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Solo » Primera parte - Sueños » 12

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Una tarde en la playa Grande de El Cotillo encontré a unos amigos descansando después del baño. Las tablas esparcidas por la arena, los trajes de neopreno puestos a secar y cada uno de ellos sentado o tumbado tomando el sol relajadamente. Decidí unirme al grupo, clavé la punta de mi tabla en la arena y fui saludando uno por uno.

—¿Qué tal, Pieter, cómo ha ido el baño?

—Las olas cerraban demasiado, tienen poco recorrido. Al final de semana la previsión dice que entrará un buen swell del noroeste y sin viento. ¡Épico! Tenemos que ir a Mejillones —dijo Pieter ladeando la cabeza y asintiendo. A mí eso me parecía demasiado. Seguí saludando.

—¿Qué tal, Tania? —Al agacharme para darle dos besos no pude evitar fijarme en sus pechos, que se insinuaban a través de la blusa medio abierta. Ella respondió a la propuesta de Pieter lanzándome una mirada desafiante.

—¿Sabes que es la más grande y potente de la isla? Y eso es mucho en esta zona del Atlántico.

No sabía si se refería a la ola o a ella misma. Tania poseía una belleza terrenal y sugerente, curvas perfectas y bien definidas coronadas por una mirada atrevida. Ya había estado en el agua con ella antes, era imposible quitarle la vista de encima cuando remaba asomando su perfecto trasero redondo. Poca gente se atrevía a bajar olas con la misma valentía que ella, dejaba en ridículo a muchos hombres que se echaban atrás en el pico. Cuando había que decidir si bajar o arrepentirse, ella siempre se lanzaba.

—Sí, la he visto al pasar con el coche por el camino del norte —respondí saludando a otros dos chicos italianos que no había visto antes.

—Si bajas Mejillones un día grande, puedes decir que has llegado al límite —continuó Pieter—. Es una ola oceánica, rompe mar adentro, hay que remar bastante para llegar a ella. Rompe con mucha fuerza y lleva mucha agua, así que el empujón es bestial…, lo malo es que, si fallas, bueno, mejor no fallar —terminó riéndose y buscando la aprobación de los demás, que también reían.

—¿Tú ya la has bajado? —le pregunté esperando una respuesta negativa.

—Sí, yo ya he bajado Mejillones —respondió orgullosa.

—Eh, ¡pero no te fíes! —exclamó Pieter—. Lo de Tania no es normal, puede que sea la única mujer que la ha bajado, ella y algún que otro tipo de la isla —terminó apuntándome con el dedo para que quedase todo claro. Observé a Tania mientras sonreía orgullosa, estaba hecha de una pasta especial. Había algo en su mirada que transmitía una mezcla de confianza y temeridad. Ella siguió bromeando con los demás, como quitando importancia al asunto.

—No te creas, que yo he pagado un precio muy alto por ser tan inconsciente. —Y acto seguido se quitó la blusa dejando al descubierto sus pequeños pero turgentes pechos y, tomando el izquierdo con la mano, se volvió de medio lado para mostrar una cicatriz en el costado—. ¿Ves este trozo de músculo que me falta aquí en el pecho? Me lo arranqué con una roca al caer de una ola con marea baja en Acid Drop. —Y se tomó su tiempo para que lo pudiésemos observar. Se dio la vuelta—. ¿Ves esta otra? —dijo señalando la parte lumbar donde un gran siete estropeaba su piel perfecta—. Este es otro recuerdo. —Y sin prisa se cubrió de nuevo—. ¿Estás dispuesto a pagar el precio? Porque la vida deja huella.

Acepté el reto y respondí:

—El tiempo lo dirá.

Ella, burlona, me contestó:

—Pero ¿qué dices, tío? ¡Eso no es nada! Yo estoy preparándome para parir, que dicen que eso sí es la hostia de doloroso. —Y rio con ganas. Todos la seguimos con devoción.

«Menuda mujer —pensé para mis adentros—, vaya valor y qué peligro de sirena».

—Oye, ¿y en qué países has surfeado? —le preguntó uno de los italianos que sabía que era una gran viajera.

—Llevo desde los diecinueve años viajando por el mundo y volviendo a Fuerte para descansar y hacer un poco de dinero para el siguiente viaje. He estado en Australia, Indonesia, Sudáfrica, Nicaragua, las islas Cook, Costa Rica, Filipinas, Nueva Zelanda y unos cuantos sitios más. Tengo miles de fotos de esos lugares increíbles. Mi pasión es la fotografía y el surf…

—¡Y coleccionar amantes! —gritó Pieter dando un salto de donde estaba sentado y salió corriendo hacia el agua mientras Tania protestando se levantó.

—¡Eh, pero qué dices!

—¡No lo niegues, mentirosa! —gritó Pieter a lo lejos.

Todos la miramos mientras corría tras él con una especie de devoción, como si poseer a aquella especie de diosa fuese sinónimo de bajar la mejor ola del mundo, o sea nuestro mayor deseo encamado en una mujer. Pero ella, que tenía tablas para desenvolverse en aquel ambiente cargado de testosterona, sentenció mientras trotaba hacia el agua:

—Cómo sois. ¡Siempre pensando en lo único! —Se volvió para guiñamos un ojo, picara, lo que nos hizo reír con ganas y seguirla en dirección al agua para bajamos la temperatura.

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