Stigmata
Capítulo 24
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—¿Eres consciente de que acabas de rechazar la oportunidad de obtener las respuestas que buscas? —digo, luego de un largo rato de silencio.
Mikhail, quien se encuentra incorporado en una posición sentada sobre la cama, ni siquiera me mira. Sus ojos están clavados en la puerta por la que Ashrail desapareció hace unos minutos.
Para ser sincera, yo tampoco hago mucho por mirarle de lleno. Es el rabillo de mi ojo el que tiene un vistazo de su postura tensa y su mandíbula apretada.
A pesar de eso, soy capaz de notar cuán rígidos se encuentran sus hombros y cuán fruncido tiene el ceño.
—Ya te lo dije antes: no voy a cambiar de opinión. No trates de convencerme porque no va a funcionar. —El tono lacónico y sereno que utiliza contradice por completo a lo que dice su cuerpo, pero, de cualquier modo, envía una punzada dolorosa e irritada a mi pecho.
No sé por qué estoy así de molesta, pero no me detengo demasiado a pensarlo.
—No te entiendo. —Sueno más severa de lo que pretendo—. Hace unas horas estabas rogando por mi ayuda para recordar y, ahora que se te ha presentado la oportunidad de hacerlo, ¿la rechazas? —Me cruzo de brazos—. ¿A qué estás jugando? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones con todo esto?
—No quiero ayudar a la causa. —Siento cómo sus ojos se clavan en mí, así que me obligo a mirarlo—. Se lo dije a Ashrail y te lo repito a ti: No soy un maldito héroe. No esperen que actúe como uno. No me interesa vanagloriarme de ese modo.
—¿Tienes una idea de las vidas que podrías salvar accediendo a la petición de Ash? —El reproche en mi voz es claro. Ya no me molesto en ocultar cuán frustrada me siento.
—No. Y no me lo tomes a mal, Cielo, pero no me interesa saberlo —dice y el enojo que me invade incrementa.
—No puedo creer que seas así de egoísta. —Las palabras me abandonan sin que pueda detenerlas y una carcajada carente de humor se le escapa.
—Créeme que lo último que hago al tomar esta decisión es ser egoísta —escupe, con brusquedad, y el tono que utiliza me saca de balance por completo—. Estoy siendo un cobarde, un hijo de puta y todo lo que se te pueda ocurrir similar a eso, pero, ¿egoísta? No, Cielo. Estoy siendo todo menos egoísta.
Dejo escapar una carcajada carente de humor.
—Es que no me cabe en la cabeza cuán contradictoria es tu actitud ahora mismo —el coraje se filtra en el tono de mi voz, pero ni siquiera sé por qué estoy así de enojada—. No te entiendo.
—No necesito que me entiendas.
—¿Entonces, todo lo de hace rato fue una mentira? —Mi cuerpo entero se direcciona hacia donde él se encuentra—. ¿Una treta para hacerme caer en alguna clase de juego retorcido? ¿Un engaño para conseguir asesinarme con mayor facilidad?
La mirada del demonio se llena de algo que no logro reconocer y toma todo de mí no deshacerme ante la intensidad con la que me observa.
—Si quieres meterte en la cabeza que fue una mentira, adelante. —Se encoge de hombros, pero la tensión en su mandíbula hace que el gesto luzca antinatural—. De cualquier forma, diga lo que diga, no vas a confiar en mí.
—¿Cómo se supone que lo haga cuando ni siquiera eres capaz de ser honesto? ¿Cómo pretendes que crea una sola palabra de lo que dices si te contradices de esta manera? —No pretendo que suene a reproche, pero lo hace.
No responde. Se limita a mirarme fijamente con gesto inescrutable. Yo tampoco digo nada. Solo clavo mis ojos en los suyos lo enfrento el mayor tiempo que puedo.
—Mikhail, por favor —digo, en un susurro tembloroso, al cabo de un largo momento—, necesito que me digas la verdad. Necesito que me digas qué es lo que está pasando por tu cabeza. El motivo real por el cual no deseas ayudar a Ashrail.
Un tirón violento en el lazo me hace saber que mis palabras han provocado algo en él, pero mantengo la expresión serena mientras pretendo que no ocurrió. Que ni siquiera lo sentí.
—Lo dices como si realmente hubiese un motivo. —La crueldad en su tono me quiebra un poco—. Como si yo de verdad estuviese ocultando una razón más noble a la que en realidad me mueve. —Sacude la cabeza y una sonrisa extraña se apodera de sus labios—. No quiero ayudar a Ashrail porque no se me antoja hacerlo. No hay nada más allá de eso.
—Podrías recordar.
—¿A qué precio? —Una risa corta abandona sus labios, pero se siente errónea. Todo en su expresión, en la forma en la que se mueve, se siente equivocado—. ¿Al de servir a una causa? ¿Al de servir a un ser que, de ser cierto todo lo que me has dicho, permitió que cayera y me pudriera en el infierno? —Niega con la cabeza—. No tengo interés alguno en ayudar a ese hijo de puta ni a nadie que le sirva. Eso incluye a Ashrail. Prefiero quedarme como estoy y no recordar una mierda, a servir a quienes me dieron la espalda en el pasado.
Las pequeñas esperanzas que habían empezado a construirse dentro de mí, se destrozan por completo en ese instante y tengo que desviar la mirada para que no sea capaz de ver cómo los ojos se me llenan de lágrimas.
La tristeza se filtra en mis huesos y se arraiga dentro de mi ser con tanta fuerza, que no puedo hacer otra cosa más que intentar recuperar el control de mí misma.
«¿Cómo diablos es que fui tan estúpida? ¿Cómo pude creer, aunque fuese por un momento, que realmente quería recordarme?».
Cierro los ojos y, acto seguido, me encamino hasta la puerta de la habitación.
No puedo seguir haciéndome esto. No puedo seguir esperando a que algo ocurra dentro de él y me recuerde. Esto está destrozándome. Esto está acabando conmigo lentamente y, si sigo permitiéndome ilusionarme de este modo, lo único que voy a conseguir es que me rompan el corazón una vez más.
Ya no puedo más. Estoy tan cansada. Tan desesperanzada.
—¿Sabes qué es lo más jodido de todo esto? —La voz de Mikhail llega a mis oídos cuando cierro los dedos sobre el picaporte de la puerta. Suena herido cuando habla—. Que no eres capaz de darme el beneficio de la duda. Que das por sentado que todo lo que dije antes era una mentira solo porque no quiero ayudar a Ashrail.
Mi vista se vuelca hasta donde se encuentra.
—Acabas de decir que prefieres quedarte de este modo. —Mi voz suena tan inestable que quiero golpearme.
—Acabo de decir que prefiero quedarme así si eso implica tener que ayudar a Ashrail.
—¿Y cómo se supone que tome eso? —escupo, y sueno furiosa—. Está más que claro para mí que no estás tan interesado en recordar como decías hace unas horas.
—¡¿Por qué, en el puto infierno, asumes esas cosas?! —él estalla, y su voz truena con tanta violencia, que doy un salto en mi lugar debido a la impresión—. ¡Yo jamás he dicho que no estoy interesado en recordar! ¡No hables por mí si no sabes una mierda de lo que me pasa por la cabeza!
—¡Entonces, dime! —exijo, en voz de mando—. ¡Cuéntame que pasa por tu maldita cabeza porque no te entiendo! —Me detengo con brusquedad. Cierro los dedos en las hebras oscuras de mi cabello y tiro de él hacia atrás, mientras me humedezco los labios con la punta de la lengua. Acto seguido, sacudo la cabeza en una negativa desesperada; sin embargo, cuando hablo de nuevo, sueno más recompuesta. Más tranquila—: Dime, Mikhail, ¿qué es lo que te pasa por la cabeza? ¿Qué es lo que pretendes con todo esto? ¿Qué es lo que quieres conseguir?
—¡Quiero conseguir la puta verdad! —Su tono, en contraste con el mío, suena alterado y angustiado—. ¡Lo único que quiero es saber la maldita verdad sobre todo esto, maldición!
—¡Ya te la he dicho! —Mi tono iguala al suyo, al tiempo que extiendo los brazos en un ademán exasperado—. ¡Te lo dije en la cabaña y me mandaste a la mierda! ¡No hay otra verdad más que esa, Miguel! ¡Acéptala de una condenada vez!
No sé en qué momento se levantó de la cama. Tampoco sé en qué momento se acercó tanto, pero ahora mismo, lo único que nos separa, son unos cuantos pasos de distancia.
Por un largo momento, ninguno de los dos dice nada. De hecho, ninguno de los dos se mueve. El sonido de mi respiración alterada es lo único que invade la estancia y las ganas de salir huyendo lejos de él me invaden.
—No es suficiente —dice Mikhail, con la voz enronquecida, pero es apenas un susurro—. Lo que dijiste aquella vez no es suficiente.
—Es lo único que tengo para ti —digo, con un hilo de voz, sintiéndome más derrotada que nunca—. Es la única verdad que existe. Lamento no poder ayudarte más.
Una emoción atraviesa su mirada, pero soy inmune a todos sus efectos. Soy inmune a la tortura que se filtra en sus ojos.
—Necesito más. —Niega—. Necesito saber más.
—Acepta el trato de Ashrail —digo, en un susurro tembloroso e inestable—. Si lo haces, recordarás.
—Si lo hago, morirás.
Una sonrisa tensa, triste y temblorosa se apodera de mis labios.
—Hace mucho tiempo que empecé a hacerme a la idea sobre eso —digo, pero la forma en la que mi voz se quiebra delata el pánico que me asalta de solo pensarlo.
Los ojos grises del demonio me miran fijamente, al tiempo que su mandíbula se tensa. La manzana de Adán en su cuello sube y baja cuando traga saliva y noto, pese a que no quiero ponerle tanta atención a sus movimientos, como aprieta los puños.
—¿Y qué si te digo que me rehúso a permitirlo? —El sonido de su voz es cada vez más profundo—. ¿Qué si te digo que no voy a dejar que mueras por la causa?
—Es mi destino, Mikhail —digo, en un susurro apenas audible—. Es lo que tengo que hacer.
—¡A la mierda tu maldito destino! —escupe—. ¡Sé egoísta! ¡Piensa un segundo en ti y en lo que tú quieres!
—¿Estás escuchándote? —Niego con la cabeza, en un gesto desesperado y frustrado—. Hace unos días querías asesinarme. Estabas dispuesto a recuperar lo que me diste para luego acabar conmigo ¿Por qué me quieres viva ahora? ¿Para qué?
—¡No lo sé! —Sus manos se aferran a su cabello y me da la espalda, dándome una vista de la escandalosa marca de sangre en el vendaje que le cubre el torso—. ¡No lo sé, maldita sea! —Me encara. El brillo casi demencial que tiene su mirada envía un escalofrío de puro terror a través de mi espina—. ¡No sé qué demonios está ocurriendo conmigo! ¡Estoy enloqueciendo, maldición! ¡Estoy…! —Se frota la cara con ambas manos.
El silencio se apodera de la estancia.
—Tengo que irme —digo, en un susurro tembloroso, al cabo de un rato.
Mikhail aparta los dedos de su cara para mirarme y la expresión que esboza es tan torturada, que se siente como si pudiese quebrarme. Como si pudiese hacerme caer a pedazos debido al dolor que me llena el pecho.
No dice nada. No mueve ni un solo músculo tampoco. Se limita a mirarme fijamente mientras giro sobre mis talones y cierro los dedos sobre la perilla de la puerta.
—Aún estoy dispuesto a jurarte lealtad —dice con un hilo de voz, pero ni siquiera me molesto en encararlo.
—No hay necesidad alguna de que lo hagas —digo, porque es cierto—. La verdad ya ha sido dicha. Ya lo sabes todo. Deja de hacerte el tonto y decide de una vez por todas qué es lo que quieres hacer, Mikhail.
Entonces, sin darle tiempo de responder, salgo de la habitación.

Han pasado dos días enteros desde la última vez que crucé más de dos palabras con Mikhail. Dos días en los que solo he podido pensar en toda la nueva información dicha por el Ángel de la Muerte y en lo que todo eso implica.
Mi insomnio —ya horrible e insoportable— ha empeorado notablemente desde entonces y, por más que he tratado de mantenerme tranquila, no he podido hacerlo. No puedo apartar mis pensamientos del desenlace inminente que se avecina. Lo que empezó hace cuatro años está a punto de terminar y no puedo ignorarlo. No podemos pasarlo por alto.
Sé qué es lo que tengo que hacer. Sé cuál es mi papel en todo esto y, a pesar de que he tratado de aceptarlo, el pánico primitivo que todo ser humano le tiene a la muerte no me ha permitido aceptar que, antes de lo que espere, moriré por la causa. Moriré porque es mi destino hacerlo. Porque está escrito y porque así tiene que ser.
Aún no tengo en claro a manos de quién lo haré, pero sé que va a ocurrir tarde o temprano. Sé que va a ocurrir y que será un parteaguas en la historia de la humanidad. Sé que va a ocurrir y que el Apocalipsis, finalmente, llegará.
Estoy aterrorizada por eso. Estoy más allá de lo horrorizada con la idea de dejar de existir. No quiero aceptarlo en voz alta. No quiero siquiera pensarlo, pero estoy al borde del colapso nervioso. Estoy a punto de perder la cordura por completo debido a esto y no sé qué hacer para mantener mis piezas juntas. No sé qué hacer para no ponerme a gritar como loca porque nada de esto tiene sentido. Porque todo el sufrimiento previo no ha servido de nada al final del día; y todo el sacrificio que hicieron todos los que me rodean ha sido en vano porque voy a morir de igual manera.
«No quiero morir. No estoy lista para morir».
—Estoy preocupada por ti, ¿sabes? —La voz de Daialee me trae de vuelta a la realidad y, a pesar del aturdimiento que me envuelve, poso toda mi atención en ella—. ¿Estás segura de que te encuentras bien?
Sus ojos chispeantes me miran con angustia disfrazada de diversión y mi corazón se estruja debido a eso.
Odio verla preocupada por mí. Odio provocar esto en ella.
Una sonrisa tensa y triste se dibuja en mis labios casi al instante y desvío la mirada hasta posarla en el suelo de la habitación.
—Sí —miento—. Estoy cansada. No he podido dormir últimamente. Eso es todo.
Un brillo incrédulo y dolido se apodera de su rostro. Sabe que estoy mintiendo. Sabe a la perfección que lo que me ocurre no tiene nada que ver con mi falta de descanso y, a pesar de eso, se limita a mirarme y sonreír a desgana.
—Sabes que estoy aquí, ¿no es así? —dice, al tiempo que se cruza de brazos y se recarga en el marco de la puerta del estudio donde duermo.
Asiento y su gesto toma aire satisfecho.
—Así me gusta. —Menea la cabeza en un asentimiento—. Voy al supermercado, ¿vienes?
No es una pregunta. Es una orden.
Conozco lo suficiente a Daialee como para saber que no tengo opción alguna de elegir si quiero o no acompañarla al supermercado. Esta es su manera de ayudarme. Esta es su manera de aliviar la opresión que llevo dentro y lo sabe. Sabe que necesito algo de distracción.
A pesar de que casi nunca hablamos de cosas serias, sé que puede notar cuando algo no anda bien conmigo. En todo este tiempo que tengo conociéndola, he podido darme cuenta de los pequeños gestos que tiene con los que la rodean.
Esto. Obligarme a abandonar la casa para ir a hacer algo tan mundano como ir al supermercado, es su manera de intentar despejarme. De ayudarme a deshacerme de la angustia y la desesperación, aunque sea por unos minutos.
—¿Tengo alternativa? —digo, pero ya estoy poniéndome de pie.
Ella niega con aire arrogante.
Un suspiro exagerado me abandona y ruedo los ojos al cielo con dramatismo. Una pequeña risa abandona sus labios y se gira sobre sus talones para salir de la casa a paso rápido y decidido. Yo la sigo a pocos pasos de distancia.
Daialee es del tipo de persona que nunca va a obligarte a hablar sobre cómo te sientes. De ese al que no le interesa en lo absoluto si no quieres decirle qué te pasa. Ella solo va a estar cerca. Va a estar justo ahí, lista para hacerte reír. Lista para hacerte sentir como un ser humano común y corriente cuando la locura está a la vuelta de la esquina.
Se ha encargado de anclarme a la realidad cuando los momentos de oscuridad se han hecho presentes. Se ha encargado de recordarme que el mundo sigue andando a pesar de todo y que, por mucho que uno desee encerrarse en una habitación hasta sanar las heridas, lo mejor que puede hacerse, es salir a enfrentar el mundo. Salir y avanzar con el resto de la gente.
—¿Dónde está Axel? —pregunto, con aire distraído, mientras subo al coche de mi amiga.
—Con Mikhail. —Daialee sonríe con exasperación—. Sigue muy molesto contigo por no habernos dicho qué fue lo que hablaron con Ashrail.
Es mi turno de sonreír.
—¿Y tú? —pregunto—. ¿Estás enojada aún?
Niega con la cabeza.
—Entiendo que hay cosas que no pueden ser dichas —dice y se encoge de hombros—. Aunque odie la idea de no saber qué carajo está pasando, no puedo obligarte a contarme. No es tu deber hacerlo.
Un suspiro se me escapa.
—Quita esa cara —insiste—. Ya te lo he dicho: lo entiendo todo. No pasa nada si no puedes hablarlo con nadie, ¿vale?
—Gracias —digo, porque realmente quiero hacerlo. Porque realmente estoy agradecida con ella por todo lo que está haciendo ahora mismo.
—Nada de gracias.
—Hace un gesto desdeñoso con una mano—. La próxima vez que me excluyas de algo así, voy a hacerte filetes para alimentar a las fieras de mi circo.
Una risa escapa de mis labios muy a mi pesar.
—No te rías —dice, al tiempo que arranca el coche—. Hablo en serio.
—Tú no tienes fieras. Mucho menos un circo —apunto.
—No me subestimes, Marshall. Soy perfectamente capaz de hacerme de uno solo para cumplir mi promesa —bromea y una sonrisa grande se dibuja en mi boca.
—No lo dudo ni un poco —digo, con aire más ligero, mientras giramos por una de las calles del suburbio.
El silencio se apodera del vehículo durante un largo rato.
—Solo quiero saber algo… —dice, y mi vista se posa en ella.
—¿Qué cosa?
—¿Es grave? —trata de sonar despreocupada, pero la forma en la que aferra el volante y la tensión que hay en sus hombros me hace saber que está nerviosa hasta la mierda—. Lo que vino a decirles Ashrail, ¿es grave?
No quiero mentir. No quiero decirle que no es nada de qué preocuparse porque no es así. Porque es algo por lo que hay que estar aterrorizado.
—Sí —digo, luego de unos instantes.
Ella asiente.
—¿Es por eso que el ambiente se siente de esta manera? —Su voz tiembla un poco—. ¿Es por eso que se siente como si algo se hubiese… roto?
Sé perfectamente a qué se refiere. Habla de la densidad que se ha cernido sobre todo el espacio. Habla de la sensación sofocante que provoca el desequilibrio que hay en el mundo; de la oscuridad y la luz colisionando con violencia en una batalla constante; de las hebras sueltas en el tejido energético, y la horrible y abrumadora sensación que provoca tanta energía acumulada.
—Sí. —Mi voz es apenas un susurro.
—Está cerca, ¿no es así? —se detiene en un alto de disco que se encuentra a escasas dos calles de distancia de donde vivimos y me mira con aire aterrado—. El Fin está cerca.
Trago duro.
Esta vez, no puedo pronunciar nada, así que solo asiento.
—Mierda. —Sacude la cabeza en una negativa frenética—. Mierda, mierda, mierda…
Cierro los ojos con fuerza.
—No voy a permitir que nada malo les ocurra —prometo, en un hilo de voz—. Te juro, Daialee, que…
Ni siquiera soy capaz de terminar la oración. Ni siquiera soy capaz de abrir los ojos una vez más porque, justo en ese instante, todo estalla.