Stalin

Stalin


1917

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1917

Exiliado en Siberia, Stalin permanecía alejado de los calamitosos acontecimientos de los años de guerra. Pero las noticias de los desastres en el frente, la agitación en las ciudades, y la caída cada vez más cercana del régimen zarista eran elementos que aumentaban su impaciencia por regresar a Petrogrado. Al enterarse de la amnistía concedida a los presos políticos, inició inmediatamente el viaje a la ciudad.

Cuando regresó a la capital, reinaban en ella la confusión y el caos, fiel reflejo de la situación de todo el país. La ley y el orden no eran respetados; la anarquía estaba cada vez más cerca. Pero Nicolás II, en el cuartel general supremo del ejército de Mogilev, desconocía aún la gravedad de la situación. A pesar de los llamamientos y advertencias del presidente de la Duma y otros, creía que sus tropas restaurarían el orden. El 12 de marzo, sin embargo, varios regimientos se amotinaron en la capital; éste fue el momento decisivo. Los destacamentos de guardias especiales, enviados desde Mogilev para sofocar el levantamiento, se unieron a los rebeldes al llegar a la ciudad. El 15 de marzo abdicaba el zar Nicolás II.

Aunque la Duma fue formalmente disuelta, sus miembros se negaron a dispersarse. Eligieron un comité provisional que asumió el poder. Pero el comité se enfrentó enseguida con la rivalidad del Soviet de re-presentantes de los obreros y de los soldados, que había actuado brevemente durante la revolución de 1905 y había resurgido ahora rápida-mente. Se dijo que los diputados habían sido elegidos en la proporción de uno por cada mil trabajadores y uno por cada compañía del ejército, y pretendían ser representativos de los elementos insurgentes e izquierdistas. El Comité Provisional y el Comité Ejecutivo, conocido como Excom, del Soviet colaboraron hasta un cierto límite, y el 16 de marzo llegaron al acuerdo de establecer un gobierno provisional. Kerensky, abogado de gran energía y habilidad, iba a ser el presidente de este gobierno. Pero aunque políticamente era un socialista revolucionario, era moderado y humano, carecía del implacable fanatismo de Lenin, Stalin y Trotski, y no consiguió entender lo que pedía el país.

A su llegada a Petrogrado el 12 de marzo, Stalin fue inmediatamente a casa de Alliluyev, donde se le recibió calurosamente. Toda la familia estaba presente: Sergei y su esposa, Olga; su hijo, Fedor; su hija mayor, Ana —cuyas memorias incluyen el recuerdo de esta llegada—, y la hija pequeña, Nadya —por entonces colegiala de dieciséis años—. Stalin respondió a sus preguntas sobre la vida en Siberia y, utilizando su talento para las imitaciones, les hizo reír caricaturizando a los campesinos que habían esperado la llegada del tren en cada una de las estaciones desde Krasnoyarsk hasta Petrogrado. El portavoz de cada grupo afirmaba elocuentemente que «la santa revolución, tan largo tiempo esperada, la querida revolución había llegado por fin», y saludaba el retorno de los exiliados políticos como si se tratase de guerreros que vuelven del campo de batalla. Parecían pensar que Revolutsiya (revolución) era una persona que iba a suceder al zar, al igual que en 1825 muchas de las tropas habían creído que Konstitutsiya (constitución) era la esposa de Constantino, de quien se esperaba que sucediera en el trono a Alejandro I.

A la mañana siguiente, Stalin se dirigió en tranvía a la oficina de Pravda. Fedor, Ana y Nadya fueron con él. Buscaban alojamiento cerca del centro de la ciudad. Cuando se separaron, Stalin les dijo: «No olvidéis guardar una habitación para mí en el nuevo apartamento. ¡No lo olvidéis!»

La sede central del partido había sido instalada en una mansión que había pertenecido a la bailarina Matilde Kschessinska. Allí le aguardaba un desaire. La organización bolchevique comenzaba a revivir de nuevo. La oficina rusa del Comité Central tenía a su cargo diversos asuntos del partido y había admitido como miembros a algunos de los que salían de prisión o regresaban del exilio. El 12 de marzo, día de su regreso a Petrogrado, la oficina consideró la cuestión de su admisión como miembro. De acuerdo con las actas de la reunión, la oficina recibió un informe en el que constaba que él había sido agente del Comité Central, y que sería un miembro deseable. Resulta extraño tanto que la oficina requiriera un informe sobre Stalin como que las actas le describieran solamente como agente del Comité Central, cuando había sido miembro del mismo, así como de la oficina, y director de Pravda. Entonces se produjo la extraordinaria decisión de que «teniendo en cuenta algunas características que le son inherentes, la oficina se decidió en el sentido de que fuera invitado con voto consultivo.»

La referencia a «ciertas características» aludía, presumiblemente, a su distanciamiento de los camaradas en Turujansk. Más tarde, permitió a Kamenev escribir para Pravda, con tal de que sus artículos no fueran firmados. La decisión debió de resultar aún más ofensiva, dado que Muranov, antiguo diputado bolchevique, que carecía de talento especial y de historial en el partido y que regresó del exilio con ellos, fue admitido enseguida como miembro de pleno derecho.

Eran miembros directivos de la oficina por aquel entonces Alekxandr Shlyapnikov y Molotov, y estaban claramente preocupados ante la perspectiva de ser desplazados por Stalin y Kamenev. Shlyapnikov explicaba más tarde que la tentativa de la oficina de tratar de excluirles de sus reuniones internas se debió a que allí desaprobaban su ambivalente actitud hacia la guerra[LVII]. Se trataba de una excusa engañosa, por-que era de todos conocido el apoyo de Muranov al gobierno y a la continuación de la guerra.

Stalin actuó con rapidez, haciéndose valer. El era el militante más antiguo de los presentes, y en talento destacaba sobre Shlyapnikov y Molotov, a quienes desbancó inmediatamente. Tres días después de su regreso, fue elegido para el Presidium de la oficina con todos los derechos y nombrado representante bolchevique ante el Comité Ejecutivo (Excom) del Soviet de Representantes de los Trabajadores de Petrogrado. Junto con Kamenev también se hizo cargo de Pravda, que había vuelto a aparecer el 5 de marzo de 1917, bajo la dirección de Molotov.

Stalin dominó el partido durante tres semanas, hasta el regreso de Lenin. Previendo que la violenta oposición de Lenin a la guerra y al gobierno provisional enfrentaría a la mayoría de los militantes del partido y a la gente que pertenecía a él, siguió una línea moderada. Defendía un apoyo limitado al gobierno provisional basándose en que la revolución democrática burguesa todavía no había culminado, y que deberían transcurrir varios años antes de que madurasen las condiciones para la revolución socialista. No tenía sentido, por tanto, trabajar para destruir al gobierno en esta etapa. En su planteamiento respecto a la guerra, también se inspiraba en el sentido común; así escribió que «cuando un ejército se enfrenta al enemigo, sería una medida estúpida pedirle que tirara las armas y se fuera a casa.» En respuesta a la demanda general de los socialdemócratas, se mostraba incluso preparado para considerar la reunificación con elementos aceptables de los mencheviques, y por iniciativa suya, la oficina aceptó la convocatoria de un congreso conjunto.

Pravda reflejaba esta actitud de moderación. Los artículos enviados por Lenin se publicaban, y las alusiones que criticaban al gobierno provisional y a los mencheviques se suavizaban o se suprimían. Según Shlyapnikov, resentido por su súbito apartamiento, «el giro de la línea editorial fue fuertemente criticado por los trabajadores de Petrogrado, algunos de los cuales llegaron a pedir la expulsión del partido de Stalin, Kamenev y Muranov». Pero, aunque algunos radicales eran partidarios de esta tendencia, la mayoría del partido apoyaba la línea moderada, como se demostró en la respuesta general a las declaraciones de Lenin semanas después.

La noche del 3 de abril, Lenin llegó a la estación de Finlandia de Petrogrado. Fue un acontecimiento tumultuoso, en un escenario preparado de manera efectiva con festones de pancartas rojas, guardias de honor y una banda militar. Al describir la escena, Sujanov comentaba que «los bolcheviques, que eran brillantes organizadores y que siempre trataban de dar relevancia a las cosas externas y presentar un buen espectáculo, prescindiendo de toda falsa modestia, habían optado claramente por organizar una entrada triunfal»[LVIII]. Al agasajar a Lenin como héroe de las masas, no obstante, el partido tenía un objetivo especial. Lenin había viajado desde Suiza a través de Alemania, ayudado por el gobierno enemigo. Los sentimientos patrióticos y antialemanes eran todavía fuertes entre los rusos, y el partido deseaba contrarrestar los rumores de que Lenin era un agente alemán, acusación que iba a causar a los bolcheviques serios problemas en meses posteriores.

Según relato de un bolchevique, «todos los camaradas se movían en la oscuridad hasta la llegada de Lenin». Este, sin hacer caso de las fanfarrias de bienvenida, dedicó inmediatamente su atención al tema de la revolución. Causó un impacto inmediato en el partido, tanto por su fanatismo implacable como por las medidas drásticas y urgentes que propugnaba.

En la estación de Finlandia, Lenin ignoró a Chjeidze y a la delegación del Excom que habían acudido a recibirle, e inmediatamente arengó a la multitud sobre la futilidad de defender la patria capitalista y la necesidad de negociar una paz inmediata. De camino a la sede del partido, paró en repetidas ocasiones para dirigirse a la multitud, condenando la guerra, criticando al gobierno provisional y tildando a los mencheviques de «traidores a la causa del proletariado, de la paz y de la libertad». Sus discursos molestaron a muchos de los oyentes. «Deberíamos pasar por la bayoneta a tipos como ése. Debe de ser alemán», oyó Sujanov comentar airadamente a un soldado[LIX].

Lenin no conectaba obviamente con el sentir de la ciudad; pero estaba impaciente. Presentía que después de conspirar y luchar toda su vida, tenía el poder al alcance de la mano. Insistió repetidas veces en sus planteamientos, y ayudado por la creciente indignación ante los racionamientos de comida, los desastres de la guerra y la crisis de liderazgo, comenzó a ganar apoyos. Su mensaje era sencillo: el partido tiene que presionar hacia la inmediata revolución socialista. Rechazaba cualquier tipo de unión con los mencheviques, así como el apoyo al gobierno provisional o a la continuación de la guerra. Expresó sus planteamientos en sus Tesis de abril, que defendió en el congreso del partido.

El partido estaba desconcertado por su agresiva demanda de la revolución inmediata. Pravda la denunció como «inaceptable en cuanto que parte de la premisa de que la revolución democrática burguesa ha finalizado.» Kamenev, Zinoviev y otros destacados bolcheviques, así como militares de base, se oponían no sólo a sus tesis más importantes, sino también a su rechazo de las relaciones con los mencheviques. Pero Lenin vencía a la oposición y arrastraba al partido tras de sí.

En mayo, Trotski llegó del extranjero y fortaleció en gran manera la posición de Lenin. Habían mantenido disputas entre ellos, pero en lo fundamental estaban de acuerdo. Al regresar a Rusia, Trotski no era ni siquiera militante del Partido Bolchevique, pero pronto fue admitido con entusiasmo y elegido inmediatamente miembro del Comité Central.

Desde la llegada de Lenin a Petrogrado, Stalin pasó a la sombra. Su actitud moderada había sido rechazada y, como otros muchos en el partido, debió de reflexionar profundamente sobre la nueva tendencia enfocada a la revolución inmediata. Aparentemente, sin embargo, aceptó con ecuanimidad su propio apartamiento personal. Siempre había re-conocido a Lenin como líder, y si hubiera pensado en disputarle ese carácter, ésta habría sido la ocasión. Lejos de desafiarle, sin embargo, consideraba que la política de Lenin, que antes había considerado como una locura, resultaba práctica y necesaria en el caos creciente a que contribuían tanto el gobierno provisional como el Soviet. En estas circunstancias prestó a Lenin todo su apoyo.

Durante los meses siguientes, Stalin pareció también eclipsado por Trotski, Zinoviev, Bujarin y otros. Sujanov le describía como un «ser gris». Trotski, con su malicia y crueldad acostumbradas, decía que era un «demócrata plebeyo y lerdo provinciano, obligado por el espíritu de los tiempos a convertirse en un triste marxista». Por entonces, Stalin estaba atrincherándose como líder moderado e independiente, y junto con Kamenev, continuaba a cargo de Pravda. Mientras otros hacían discursos y luchaban por ser el centro de atención, él siempre estaba presente, como una piedra de los cimientos, trabajando dentro de la organización del partido. Lejos de mostrarse como un «ser gris», estaba ganándose el respeto y la confianza de los militantes, como se vería a finales de abril, en el VII Congreso del Partido donde recibió el tercer número más alto de votos después de Lenin y de Zinoviev en la votación secreta para el Comité Central.

En este congreso Stalin presentó su informe sobre las nacionalidades. Ya no era un tema teórico, sino que se había convertido en un problema práctico urgente. Los finlandeses, los polacos y los ucranianos pedían la independencia o, al menos, un cierto grado de autonomía. Stalin hablaba del derecho de todas las nacionalidades a la autodeterminación e incluso a la secesión. Esto podía haberle creado algunas dificultades, porque él favorecía instintivamente un Estado ruso fuertemente unido y centralizado. Pero trató el tema convincentemente y consiguió el apoyo del congreso. Grigori Pyatakov, ucraniano de nacimiento, y Feliks Dzerzinsky, polaco, mostraron su desacuerdo ante el temor de que la desmembración del Imperio ruso perjudicara a la lucha de clases y a la causa de la revolución. Stalin resultó más comedido en el debate, pero les tranquilizó asegurando que en la república socialista libre que sustituiría al Imperio, las nacionalidades no desearían separarse.

Utilizando todos los medios que le permitieran alcanzar el poder, Lenin proclamó su apoyo a los Soviets de los trabajadores, que compartían el poder e incluso dominaban al gobierno provisional. Estaba impresionado por su popularidad y, advirtiendo que tenían el poder real, cambió la actitud que había defendido desde Suiza. Argumentaba que el partido tenía que luchar para crear «una república de representantes trabajadores, soldados y campesinos en todo el país». Entonces nació el lema: «Todo el poder para los Soviets.»

Alarmados por la creciente anarquía y por la amenaza de un violento levantamiento popular e influidos por los fervientes llamamientos de Kerensky, el Excom del Soviet de Petrogrado y el gobierno provisional formaron una coalición. Al principio Kerensky era el líder dominante de la coalición. Comprometido con la continuidad de la participación rusa en la guerra, se entregó a la tarea de conseguir apoyo para una nueva ofensiva militar que comenzó el 1 de julio y empujó a los austríacos. Pero entonces tropas alemanas cortaron el avance y el ejército ruso se hundió. Miles de hombres desesperados y descontrolados huían hacia el este. Para Kerensky y otros revolucionarios moderados esta derrota puso fin a todas las esperanzas de negociar la paz desde una posición de fuerza y de restaurar un gobierno estable. Rusia no estaba destinada a seguir una línea moderada.

Una oleada de violentos desórdenes se extendió por todo el país, llegando a explotar en los «días de julio». El miedo se apoderó de la ciudad. Unos veinte mil marinos de Kronstadt y treinta mil obreros de Putilov se sumaron a la violencia general. La histeria colectiva ocasionó asesinatos en masa y destrucción. Pero, como escribió Sujanov, «la sangre y la inmundicia de este chía absurdo tuvo un efecto de moderación por la tarde y evidentemente' originó una rápida reacción».

El levantamiento, que parecía espontáneo, había sido de hecho instigado por los bolcheviques. Pero su violencia había cogido a Lenin por sorpresa. No había hecho planes para controlar la ciudad ni para deponer al gobierno provisional, y la manifestación había crecido de modo tan explosivo que el partido no pudo controlarla.

La ciudad reaccionó enérgicamente. El gobierno provisional, con el apoyo del Soviet de Petrogrado, acusó a los bolcheviques de intentar destruir la revolución y reducir el país a la anarquía. El ministro de Justicia dio a conocer unos documentos que pretendían demostrar que Lenin y otros líderes bolcheviques eran en realidad agentes alemanes. La acusación causó un impacto inmediato. El partido bolchevique se granjeó el odio popular. Pravda fue cerrado; Trotski, Kamenev y Lunacharsky fueron detenidos, pero Lenin y Zinoviev consiguieron ocultarse. La opinión pública criticaba severamente a Lenin con argumentos políticos y morales. También dentro del partido surgían voces que le acusaban de abandonar a sus camaradas y de preocuparse sólo por su seguridad personal[LX].

El lugar en el que Lenin se ocultaba era el nuevo apartamento de los amigos de Stalin, la familia Alliluyev, en la Calle Rozdestvenskaya. Allí ocupó la habitación que había sido destinada a Stalin. La cuestión era si Lenin y Zinoviev debían someterse a juicio para hacer frente a las críticas de que habían abandonado a sus camaradas y responder a las acusaciones del gobierno.

Durante la noche del 20 de julio, Stalin, Krupskaia Ordjonikidze y otros se reunieron en el apartamento para debatir el tema con Lenin. El mayor temor era que, si se entregaba, los agentes gubernamentales le mataran antes de llegar a la cárcel y, por supuesto, al juicio. Stalin y Ordjonikidze intentaron negociar con los mencheviques en el Soviet de Petrogrado las garantías de que, si Lenin y Zinoviev se entregaban, serían protegidos y juzgados públicamente. En esta época, sin embargo, cuando los bolcheviques atravesaban malos momentos y cuando él mismo era objeto de virulentas críticas, Lenin no estaba dispuesto a arriesgar su seguridad personal ni a poner límite a su libertad de acción. Se hizo necesario que se ocultase en otro lugar, para lo que se eligió la pequeña ciudad de Sestroretsk, en el golfo de Finlandia. Se puso gran cuidado en alterar su aspecto y Stalin le afeitó barba y bigote. Con una gorra y un largo abrigo, prestado por Sergei Alliluyev, Lenin parecía un campesino finlandés; así se dirigió en compañía de Stalin y Alliluyev a la estación de Primorsky, donde tomó un abarrotado tren con destino a Sestroretsk.

Con muchos de sus líderes detenidos u ocultos y rodeado de hostilidad, el Partido Bolchevique se encontraba en serias dificultades. Sin embargo, demostraba una extraordinaria resistencia. Los pocos militantes que quedaban mostraban una entrega y una firmeza a toda prueba. Además, Stalin estaba en libertad y ejercía su liderazgo que, aunque me-nos enérgico y visionario que el de Lenin y menos dramático que el de Trotski, era como una roca en fuerza y determinación.

A primeros de agosto el VI Congreso del partido se reunió en secreto en Petrogrado. En ausencia de Lenin, Stalin expuso el informe del Comité Central a los doscientos sesenta y siete delegados, mostrándose hábil y persuasivo. Muchos tenían los nervios alterados después de la histeria de los «días de julio», y estaban confundidos por el cambio de táctica de Lenin. Este había abandonado el eslogan «todo el poder para los Soviets» porque, afirmaba, los Soviets se habían convertido en contrarrevolucionarios al apoyar al gobierno contra los bolcheviques.

Al presentar el informe del Comité Central, Stalin mostró que se había alejado de su postura moderada. Condenó al gobierno provisional por considerarlo «una marioneta, una despreciable pantalla tras la que se encuentran los "Kadetes", el estamento militar y el capital; los tres pilares de la contrarrevolución». Antes de los «días de julio», hubiera sido posible un traspaso de poder a los Soviets sin violencia, pero ahora «ha finalizado el periodo pacífico de la revolución; el periodo no pacífico, el periodo de enfrentamientos y explosiones ha llegado». Al mismo tiempo se esmeró en no presentar la nueva línea de acción con los términos drásticos de un ultimátum, al estilo de Lenin. Era sensible al hecho de que muchos delegados se mostraban reacios a desechar a los Soviets, en tanto que otros aún creían que era prematuro pensar en una revolución socialista inmediata. Fue en gran medida atribuible a él el logro de que se adoptara la resolución que aprobaba esta política con sólo cuatro abstenciones.

En el debate sobre la parte final de la propuesta, Stalin hizo una aportación espontánea que ilustraba su perspectiva particular y anunciaba su línea de acción futura. En contra de la afirmación de que la revolución era posible «con la condición de que se produjera una revolución proletaria en Occidente», afirmó que «no hay que excluir la posibilidad de que Rusia sea el país que marque el camino hacia el socialismo... Es necesario abandonar la gastada idea de que sólo Europa puede mostrarnos la ruta. Hay un marxismo dogmático y un marxismo creativo. Yo me sitúo en este último».

La labor dirigente de Stalin en el VI Congreso del Partido elevó su prestigio y su autoridad. En las elecciones al Comité Central, sólo Lenin, Zinoviev, Kamenev y Trotski le superaron en número de votos. Cuando el Comité Central eligió la junta directiva de Pravda, Stalin recibió la mayoría de los votos y Trotski no consiguió ganar la elección. Cuando se decidió elegir un gabinete interno formado por diez hombres del Comité Central, Stalin prevaleció de nuevo en la votación.

En julio, Kerensky ocupó el cargo de primer ministro y con el apoyo del Excom formó de nuevo gabinete con mayoría de socialistas moderados. El desafío al gobierno de Kerensky se produjo desde la derecha. Fue dirigido por el general Lavrenti Kornilov, un cosaco de talento y valor probados, pero su tentativa de golpe fracasó sin que se disparara un solo tiro.

El desafío militar al gobierno y la amenaza de una dictadura reaccionaria hicieron que toda la ciudad apoyara a Kerensky. Mencheviques, socialistas revolucionarios y bolcheviques formaron un frente unido en el Soviet. Estos últimos se mostraban particularmente activos. Con la aprobación del Comité reclutaron una milicia armada, que les permitió ampliar la Guardia Roja hasta los veinte mil efectivos en Petrogrado.

El Partido Bolchevique comenzaba a aumentar su fuerza. Los «días de julio» y la denuncia contra Lenin por ser agente alemán resultaron ser pequeños contratiempos. En agosto de 1917, cuando se celebró el VI Congreso, el número de militantes ascendía a doscientos mil. Era un crecimiento impresionante; sin embargo, el partido representaba una pequeña minoría a nivel nacional, y sólo contaba con el apoyo del 5,4 por ciento de los trabajadores, según promedio calculado en veinticinco ciudades. Pero, aunque insignificante en número, era un partido organizado y disciplinado que contaba con unos líderes excepcionales como Lenin, Trotski y Stalin.

Todavía oculto, Lenin se consumía de impaciencia. Estaba convencido de que una insurrección dirigida por el partido y una dictadura de la izquierda eran ya posibles. En una reunión celebrada a principios de septiembre, el Comité Central tenía ante sí su demanda de que destacamentos revolucionarios hicieran prisioneros a los miembros del gobierno y ocuparan el poder. El comité y el partido en general le consideraron cruel por incitar a repetir los «días de julio». Estaban muy nerviosos; la acción propuesta por Lenin era precipitada; el partido y el país no estaban preparados.

El 20 de octubre, Lenin entró clandestinamente en Petrogrado. Con gran energía defendió ante los miembros del Comité Central sus argumentos a favor de la revolución inmediata. El comité celebró una reunión secreta el 23 de octubre, a la que asistieron Lenin y Zinoviev, y hubo un acalorado debate sobre la resolución de Lenin de que «un levantamiento armado es inevitable y la ocasión es propicia». De los veintidós miembros del Comité Central, nueve estaban ausentes, pero finalmente, rendidos por los incansables alegatos de Lenin, todos los presentes, excepto Kamenev y Zinoviev, votaron a favor de su tesis. El hecho de contar con mayoría, por escasa que ésta fuese, era suficiente para él, que consideraba que el partido quedaba comprometido a la acción, y ciertamente para antes de que comenzara el congreso de los Soviets el 25 de octubre.

El plan de Lenin era una empresa tremendamente arriesgada. Contaba con sorprender al gobierno y con ganar el apoyo popular prometiendo una solución rápida a los problemas de la paz, el pan y la tierra. Kamenev y Zinoviev, que no tenían madera de héroes, estaban alarmados. Stalin no se opuso y apoyó esta apuesta por el poder.

Mientras tanto, Kamenev y Zinoviev, al parecer dominados por el pánico, mostraban públicamente su oposición y ponían de relieve los peligros que iban a arrostrar. Para Lenin y para otros, era traición oponerse a las intenciones bolcheviques y revelarlas. El caso era tanto más grave cuanto que las bases del partido estaban cada vez más alarmadas por sus advertencias. Esto era más de lo que Lenin podía soportar, y desde Finlandia, donde se había ocultado de nuevo, pidió que el Comité Central les expulsara del partido.

En una reunión del comité celebrada el 17 de octubre, Trotski se mostró partidario de adoptar severas medidas contra Kamenev y Zinoviev, a quienes calificó de traidores. No le detuvo el hecho de que Kamenev fuera su cuñado; desde luego, demostraba que la lealtad al partido prevalecía sobre los lazos familiares. Otros miembros apoyaron la propuesta de un castigo severo. Fue Stalin quien puso la nota de moderación en el debate. Sus argumentos a favor de la moderación no surgían de una actitud pasiva dirigida a calmar los ánimos, ni de la increíblemente anticipada previsión de que podía necesitar el apoyo de estos dos camaradas en el futuro, sino de una honda preocupación por la unidad del partido en tan críticas circunstancias. Sostuvo que expulsar sumariamente a dos camaradas de larga trayectoria política causaría desorden y no arreglaría nada; además, Kamenev y Zinoviev sabían que habían actuado de manera irresponsable, y no volverían a cometer erro-res. Tras su intervención, la propuesta de expulsión fue rechazada. Después se decidió sustituir a Kamenev en la junta editorial de Prado, pro-puesta que también fue rechazada cuando Stalin dimitió en protesta y el Comité se negó a aceptar su dimisión.

Tras el regreso de Lenin a Finlandia, Trotski se hizo cargo del partido. Fue nombrado presidente del Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, creado el 25 de octubre. Como órgano central de la revolución, este comité controlaba la Guardia Roja y todas las unida-des militares de la ciudad que apoyaban a los bolcheviques. Había también un «centro» especial militar revolucionario, que contaba con cinco miembros, elegidos o nombrados el 29 de octubre. Stalin, pero no Trotski, era miembro de este centro, que ha sido descrito como la fuerza organizativa real de la revolución.

Trotski fue indudablemente el líder y la fuerza motriz de todos los preparativos y de la insurrección misma. A primeras horas de la mañana del 7 de noviembre de 1917, comenzó la revolución. Tropas al mando del Comité Militar Revolucionario ocuparon los puntos claves de Petrogrado. Poco después del mediodía los insurgentes controlaban ya toda la ciudad, a excepción del Palacio de Invierno, que sería ocupado por la tarde.

La rápida y casi incruenta toma de Petrogrado fue un modelo seguido en la mayor parte del país. Las excepciones fueron las regiones del Don, el Kuban y de Orenburg, donde los cosacos resistieron las tentativas bolcheviques de hacerse con el control, y la captura de Moscú, culminada por los Guardias Rojos el 15 de noviembre después de intensos tiroteos.

El 8 de noviembre, Lenin apareció en la sesión del congreso de los Soviets. Fue reconocido como líder de la revolución con una clamorosa ovación. El hecho de que no hubiera dirigido los preparativos ni tomado parte en los decisivos acontecimientos de los días anteriores, evidentemente no influyó de manera negativa. Se desconoce la contribución de Stalin a los preparativos, pero durante la revolución de Petrogrado se dice que estuvo en su despacho, en las oficinas de prensa del partido. Al igual que con Lenin, su ausencia del escenario en la acción no fue motivo de crítica. Es probable que se mantuvieran a la sombra de los acontecimientos a fin de estar preparados para continuar la lucha si fracasaba la insurrección. No había fracasado, y los dos hombres que iban a ser responsables del destino de Rusia en los años siguientes tenían que aprender ahora la realidad del poder.

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