Stalin

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BREST-LITOVSK

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BREST-LITOVSK

La revolución, uno de los acontecimientos más decisivos de la historia, se produjo rápidamente y casi sin lucha.

Lenin y sus partidarios conocían, sin embargo, lo precario de su situación. El II Congreso Panruso de Soviets respaldó al nuevo gobierno, pero la gente de Petrogrado, como la de todo el país, estaba confundida[LXI]. Aceptaban el golpe de Estado porque, de todos los partidos políticos, sólo los bolcheviques parecían capaces de tomar medidas positivas y habían prometido proporcionar alimentos, resolver el problema de la tierra y firmar inmeditamente la paz. A más largo plazo, contaban con la elección de la Asamblea Constituyente, que redactaría una constitución y proclamaría la nueva República rusa. Sólo entonces, pensaban ellos, quedaría el orden verdaderamente restaurado y comenzaría una nueva era de prosperidad nacional.

Una de las primeras acciones de Lenin fue seleccionar un gabinete, conocido como el Consejo de Comisarios del Pueblo, o Sovnarcom[LXII]. Entre los quince comisarios figuraban Lenin como presidente, Trotski como comisario de Asuntos Exteriores, Stalin de Nacionalidades, Lunacharsky de Educación Popular, Slyapnikov de Trabajo, Aleksei Rykov de Interior y Vladimir Milyutin de Agricultura.

El congreso nombró formalmente a los comisarios del Consejo del Pueblo de Lenin por decreto, y después eligió un Comité Ejecutivo Central de ciento un miembros. Los bolcheviques consiguieron sesenta y dos escaños en este comité, los Socialistas Revolucionarios de Izquierda, que habían formado un partido independiente, veintinueve escaños, y otros partidos, diez. El Comité Ejecutivo ejercería los poderes legislativos cuando el Congreso no estuviera reunido. En la práctica, el Sovnarcom pronto ejercería tanto las funciones legislativas como las ejecutivas.

El 8 de noviembre, Lenin se presentó ante el congreso. Hubo momentos de gran excitación y recibió una «tumultuosa bienvenida». Leyó una proclama dirigida a todos los pueblos en guerra, pidiendo la paz inmediata sin anexiones ni indemnizaciones. A continuación leyó un decreto que abolía la propiedad privada de la tierra «de manera inmediata y sin compra», y que establecía la distribución de toda la tierra entre quienes la cultivaban con su propio trabajo. Esto suponía un cambio completo en su política, e introducía una medida propuesta por Stalin con carácter provisional once años antes en Estocolmo. El Congreso Panruso de Representantes de Campesinos debatió una propuesta sobre la fusión con el Congreso de Soviets de Obreros y Soldados, y, después de que los representantes más conservadores abandonaran la sesión, la fusión fue aprobada.

Lenin consiguió así nominalmente basar su gobierno en los tres estamentos principales: obreros, campesinos y soldados. Pero aún no había satisfecho la demanda del Sovnarcom, del Comité Ejecutivo Central de su propio partido favorable a la coalición de todos los partidos socialistas. Los bolcheviques situados más a la derecha, en particular, estaban decididos a forzar una coalición con los socialistas revolucionarios y con los mencheviques. Zinoviev, Rykov, Milyutin, Vladimir Nogin y Lunacharsky, que se habían opuesto a la toma del poder por los bolcheviques, pero que después de su éxito habían ocupado escaños en el Sovnarcom, dimitieron. Todos ellos, al igual que Kamenev, estaban dispuestos incluso a considerar una propuesta menchevique según la cual Lenin y Trotski serían excluidos de cualquier gobierno de la coalición. La agitación continuó hasta que, con la aprobación de la mayoría del Comité Central bolchevique, una nota oficial, firmada por Lenin, Troski y Stalin, amenazaba a los instigadores con la expulsión del partido. La amenaza sirvió para calmar los ánimos, y el tema de la coalición quedó olvidado en la marea de los fulgurantes acontecimientos que ocurrieron después.

La Asamblea Constituyente suponía otro desafío. Las elecciones debían comenzar el 12 de noviembre, fecha fijada previamente por el gobierno provisional. Lenin siempre había defendido la importancia vital de la Asamblea, pero según se iba aproximando la fecha aumentaba su preocupación[LXIII].

El resultado fue mucho peor de lo que él temía. Los bolcheviques consiguieron sólo 175 de los 707 escaños. Para Lenin y sus colaboradores directos el resultado era inaceptable y debía ser corregido por fuerza de pistolas y bayonetas.

El 5 de enero de 1918, la Asamblea Constituyente celebró la sesión de apertura en el Palacio Tauride. Los representantes de los bolcheviques y los socialistas revolucionarios de izquierda abandonaron la sesión. A la mañana siguiente, cuando llegaron los diputados para reanudar las sesiones, guardias rojos impedían la entrada al palacio. Una manifestación de socialistas revolucionarios fue dispersada por estas fuerzas con fuego de rifle. La Asamblea Constituyente, tanto tiempo esperada y sobre la que tanto se había hablado, fue disuelta, y al pueblo, dominado por la apatía, pareció no preocuparle.

Aquel mismo día, el Comité Ejecutivo Central, nombrado por el Congreso de Soviets y que contaba con mayoría bolchevique, aprobó la supresión de la Asamblea Constituyente. Se justificó esta decisión aduciendo que era un organismo contrarrevolucionario. Movidos por el interés de dar a sus resoluciones al menos una apariencia de legalidad, los bolcheviques, tras falsificar los resultados de las elecciones, convocaron apresuradamente el III Congreso de Soviets. Por mayoría aplastante, este congreso aprobó la disolución de la Asamblea Constitucional

Stalin intervino directamente en los principales acontecimientos de aquellos días. Ya era indispensable para Lenin y tenía influencia sobre él. Firmó la nota oficial que advertía a los militantes que exigían la coalición, y rechazó la propuesta menchevique según la cual Lenin y Trotski serían excluidos de un gobierno de coalición. Durante la crisis del partido debida al tratado de paz con Alemania, iba a apoyar firmemente a Lenin. Al mismo tiempo estaba dando muestras de su capacidad para hacer frente a numerosas responsabilidades.

Su primera tarea fue la creación del Comisariado Popular de las Nacionalidades, conocido como Narcomnats. Contaba con la ayuda de S. S. Pestkovsky, un polaco que había tomado parte en la Revolución de Octubre. En una habitación del Instituto Smolny, Pestkovsky encontró una mesa libre. La colocó junto a la pared y prendió encima de ella un papel donde escribió: «Comisariado Popular de las Nacionalidades.» Esta mesa, junto con dos sillas, constituyó la primera oficina del comisariado.

Poco después de ser nombrado comisario, Stalin asistió al congreso del Partido Socialista Finlandés en Helsinki. El 14 de noviembre pronunció un discurso ante el congreso, y declaró solemnemente que su gobierno respetaría su compromiso con el pueblo finlandés. «¡Debe concederse libertad absoluta para decidir su propio destino a los finlandeses y a todos los demás pueblos de Rusia! ¡Fuera tutelas con control desde arriba sobre el pueblo finlandés! Estos son los principios que inspiran al Consejo de Comisarios del Pueblo.»

Esto era conforme a «la declaración de los derechos de los pueblos de Rusia» firmada por Lenin y Stalin pocos días después de la Revolución. Para la audiencia de Helsinki, el discurso de Stalin resultó sin duda impresionante, porque era pronunciado por alguien que pertenecía a una de las pequeñas naciones oprimidas del Imperio ruso. Posteriormente, cuando informaba al Comité Ejecutivo Central sobre la ratificación del decreto del Sovnarcom, se lamentó del hecho de que un régimen burgués estuviera en el poder. Continuó con duras críticas al Partido Socialdemócrata Finlandés por su «indecisión e incomprensible cobardía» al no conseguir el poder.

Por entonces, sin embargo, se mantuvo firme en el principio de la autodeterminación nacional, aunque fue criticado por Bujarin y otros por ceder al nacionalismo burgués de las pequeñas naciones. Pocas se-manas después, en el 111 Congreso Panruso de Soviets, anunció un cambio afirmando que «el derecho a la autodeterminación no era un derecho de la burguesía, sino de las masas trabajadoras de una nación. El principio de la autodeterminación, debería ser utilizado como un medio en la lucha por el socialismo, y debería subordinarse a los principios del socialismo». Este cambio era tanto más necesario cuanto que en la mayoría de las naciones pequeñas tenían gobiernos no socialistas y antibolcheviques.

En abril de 1918 hizo desde el Narcomnats un llamamiento a los Soviets de las minorías nacionalistas bajo liderazgo no bolchevique. Señaló que era esencial liberar a los pueblos del liderazgo burgués y convertirlos a la idea de la autonomía de los Soviets. «Es necesario elevar a las masas al nivel del régimen soviético, y unir a sus mejores representantes con este último. Pero esto es imposible sin la autonomía de estas regiones lejanas, es decir, sin organizar las escuelas locales, los tribuna-les locales, la administración local, los organismos de autoridad local y las instituciones educativas y sociopolíticas locales con el pleno derecho garantizado de la utilización de la lengua nativa local por las masas en todas las esferas del trabajo sociopolítico». Esta política pronto quedaría reflejada en el lema «nacionalista en la forma, socialista en el contenido».

En mayo de 1918 en la sesión inaugural de un congreso preparatorio sobre la creación de una República Soviética Autónoma de Tartana y Bashkiria, Stalin expuso de manera terminante esta política centralista. Una forma de autonomía soberana «puramente nacionalista» sería destructiva y, desde luego, antisoviética. El país necesitaba «una fuerte autoridad estatal en toda Rusia, capaz de dominar definitivamente a los enemigos del socialismo y de organizar una nueva economía comunista». La autoridad central debería, por consiguiente, ejercer todas las funciones de importancia, dejando a las regiones autónomas las funciones administrativas, políticas y culturales de carácter regional.

Stalin era miembro de la comisión creada para redactar la primera constitución, que fue aprobada en julio de 1918, y que creaba la República Soviética Federal Socialista Rusa. El tipo de federalismo con unidades territoriales nacionales que propugnaba estaba expresado en el artículo 11 del borrador. En aquella época, sin embargo, la RSFSR tenía una relación de tratado con las Repúblicas Soviéticas de Transcaucasia, Bielorrusia y Ucrania. Esto se vería alterado por la Constitución de 1924, que crearía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Los asuntos de las nacionalidades podían ocupar sólo una pequeña parte de su tiempo. El 29 de noviembre de 1917 el Comité Central del partido nombró una chetuertka, o grupo de cuatro personas, que incluía a Lenin, Stalin, Trotski y Sverdlov con poder de decisión en asuntos de urgencia. Según Trotski, este consejo íntimo se convirtió en una troika, o grupo de tres, debido a que Sverdlov estaba demasiado ocupado en la secretaría del partido. La pertenencia a este consejo interno y al Sovnarcom exigían a Stalin un trabajo agotador debido a la confianza que Lenin había depositado en él.

« Lenin no podía pasar sin Stalin ni un solo día —escribió Pestkovsky—; probablemente por esa razón nuestra oficina en el Smolny contaba con la protección de Lenin. En el transcurso del día hacía llamar a Stalin en incontables ocasiones o aparecía en nuestra oficina y se lo llevaba. Stalin pasaba la mayor parte del día con Lenin.»[LXIV]

En este periodo inicial, el Sovnarcom se reunía durante cinco o seis horas casi todos los días. Lenin ocupaba la presidencia y redactaba muchos de los decretos que salían de estas reuniones. Se suavizaron las leyes de matrimonio y divorcio, se resaltó la igualdad legal de hombres y mujeres; los niños ilegítimos tendrían los mismos derechos que los legítimos. Numerosos decretos expropiaban propiedades privadas. Se inició el proceso de nacionalización de la industria. Se nacionalizaron todos los bancos; una ley con efectos inmediatos reducía a ocho horas la jornada laboral. Los trabajadores, a través de comités cuyos miembros serían elegidos por ellos, tendrían voz y voto en la dirección de las industrias.

Se suprimió el viejo sistema legal y se crearon nuevos juzgados y tribunales revolucionarios. Lenin había pensado durante mucho tiempo que dichos tribunales, así como una policía secreta, serían necesarios para hacer frente a los enemigos del régimen. En diciembre confió al fanático polaco Feliks Dzerzinsky, la tarea de organizar la nueva Comisión Panrusa para combatir la contrarrevolución y el sabotaje. Bajo su nombre abreviado de Cheka, se convirtió en el temible brazo secreto del régimen, que daría origen sucesivamente a la GPU, NKVD, MVD y KGB. El 5 de febrero de 1918 un decreto establecía la separación de la Iglesia y el Estado y confirmaba el derecho de todos los ciudadanos a la libertad de creencia y de culto. Se revisó el alfabeto cirílico, y desde el 1 de febrero se adoptó el calendario gregoriano[LXV].

Desde la era de Pedro el Grande, dos siglos antes, no se había producido una avalancha tal de cambios y reformas. La diferencia estribaba en que este nuevo gobierno estaba ebrio de poder y trataba desesperadamente de conseguir el apoyo popular. Revestidos de un atrayente ropaje humanitario, sus decretos parecían anunciar una nueva era.

Lenin había declarado repetidamente antes de octubre de 1917 que, al llegar al poder, el gobierno bolchevique propondría la paz en unos términos que el enemigo imperialista se vería obligado a rechazar. Esto conduciría a la revolución en los países capitalistas y al estallido de la «guerra revolucionaria». Ya en el poder, Lenin se dio cuenta de que esta medida no era realista. El alto mando alemán sabía que el ejército ruso estaba desmoralizado y que el nuevo gobierno soviético tendría que aceptar las condicones de paz que propusiera Alemania[LXVI].

La propuesta soviética de armisticio fue rápidamente aceptada por los alemanes, y firmada en Brest-Litovsk el 2 de diciembre. Las negociaciones para la paz comenzaron formalmente el 9 de diciembre. Trotski estaba al frente de la delegación soviética. Su objetivo era utilizar al máximo la conferencia con fines de propaganda revolucionaria; creía firmemente que la revolución era inminente en Alemania y en todas partes y, en ocasiones, dominaba la conferencia. Pero estando su país en un estado caótico, con su ejército amotinado y desmoralizado y su nuevo gobierno tratando desesperadamente de aferrarse al poder, negociaba desde una posición de debilidad frente a unos diplomáticos profesionales respaldados por un ejército fuerte y victorioso.

Las furiosas intervenciones de Trotski no impresionaron a sus oponentes alemanes, que conocían la debilidad de su posición. Inesperada-mente, el 18 de enero presentaron un mapa de Europa oriental con las nuevas fronteras, que privaba a Rusia de extensos territorios. El ultimátum encolerizó a Trotski, quien juró que rompería las negociaciones. Después, al recibir un telegrama firmado «Lenin-Stalin», en el que se pedía que regresara a Petrogrado para debatir el asunto, acordó un aplazamiento hasta el 29 de enero. Hay más pruebas, citadas por el propio Trotski, que muestran lo unido que estaba Stalin a Lenin en aquel periodo crítico. Un tal Dmitrievsky observó que Lenin en aquella época sentía tal necesidad de Stalin que, cuando llegaron noticias de Trotski desde Brest y se vio obligado a tomar inmediatamente una decisión en ausencia de Iosif, comentó a Trotski: «Me gustaría consultar a Stalin antes de responder a tu pregunta.» Y sólo tres días después Lenin envió un telegrama diciendo: «Stalin acaba de llegar. Estudiaré el tema con él y te daremos inmediatamente nuestra respuesta conjunta.»[LXVII]

Trotski abandonó Brest-Litovsk el 6 de enero y se dirigió a Petrogrado. Estaba dándole vueltas a su fórmula de «ni paz, ni guerra». Pensaba anunciar el final de la guerra y la desmovilización del ejército ruso, al mismo tiempo que su negativa a firmar un tratado de paz. Confiaba en que los alemanes no podrían reanudar su ofensiva, porque sus tropas se negarían a obedecer órdenes y estallaría la revolución dentro de Alemania. La fórmula inspiraría a los proletarios de Europa. Estaba convencido de que la revolución era inminente en Alemania, en Austria y en otros países.

Trotski defendió sus ideas vigorosamente en Petrogrado, pero Lenin no se dejó convencer, y Stalin afirmó sin rodeos que no había pruebas de que la revolución fuera a estallar de manera inminente en Europa occidental, y que su fórmula no era adecuada. Tras acalorados debates en el Comité Central, se adoptó la decisión de que Trotski prolongara «las negociaciones y que, cuando llegara el momento decisivo, aplicara su fórmula "ni paz, ni guerra"».

La delegación alemana regresó a Brest-Litovsk decidida a forzar una paz inmediata. Su intención era, en primer lugar, firmar la paz por separado con la Rada de Ucrania, lo cual obligaría seguramente a Trotski a llegar a un acuerdo. Cuando se reanudó la conferencia el 28 de enero de 1918, Trotski rechazó vehementemente la paz separada con Ucrania. Pero los alemanes tampoco se mostraron entonces impresionados. El 9 de febrero, en Brest-Litovsk, los representantes ucranianos firma-ron el tratado en una ceremonia especial. Las negociaciones se orientaron entonces a un prolongado intercambio entre las delegaciones rusa y alemana sobre la aplicación de la autodeterminación en los territorios bajo ocupación alemana.

La conferencia se aproximaba a la crisis. Trotski decidió hacer su declaración. El 10 de febrero hizo una severa crítica del imperialismo. Los delegados, que ya la habían oído en anteriores ocasiones, la toma-ron por un preliminar para salvar las apariencias, al que seguiría la aceptación de las condiciones alemanas. Entonces proclamó su fórmula: «Estamos retirando a nuestros ejércitos y a nuestros pueblos de la guerra, pero nos sentimos obligados a negarnos a firmar el tratado de paz.»[LXVIII] A continuación hizo emotivos llamamientos a las masas trabajadoras de todos los países para que siguieran el ejemplo de Rusia.

Los alemanes, al igual que otras delegaciones, permanecieron sentados y en silencio cuando Trotski se retiró de la sala. Estaban asombrados por esta absurda declaración. Aquella misma tarde, Trotski regresó a Petrogrado con su delegación. Estaba satisfecho de su intervención, y confiaba en que los alemanes no se atreverían a reanudar la ofensiva. Comunicó a sus colegas que había conseguido una victoria diplomática. Lenin, sin embargo, no estaba convencido en absoluto. Seis días después, sus temores resultaron justificados. El gobierno alemán declaró que el armisticio finalizaría el 18 de febrero; aquel mismo día el ejército alemán comenzó a avanzar en un amplio frente.

En Petrogrado, el Comité Central debatió exaltadamente la decisión a tomar. Lenin puso en claro desde el primer momento que había puesto en peligro al gobierno soviético y a la Revolución. Trotski argumentó con testarudez que deberían esperar la reacción del proletariado alemán, que se encontraba seguramente a punto de hacer estallar la revolución. Lenin, finalmente, obtuvo una escasa mayoría del Comité a favor de su propuesta.

A primeras horas del 19 de febrero de 1918 se envió un mensaje en el que se comunicaba que, haciendo patentes sus protestas, el Consejo de Comisarios del Pueblo aceptaba las condiciones alemanas. La respuesta alemana llegó cuatro días después y, confirmando el temor de Lenin, las nuevas condiciones para la paz eran mucho más duras. El Comité Central reaccionó con furia. Bujarin manifestó, gritando preso de los nervios, que tenían que luchar, librar una guerra santa revolucionaria hasta el último hombre, y la mayoría de los presentes apoyó su demanda.

Lenin mantuvo la calma en medio de aquella explosión emocional. Cuando habló, puso de relieve las difíciles circunstancias de la situación. Pidió que se firmara el tratado de paz y añadió: «Si no se hace así, dimito de mi cargo en el gobierno.» Apenas se dio importancia a esta amenaza cuando continuaron los debates; finalmente, se aprobó la propuesta de Lenin. Bujarin votó en contra; Trotski, incapaz de aceptar que las negociaciones habían fracasado y de darse cuenta de la gravedad de la situación, se abstuvo; Stalin apoyó a Lenin, y es improbable que alguna vez consiguiera olvidar la vulnerabilidad del partido y de la nación, ni el conflicto vivido en el seno del Comité Central durante aquellos días decisivos.

Tras tormentosas reuniones, el Soviet de Petrogrado y el Comité Ejecutivo Central del Congreso de los Soviets votaron a favor de la aceptación de las condiciones de paz impuestas por los alemanes a fin de salvar la Revolución. El tratado fue firmado el 3 de marzo de 1918. Por él, Rusia perdía 328.530 kilómetros cuadrados de territorio, que suponía un 27 por ciento de su tierra cultivable, y una población de 62 millones de habitantes, un 26 por ciento de sus líneas férreas, y un 75 por ciento de la industria del hierro y del acero. El régimen bolchevique se salvó, pero jamás bajo los zares había sufrido la nación pérdidas y humillación parecidas.

Durante algún tiempo se desató una tormenta contra el tratado: la mayoría de los rusos reaccionaban movidos por su orgullo nacional. Entre los partidos revolucionarios la reacción era también violentamente emotiva, pero el sentido de humillación nacional era secundario respecto a su rebeldía contra la traición de la Revolución. La guerra revolucionaria era, argüían, la única salida digna; la guerra partisana era posible, porque si el ejército estaba desmoralizado, el pueblo podría luchar. Pero Lenin y Stalin, e incluso Zinoviev y Trotski, consideraban que esto significaría el fin del partido.

Los socialistas revolucionarios de izquierdas rompieron inmediatamente la coalición e hicieron campaña a favor de la guerra contra los imperialistas. Dentro del partido, Bujarin y otros destacados bolcheviques mantenían una activa oposición a la decisión tomada. Al igual que los revolucionarios socialistas de izquierdas, se consideraban los defensores de la Revolución. Sus llamamientos a favor de una guerra santa revolucionaria eran acogidos con entusiasmo por los militantes de base. Gradualmente, sin embargo, los argumentos de Lenin fueron ganando apoyo, de manera que cuando se ratificó el tratado de paz en el VI Congreso del Partido el 15 de marzo de 1918, la proposición de Bujarin favorable al rechazo del tratado consiguió pocos adeptos.

En el transcurso de aproximadamente seis meses, el partido había sido sacudido por dos revueltas importantes. Primero fueron los «irresolutos», facción encabezada por Zinoviev y Kamenev, que se opusieron a la toma del poder por los bolcheviques. Después, independientemente de esta facción, los comunistas de izquierdas, con Bujarin a la cabeza, que pedían el retorno a la pureza de los principios socialistas. En ambos casos se produjo un debate abierto en el seno del partido. La cuestión era si en aquella época de crisis, cuando su supervivencia es-taba en duda, el partido podría permitirse ser debilitado y mutilado por disensiones internas. En el partido unido y disciplinado que Lenin siempre había concebido, tal libertad era un lujo, e inexorablemente el partido evolucionó hacia una unidad monolítica.

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