Stigmata
Capítulo 26
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Las hebras de energía que lo envuelven todo se tensan con violencia cuando la voz de Mikhail me llena los oídos, y sé, desde lo más profundo de mi ser, que no les ha gustado en lo absoluto la reacción de mi cuerpo. Sé, por sobre todas las cosas, que no están conformes con lo que acaba de suceder; así que, en respuesta, tiran de sí con violencia y me hunden un poco más en el halo de oscuridad que me somete y me incapacita.
La voz del demonio de los ojos grises llega a mí una vez más, pero no logro entender qué es lo que ha dicho. No logro escuchar una mierda porque algo ha bloqueado toda clase de sonido proveniente del exterior.
El miedo se abre paso en mi pecho en ese momento y lucho para llegar a la superficie de esta extraña bruma densa.
No lo consigo. Por el contrario, lo único que obtengo en respuesta a mi ardua pelea, es un sonido ronco, profundo y violento.
Sé que es una advertencia. Que ha sido provocado por los Estigmas y que no es más que otra manera de hacerme saber que no están dispuestos a ceder ni un poco.
«¡Detenlos! ¡Haz algo y detenlos!», grita la parte activa de mi cerebro, pero no puedo hacer nada. Ni siquiera puedo moverme. A estas alturas, ni siquiera soy capaz de enfocar la vista en algo en específico. Se siente como si estuviese mirando a través de un lente fotográfico completamente destrozado, y mi audición es apenas un bufido lejano e inconexo.
Una punzada de pánico me atraviesa el pecho, pero me las arreglo para escarbar dentro de mí en busca de la fuerza necesaria para seguir peleando.
Nada ocurre. Trato de recurrir al lazo que me mantiene atada a Mikhail para hacerle saber que estoy aquí y que estoy aterrorizada, pero no puedo llegar a él. No puedo moverlo en lo absoluto. Es como si me hubiese convertido en humo. Como si no fuese otra cosa más que la sombra de alguien que ya no existe. Eso me envía al borde de la histeria.
Quiero gritar. Quiero patalear, forcejear y manotear hasta liberarme de la inmovilidad que me aferra los músculos, pero ninguno me responde. He perdido total control sobre ellos. Los Estigmas se han posesionado de mi cuerpo y se siente como si nunca más fuesen a devolvérmelo.
El terror creciente se vuelve más intenso ahora y mis pulmones empiezan a llenarse de aire a una velocidad antinatural. Mi respiración comienza a agitarse y el corazón se me acelera en el instante en el que el pánico me enfría las venas.
Un tirón en el lazo es lo único que me hace saber que Mikhail sigue cerca y trato de aferrarme a él sin mucho éxito. Ni siquiera soy capaz de llegar a la cuerda en mi pecho.
La angustia abre una zanja honda y profunda dentro de mí, y me siento ansiosa, frustrada… aterrada.
Un nudo de nerviosismo ha comenzado a formarse en la boca de mi estómago y no puedo hacer nada para deshacerlo. Ni siquiera sé si quiero intentarlo. Una horrible sensación de pesadez se me ha instalado en los huesos y no puedo alejarla. No puedo deshacerme de ninguno de los sentimientos arrolladores y destructivos que me invaden, ni de la aterradora sensación de desconexión que se ha apoderado de mí.
Es como si el mundo hubiese pasado a segundo plano y no pudiese alcanzarlo. Como si el universo hubiese cambiado de ángulo y todo lo que alguna vez fue tangible, ahora no fuese más que un montón de imposibilidades. Un montón de irrealidades tejidas en una dimensión diferente a la que conozco.
Estoy al borde de un ataque de pánico. Estoy a punto de estallar en fragmentos diminutos y ni siquiera soy capaz de ponerme a gritar. Ni siquiera soy capaz de abrazarme a mí misma y llorar a mis anchas.
Me siento derrotada, perdida… Destrozada en tantas formas que ya ni siquiera me quedan fuerzas para seguir luchando. Ni siquiera sé si quiero hacerlo.
Cierro los ojos.
Los Estigmas rugen victoriosos y tiran con más violencia de todo lo que se encuentran a su paso. Tiran con tanta fuerza, que comienzan a absorber absolutamente todo lo que les rodea; mientras que yo me quedo aquí, quieta, hecha un manojo de pánico, desesperación y desolación.
«¡No puedes darte por vencida, Bess!», grita mi subconsciente, pero sigo sin poder moverme. «¡No puedes dejar que esas cosas te controlen! ¡No dejes que lo destruyan todo!».
La desesperación incrementa otro poco y el pánico se me asienta en los huesos.
«¡Bess, si dejas que te maten, el apocalipsis iniciará, los demonios lucharán y vencerán, y Mikhail será sometido! ¡Será asesinado!».
Soy vagamente consciente de la calidez de las lágrimas que me corren por las mejillas, pero sigo siendo incapaz de hacer nada.
«¡Los Estigmas van a matarte! ¡No puedes morir así! ¡Tienes que regresarle a Mikhail lo que te dio! ¡Tienes que hacer que vuelva al lugar al que pertenece! ¡Él lo merece! ¡Él tiene que salvar a la humanidad! ¡Debe hacerlo!».
La angustia gana otro poco de terreno, pero sé que la voz en mi cabeza tiene razón. Mi subconsciente no dice otra cosa más que la maldita verdad y, aun así, no puedo dejar de sentirme aterrada. No puedo alejar de mí las ganas que tengo de aovillarme y darme por vencida de una vez por todas.
Estoy tan cansada. Tan harta de todo esto…
«¡Vamos, Bess! ¡No puedes dejarte morir de esta manera! ¡Toma el control, maldita sea! ¡Tómalo!», me reprime la voz en mi cabeza y la ansiedad incrementa al grado de casi volverse insoportable. «¡Deja de ser una maldita cobarde! ¡Haz algo ya!».
Pánico crudo y duro corre por mi torrente sanguíneo, pero, como puedo, me sobrepongo y me obligo a tomar una inspiración profunda.
«¡Ahora, carajo! ¡Eres tú quien domina a los Estigmas! ¡Eres tú quien decide cuándo parar! ¡Para ya!».
Un sollozo se me escapa de los labios cuando siento la fuerza abrumadora con la que la energía angelical se mueve.
«¡Para ya, maldición!».
Un destello de algo cálido se apodera de mi pecho y me aferro a la sensación porque es lo único que puedo hacer ahora mismo. Es lo único que puedo conseguir en el estado nervioso en el que me encuentro.
La calidez, en respuesta a mi toque ansioso y desesperado, se extiende y se expande hasta llenarme el torso.
Justo en ese momento, soy capaz de… sentirlo.
Un suave tirón se hace presente al instante y, como puedo, me aferro a él. Me aferro y tiro en respuesta. El pequeño retortijón en la cuerda invisible que llevo dentro incrementa su intensidad y soy plenamente consciente de cómo el aliento se me atasca en la garganta debido a la brusquedad del movimiento.
Mi agarre se aprieta aún más y, en ese momento, la bruma que me envuelve se adelgaza un poco.
Una punzada de adrenalina me invade por completo y dejo que corra por mi torrente sanguíneo antes de que la sensación cálida en mi pecho se abalance hasta el lazo y se aferre a él con toda su fuerza.
La persona del otro lado de la cuerda empieza a tirar.
La calidez se transforma en un ardor intenso y violento, pero eso no hace más que disipar la oscuridad a mi alrededor. No hace más que permitirme abrir los ojos una vez más y sentir los dedos de mis manos. Mis extremidades. Mi cuerpo entero.
El aturdimiento es intenso. La confusión es aterradora, el dolor en mi caja torácica es insoportable... Y los Estigmas están furiosos.
Todo dentro de mí se estremece cuando retuercen todo a su alrededor y, en ese momento, la fuerza impresa en el lazo vacila. La quemazón en mi pecho ruge en respuesta y yo, por acto reflejo, me aferro a la cuerda invisible con más fuerza que antes.
La persona del otro lado tira una vez más, pero el agarre se siente más débil que antes; más torpe.
«¡Vamos, Bess!», grito para mis adentros. «¡Libérate de toda esta mierda, carajo!».
Trato de alcanzar las hebras de los Estigmas.
Un siseo ronco y profundo me invade los oídos, pero no permito que la amenaza impresa me amedrente. No permito que nada me aleje de mi objetivo.
Mis dedos rozan los hilos de energía, pero no es suficiente. Necesito salir de este estado de semiinconsciencia o no voy a poder hacer nada para detener a los Estigmas. Necesito librarme de esta inmovilidad ahora mismo o todo va a terminar muy mal.
El calor en mi pecho incrementa y la familiaridad me invade los huesos. Es hasta ese momento, que soy capaz de distinguirlo. Es hasta ese instante, que me doy cuenta de que es la energía angelical de Mikhail la que está tratando de ayudarme. La que se ha encargado de mantenerme a flote en este lugar oscuro y denso en el que me encuentro sumergida.
La fuerza del otro lado del lazo en mi pecho incrementa un poco y tira de mí. La energía angelical hace lo mismo y, justo en el momento en el que el humo se dispersa otro poco, lo intento de nuevo.
Esta vez, soy capaz de aferrarme a las hebras. Soy capaz de sentir el poder atronador, violento y destructivo de los Estigmas enroscándose entre mis dedos.
Tiro de ellos.
Los hilos de energía gritan en respuesta y luchan contra mi agarre, pero la energía angelical ya ha comenzado a neutralizar todo el poder que tienen.
Otro jalón en mi agarre sobre los Estigmas los desestabiliza por completo y, al instante, todo toma una nitidez abrumadora.
Los sonidos regresan a mí de golpe, la vista se me llena de humo, fuego, trozos de cielo, caos y destrucción; mi nariz se inunda de olores nauseabundos y todo mi cuerpo —absolutamente todo— grita de dolor.
Un sonido torturado me brota de la garganta y un espasmo me recorre de pies a cabeza. En ese instante, mis rodillas golpean el suelo y mis manos apenas pueden sostener el golpe de mi cara contra el concreto.
Los Estigmas aprovechan ese instante para intentar escapar de mi control, pero no se los permito. Pese al dolor lacerante que me recorre, no se los permito.
La energía angelical concentra toda su atención en mí, pero no es suficiente. Duele demasiado. Es insoportable.
—¡Bess! —El grito de la voz familiar de Axel envía oleadas de alivio a mi sistema—, ¡Bess, detente! ¡Mikhail…!
Ni siquiera escucho el resto de su oración. Ni siquiera me molesto en intentar averiguar dónde está o cómo carajo es que llegó aquí, porque he concentrado toda la atención en la tarea de intentar localizar al demonio de los ojos grises.
No me toma mucho tiempo encontrarlo. No me toma mucho tiempo dar con la imagen de su anatomía y, cuando lo hago, todo el mundo se tambalea.
Decenas… No… Cientos de hilos energéticos le rodean el cuerpo, pero no es eso lo que me saca de balance. Es la posición de cabeza en la que se encuentra y el estado destrozado de la única ala que posee, lo que me envía al borde de mis cabales.
Las hebras de los Estigmas lo mantienen en el aire, con los brazos extendidos y las piernas juntas. Sostienen, también, el ala de murciélago de Mikhail, y la mantienen abierta. Extendida —cuán grande y gloriosa—. Su torso y brazos desnudos estás surcados por centenares de pequeñas venas azuladas que resaltan con tensión de sus músculos y que lucen dolorosas, y hay un charco de sangre en el suelo debajo de él.
Un grito de puro horror se construye en mi garganta y una oleada de pánico y enojo me recorre entera.
Una emoción oscura e insidiosa se apodera de mis entrañas, pero trato de ignorarla mientras me concentro en los Estigmas que lo envuelven todo.
Poco a poco, con la poca fuerza que le queda a mi cuerpo, y pese al intenso dolor que me invade de pies a cabeza, afianzo mi agarre en los hilos energéticos antes de intentar tirar de ellos. La respuesta que recibo es una vibración profunda, dolorosa y enfurecida; sin embargo, no dejo que eso me amedrente. No dejo que me detenga de hacer lo que tengo que hacer.
Tiro una vez más.
Los Estigmas protestan en respuesta y se estiran tanto, que soy capaz de sentir cómo la energía oscura que emana el cuerpo de Mikhail se agita con inquietud. El pánico que corre por mis venas en ese momento es insoportable.
Aprieto los puños y los dientes.
«No van a ganarme. No van a ganarme. No van a ganarme…».
Lo intento de nuevo.
Esta vez, las hebras hieren el cuerpo de Mikhail con violencia y él suelta un alarido de puro dolor.
El horror se arraiga en mí en ese instante, pero sé que lo están haciendo para contenerme. Los Estigmas saben que Mikhail es una de mis vulnerabilidades más grandes y lo están utilizando para mantenerme bajo control.
—¡Bess! ¡Maldición! ¡¿Qué estás haciendo?! —La voz de Axel vuelve a mí, pero lo ignoro por completo.
En su lugar, me enfoco en los hilos que se tensan alrededor del demonio de los ojos grises.
La energía angelical que llevo dentro se agita cuando, como puedo, me pongo de pie. Entonces, me llena por completo. Me abraza de pies a cabeza y la sensación de entumecimiento se apodera de mi anatomía.
Trata de darme fuerza. Trata de mantenerme lo suficientemente fuerte para que los Estigmas no terminen asesinándome.
Afianzo mi agarre otro poco.
Esta vez, cuando tiro, un sonido similar al de un gruñido me abandona. Esta vez, cuando tiro, la energía angelical empuja mi cuerpo hasta sus límites y me llena de algo que no logro descifrar. Algo cálido, dulce… Similar a un bálsamo.
Entonces, los hilos ceden y Mikhail cae al suelo de golpe.
Otro gemido torturado se me escapa cuando lucho contra el poder destructivo que lo envuelve todo y, en el proceso, una onda expansiva provocada por la ondulación de los Estigmas hace que me tambalee un par de pasos hacia atrás.
Las piernas no pueden responderme más, así que caigo al suelo con brusquedad; sin embargo, no dejo de pelear para controlar a la energía desesperada que lucha por ser libre. No dejo de exigirle a mi anatomía que controle al monstruo que llevo dentro.
La energía angelical de Mikhail se apodera de las hebras una vez que se encuentran lo suficientemente cerca de mí, y tira de ellas hasta que estas —débiles, agotadas y derrotadas— se retraen y se contraen hasta quedar selladas en mi interior.
Es hasta ese momento, que me permito desplomarme en el asfalto. En ese instante, mi cabeza se estrella contra el concreto con tanta fuerza, que cientos de puntos oscuros se filtran mi campo de visión.
Alguien grita mi nombre. Alguien me toca la cara y tira de mí hacia arriba. El cuerpo no me responde. El cerebro no logra darle una orden en concreto a mis extremidades así que, me dejo ir.
Me dejo envolver por la bruma que me invade. Por la oscuridad que trata de alejarme del mundo real y me arrastra a los brazos de la inconsciencia.

Algo cálido me golpea la espalda de lleno y sé, mucho antes de siquiera abrir los ojos, que es el sol matutino el que me perturba el sueño.
El calor sobre mi espina es agradable e incómodo en partes iguales, y no sé si quiero moverme o quedarme aquí. No sé si quiero acurrucarme aún más o moverme para alejarme de la suave quemazón.
Me remuevo con incomodidad. Los músculos gritan en respuesta a mi movimiento y, de manera abrupta, me encuentro despierta y soy plenamente consciente del dolor punzante en mi cabeza y del ardor que me cubre de pies a cabeza.
Aprieto los párpados cuando trato de estirarme un poco y un sonido torturado se me escapa.
—Shh… —alguien murmura, y algo frío y húmedo es colocado sobre mi espalda vestida—. No te muevas tanto. Vas a lastimarte.
El sonido de la voz que llena la estancia es ronco, pastoso, profundo y familiar, y, justo en el instante en el que llega a mí, un escalofrío me recorre el cuerpo.
Abro los ojos.
Mi cabeza hace amago de levantarse de la almohada sobre la que se encuentra para mirar al dueño de la voz, pero una punzada dolorosa me detiene al momento.
Un gemido se me escapa y aprieto los dientes antes de mascullar una palabrota.
Alguien se acuclilla a un costado de la cama en la que me encuentro y, rápidamente, vuelco la vista en su dirección.
El par de ojos grises son lo primero que noto, seguido de la piel blancuzca, el cabello negro como la noche y la mandíbula angulosa de Mikhail. La severidad con la que me mira es tanta, que tengo que reprimir el primitivo impulso que tengo de apartarme de él.
—¿Acaso hablo mandarín? —espeta. Suena molesto—. Te he dicho que no te muevas. Vas a hacerte daño.
La confusión me invade por completo, pero no puedo decir nada. No puedo hacer nada más que intentar conectar los puntos en mi cabeza.
«¿Qué carajos pasó? ¿Qué diablos hace él…?».
Entonces, todo vuelve a mí y me golpea como un tractor demoledor.
El corazón se me estruja, mi pulso se acelera, las manos me tiemblan… Todo mi cuerpo reacciona cuando, uno a uno, los recuerdos empiezan a llenarme la cabeza:
Amon, la criatura que lo acompañaba, el coche volcado, los Estigmas tomando el control, la sed de venganza, el dolor, Daialee…
La angustia, la desesperación y la ansiedad empiezan a hacer estragos en mí y me encuentro respirando con dificultad. Me encuentro intentando levantarme de la cama para escapar de la tortura; removiéndome, pataleando y manoteando todo a mi paso, mientras la desesperación se abre camino en mi sistema y las lágrimas me abandonan como torrente incontenible.
Mikhail exclama algo que no escucho, pero no me detengo. Trata de llegar a mí, pero ya me he empujado lo suficiente como para caer al suelo con estrépito y arrastrarme lejos de su agarre a pesar del dolor insoportable en el que estoy envuelta.
No puedo respirar. No puedo dejar de temblar. No puedo dejar de sollozar e hipar con histeria.
El demonio de los ojos grises se apresura hasta el lugar donde me encuentro y apoya una rodilla en el suelo cuando me acorrala en el espacio que hay entre el buró y la pared. Una vez así, me ahueca el rostro entre las manos y dice algo que no entiendo. Algo que ni siquiera me molesto en escuchar.
Mis uñas se clavan en sus muñecas y grito. Grito mientras trato de apartarlo. Mientras pataleo y forcejeo contra su agarre.
Mikhail, sin embargo, no se mueve. No hace otra cosa más que intentar contenerme.
Uno de sus brazos se envuelve alrededor de mis hombros y tira de mí en su dirección. Yo trato de liberarme, pero no puedo hacerlo. Entonces, sabiéndose claramente en ventaja, envuelve su brazo libre en mi cintura y tira de mí hasta quedar sentado en el suelo, con el cuerpo acomodado en el hueco entre sus piernas.
Para ese momento, me toco el pecho con las rodillas y tengo los brazos pegados al suyo, mientras que, con fuerza, me aprieta contra él.
El abrazo se siente ansioso, brusco, desesperado… Y lo agradezco. Lo agradezco porque estoy a punto de desmoronarme. Porque estoy a punto de hacerme añicos y este agarre es lo único que me impide hacerlo. Lo único que impide que pierda la cabeza debido a los recuerdos tortuosos que no dejan de reproducirse en mi memoria.
Un sollozo desgarrador escapa de mi garganta en el instante en el que dejo de luchar contra Mikhail y me aovillo un poco más cuando el abrazo del demonio se intensifica al grado de ser doloroso.
Sollozo de nuevo.
El llanto desesperado, frustrado e histérico llega a mí luego de eso y me dejo ir. Dejo que todo el dolor y la angustia que llevo sobre los hombros se haga cargo. Dejo que Mikhail me susurre cosas dulces en el oído y que mi corazón se aferre a él, porque es lo único que puede hacer para no hacerse polvo en estos momentos.
No puedo dejar de pensar en Daialee. No puedo dejar de pensar en lo cerca que estuve de perder el control de los Estigmas y en lo miserable que me siento; así que lloro. Lloro con todas mis fuerzas. Lloro hasta que los ojos me arden y la garganta me duele de tanto gritar.
Entonces, permito que la resolución de todo lo que ha pasado se asiente sobre mis huesos.
—Daialee está muerta… —digo, en un susurro tembloroso, débil e inestable al cabo de un largo momento de silencio.
No le hablo a nadie en específico, pero, de cualquier modo, Mikhail se tensa cuando lo pronuncio en voz alta.
—Lo siento mucho —dice, al cabo de un rato.
—Está muerta por mi culpa. —La voz se me quiebra cuando digo eso, pero me siento vacía. Me siento desolada… Rota.
—No, Cielo. —La voz de Mikhail suena más ronca que antes—. Nada de esto es tu culpa.
Un largo silencio se instala entre nosotros.
—Si lo es —digo, finalmente—. Y-Yo… —Me detengo y trago duro para eliminar el nudo que tengo en la garganta—. Destruyo todo lo que todo. Lo hago mierda.
—Bess…
—Mis papás y mis hermanas… —lo interrumpo. Acto seguido, sacudo la cabeza en una negativa y un puñado de lágrimas nuevas me nublan la vista—. Todos murieron en ese accidente gracias a que alguien intentaba asesinarme. —Trago una vez más, pero el nudo no se deshace ni siquiera un poco—. Mi tía Dahlia fue asesinada por mi culpa y su prometido, Nate, murió porque fue poseído por un ángel que tenía órdenes expresas de matarme. —Cuando parpadeo, un par de lágrimas traicioneras me abandonan—. Un montón de brujas murieron dentro de su propia casa cuando los ángeles fueron a buscarme. —Un sonido similar al de un sollozo se me escapa—. Un semi demonio renunció a la posibilidad de volver a su Reino para darme la oportunidad de vivir y terminó convertido en eso que tanto detestaba… —Cierro los ojos con fuerza y trato de absorber la punzada de dolor que me atraviesa de lado a lado—. Ahora fue Daialee la víctima. Fue ella quien tuvo que morir por mi culpa —Sacudo la cabeza en una negativa—. Ya no quiero que nadie muera. Ya no quiero seguir causando todo esto.
—Cielo…
—Así que, por favor, Mikhail —lo interrumpo una vez más—, acaba con todo. Acaba conmigo. Toma de mí tu parte angelical, haz lo que tienes que hacer y termina con todo esto de una maldita vez.
No responde. Ni siquiera estoy segura de que respire.
Alzo la vista para encontrarme con su rostro.
Desde el lugar donde me encuentro, lo único que soy capaz de ver, es el músculo duro en su mandíbula, los ángulos obtusos de su rostro, el ceño duro que enmarca sus ojos y la línea severa que dibujan sus labios mullidos.
Su mirada encuentra la mía.
La ferocidad que veo en ella es tanta, que me intimida; sin embargo, no aparto los ojos ni un instante. No le hago saber cuán cohibida me hace sentir cuando me mira de esa manera.
Su rostro está cerca. Demasiado cerca. Tanto que soy capaz de mirar las pequeñas motas doradas que tiñen sus ojos. Tanto que soy capaz se sentir su respiración golpeando la comisura de mi boca.
—Por favor… —suplico.
Él niega.
—No quiero ser un héroe —susurra con la voz entrecortada por las emociones—. No si eso implica tener que… —Se detiene por completo—. Pídeme lo que quieras. Pídeme todo… menos eso.
—No quiero nada más. —Mi voz es apenas audible—. Haz que valga la pena. Que nada de esto sea en vano.
—No puedo —suena desesperado. Angustiado.
—Hazlo. Por favor, solo hazlo.
—¡Te he dicho que no! —espeta, y el tono con el que habla me quiebra en mil pedazos.
—¿Por qué no? —sueno miserable. Derrotada—. Mikhail, por favor. Por favor…
Ni siquiera puedo terminar la oración. Ni siquiera puedo reaccionar porque, justo en ese instante, una palabrota se le escapa y sus labios —ásperos, cálidos y mullidos— encuentran los míos en el camino y acallan el sonido de mi voz.
Mi estómago cae en picada, un escalofrío me recorre la espina dorsal, mi pulso se acelera, la confusión y el aturdimiento se mezclan en mi interior y todo se difumina a mi alrededor. Todo se desdibuja y desaparece porque él es quien ha iniciado el contacto y no yo. Porque él está besándome.
Mikhail está besándome.