículo que estás siendo? ¡Esto va más allá de ti o de mí, o de cualquier maldita cosa que tengas entre manos! ¡Maldita sea! ¡¿Es que acaso no lo entiendes?!
—No tengo intención alguna de ayudarte si no hablas claro y me dices qué diablos está ocurriendo. ¿Para qué quieres saber si lo que le digo a la humana es verdad o no? ¿A ti qué carajos te importa? —La voz ronca y tranquila de Mikhail envía un escalofrío por toda la espina.
Un suspiro frustrado escapa de los labios del Ángel de la Muerte.
—¿Qué haces aquí, parada como estúpida? —La voz de Axel justo detrás de mí me hace pegar un salto en mi lugar. Un grito ahogado me abandona los labios y giro con brusquedad sobre los talones solo para encontrarme de frente con la figura del íncubo.
Un chillido incoherente me abandona, al tiempo que la vergüenza se apodera de mi sistema. En ese instante, mi rostro se calienta por completo y es lo único que necesito para saber que estoy ruborizada hasta la médula.
La mirada divertida que me dedica Axel me hace saber que lo ha hecho a propósito y quiero golpearlo por eso. Quiero estrellar mi palma en su mejilla con todas mis fuerzas para después salir huyendo.
Él sin decir nada más, me coloca ambas manos sobre los hombros para girarme sobre mi eje y empujarme dentro de la habitación.
Una protesta a media voz se construye en mi interior, pero es demasiado tarde ya. Estoy de pie justo al centro de la estancia, con las miradas, tanto de Ashrail como de Mikhail, fijas en mí.
—Eres un imbécil. —Escucho la voz de Daialee en algún lugar detrás de mí, pero ni siquiera me atrevo a mirarla. Estoy tan avergonzada, que lo único que quiero hacer es cavar un agujero en el suelo y enterrar la cabeza dentro de él.
Ashrail se aclara la garganta y yo, en un gesto cargado de nerviosismo, me coloco el cabello detrás de las orejas antes de dar unos cuantos pasos hacia atrás.
Trato, deliberadamente, de no mirar en dirección al demonio de los ojos grises, pero es imposible no hacerlo. Es imposible no buscar la vista de su rostro después de lo que ocurrió antes aquí mismo.
Su cabello luce más revuelto que antes. Sus ojos —¿grises? ¿Blancos? ¿Dorados?— están fijos en mí, y la manera en la que me miran es tan intensa que me siento intimidada y cohibida.
—Muy bien. —Axel habla en voz de mando y todo el mundo posa su atención en él—. En vista de que nadie aquí parece entender que no tenemos tiempo para desperdiciar, seré yo quien lo solucione todo. —El íncubo mira a Ashrail—. Tú vas a decirnos a qué carajo has venido. —Clava los ojos en Mikhail—. Tú vas a hacer un Juramento de Lealtad y a explicarnos qué, en el infierno, se supone que tramabas al escapar de las fosas y venir a hacer destrozos a la tierra. —Me observa a mí—. Y tú, vas a sentarte a escucharlo todo que, si no lo haces, vas a perder la cabeza. Lo veo en tu mirada. Estás al borde de la demencia.
El silencio se apodera de la estancia en el instante en el que Axel termina de hablar, pero no parece importarle la renuencia de todo el mundo, ya que posa toda su atención en Ashrail y hace un gesto de cabeza en su dirección.
—Empiezas tú —dice.
El Ángel de la Muerte se aclara la garganta y, de pronto, la seguridad que siempre ha irradiado se ve teñida de vacilación e incertidumbre.
La atención de todos en la estancia está puesta en él, pero ni siquiera se digna a mirarnos. No hace nada más que observar un punto en el suelo con aire dubitativo.
—Lo siento mucho —Ash, después de un largo momento, pronuncia. Su vista se alza para encararnos—, pero no puedo hablar con todos ustedes aquí. —La determinación que hay en su voz hace que suene más ronca de lo habitual—. Las únicas criaturas aquí que pueden estar presentes, son Bess —me mira durante un segundo—, y Mikhail. —Posa sus ojos en el demonio.
Las cejas de Axel se disparan al cielo y una protesta abandona los labios de Daialee.
—¿Por qué? —inquiero—. ¿Por qué nadie más puede escucharlo? ¿Qué está sucediendo?
Ashrail aprieta la mandíbula y su expresión se endurece solo con ese acto.
—Lo que he venido a decirles, Bess —dice, en tono severo, dirigiéndose enteramente a mí—, va en contra de las reglas. Lo que tengo que hablar con ustedes, no es algo que se supone que deban saber, pero que tengo que decírselos de todos modos. Si no lo hago, las consecuencias podrían ser catastróficas.
Una punzada de nerviosismo me atraviesa el estómago.
—Habla ahora. —Mikhail exige y noto, por el rabillo de mi ojo, cómo se incorpora otro poco en su posición sentada.
La mirada de Ashrail se posa en Axel y Daialee —quienes no se han movido de sus lugares—, y el gesto cargado de disculpa que esboza, es todo lo que necesitan para, a regañadientes, salir de la estancia.
El Ángel de la Muerte se pone de pie una vez que la puerta ha sido cerrada y coloca su mano sobre el picaporte para pronunciar una serie de palabras en un idioma completamente desconocido para mí.
—¿Es necesaria tanta precaución? —Mikhail inquiere desde su lugar, pero Ashrail no responde. Se limita a girar sobre su eje para volver al punto en el que se encontraba.
—¿Qué has hecho? —No quiero sonar demasiado curiosa, pero de cualquier modo lo hago.
—Ha silenciado la habitación. —Mikhail es quien responde, pero no lo miro mientras lo hace. No estoy lista para enfrentarlo cara a cara una vez más—. Nadie en el otro lado podrá escuchar una mierda de lo que se diga aquí dentro gracias a esa protección.
Niego con la cabeza.
—¿Es necesario tanto misterio? —Sueno ansiosa y nerviosa—. ¿Qué es lo que está ocurriendo? Voy a volverme loca si no hablas de una vez, Ashrail.
El Ángel de la Muerte se deja caer sobre la silla de escritorio y deja escapar un suspiro largo y cansado antes de mirarnos a Mikhail y a mí de hito en hito.
—Algo está ocurriendo en el Cielo —dice, sin más.
—¿Qué, exactamente? —La voz me sale en un susurro temeroso.
—Ha comenzado una especie de… rebelión, entre los ángeles. —Ashrail suena preocupado—. Después de lo que ocurrió con Rafael, todos ellos regresaron a su reino por órdenes de Gabrielle; quien, al no estar Miguel ni Rafael, tomó el mando temporal de la Legión —explica—. Ahora mismo, los ángeles están desesperados. Llevaban muchos años a la deriva sin la guía de Miguel, pero se habían encarrilado una vez más gracias a que Rafael los mantenía unidos. Sin embargo, ahora que no están recibiendo órdenes expresas de nadie y tampoco están preparándose para la batalla final, están vueltos locos. —Sacude la cabeza en una negativa—. Han llegado al punto en el que han decidido, por sí mismos, que necesitan elegir a un nuevo líder para luego lanzarse a la batalla contra el Supremo y su ejército.
—Ellos no pueden hacer eso —musito y la atención, tanto de Mikhail como de Ash, se posa en mí.
—Exacto. —Ash asiente—. Están yendo en contra de la voluntad del Creador y están planeando, sin consentimiento alguno, iniciar el apocalipsis. Así no se supone que deben ser las cosas. Están rompiendo con el orden y, si lo hacen, nada bueno saldrá de todo esto.
—No estoy entendiendo una mierda de lo que dicen —Mikhail espeta, con frustración—. ¿Qué tiene que ver toda esta mierda conmigo? Yo soy un demonio. Me importa un carajo si los ángeles se matan entre ellos para conseguir su preciada gloria.
Ash fija su mirada en el demonio de los ojos grises.
—Te equivocas, Mikhail —dice Ash, con dureza—. Esto tiene todo que ver contigo porque he venido a romper las reglas por ti.
—¿De qué demonios hablas?
—De que necesitas volver.
—¿Volver a dónde?
—Al Cielo.
Una carcajada carente de humor brota de la garganta de Mikhail y una punzada de ansiedad mezclada con miedo se cuela en mi sistema.
—Estás jodiéndome, ¿no es cierto? —Mikhail suena divertido. Cínico—. Todos ustedes están dementes. —Mi vista se posa de lleno en él—. Yo no pertenezco a ningún lugar luminoso. Si alguna vez lo hice, ya no lo hago más.
—Es que en realidad el lugar al que nunca has pertenecido es a ese rodeado de tinieblas que ahora sientes como tu hogar. —Ashrail suena desesperado y frustrado—. Quizás ahora no lo recuerdas, pero tu lugar siempre ha estado allá arriba. Tu misión siempre fue otra a la que te impusiste a ti mismo.
—Hablas de lo que soy como si yo realmente lo hubiese elegido. —Mikhail suena genuinamente entretenido.
—Es que lo hiciste —Ash replica—. Tú elegiste esto. Elegiste ser un demonio y lo elegiste por ella… —Hace un gesto de cabeza en mi dirección.
La mirada del demonio se posa en mí y mi corazón se salta un latido cuando nuestros ojos se encuentran. El lazo, inevitablemente, se estruja, pero no sé si ha sido gracias a la fuerza de mis emociones o a la de las suyas.
—No te sientas la importante —Mikhail masculla, pero hay un tinte dulce en la manera en la que habla. Mi pulso cambia de ritmo y otro tirón suave me llena el pecho. Esta vez, estoy segura de que ha sido él quien lo ha provocado.
—Mikhail, necesito que escuches lo que voy a decirte. —Ashrail interrumpe nuestra pequeña interacción y, muy a mi pesar, me obligo a mirarlo—. Necesitas volver. Necesitas regresar al Cielo y reclamar tu lugar como General del Ejército del Creador, ¿me oyes?
El silencio que le sigue a sus palabras es tenso y tirante.
—¿Cómo se supone que regrese cuando soy un demonio? —Mikhail pronuncia, al cabo de un largo rato—. ¿Cómo voy a hacer que un puñado de ángeles me escuche? Y, lo más importante: ¿Qué tiene que ver ella en todo esto? —Hace un gesto en mi dirección—. ¿Por qué está aquí? ¿Por qué no pudiste decirme todo esto en privado?
Esta vez, la vacilación tiñe el gesto de Ash.
No dice nada. No me atrevo a apostar, pero casi puedo jurar que ni siquiera desea mirarme.
—Ella… —Duda y se aclara la garganta—. Ella tiene que devolverte lo que le diste, Mikhail —dice, finalmente—. Para que tú puedas recuperar tus recuerdos y puedas volver al Cielo, tiene que regresarte eso que le entregaste.
Niego con la cabeza, confundida y aturdida.
—¿Si le regreso su parte angelical va a recordar? —Sueno incrédula y esperanzada.
Ashrail asiente, pero hay algo en su expresión que se siente incorrecto. Erróneo.
—Y no solo va a recordar. Va a recuperar la posibilidad de volver a donde pertenece —dice—. El problema aquí es que… —Vacila un poco y se aclara la garganta—. Es que, si tú le devuelves la energía que te dio, vas a… —Se detiene abruptamente y una sensación molesta y enfermiza se me instala en el estómago.
—Voy a, ¿qué?
Ashrail desvía la mirada.
—¿Ella va a qué, Ashrail? —Mikhail urge, con impaciencia.
—Morir.
Se siente como si me hubiesen sacado todo el aire de los pulmones.
—¿Qué?... —suelto, en un susurro tembloroso e inestable. Todo el cuerpo me tiembla para ese momento.
El terror, el miedo y la incertidumbre se me enroscan en las entrañas y se siente como si pudiese vomitar. Como si pudiese echarme a gritar.
Ashrail deja escapar un suspiro frustrado y se frota el rostro con ambas manos en un gesto cargado de desesperación.
—No se supone que les diga todo esto, porque va en contra de las reglas —dice. Suena angustiado y preocupado—, pero no tengo otra opción. Tienen que saber qué clase de unión hay entre ustedes para que entiendan. —Cierra los ojos y toma una inspiración profunda.
—Pues habla de una maldita vez, entonces. —La voz de Mikhail suena tan ronca, que no parece suya.
—Aquella noche, cuando Rafael te llevó con él y te empujó a utilizar el poder de tus Estigmas —Ashrail empieza y posa su vista en mí—, Mikhail tuvo que hacer una elección. Tuvo que asesinarte para atarte a él.
—Eso ya lo sé. —Sacudo la cabeza, solo porque no entiendo a dónde trata de llegar con esto.
—¿Sabes por qué estabas muriendo, Bess? —Ash clava sus ojos en los míos y la intensidad de su mirada me impide hacer otra cosa que no sea negar con la cabeza—. Morías porque el poder que otorgan los Estigmas es demasiado para las criaturas de tu naturaleza —dice—. Ustedes, los humanos, no están constituidos como nosotros, los seres espirituales. No tienen la capacidad física para soportar el poder, o la energía divina o demoníaca. Por eso estabas muriendo. Tu cuerpo estaba resintiendo todo ese poder. Tanta energía estaba, literalmente, asesinándote.
«Oh mierda…».
—Es por eso que Mikhail tuvo que atarte a él. —El Ángel de la Muerte continúa—: Porque una atadura de ese estilo entre ustedes te daría un poco más de fuerza física para resistir el poder de los Estigmas.
Todo mi cuerpo es una masa de ansiedad, nerviosismo y pánico para este momento, pero me obligo a mantener la atención en la criatura que se encuentra delante de mí.
—Lo que ninguno de ustedes sabía en ese entonces, y sigue sin saber es que, ese lazo que comparten, a la larga, no habría servido de nada. —No me atrevo a apostar, pero creo haber visto un destello triste en su mirada.
—¿Por qué no? —Mi voz suena ronca e inestable.
—Por tu naturaleza de Sello Apocalíptico —dice—. No eres cualquier Sello, Bess Marshall. Eres el Sello que libera al Jinete de la Muerte. El Sello del caos. De la destrucción.
—Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven». Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía; y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra —susurro, con un hilo de voz, el pasaje de la biblia que memoricé hace unos años respecto a lo que represento, y toda la sangre se me agolpa en los pies.
Ash asiente.
—Tu muerte desatará al último jinete. Tu muerte desatará la hambruna, la guerra, el fin de la humanidad como la conocemos. Eres, literalmente, la encarnación de la devastación —dice, con la voz enronquecida—. Es por eso que el poder de tus Estigmas es así de destructivo. Es por eso que succiona la vida de todo lo que toca.
De repente, como si pudiesen escuchar lo que Ashrail dice y, además, estuviesen regodeándose con ello, los Estigmas se remueven y exigen ser liberados, pero me las arreglo para contenerlos.
—¿Entonces por qué estoy viva? —pregunto, en un susurro inestable.
Ash posa su atención en Mikhail.
—Porque Mikhail te dio su parte angelical —dice—. Porque, al darse cuenta de la trampa que Rafael le había tendido, canalizó todo ese poder divino que tenía dentro hacia ti. Porque esa energía que ahora duerme en tu interior y que le pertenecía a Miguel Arcángel, le permite a tu cuerpo regenerarse del desgaste que los Estigmas provocan.
—Entonces, si tomo de vuelta eso que le di, ella morirá debido a sus Estigmas. —La voz de Mikhail suena más ronca que nunca.
Ashrail asiente.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto. Sueno aterrorizada hasta la mierda—. ¿Cómo estás seguro de que voy a morir si le devuelvo lo que le pertenece? ¿Cómo es que sabes todas estas cosas en primer lugar? —Sacudo la cabeza, en una negativa frenética.
—Tengo que saberlas —dice—. Soy el Ángel de la Muerte. Soy, además del Creador, la única criatura existente que es capaz de saber el porqué de las cosas. Tengo que hacerlo. El equilibrio del universo pende de un hilo muy delgado que necesito mantener en su lugar. —Sus ojos se clavan en los míos—. De hecho, no se supone que deba hablarles de esto, pero estoy desesperado. El equilibrio está por perderse por completo, Lucifer sabe que el Cielo está en crisis. Sabe que la Legión está dividida, y está aprovechándose de la situación. Se ha encargado de destrozar todas las barreras que habían sido creadas para mantener el mundo de los vivos y de los muertos separados. Se ha encargado de acabar con las fronteras energéticas de todo el planeta y no va a descansar hasta que cumpla su objetivo. No va a descansar hasta que la tierra esté sumida en tinieblas.
La resolución de este hecho cae sobre mí como balde de agua helada y me siento enferma. Me siento aterrorizada y horrorizada en partes iguales.
—Por eso está cazando a Mikhail, ¿no es así? —digo, en un susurro inestable—. Él sabe que Mikhail es el único que podría suponer una amenaza. Sabe que, si Mikhail encuentra la forma de recuperar eso que salió a buscar, podría arruinarle los planes.
Ashrail asiente una vez más.
—Lucifer está tratando de acabar con la única amenaza potencial que existe para él —dice—. Está tratando de asesinar a Mikhail o asesinarte a ti, en su defecto, para evitar que sea capaz de recuperar su parte angelical. Lucifer sabe que, si lo hace, va a recordar. Sabe que la Legión va a unificarse de nuevo si él recuerda, y de verdad va a tener problemas. Va a tener que luchar contra el Ejército del Creador y, lo más importante: va a tener que enfrentarse de nuevo al único ser en el universo que ha sido capaz de derrotarlo: Miguel Arcángel.
—Eso no tiene sentido. —La confusión tiñe mi tono—. Si todo lo que dices es cierto, ¿por qué ningún demonio ha venido a cazarme? ¿Por qué solo Mikhail, de entre todos ellos, ha intentado hacer algo en mi contra?
—Porque la energía angelical de Mikhail no ha dejado de protegerte —el Ángel de la Muerte responde—. Porque, además de impedir que los Estigmas te maten, ha neutralizado esa esencia que despedías y que atraía a todos los seres supernaturales.
—¿Quiere decir que he dejado de ser un espectacular iluminado
gracias al poder de Mikhail? —Sueno más sorprendida de lo que espero.
—Así es. Ese es, precisamente, el motivo por el cual te has mantenido oculta los últimos años.
El silencio que se extiende después de haber aclarado mi duda es largo y tirante. Toda la nueva información se me asienta en el cerebro y es tan abrumadora, que apenas puedo procesarla. Apenas puedo digerirla como es debido.
—Hay algo que no entiendo. —La voz de Mikhail me llena los oídos y toda mi atención se fija en él.
Ash no responde. Se limita a mirarlo, expectante.
—¿Cómo es que no te diste cuenta de todo esto antes? ¿Cómo es que dejaste que llegara tan lejos antes de hacer algo? —Suena severo ahora—. Y, más importante aún: ¿Por qué, si ella tiene aún mi parte… —vacila unos instantes, como si decir en voz alta lo que tiene en la cabeza fuese una completa locura—, angelical, la recuerdo? ¿Por qué, de la noche a la mañana, soy capaz de ver todas estas imágenes dentro de mi cabeza?
—Porque, mientras todo ese caos estaba ocurriendo, yo estaba aquí, tratando de encontrar la forma de salvarte la vida sin tener que amputarte un ala. —Ashrail suena avergonzado y severo al mismo tiempo—. Respecto a lo de tus recuerdos —sacude la cabeza en una negativa, al tiempo que deja escapar un suspiro—, no estoy muy seguro de ello, pero creo tener una teoría —pronuncia—. Como ya sabes, gran parte de nuestra fuerza reside en nuestras alas. —En ese momento, el recuerdo de Axel hablándome sobre eso no hace mucho tiempo, viene a mí—. Ahí duerme toda la energía que poseemos. —Ash se encoge de hombros—. Si estoy en lo correcto, al perder un ala, perdiste gran parte de la energía demoníaca que vivía dentro de ti y eso, aunado al hecho de que instantes antes Bess te había dado algo de energía celestial por medio de los Estigmas, hizo que una parte del antiguo tú volviera. Hizo que la bruma oscura que envolvía tus recuerdos se disipara un poco.
—¿Y eso en qué me convierte? —El demonio de los ojos grises suena genuinamente afectado por lo que Ash ha dicho—. ¿Qué soy ahora que he perdido poder demoníaco?
—Aún eres un demonio, Mikhail —Ashrail suelta, sin más—. Nada ha cambiado dentro de ti excepto el hecho de que has perdido gran parte del poder que tenías. Es todo.
—¿De qué sirve que yo trate de volver al Cielo si ahora, sin un ala, no soy una amenaza? —Un tinte oscuro se apodera de su tono—. Por mucho que quisiera ayudarte, lo cual, por cierto, no quiero; no puedo hacerlo. Soy más débil. Y más importante aún: soy un demonio. Lo que sea que haya sido en el pasado, no existe más. No puedo ser eso que quieres que sea. Yo no soy un héroe.
—Mikhail, el destino de la humanidad…
—Me importa un reverendo infierno lo que le ocurra a la humanidad, la tierra, o a cualquier criatura existente en este universo. —Mikhail ni siquiera deja que Ashrail termine de hablar—. No puedo ayudarte. No voy a hacerlo. Por mí, esos ángeles pueden cavar su propia tumba y entregarse en bandeja de plata a Lucifer si así lo desean. —Niega con la cabeza—. No voy a participar en toda esa locura. Lo siento mucho.
El silencio que le sigue a sus palabras es tan denso, que ni siquiera me atrevo a moverme.
—Mikhail… —Es mi turno de intentar intervenir.
—Ni siquiera lo intentes. —La voz del demonio suena más ronca y profunda que antes—. No voy a cambiar de opinión.
Mis ojos se cierran con fuerza.
—¿Esa es tu última palabra? —Ash pregunta, pero suena derrotado.
—Sí. —Mikhail espeta, lacónico.
Nadie se mueve. Nadie dice nada más y la tensión creciente estalla en forma de un horrible e incómodo silencio.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que Ashrail se ponga de pie. Tampoco sé cuánto tiempo pasa antes de que se encamine hacia la puerta sin decir una sola palabra, pero, cuando está a punto de abandonar la estancia, nos mira por encima del hombro.
—Tienen que entender —dice, al aire—, que todo esto va más allá de ustedes. Va más allá de lo que deseen. Las cosas deben hacerse tal cual es el designio divino. De lo contrario, todos pagaremos las consecuencias.
—Entonces dile a tu Creador que venga a poner orden. —El tono amargo que Mikhail utiliza, hace que un nudo de incomodidad se me instale en las entrañas.
—Eso, precisamente, es lo que está haciendo. —Ashrail suena derrotado—. Me ha enviado a buscarte porque sabe… No… Creía… que eras su as bajo la manga.
La sensación de malestar incrementa dentro de mí, pero me las arreglo para mantenerme inexpresiva pese al pánico que amenaza con comerme viva.
—Bueno… —el tono de Mikhail es inestable ahora—, pues dile que se ha equivocado.
Una sonrisa triste se desliza en los labios de Ashrail.
—Espero que no te arrepientas de la decisión que estás tomando, Mikhail.
—No lo haré. Te lo aseguro.
—Ya lo veremos, Miguel. —El Ángel de la Muerte le dedica una sonrisa tensa que no llega a tocar sus ojos—. Ya lo veremos.
Entonces, desaparece por el umbral de la puerta.