Stalin

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EL ÚLTIMO EXILIO

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EL ÚLTIMO EXILIO

Durante cinco meses, Stalin estuvo preso en San Petersburgo. A primeros de julio de 1913 fue enviado bajo vigilancia y en tren a Krasnoyarsk y después en barco hacia el norte, a lo largo del río Yenisei, hasta Monastyrskoe, ciudad pequeña que era centro administrativo de la región de Turujansk. Sus anteriores condenas al exilio lo habían sido a lugares no demasiado distantes y suponían más incomodidades que dureza; la nueva condena significó el final de tal benevolencia. La Ojrana había decidido, evidentemente, que los bolcheviques habían cumplido su objetivo al desmembrar el Partido Socialdemócrata y ya no eran necesarios. Sistemáticamente, la policía los detuvo y los envió a centros penitenciarios distantes donde no pudieran causar problemas.

La región de Yenisei-Turujansk, en la zona norte de Siberia, parte de la cual se encuentra en el Círculo Polar Artico, era una extensión enorme y lejana de la que la fuga resultaba virtualmente imposible. El frío atroz, la extrema monotonía de los largos y oscuros inviernos, los breves y cálidos veranos en los que el aire se infectaba de insectos, y las temidas tormentas invernales, que eran tan fuertes como huracanes y enterraban pueblos enteros en remolinos de nieve, todo intensificaba la sensación de aislamiento. La vida se reducía a una lucha primitiva contra los elementos. Los hombres se volvían locos y el índice de suicidios entre los exiliados era elevado. Se trataba de un lugar en el que sólo los hombres con reservas físicas y morales sobrevivían, aunque también ellos quedaban marcados para siempre por la experiencia.

Stalin probablemente se encontraba abatido y amargado mientras esperaba en prisión que se decidiera su destino, y después inició el largo viaje hasta un extremo de Siberia. Con talento, dedicación y trabajo, y ciertamente no con tacto, servilismo o adulación, había ascendido en la jerarquía del partido hasta un puesto de categoría. Como miembro del Comité Central y director de Pravda, tenía mucho que hacer; ahora era enviado lejos, al exilio y la impotencia. Quizá sintió rencor hacia Lenin, Trotski y otros que vivían seguros en el extranjero, pero lo más probable es que los despreciara por sustraerse a los peligros de la verdadera lucha revolucionaria.

Al saber que se iba a unir a ellos, la colonia de exiliados de Monastyrskoe preparó una habitación individual y le guardaron comida que sustraían a sus mezquinas provisones. En el crudo aislamiento de sus vidas, la llegada de alguien nuevo era un acontecimiento excitante, especialmente si se trataba de un miembro del Comité Central. Traería noticias, sin duda, de otros camaradas y de los últimos sucesos de San Petersburgo y Moscú.

Con Sverdlov a la cabeza, los exiliados se reunieron para recibirle a su llegada. Stalin no correspondió a su bienvenida, se mostraba malhumorado y sin deseos de hablar con ellos. Entró en su habitación y no salió. Pero el relato que cuenta cómo él provocó la enemistad de sus compañeros de exilio debería ser tratado con reserva. Lo conocemos a través de los recuerdos de R. G. Zajarova, publicados más de treinta años después. Ella no se encontraba personalmente en Turujansk, sino que se enteró de los detalles por su marido, un bolchevique exiliado allí desde 1903 hasta 1913, de cuya simpatía posiblemente no gozaba Stalin[LII]. Pero con sus modales bruscos y su actitud agresiva, y debido a su absoluto desinterés por su popularidad personal, Stalin se granjeaba por entonces enemigos fácilmente. Mientras que otros exiliados se juntaban para sentirse acompañados, él se aislaba, excepto cuando tenía que solucionar algún asunto oficial del partido. Según su hija, «amaba Siberia...» y «siempre añoraba sus años de exilio como si no hubiera hecho más que cazar, pescar y pasear por la taiga». Quizá también sentía una instintiva necesidad de soledad para pensar sobre el futuro, intuyendo que estaba en el umbral de una nueva época de su vida.

Yakov Sverdlov, que nunca mantuvo relaciones amistosas con Stalin, era un hombre pequeño, de apariencia normal, pero había sido desde 1902 un infatigable trabajador clandestino. Lunacharsky escribió sobre él: «El hombre era como el hielo..., como un diamante. Su moral también era de la misma clase, es decir, cristalina, fría y puntiaguda. Estaba transparentemente libre de ambición personal y de cualquier forma de interés personal hasta tal punto, que en cierto modo parecía un ser sin rostro. Nada de lo que hacía era original, se limitaba meramente a trasmitir lo que recibía del Comité Central, a veces de Lenin personalmente.»

Durante su exilio en Siberia, y de manera especial en Kureika, adonde fueron enviados al finalizar su condena, Stalin y Sverdlov compartieron la misma habitación y su relación fue claramente hostil. En una carta escrita a un amigo en marzo de 1914, Sverdlov comentaba: «Me encuentro mucho peor en el nuevo centro, sobre todo por el hecho de no estar solo en la habitación. Somos dos, y mi compañero es el georgiano Djugachvili, un antiguo conocido con quien coincidí en otro exilio. Buena persona, pero demasiado individualista en la vida diaria.»[LIII] En mayo del mismo año, Sverdlov afirmaba en otra carta: «Ahora el camarada y yo vivimos en lugares diferentes y nos vemos poco.»[LIV]

Como es habitual, existe escasa información sobre la vida y la actitud de Stalin en este período. Los Alliluyev proporcionan algunos detalles. Sergei Alliluyev y Stalin se habían hecho amigos en Bakú, y cuando Sergei se trasladó con su familia a San Petersburgo, su esposa y él acogieron siempre en su casa a Stalin y le ayudaron después de su evasión. Cuando estuvo en Turujansk, recibió de ellos paquetes con ropa de abrigo y algún dinero. Posteriormente, en 1915, escribió a Olga, la esposa de Sergei, dándole las gracias y pidiéndole que no gastaran en él el dinero que tanto necesitaban. Pero les pedía que le enviaran postales con paisajes de la región. «La naturaleza en esta zona maldita es terriblemente pobre: el río en verano, y la nieve en invierno, eso es todo lo que la naturaleza ofrece aquí, así que deseo ardientemente ver paisajes naturales, aunque sea sólo en papel.»[LV]

Svetlana Alliluyeva relataba que años después su padre hablaba a veces sobre Siberia, «su severa belleza y su gente inculta y silenciosa». Se llevaba bien con los lugareños, que le enseñaron a pescar en el Yenisei, pero él, en lugar de quedarse en un sitio, como hacían ellos, iba de un lado a otro hasta que encontraba un lugar en el que los peces picaban bien. Con frecuencia era tal la cantidad de peces conseguidos, que algunos creían que poseía poderes mágicos y exclamaban: «Osip —así le llamaban—, tú conoces la Palabra.»

En una ocasión, en pleno invierno, fue sorprendido por una tormenta de nieve cuando volvía al pueblo, y se perdió. Al encontrarse con dos campesinos, le extrañó que se alejaran de él corriendo. Más tarde se enteró de que su cara estaba tan cubierta de nieve y de hielo que le habían tomado por un duende. Posteriormente, su hija escribió: «Mis tías dijeron que, durante uno de sus exilios en Siberia —presumiblemente el de Turujansk—, había vivido con una campesina del pueblo y que el hijo de ambos aún vivía en algún lugar; él tenía poca formación y no pretendía el apellido.»

En Siberia Stalin se consumía por la inactividad. La organización bolchevique se estaba desintegrando. La tirada de Pravda bajó de cuarenta mil ejemplares diarios a casi la mitad. La escisión abierta entre bolcheviques y mencheviques en la Duma era una causa importante de este decaimiento. Al mismo tiempo, la Ojrana continuaba deteniendo a todos los activistas bolcheviques y privando de liderazgo a los órganos del partido. El 2 de agosto de 1914 Alemania declaró la guerra a Rusia, lo que unió al pueblo ruso en una exaltación de fervor patriótico y de lealtad al zar. El apoyo a los bolcheviques y a otros partidos revolucionarios decayó aún más.

Dentro de Rusia, los revolucionarios se encontraban divididos entre los «defensistas», que se negaban a oponerse al esfuerzo nacional para hacer frente al enemigo, y los «derrotistas», que, en palabras de Lenin, consideraban la derrota de Rusia como «un mal menor» y urgían «la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil». En la Duma, los diputados bolcheviques y mencheviques se negaron a votar a favor del presupuesto de guerra, y en agosto de 1914 se declararon públicamente contrarios a ella.

Lenin no estaba satisfecho. Pedía que se aceptaran sus Tesis sobre la guerra, que iban mucho más allá de esa declaración, y requería que trabajaran por la derrota de Rusia. No cabía imaginar propuesta más idónea para enemistar a los obreros y a los campesinos en aquellos momentos, ni para provocar la total represión gubernamental sobre el debilitado partido. Con su intransigencia, parecía tratar de destruir el partido. La fidelidad a sus demandas obligaba a los diputados a cometer traición, castigada con juicio sumarísimo y pena de muerte en tiempo de guerra. Quizá no lo tuvo en cuenta Lenin, quien, sin embargo, a primeros de septiembre de 1914 se trasladó de Austria a la neutral Suiza por razones de seguridad.

Poco después de la detención de Sverdlov y Stalin, Lev Kamenev llegó a San Petersburgo, entonces llamada por su nombre eslavo de Petrogrado debido al generalizado sentimiento antialemán. Kamenev llegaba al Comité Central como representante personal de Lenin. La noche del 14 de noviembre organizó una reunión de bolcheviques para debatir las Tesis sobre la guerra. La policía se enteró de la convocatoria a través de un agente, y detuvo a todos los presentes. Aleksandr Kerensky, portavoz del grupo socialista revolucionario «Trudovik» en la Duma y eminente abogado, los defendió y propuso al tribunal que debería juzgarse a Lenin en su ausencia para que se conocieran ampliamente sus opiniones derrotistas. En el juicio, Kamenev y los diputados bolcheviques rechazaron las tesis de Lenin. Sin embargo, fueron considerados culpables de traición, aunque no fueron condenados a muerte, sino exiliados a Turujansk.

Al llegar a Monastyrskoe, Kamenev y los diputados se encontraron con que su conducta en el juicio era acaloradamente debatida por los exiliados que ya se encontraban allí. En julio de 1915, unos dieciocho bolcheviques, entre los que figuraban cuatro miembros del Comité Central, se reunieron y escucharon informes sobre el juicio. Hubo una pro-puesta para censurar a Kamenev, pero Stalin y otros se opusieron. Según Trotski, Lenin mantuvo una postura abiertamente crítica respecto a la conducta de Kamenev y exigió una rectificación pública de él y de los cinco diputados, que éstos nunca hicieron.

En octubre de 1916 las condiciones en el frente se habían deteriorado y las bajas eran tan numerosas que el gobierno anunció el llamamiento de los exiliados políticos. Se ordenó a Stalin que se presentara en Krasnoyarsk. Ello le obligaba a viajar, ya con clima invernal, desde Kureika a Monastyrskoe, y a lo largo del Yenisei hasta Kasnoyarsk. Según Boris I. Ivanov, «cuando Djugachvili llegó a Monastryrskoe procedente de Kureika... permanecía tan orgulloso como siempre, encerrado en sí mismo, en sus pensamientos y planes.»

A principios de 1917, se hizo a Stalin un reconocimiento médico, y fue rechazado por inútil para el servicio debido a su deformidad en el brazo izquierdo y también, según dijo la familia Alliluyev, porque las autoridades consideraban que sería un «elemento indeseable» en el ejército. No obstante, dado que le faltaban sólo unos meses para cumplir su condena, no fue obligado a regresar a Turujansk, sino que se le permitió quedarse en Achinsk, pequeña ciudad en la ruta del ferrocarril transiberiano.

Lev Kamenev se encontraba entonces en Achinsk, donde se había reunido con él su esposa, Olga, hermana de Trotski. Stalin visitaba con frecuencia su casa por las tardes. A. Baikalov, un emigrante que publicó sus memorias en París treinta y siete años después, iba allí en ocasiones. Recordaba que Kamenev dominaba la conversación y que no dudaba en interrumpir a Stalin, en las escasas ocasiones en que éste participaba, con comentarios despectivos. Stalin solía sentarse y permanecía en silencio, fumando en pipa y asintiendo ocasionalmente con la cabeza a lo que decía Kamenev[LVI].

Sólo cabe especular sobre la evolución de Stalin durante los tres años y medio que pasó en Yenisei-Turujansk. No faltan las anécdotas sobre su conducta, pero casi todas las conocemos a través de exiliados amargados que las recordaban muchos años después. Los odios engendrados dentro del movimiento revolucionario ruso seguían siendo intensos y cargados de rencor. De hecho, esta conducta ofensiva surgía de su naturaleza de individuo dotado y sensible, profundamente consciente de su origen humilde y de otras desventajas, y que siempre había sentido la imperiosa necesidad de reafirmarse a sí mismo. Con la gente de origen similar al suyo, era amable, pero se mostraba agresivo hacia los intelectuales y hacia quienes le trataban con aire paternalista. Pero era capaz de mantener estrechas relaciones humanas. Hacia 1904 se había casado con Ekaterina Svanidze y había tenido un hijo; era recibido cariñosamente por la familia Alliluyev y por otros amigos. Desde luego, era claramente un ser humano más normal que Lenin.

Cuando fue exiliado a Siberia, Stalin estaba en la mitad de la treintena. Podía mirar ya hacia atrás y considerar logros y experiencias valiosas. Había visto y escuchado a Plejanov, Martov y otros líderes socialdemócratas, y había trabajado estrechamente con «el águila real» en persona. Tenía una intuición aguda y crítica, y rápidamente discernía cuáles eran las fuerzas y las debilidades de los demás. Se había dado cuenta de que no era en absoluto inferior, sino un igual. Fue este convencimiento lo que suavizó su trato y lo que explica la defensa del espíritu de camaradería y entendimiento dentro del partido que, con el desagrado de Lenin, había expresado en el editorial del primer número de Pravda. Además, ello puede explicar en parte el hecho de que adquiriera por entonces una reputación de hombre moderado y de que fuera elegido para el Comité Central en el congreso del partido en julio de 1917 con el tercer número más alto de votos. Junto con este cambio de conducta, que surgía de una nueva confianza en sí mismo, en su mente empezaban a evolucionar ciertas ideas, que iban a dominar su pensamiento en los años siguientes con una energía suficiente para convertirle en el máximo mandatario del vasto Imperio ruso.

Desde la edad de diecinueve años se había mostrado firme en su dedicación a los dogmas marxistas y a la concepción del pequeño partido de revolucionarios profesionales, que dirigirían a la clase obrera hasta la completa transformación de la sociedad. Nunca vaciló en su convicción de que ésta era la única manera de organizar y gobernar a la gente para su propio bienestar.

De las otras ideas que comenzaban a prevalecer en su mente, la primera era un profundo sentido de nacionalismo ruso. Comenzó a concebir a Rusia no ya como un país débil, subdesarrollado, gobernado de manera ineficaz y a merced de sus enemigos, sino poderoso, dinámico y capaz de dominar el mundo. Por un extraordinario proceso de asimilación, este georgiano se sintió unido a Rusia con una profunda comprensión de sus tradiciones históricas y sus luchas. Había leído ampliamente sobre la historia rusa, y había estudiado la política y los métodos de Iván el Terrible y de Pedro el Grande, quizá viéndose a sí mismo como su heredero. Más aún, las concepciones de Moscú como la tercera Roma y sobre la misión mesiánica del gran pueblo ruso interpretadas a la luz del marxismo-leninismo dominaban su imaginación y se revelaron en sus medidas de gobierno posteriores.

La segunda idea, probablemente embrionaria por entonces y que sólo se haría patente años después, cuando la salud de Lenin comenzó a fallar, consistía en que él mismo era un hombre para la historia, destinado a dirigir el partido y a Rusia en esa decisiva misión. El regeneraría y despertaría a este país gigante y somnoliento para que cumpliera su destino. Esta idea, más que un ansia personal de poder, era el motivo impulsor, el gran objetivo y la fuente principal de la tiranía de su mandato.

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