Stalin

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SURGE STALIN

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SURGE STALIN

A mediados de febrero de 1912, todavía exiliado en Vologda, Stalin —así comenzaba a llamarse— recibió un informe de primera mano sobre el congreso de Praga, en el que Lenin había creado un partido bolchevique independiente. Ordjonikidze se presentó personalmente para informarle acerca del nuevo partido. También se enteró de que había sido nombrado miembro numerario de su Comité Central. Más aún, Lenin había atendido su insistente demanda en el sentido de que debía haber un centro organizativo, así como un periódico en Rusia. El Comité Central había creado una sede rusa con la función de supervisar y revitalizar los grupos del partido en todo el país. Stalin había sido nombrado miembro de la oficina.

Para Stalin éste fue el principio de una actividad febril. Como había predicho, una nueva ola de agitación popular había comenzado a extenderse. La muerte de Lev Tolstoi, venerado como gran escritor e, incluso más, como una poderosa fuerza moral, marcó el comienzo de una oleada de manifestaciones, pero más importante fue el cese del enérgico liderazgo de Peter Stolypin. El 1 de septiembre de 1911, cuando asistía a una actuación de gala en la Opera de Kiev en presencia del zar, fue tiroteado a quemarropa.

Stolypin había conseguido, en un periodo de tiempo sorprendentemente corto, establecer el orden y ofrecer a los rusos un modo de vida más liberal. Lenin y otros revolucionarios reconocieron que estaba creando unas condiciones en las que la revolución quedaría aplazada, quizá indefinidamente. Aunque ellos no lo sabían, el mandato de Stolypin se aproximaba a su fin, y la bala del asesino lo acortó solamente en unos días. Incapaz de apreciar lo acertado de la política de Stolypin y de reconocer en él al salvador de su régimen, Nicolás II había decidido destituirle. Bajo sus sucesores, el gobierno se hizo cada vez más reaccionario. El talante de la gente cambió y el descontento se tradujo en manifestaciones y huelgas.

El 29 de febrero de 1912, Stalin huyó de Vologda, y después de una breve estancia en San Petersburgo, continuó apresuradamente hacia el sur, hasta Bakú. Los socialdemócratas, salvo contadas excepciones, nunca habían previsto la división permanente del partido. Tanto los bolcheviques como los mencheviques daban por supuesto que a la larga se unirían. Por eso, la decisión de Lenin de formar su propio partido bolchevique provocó incredulidad y oposición, y más que en ningún sitio en Transcaucasia, bastión menchevique. El objetivo de Stalin y de los otros miembros de la oficina era persuadir a los socialdemócratas de que el partido bolchevique encabezado por Lenin era el verdadero partido revolucionario.

A principios de abril de 1912, Stalin estaba de nuevo en San Petersburgo, preparando la publicación del nuevo periódico bolchevique, tarea que Lenin le había confiado. Siempre había hecho campaña en pro de un periódico que informara y uniera a los grupos del partido, pero ahora éste se necesitaba más urgentemente para promocionar la nueva organización, purgada de liquidadores mencheviques. Los periódicos estaban sujetos a una severa censura, pero incluso así, un periódico bolchevique podía hacer mucho para fortalecer al partido.

El 22 de abril de 1912, apareció el primer número de Pravda (La verdad), con un editorial escrito por Stalin. El secretario de la junta directiva era un joven llamado Vyacheslav Skriabin, más tarde conocido como Molotov. El nombre del nuevo periódico fue deliberadamente tomado del Pravda de Trotski, publicado en el extranjero, que continuaba siendo, con diferencia, el más popular de los periódicos introducidos clandestinamente en Rusia. Fue un robo astuto, porque el nuevo periódico atrajo a muchos de los lectores de Trotski, aunque atacaba las medidas que él había defendido. Este protestó airadamente, pero no pudo hacer otra cosa que dejar de publicar su propio periódico.

El día que apareció el primer número de Pravda, Stalin fue detenido. Otros miembros de la oficina fueron detenidos poco después. Malinovsky, el único que quedó en libertad, había hecho bien su trabajo, y la mayoría de los bolcheviques, influidos por el vehemente apoyo que Lenin le prestaba, estaban lejos de sospechar que era un agente de la policía. Cuando Molotov fue detenido, otro de los protegidos de Lenin, Miron Chernomazov, que también era agente de la policía, fue nombrado secretario de la junta directiva del periódico en su lugar.

En esta ocasión, Stalin fue condenado a tres años de exilio en Narym, provincia de Siberia occidental. Llegó allí el 18 de julio de 1912 y se escapó el 1 de septiembre. Regresó inmediatamente a San Petersburgo y reasumió el control de Pravda; entonces, tuvo que defender el periódico de las duras críticas de Lenin. En el editorial del primer número Stalin había escrito: «Creemos que un fuerte movimiento, lleno de vida, es inconcebible sin controversias; sólo en un cementerio puede conseguirse una coincidencia total de opiniones.» Más adelante el editorial proclamaba: «De la misma manera que tenemos que ser intransigentes con los enemigos, debemos hacernos concesiones entre nosotros. La guerra contra los enemigos del movimiento de los trabajadores y el esfuerzo por conseguir la paz y la camaradería dentro del movimiento serán los principios que guíen a Pravda en su trabajo diario.»

Lenin detestaba esta actitud conciliadora. Alejado de las realidades rusas, como Stalin había indicado en sus artículos de Bakú, no podía calibrar la presión de las demandas de los bolcheviques dentro de Rusia para la reunificación del partido. En esta etapa, a juicio de Stalin y de otros que vivían y trabajaban dentro del país, Prauda tenía que seguir una línea conciliadora para conseguir apoyo, y la tirada comenzó pronto a experimentar un aumento constante hasta llegar a un máximo de ochenta mil ejemplares. Lenin, sin embargo, continuó atacando a la junta directiva en sus artículos, tildando maliciosamente a los mencheviques de «liquidadores» y «conciliadores». Stalin y otros miembros de la junta censuraban cuidadosamente estos artículos, lo cual originó airadas diatribas en Cracovia, adonde Lenin se había trasladado para estar más cerca de las operaciones sin enfrentarse a los riesgos que suponía vivir en Rusia.

« Vladimir Ilyich estaba muy molesto —escribió Krupskaia—, por-que desde el principio Prauda eliminó deliberadamente de sus artículos toda polémica con los liquidadores.» Una típica muestra de los arrebatos petulantes de Lenin fue su comentario: «Tenemos que echar a patadas al personal de la junta directiva... ¿Puede llamarse directivos a tales personas? No son hombres, son sólo penosos harapos que están arruinando la causa.»

En el otoño de 1912, Stalin estuvo directamente implicado en las elecciones a la cuarta Duma. Escribió el manifiesto de la elección para los candidatos del partido bajo el título Instrucción de los trabajadores de Petersburgo a su diputado laborista. Les pedía que diesen a conocer las demandas de los trabajadores, que promoviesen la revolución y que no tomaran parte en «el juego vano de la legislación en la Duma».

La «Instrucción» fue adoptada por los trabajadores en todas las grandes industrias de San Petersburgo. Más aún, olvidando brevemente su odio a Pravda, Lenin manifestó estar tan satisfecho con ella que la publicó en El Socialdemócrata, y en una carta a la junta directiva de Pravda escribió: «Publicad sin falta esta Instrucción al diputado de San Petersburgo, en lugar destacado y en negrita.»

Trece diputados socialdemócratas resultaron elegidos, seis bolcheviques y siete mencheviques. Al igual que en la Duma anterior comenzaron inmediatamente a cooperar entre sí, formando una facción unida y eligiendo como portavoz a Chjeidze, el menchevique georgiano. Con esta decisión reflejaban la imperiosa demanda de los trabajadores a favor de la unidad del partido; además, como reducido grupo que eran en una Duma reaccionaria, necesitaban mantenerse unidos.

Lenin se enfureció y pidió que los diputados bolcheviques rompieran públicamente con sus colegas mencheviques de la Duma. Poco después de las elecciones, Stalin se trasladó a Cracovia respondiendo a un llamamiento de Lenin que convocaba allí una reunión del Comité Central. Lenin pronunció una conferencia ante los miembros del Comité en la que defendía la necesidad inmediata de que los diputados bolcheviques llevaran a cabo la escisión. Stalin, aunque estaba convencido de que más adelante tal acción sería inevitable, sabía que hacerlo sin dilación haría perder el apoyo de los bolcheviques. Más aún, al regresar a San Petersburgo hacia finales de noviembre, descubrió que los diputa-dos bolcheviques no estaban dispuestos a cumplir lo que Lenin había pedido. El no les presionó, ni tampoco dio publicidad en Pravda a la necesidad de la división del partido.

Frustrado por ver incumplidas sus demandas, Lenin decidió utilizar una táctica más enrevesada. Convocó otra reunión del Comité Central en Cracovia. En esta ocasión tomarían parte los seis diputados bolcheviques. Para Stalin y otros, esto significaba tener que cruzar de nuevo la frontera y alejarse de importantes tareas en Rusia. Que la citación se obedeciera era una muestra de la gran autoridad de Lenin; a finales de diciembre de 1912 todos estaban reunidos en Cracovia. Mientras tanto, Lenin había encomendado a Jacob Sverdlov que se hiciera cargo de Pravda en ausencia de Stalin y realizara los cambios oportunos.

A finales de diciembre, en Cracovia, Lenin insistió, ante los miembros del Comité Central y en presencia de los seis diputados bolcheviques, en la necesidad de una ruptura abierta con los mencheviques. Enardecido por la absoluta convicción de que estaba en lo cierto, consiguió finalmente su conformidad. Stalin siempre había aceptado la necesidad de una ruptura abierta, y sólo había disentido respecto a la oportunidad de la medida. En esta ocasión aceptó la propuesta de Lenin.

Cuando los miembros del Comité Central y los diputados bolcheviques regresaron a Rusia, Stalin permaneció en Cracovia a instancias de Lenin. Fue la primera ocasión en que los dos hombres se reunieron sin que estuviesen presentes otros militantes, pero no hay documentos sobre sus conversaciones ni sobre la impresión que se causaron mutua-mente. En muchos aspectos eran extraordinariamente similares. Ambos eran bajos, fornidos y con un ligero aire asiático en sus facciones; ambos tenían una enorme fuerza de voluntad, y Stalin iba a desarrollar pronto la misma energía para el mando que iba a convertirles en los líderes dominantes de la primera mitad del siglo XX. Pero había una diferencia fundamental: Lenin, con su cabeza redonda impulsada hacia delante, rebosante de energía, tenía una personalidad dinámica, mientras que Stalin, controlado, inexcrutable y aún sin ser del todo consciente de su misión, parecía más tranquilo. Sin embargo, poseía una gran fuerza interior y era implacable y frío como el acero: era más fuerte de carácter.

A Lenin no le interesaba la gente sino sus opiniones, y concretamente si podía contar con su apoyo o no. No obstante, probablemente sentía curiosidad por saber más sobre este georgiano. La trayectoria de Stalin como bolchevique y sus orígenes de hombre del pueblo, que no pertenecía a la intelligentsia, eran elementos a su favor. Su independencia de juicio y su decisión para mostrar su desacuerdo en ocasiones eran, sin embargo, características preocupantes para Lenin, que exigía subordinación a sus partidarios. En esta ocasión, no obstante, aparte de mantenerle alejado de San Petersburgo, lo que dejaba a Sverdlov las manos libres en Pravda, Lenin necesitaba la ayuda de Stalin para encontrar solución al complicado problema de las nacionalidades.

Al comenzar el siglo, los grandes rusos constituían menos de la mitad de la población total del imperio, que ascendía a 124,2 millones de habitantes. Entre las demás nacionalidades destacaban por su número los ucranianos (22,5 millones), los polacos (7,9 millones), los judíos (5 millones), los letones (1,4 millones), los lituanos (1,65 millones) y los georgianos (1,35 millones), en tanto que el gran ducado de Finlandia, unido a Rusia a través de la persona del zar, tenía una población de 3 millones de habitantes[XLIX].

Los movimientos nacionalistas habían adquirido fuerza entre los pueblos no rusos, y reaccionaron especialmente contra las rigurosas medidas de rusificación de Alejandro II. En 1905, año de la revolución, se produjeron manifestaciones masivas y levantamientos en Polonia, Ucrania y Finlandia, así como en las provincias del Báltico y del Cáucaso, pero este resurgimiento había sido contrarrestado después de 1907 por una ofensiva nacionalista rusa.

El pensamiento de Lenin era confuso acerca del problema de las nacionalidades. Siempre había manifestado un decidido apoyo a los movimientos nacionalistas, al igual que a cualquier otra actividad que pudiera ayudar a acabar con el régimen zarista. Era el paladín de la autodeterminación, la autonomía territorial, y el derecho sin limitaciones a la secesión, y sin embargo pensaba en un partido estrictamente centralizado de todos los trabajadores del Imperio ruso. Centró su atención en este problema por primera vez cuando el Bund, proclamando representar a todos los judíos como nacionalidad diferente, solicitó una «autonomía nacional-cultural». El se negó aduciendo que los judíos estaban diseminados y no ocupaban un territorio reconocido; la solución correcta era que se integraran en organizaciones rusas. Pero continuó favoreciendo los derechos de los polacos, de los ucranianos y de otras nacionalidades, que ocupaban sus propios y diferenciados territorios.

Los peligros reales del nacionalismo se hicieron patentes para Lenin a comienzos de 1912, cuando vivía en Cracovia, en la Polonia austríaca. El Imperio austríaco, como el ruso, incluían numerosas minorías nacionales, y en el transcurso de los años, el Partido Socialdemócrata austríaco había evolucionado como una federación de grupos autónomos, organizados en secciones nacionales. Lenin lo consideró entonces como una grave debilidad. Al mismo tiempo tuvo conocimiento de la di-visión entre los polacos; por un lado, estaba el Partido Socialista de Pilsudski, favorable a la independencia plena; por otro, el Partido Social-demócrata, dominado por Rosa Luxemburgo, que era internacionalista y firmemente contrario al movimiento nacionalista polaco, como a todos los demás, por considerarlos irrelevantes y potencialmente perjudiciales para la causa revolucionaria. Lenin se manifestaba contrario a este internacionalismo por inconveniente y porque, de apoyarlo, perdería el respaldo de su partido en Rusia, pero también condenaba el nacionalismo, que debilitaría al partido.

Lenin continuaba siendo básicamente un gran ruso en sus opiniones y daba por supuesto que el partido había de ser dominado y dirigido por rusos. Ahora le alarmaba la posibilidad de que el partido pudiera perder también su unidad y derivar en una federación insegura de grupos nacionales, cada uno con su propio punto de vista. Había llegado la hora de combatir esta perniciosa amenaza. El dilema, no obstante, seguía en pie: cómo reconciliar la promoción de los movimientos de independencia nacional con la unidad del partido y, en definitiva, con la república rusa centralizada que surgiría después de la revolución.

La llegada de Stalin fue muy oportuna. Como georgiano, no podría ser acusado de chovinismo ruso, y procedía de una región en la que había una organización socialdemócrata que incluía a georgianos, armenios, rusos, tártaros y otros. Hacía poco que Noi Zhordania y un grupo de mencheviques georgianos había propuesto el principio austríaco de la «autonomía nacional-cultural». Stalin era el hombre adecuado para de-mostrar la falsedad de esta tesis, dado que siempre se había opuesto a esta desviación en Transcaucasia. Ya en 1904 había defendido vehementemente el proyecto de un partido centralizado, que incluyera a trabajadores de todas las nacionalidades, y había criticado a los georgianos que favorecían los grupos nacionales dentro del partido. De nuevo en 1906 mostró su oposición a la autonomía nacionalista cuando fue pro-puesta por un grupo de socialdemócratas en Kutais.

Lenin se sintió satisfecho al comprobar que Stalin compartía su idea de que esa tendencia dentro del partido conduciría a un debilitamiento fatal. En febrero de 1912 escribió a Makssim Gorki: «Respecto al nacionalismo, estoy completamente de acuerdo contigo en que tenemos que atajarlo rápidamente. Tenemos aquí a un maravilloso georgiano que se ha propuesto escribir un largo artículo para Prosveshchenie después de reunir todo el material posible. Cuidaremos este asunto.»

Durante el mes de enero de 1913, Stalin permaneció en Viena escribiendo su articulo, titulado «El marxismo y la cuestión nacionalista». En la introducción formulaba básicamente su postura:

« La ola de nacionalismo ha avanzado cada vez con más fuerza, amenazando con sumergir a las masas trabajadoras... En esta difícil etapa, la socialdemocracia tiene la gran misión de rechazar el nacionalismo, de proteger a las masas del contagio general, porque la socialdemocracia sólo puede hacerlo oponiendo al nacionalismo las probadas armas del internacionalismo, la unidad y la indivisibilidad de la lucha de clases.»

En la primera parte del artículo definía los documentos constitutivos de una nación como comunidad de vida económica, de idioma, de territorio y de «personalidad nacional», elementos que debían darse todos juntos. A continuación explicaba que cada auténtica nación tenía el derecho a «decidir libremente su propio destino», a ser autónoma y a separarse. Pero criticaba duramente el programa austríaco de la «autonomía cultural-nacional», que equivalía a un nacionalismo oculto y que «prepara el camino no sólo para el aislamiento de las naciones, sino también para la ruptura del movimiento de los trabajadores». Criticaba al Bund judío y a los grupos caucasianos que perseguían el separatismo, subordinando el socialismo al nacionalismo. La solución correcta para los judíos era la asimilación, y para los pueblos transcaucásicos, la autonomía regional. Desde luego, la autonomía regional era la respuesta al problema nacionalista en Rusia, con la condición de que al conceder-se libertad a las minorías para utilizar su propio idioma, dirigir sus escuelas y sus actividades culturales, los trabajadores se organizaron dentro del Partido Socialdemócrata. Finalizaba el trabajo con la afirmación de que la respuesta última a la cuestión nacional radicaba en «el principio de la unidad internacional de los trabajadores».

«El marxismo y la cuestión nacionalista» estaba escrito con un estilo claro e incisivo. En su enfoque y en sus argumentos podía reconocerse el propio trabajo de Stalin al mostrar cómo sus ideas sobre el tema habían evolucionado de manera consecuente durante los ocho años anteriores. Más aún, lo escribió con confianza, porque sabía más sobre este problema que Lenin, Trotski o Bujarin, con quienes coincidió en Viena en aquellas fechas.

Lenin estaba encantado con el trabajo. En un editorial dedicado al programa nacionalista del partido, afirmaba que el artículo «ocupa el primer lugar» entre los recientes trabajos teóricos marxistas sobre el tema. Stalin se ganó un puesto como teórico marxista en los círculos del partido[L].

Una vez finalizado el trabajo, Stalin regresó a San Petersburgo, adonde llegó a mediados de febrero de 1913. Consiguió alojamiento en una casa particular, y entre los recuerdos publicados muchos años después, su patrona afirmaba que era serio, tranquilo y considerado[LI]. Pero su estancia en San Petersburgo fue breve. Jacob Sverdlov, al igual que él miembro del Comité Central elegido en sesión extraordinaria, fue detenido el 9 de febrero de 1913; informada por Malinovsky, la Ojrana vigilaba a todos los líderes bolcheviques. El 23 de febrero se organizó una velada musical con el fin de conseguir fondos para Pravda. Stalin estaba indeciso sobre si asistir o no, y pidió consejo a Malinovsky, quien le aseguró que la policía no le detendría en un acontecimiento público. Asistió y fue inmediatamente detenido.

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