Stigmata

Stigmata


Capítulo 27

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Los labios de Mikhail se mueven contra los míos en una danza suave, lenta y cadenciosa, y todo dentro de mí reacciona ante eso. Todo grita y canta debido a la adrenalina que me invade.

No puedo pensar. No puedo respirar. No puedo hacer otra cosa que no sea sentir su boca contra la mía y besarle de vuelta con torpeza.

Una mano áspera, grande y firme se me posa en la mejilla húmeda por el llanto y un escalofrío me recorre cuando siento como sus dedos largos se curvan en el cuello. Entonces, me sostiene con firmeza, antes de inclinarse para besarme con más profundidad.

En ese momento, mis manos temblorosas y doloridas reaccionan y se aferran a las hebras oscuras de su cabello.

Un gruñido de aprobación escapa de sus labios cuando los míos corresponden a su caricia con más avidez, y el corazón me da un vuelco violento cuando siento como su brazo —ese que mantiene envuelto a mi alrededor— me aprieta contra él con más intensidad.

Quiero apartarme. Quiero acercarme. Quiero besarle con más fuerza y hacer que el mundo entero se detenga para quedarme aquí porque se siente bien. Porque no duele. Porque los problemas se sienten lejanos.

La lengua de Mikhail se abre paso en mi boca en un beso hambriento, violento y feroz, cuando mis manos se deslizan hasta su cuello.

Un sonido similar al de un suspiro se me escapa y la intensidad del beso incrementa.

El mundo entero desaparece. El mundo entero se transforma en una nube difusa y distante.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que Mikhail se aparte de mí. No sé, ni siquiera, cuándo las lágrimas urgentes y desesperadas que me abandonaban se detuvieron. Sinceramente, ahora mismo no me interesa averiguarlo. Lo único en lo que puedo concentrarme, es en el modo en el que su frente se une a la mía y la manera en la que sus manos cálidas y grandes me sostienen.

Mi corazón no ha dejado de latir a toda marcha, mis manos no han dejado de aferrarse a él con toda la fuerza que poseen y el sonido de nuestras respiraciones agitadas es lo único que puede escucharse. Es lo único que puede percibirse a través del silencio de la habitación.

Tiemblo de pies a cabeza debido a la adrenalina y la ansiedad, pero, a pesar de eso, un cómodo aturdimiento se ha apoderado de mí.

Poco a poco, empiezo a ser más consciente de mí misma. Poco a poco, sin realmente estar lista para que suceda, comienzo a percatarme de lo que ocurre en el entorno a pesar de que no quiero hacerlo. A pesar de que, lo que en realidad quiero es permanecer aquí, en el limbo provocado por su contacto, todo el tiempo que sea posible. Quiero permanecer aquí, absorta en este espacio lleno de ilusas esperanzas que Mikhail se encarga de crear para mí siempre que estoy a punto de rendirme.

A estas alturas, si todo esto solo se trata de una treta para tranquilizarme, para mantenerme a flote, bienvenida sea.

No estoy lista para volver a la realidad. No estoy lista para regresar a ese lugar oscuro y siniestro del que vengo.

—Pídeme lo que quieras, Bess. —La voz del demonio llega a mí en un hilo ronco y tembloroso—. Pídeme todo, menos eso. Llámame cobarde, egoísta, imbécil… No me importa. Pero no me pidas que acabe contigo.

Un centenar de emociones se mezclan con la tristeza y el desasosiego que hace unos instantes me hacían añicos. No sé qué hacer. No sé qué decir. Ni siquiera sé si seré capaz de enfrentarme al chico que me sostiene entre sus brazos y mantiene su rostro cerca del mío.

—¿Por qué tratas de volverme loca? —me quejo, en un susurro tembloroso y débil.

Una pequeña y suave risa escapa de sus labios, y el pecho se me llena de una emoción intensa y extraña.

—Eres tú quien trata de enloquecerme a mí —dice, en un susurro ronco.

Mis ojos se abren y la vista se me llena de él. De la preciosa tormenta grisácea que tiñe sus ojos, y del desastre sedoso que es su cabello. Se llena de sus labios mullidos y enrojecidos por nuestro contacto, y de los ángulos duros y fuertes que tiene su cara.

—Tuve otro recuerdo… —murmura, al tiempo que, con aire distraído, aparta un mechón de cabello lejos de mi rostro. Los párpados se me cierran una vez más mientras absorbo el contacto—. En este, estás atada a una estructura de madera y hay alguien a punto de clavarte por las muñecas.

Abro los ojos una vez más y poso la vista en la suya. Mi corazón se salta un latido en ese instante y el aliento me falta.

Los recuerdos de ese incidente no se hacen esperar y, de pronto, me encuentro reviviendo aquella ocasión en la que fui secuestrada por un grupo de fanáticos religiosos.

El silencio se extiende entre nosotros mientras que, tanto él como yo, nos sumimos en nuestros pensamientos durante unos instantes.

—Bess, yo… —Mikhail comienza a hablar; sin embargo, el sonido de la puerta siendo abierta con brusquedad, aunado a la voz proveniente de la entrada, lo corta de tajo.

En ese momento, más por instinto que por otra cosa, me aparto del demonio y poso toda la atención en la figura que se encuentra de pie en el umbral.

Axel, quien luce cansado, ojeroso e infinitamente triste, se detiene en seco en el instante en el que se percata de que, tanto Mikhail como yo, nos encontramos en el suelo. Su mirada pasa del uno al otro un par de veces y la confusión que se dibuja en su mirada no hace más que incrementar la incomodidad que ha comenzado a instalarse en mis huesos.

—¿Debo preguntar qué pasó aquí o finjo demencia? —dice, al tiempo que sus cejas se alzan en un gesto sugerente. Pese al gesto derrotado que lleva en el rostro, un atisbo de sonrisa se dibuja en sus labios.

No respondo. Mikhail tampoco dice nada. Se limita a ponerse de pie para luego, con mucho cuidado, tomarme entre sus brazos y depositarme sobre la cama. El gesto es tan familiar y anormal al mismo tiempo, que no sé cómo reaccionar. Ni siquiera deseo pensar demasiado en su significado. Ahora mismo, lo único que quiero es que Axel deje de mirarnos como lo hace, y que Mikhail deje de comportarse como si nada hubiese pasado.

—¿Debo interpretar ese silencio? —Axel insiste, pero Mikhail, deliberadamente, se entretiene acomodando las almohadas detrás de mi espalda. Es hasta ese momento, que me percato de que lleva el torso desnudo y que solo una venda gruesa cubre gran parte de él.

—¿Qué es lo que quieres? —Mikhail habla. No suena molesto ni duro, pero el tono que utiliza es intimidatorio. Tanto, que cualquiera con media neurona podría percatarse de que esa ha sido su manera de dar por zanjado el tema que Axel insiste en abordar.

El íncubo se aclara la garganta.

—Venía a preguntar cómo estaba Bess —dice, con cautela—, pero ya veo que está mucho mejor.

Es hasta ese momento, que el demonio de los ojos grises lo encara.

—¿Eso es todo? —pregunta.

—En realidad, no. —El íncubo hace una mueca cargada de disculpa—. Venía a hablar contigo respecto a lo que ocurrió con Amon y respecto a lo que las brujas planean hacer con… —Se detiene en seco y posa su atención en mí. El entendimiento y arrepentimiento que veo en sus facciones es tan incómodo como doloroso. Luce como si quisiera enterrar la cara en el suelo y una punzada de nerviosismo me atraviesa el pecho—. ¡Maldición! ¿Por qué carajo nunca aprendo a quedarme callado cuando tengo que hacerlo? —Se reprime, al tiempo que cierra los ojos y sacude la cabeza en una negativa. Entonces, encara a Mikhail una vez más y dice—: ¿Puedes salir un momento, por favor?

—Está bien —digo, a pesar de que no estoy segura de querer escuchar lo que Axel tiene que decir—. Puedes decirlo.

El íncubo duda.

—Habla ya —urge Mikhail.

Axel suelta un suspiro cansado.

—Venía a decirte que las brujas habían decidido esperar a que Bess reaccionara para realizar el ritual de despedida de… —Traga duro y me mira de reojo—. De Daialee.

No me atrevo a apostar, pero creo haber escuchado un ligero temblor en su tono. Creo haber visto un atisbo de dolor en su mirada y eso no hace más que avivar el ardor insoportable que llevo en el pecho desde que tomé consciencia de mí misma.

Mikhail no se mueve. De hecho, ni siquiera luce como si estuviese respirando. Su cuerpo está tan quieto que asusta y no sé cómo sentirme al respecto.

Se hace el silencio.

—Bess no está en condiciones de…

—Estoy bien —lo interrumpo a media oración—. En perfectas condiciones.

—No, no lo estás —Mikhail suelta con dureza, al tiempo que me mira por encima del hombro—. Tu cuerpo aún está débil. Estás llena de Estigmas y…

—Es su funeral.

—Mi voz se quiebra cuando pronuncio estas palabras y mis ojos se llenan de lágrimas—. No voy a faltar a su funeral.

La mandíbula de Mikhail se tensa por completo.

—Sigues estando muy débil —escupe, con severidad.

—Hagas lo que hagas… —Trago el nudo que se ha formado en mi garganta—. Digas lo que digas, no vas a impedir que esté ahí para despedirla.

Los ojos del demonio se cierran unos instantes y noto como su pecho se infla cuando toma una inspiración exasperada; sin embargo, termina asintiendo.

Axel también lo hace antes de posar toda su atención en Mikhail una vez más.

—Respecto a lo que sucedió con Amon…

—Aquí no —Mikhail lo interrumpe—. Hablemos sobre eso afuera.

—No —digo, pese a las lágrimas que amenazan con abandonarme—. Quiero escucharlo yo también. Quiero saber qué diablos fue lo que pasó allá afuera, quién carajo era la criatura que venía con Amon y por qué nos encontraron.

Un suspiro cansado y fastidiado escapa de los labios de Mikhail.

—No vas a dejarme impedir que te tortures, ¿no es así? —reprocha, pero no suena como si realmente tratase de reprimirme.

No respondo. Me limito a mirarlo fijamente y otro suspiro lo abandona en ese momento.

De acuerdo. —Asiente, antes de dejarse caer sobre la silla de escritorio de mi habitación. No me pasa desapercibida la mancha de sangre seca que tiñe los vendajes en la parte derecha de su espalda. Tampoco lo hace la postura ligeramente encorvada hacia a un lado que adopta. No se necesita ser un genio para darse cuenta de que está herido y que trata de no hacerlo notar—. Lo haremos a tu modo esta vez.

Entonces, Axel comienza a hablar.

No soy capaz de reconocerme. La imagen de la chica frente al espejo es tan ajena a mí, que no logro conectar con ella ni un poco.

Mi cabello, apelmazado por el agua de la ducha que acabo de tomar, me cae de manera desordenada hasta la mandíbula; mis ojos, hinchados por el llanto y ojerosos por la falta de descanso, lucen agotados. Sin vida. El tono pálido y cenizo de mi piel me hace lucir enferma y los moretones que me tiñen la cara no hacen más que acentuar el aspecto demacrado que tengo.

Corro la vista hacia abajo; hacia el vestido negro que me viste, y hacia la delgadez insana de mis brazos y mis piernas. Lo único que consigo al hacerlo es incrementar la sensación de disgusto que ha comenzado a abrirse paso en mi sistema.

Odio lo que veo. Odio la crudeza con la que me recibe el espejo y odio, por sobre todas las cosas, no tener la fuerza suficiente como para intentar hacer algo al respecto. No tener la resolución suficiente como para intentar ponerme de pie luego de esta brutal caída.

Una inspiración profunda es inhalada por mi nariz y lleno mis pulmones con la esperanza de que, al exhalar, la maraña de negatividad y autocompasión que siento se disuelva; sin embargo, cuando lo hago… cuando exhalo… no pasa nada. El nudo de sentimientos que llevo dentro sigue atenazándome el pecho con violencia. Sigue asfixiándome y lastimándome de modos incomprensibles.

—No tienes por qué hacer esto. —La voz a mis espaldas hace que el corazón me dé un vuelco furioso, pero trato de no hacerlo notar mientras busco la imagen de Mikhail a través del reflejo en el espejo.

—Quiero hacerlo —digo, mirando su imagen a través del cristal. Se encuentra recargado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y aspecto de no haber dormido en días.

Suspira.

—¿Estás segura de que te encuentras bien? —pregunta, al cabo de unos instantes de tenso silencio.

Asiento y otro suspiro viene en ese momento.

—De acuerdo —dice, al tiempo que se despereza—. Si es así, vamos ahora.

Un nudo se me instala en la garganta, pero me las arreglo para mantener las lágrimas a raya mientras atravieso la habitación y salgo por el pasillo de la casa.

Cada paso que doy es doloroso, pero no me detengo. Ni siquiera cuando, al bajar las escaleras, el mareo me invade. Sé que el cuerpo está pasándome la factura y que, ahora más que nunca, debería estar descansando. Con todo y eso, no puedo dejar de hacer esto. No faltar al ritual de despedida que las brujas harán para Daialee.

Aún no tengo muy claro qué fue lo que ocurrió aquel día. Tampoco sé si algún día seré capaz de procesarlo del todo; sin embargo, gracias a lo que Mikhail y Axel me han dicho, he podido asimilar un poco toda la información.

Aún no sabemos cómo es que Amon dio con nosotros, pero sí sabemos que la criatura que lo acompañaba era una de las bestias del Inframundo favoritas de Lucifer. Un demonio de origen tan oscuro que el único lugar en el que puede estar, es en las fosas, junto con todos los condenados.

Según lo que Mikhail y Axel dijeron, es una criatura tan peligrosa y destructiva, que solo los Príncipes del Infierno o el mismísimo Lucifer son capaces de sacarla del infierno personal que se ha creado para él.

Ambos dicen, también, que no pueden creer la facilidad con la que fue despedazado por el poder de los Estigmas. Axel argumentó muy efusivamente que ni siquiera un demonio de Primera Jerarquía puede destruir seres de esa naturaleza y que los hilos lo destrozaron con una sencillez aterradora.

Respecto a Amon, aún no sabemos qué fue lo que ocurrió con él. Mikhail dice que estaba tan ocupado intentando atravesar el campo energético que crearon los Estigmas a mi alrededor, que ni siquiera se molestó en averiguar dónde se encontraba.

Al parecer, en esta ocasión, el poder que me fue otorgado por las marcas en mis muñecas fue tan arrollador y destructivo, que se encargó de destrozar las barreras energéticas de todo Bailey. Es por eso que ahora la carga energética que hay en este lugar es apabullante.

Los destrozos materiales, según me dijeron, fueron similares a los que podría provocar un sismo de gran intensidad. De hecho, Axel ha dicho que el efecto fue tan intenso y grande, que la mismísima tierra se estremeció con violencia. Ha dicho, también, que los reportes de los noticieros locales han dicho que lo ocurrido no ha sido otra cosa más que un sismo y que nadie en el mundo humano parece haberse percatado del caos que estuvo a punto de desatarse por mi culpa.

Mikhail dijo que no fue difícil mantener un perfil bajo frente a las autoridades cuando se presentaron al lugar de los hechos. El coche hecho pedazos y el cuerpo de Daialee fue suficiente para hacerles creer que lo que ocurrió con la bruja adolescente no fue más que un aparatoso accidente de tránsito provocado por el sismo que azotó el estado.

Dijo, también, que tuvieron que traerme a casa a toda velocidad para que nadie pudiera ver el estado tan lamentable en el que me encontraba. Argumentó que, si algún oficial me hubiese visto, todo se habría ido al caño.

Respecto a los vecinos del lugar, tengo entendido que él mismo se encargó de implantar recuerdos falsos en sus memorias para evitar que cualquiera que haya visto algo sea capaz de decírselo a alguien.

Al parecer, la situación fue controlada a la perfección el tiempo que estuve inconsciente y no puedo dejar de sentirme miserable por eso. No puedo dejar de sentir como si no fuese más que una carga pesada para todos los que me rodean.

Nadie debería tener que lidiar con esto. Los demonios y las brujas que se han encargado de protegerme todo este tiempo ni siquiera tendrían que estar preocupándose por salvarme cuando no he hecho más que traer desastre a sus vidas.

Una mano grande y firme se coloca en la parte baja de mi espalda y me empuja con suavidad hacia adelante. Es entonces cuando vuelvo a la realidad.

El aturdimiento provocado por el ensimismamiento me hace sentir un tanto extraña y confundida, pero, de manera mecánica, me obligo a avanzar hasta donde la persona a mi lado me guía.

No me toma demasiado darme cuenta de que es al patio a donde nos dirigimos. Tampoco me toma mucho tiempo darme cuenta de que es Mikhail quien se mantiene cerca y me empuja con suavidad con una de sus manos.

El frío me cala los huesos en el instante en el que pongo un pie fuera de la casa. La ráfaga helada que me golpea me eriza los vellos del cuerpo y un escalofrío me hace estremecer. Luego, por acto reflejo, me abrazo a mí misma.

Mikhail, sin decir una palabra, envuelve sus dedos alrededor de mi brazo y tira de mí con suavidad para llevarme hasta el punto en el que las brujas se encuentran reunidas; sin embargo, cuando estamos a pocos pasos de distancia, lo obligo a detenerse.

La mirada cautelosa que me dedica no hace más que apretar el nudo que siento en la garganta.

Es justo en ese momento, cuando la atención de las brujas se posa en mí.

Zianya, Dinorah y Niara me miran fijamente, pero ninguna hace nada por acercarse. Ninguna hace nada por abalanzarse sobre mí y comenzar a culparme por la muerte de Daialee.

El gesto inescrutable que esbozan todas es tan aterrador y enigmático al mismo tiempo, que no sé qué hacer. Ni siquiera sé si debo decir algo.

Dinorah es la primera en acercarse. Niara le sigue a pocos pasos y, finalmente, Zianya avanza cuando las otras dos brujas están por alcanzarme.

Los brazos de las tres se envuelven a mi alrededor.

Lágrimas dolorosas, abrumadoras y desgarradoras se me acumulan en los ojos, pero no me permito llorar. No me permito mostrar cuán culpable y destrozada me siento porque sé que no voy a ganar nada haciéndolo. No voy a ganar absolutamente nada diciéndoles que lo lamento.

Nadie dice nada. Nadie se mueve. Lo único que hacemos es sostenernos juntas, apretadas y llorosas durante un largo momento.

Entonces, una a una, se separan de mí.

Las tres mujeres, en completo silencio, me dedican una reverencia ligera y se posicionan de modo que, si pudiese trazar líneas para unirlas, formarían un triángulo. En ese momento, Axel aparece en mi campo de visión y deposita una caja justo al centro de la figura creada por ellas.

Lágrimas calientes y pesadas se me escapan cuando noto que la caja no es otra cosa más que una urna funeraria. Un pequeño contenedor que guarda los restos incinerados de quien alguna vez fue Daialee.

—Porque polvo eres y en polvo te convertirás. —Las tres brujas dicen al unísono, con las voces rotas por el llanto contenido. El mío se vuelve más intenso ahora—. Porque un don se te fue otorgado y es tiempo de devolverlo. Porque ahora serás alimento y vida, y vivirás en donde la tierra hace su magia.

En ese momento, Niara deja su posición para volver al poco tiempo con las manos llenas de velas largas y delgadas. Entonces, con solemnidad, empieza a colocarlas en el suelo para formar un círculo con ellas.

Cuando termina de hacerlo, las enciende una a una y murmura un montón de palabras en el proceso. Acto seguido, una vez que ha terminado, vuelve a su posición inicial.

Es el turno de Dinorah de murmurar algo en un idioma que suena más como un dialecto que como un lenguaje antiguo o moderno y, justo cuando termina, se gira para encararme.

Hace un gesto en dirección al círculo.

—Vamos, cariño —dice, con un hilo de voz—. Eres parte del aquelarre ahora. Tienes que hacer esto con nosotras.

Las lágrimas, que antes eran silenciosas, se vuelven un torrente incontenible; sin embargo, me obligo a avanzar y colocarme en el perímetro del círculo, de modo que ahora hemos quedado como si pudiésemos formar un cuadrado si nos unieran con líneas.

Dinorah me regala una sonrisa suave cuando estoy en posición.

—No llores más —dice, con la voz rota—. Aún no es tiempo.

Como puedo, me limpio la humedad de las mejillas y tomo un par de inspiraciones profundas para tranquilizarme. Las brujas, quienes lucen como si estuviesen a punto de echarse a llorar también, esperan pacientemente a que termine y, una vez que he retomado la compostura, extienden los brazos como si quisieran tomarse de las manos.

—¿Estás lista? —Dinorah pregunta en mi dirección.

Yo asiento.

—Bien —asiente ella también y mira a las otras dos brujas antes de decir—: Si es así, comencemos.

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