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Aarón

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Forget the implications

Infatuations end.

Wilco, «We’re Just Friends»

El lunes bajé a cenar con el estómago revuelto. ¿Qué le diría a Zoe cuando la viera? Lo de la noche anterior había sido… ¿un error? ¿Una temeridad? ¿Una equivocación? Lo de la noche anterior, simplemente, había ocurrido. Y eso ya era un universo en sí mismo.

Aquello no nos convertía en novios ni nada parecido, ¿verdad? No podía embarcarme en una nueva relación. No después de lo de Dalila y Emma. Emma… ¿Por qué me crispaba cada vez que pensaba en ella y en lo que había hecho? ¡Habíamos roto! Me gustara o no, habíamos roto y no le debía ninguna explicación. Seguramente ella ya habría encontrado algún maromo californiano con el que pasar las noches.

Ese último pensamiento me hizo apoyar la espalda en el espejo del ascensor. Pero podía ser verdad. Tan verdad como que yo había besado a otra. Tan verdad como que había disfrutado haciéndolo.

Aun así… ¿Qué pensaría ahora Zoe? No estaba preparado para iniciar una relación, ¡ni siquiera para ver adónde nos conducía todo esto! La chica me parecía guapa, simpática y divertida, pero si salía mal Develstar se convertiría en un nuevo tipo de infierno, mucho más opresivo, peligroso e irritante.

No podía permitir que eso sucediera. Tenía que dejarle las cosas claras cuanto antes.

Llegar a esa conclusión y que la puerta del ascensor se abriera, fue todo uno.

Zoe apareció en el pasillo tarareando una canción. Cuando me vio, esbozó una sonrisa.

—¡Buenos días! —dijo antes de apretar el botón del restaurante. Enseguida el aroma de su perfume inundó el pequeño habitáculo. No me di cuenta hasta entonces de que ya lo asociaba con ella—. ¿Qué tal has dormido?

—Bien, bien —respondí yo con un amago de sonrisa—. La verdad es que muy bien. Vamos, como siempre. Bien…

Ella frunció el ceño y asintió.

—Así que… ¿bien? —comentó con una risita—. Pues yo he dormido como un lirón. Me tiré en la cama y, ¡pam!, muerta. Lo pasamos guay anoche, ¿no? Ya tengo pensado un plan para el próximo día.

—Sí, bueno, respecto a lo de anoche… —comencé, pero en ese momento el ascensor se paró y entró una mujer trajeada con gafas. Incapaz de decirle lo que quería con público delante, guardamos un incómodo silencio hasta llegar a la planta del restaurante.

La Delicia Escondida estaba a rebosar de ejecutivos trajeados esa mañana. El restaurante de Develstar no se anunciaba en ningún lado, al menos que yo hubiera visto, pero era bien conocido entre la gente más pudiente de la ciudad. Nosotros, como invitados de la empresa, teníamos acceso gratuito e ilimitado a su cocina.

En cuanto el maître de la entrada nos vio, hizo una señal para que adelantáramos toda la cola.

—¿Su mesa de siempre, señores? —nos preguntó.

Cuando le seguimos, me pareció oír que alguno de los clientes cuchicheaba. Avancé sin volverme hasta la esquina del fondo, donde, tras un sutil biombo, siempre me había sentado solo y, ahora, con Zoe.

Como casi todas las mañanas, pedí un tazón de leche con cereales, tostadas y zumo de naranja. Atrás quedaban los enormes platos repletos de beicon, huevos rotos y salchichas. Pronto aprendí que, después de esos atracones, no había manera de trabajar.

Ella pidió tostadas y un café. Igual que había hecho la noche anterior, sacó el pastillero que llevaba a todas partes y se tomó dos píldoras.

—¿De qué querías hablarme? —me preguntó en cuanto nos quedamos solos.

De pronto me pareció una mala idea sacar el tema del beso.

—De que… lo pasé muy bien —dije intimidado por su sonrisa—. Gracias por sacarme de aquí.

—Como te he dicho, mañana repetimos. He pensado en algo que creo que te gustará.

De pronto mi mente estalló en un millón de posibilidades, a cada cuál más peregrina y excitante. Todas peligrosas. ¿Y si quería que fuéramos al cine y a cenar y después a dar un paseo bajo la luz de las estrellas para acabar en…?

—No podemos seguir —balbuceé con la mirada puesta en el mantel.

—¿De qué hablas? —preguntó ella sin dejar de sonreír—. ¿No quieres que salgamos más?

—No es eso… —Alcé la vista para mirarla—. Me parece bien salir y escaparnos, pero lo del beso de ayer… es diferente.

Ella abrió los ojos sorprendida al comprender a lo que me refería.

—¿Eso es lo que te preocupa? —Aunque aturdida, parecía bastante divertida con la situación—. Aarón, solo fue un beso. Nada más. La emoción del momento con la música y la luz tenue y todo eso, ya sabes. Un beso —repitió encogiéndose de hombros. Me sorprendió que ambos lo hubiéramos interpretado igual.

—¿Nada más? —pregunté más por confirmarlo. Ella asintió, como si fuera obvio.

—¿Qué esperabas? ¿Que hoy te pidiera salir? ¿Matrimonio? ¿Una exclusiva?

Solté una carcajada, sintiéndome más relajado y tremendamente estúpido. Después de haberle dado tantas vueltas, al final solo había sido eso: un beso.

—Perdona que haya reaccionado de ese modo —dije aún rojo—. Mis últimas relaciones no han sido de lo más… normales.

—Ni discretas —apuntó ella.

—Solo quería aclararlo desde el principio. Normalmente no voy por ahí besando a cualquier chica en la primera cita.

Ella se hizo la sorprendida.

—¿Y qué te hace pensar que yo sí beso a cualquier chico que me invita a cenar?

Sentí que la sangre se me acumulaba en las mejillas. Pero entonces Zoe me agarró del antebrazo antes de romper a reír a carcajadas.

—Va, en serio, olvídalo y no le des más vueltas —dijo—. Fue solo un beso. Créeme, si algún día llego a pillarme de ti, lo sabrás.

Esa mañana, Haru nos había citado a los dos en la sala de grabación. Tras unos ejercicios de respiración y calentamiento, nos pidió que tomáramos cada uno nuestro instrumento (ella el violín y yo la guitarra eléctrica) e improvisáramos algún tema juntos. Ambos nos miramos extrañados, sin saber muy bien cómo proceder. No era lo mismo que cantar y tocar la guitarra. Se trataba de algo completamente diferente y podía quedar horrible.

—No os he pedido que suene bien —dijo él cuando expuse mis dudas—. Solo que improviséis una melodía. Me da igual el resultado, quiero ver cómo os complementáis sin haber practicado antes.

Zoe y yo nos miramos, por primera vez, como dos desconocidos. Hasta donde suponía, debía de ser buena para estar en Develstar. Pero se necesitaba algo más que habilidad para rasgar las cuerdas. Era cuestión de armonizar, de coordinarnos sin palabras, arrastrados únicamente por la música del momento.

—¿Quién empieza? —pregunté.

Ella terminó de tensar las cerdas del arco, se colocó el violín bajo la barbilla y me hizo un gesto con los ojos.

Con un punteo rápido, comencé la melodía. Al cabo de unos segundos, el suave vibrar del violín de Zoe se unió a la canción. Concentrado como estaba en la composición que iba tomando forma al tiempo que la tocaba, no alcé la vista de mi instrumento hasta unos minutos después. Pero cuando la levanté para ver tocar a mi compañera, ya no volví a prestar atención a mi guitarra.

Los dedos de su mano izquierda saltaban por las cuerdas del cuello del violín con la seguridad de la experiencia y la suavidad de una caricia. Con el arco dibujaba filigranas en el aire, yendo y viniendo como si del arma de un espadachín bien instruido se tratase. Pero aquello no era lo más impresionante de todo, ni tampoco lo asombrosamente sencillo que estaba resultando coordinar ambas melodías. No, aquello dejó de carecer de importancia al verla moverse al ritmo de una batería que no existía, pero que ella creaba con los movimientos de su cuerpo.

Con la cadera, las rodillas, los hombros y el cuello, de puntillas o inclinada, Zoe giraba sobre sí misma con los ojos cerrados en una alegre coreografía tan apropiada como las mismas notas que escogía. No había mentido al decir que le era imposible tocar sin moverse. En cualquier otro habría resultado algo impostado, absurdo, cómico, pero no en ella. Su cuerpo fluía con cada gesto igual que nuestra música.

Desde pequeño me había acostumbrado a canalizar mis sentimientos a través de mis canciones. Unas canciones que, al igual que mis emociones, deseos y frustraciones, eran únicas e intransferibles.

Pero en ese momento, oyendo tocar a Zoe, me pregunté por primera vez si sería capaz de componer una canción con ella. Algo tan personal para mí como la creación de un recuerdo o de un pensamiento compartido.

Ensimismado como estaba con aquel dilema, me distraje el tiempo suficiente como para rasgar sin querer un acorde que no quería. Cuando intenté regresar a la melodía, me quedé en blanco y Zoe paró de moverse y de tocar.

Fui a pedir disculpas por mi torpeza, pero Haru se puso en pie y dio unas cuantas palmadas orgulloso.

—Buen trabajo, chicos.

Zoe se acercó a mí por detrás y me puso una mano sobre el hombro, alegre. Bajo la tela de la camiseta, pude sentir sus dedos cálidos. Sin mediar palabra, pasé el brazo por su cintura y juntos hicimos una reverencia.

Aunque no lo supiera entonces, aquella sería la primera de muchas.

Por la tarde me tocaba sesión de fotos con Bruno. Nadie me había especificado para qué sería y yo tampoco lo pregunté.

Vestido con un traje de chaqueta, camisa blanca y una divertida corbata con el dibujo de una guitarra eléctrica, me dirigí a la inmensa sala de photocall del edificio. Para la ocasión, habían decorado el plató como si fuera un bar, con sus taburetes, barra, instrumentos y pósters de diferentes grupos de rock colgados en las falsas paredes de madera.

—Aarón, querido, ¿cómo estás?

Leo siempre me había descrito a Bruno Sabadetti como un ególatra estirado y petulante que rara vez dedicaba un cumplido a sus estrellas. Pero yo había conocido a una persona completamente distinta. Amable, educado y respetuoso, Bruno no me había levantado la voz ni una sola vez desde que mi hermano se marchó. Supuse que el hecho de que no cuestionara ninguna de sus decisiones y me limitara a obedecer sus órdenes sin rechistar, ayudaba. También, que no me mordiera las uñas.

Cuando terminaron de maquillarme, Bruno volvió a acercarse y me aflojó la corbata hasta casi deshacer el nudo. Me abrió los dos botones de arriba de la camisa, me revolvió un poco más el pelo y después se alejó para observarme con ojo crítico.

—Sácate fuera del pantalón el bajo derecho. Así, perfecto.

En menos de un minuto había pasado de ser la viva imagen de la elegancia a parecer un artista borracho y pasado de rosca tras una noche de fiesta.

—¿En serio? —me atreví a preguntar.

—Quiero ver tu lado más desenfadado. Quiero ver al Aarón más rebelde y salvaje. Hasta ahora has sido el hermano bueno. Ya es hora de convertirte en el chico malo. ¿Crees que podrás hacerlo?

Sin esperar respuesta, Bruno dio unas palmadas al aire y todo el mundo se puso en marcha. Los fotógrafos tomaron posiciones, el decorado se iluminó con varios focos indirectos y un ventilador frente a la barra del lugar comenzó a soplar.

Bruno me pidió que me apoyara con un brazo en la barra y mirara a la cámara con el ceño levemente fruncido y los labios apretados.

—¡Que parezca natural! Ahora agárrate con una mano el flequillo. Mira a la cámara con más intensidad. —¡Flash!, ¡flash!—. Necesito ver fuego en tu mirada, que corre alcohol por tus venas. Así, muy bien —¡Flash!—. Ahora sube a la barra, apoya los codos en tus muslos y agacha la cabeza como abatido. Levanta solo la mirada. ¡Solo la mirada! Como un guerrero. —¡Flash!—. ¡Perfecto! —¡Flash!, ¡flash!, ¡flash!—. Baja y tírate al suelo sobre una rodilla. Ahora agarra tu corbata como si fuera una guitarra eléctrica de verdad. Echa la cabeza para atrás y estira la corbata. Eso es, que la tela se marque en tu cuello. Sufre y disfruta. Así, muy bien…

¡Flash!, ¡flash!, ¡flash!

Una chica me trajo una botella de agua y Bruno pidió tres minutos de descanso. Me senté en un taburete y bebí distraído. Solo cuando oí que alguien pronunciaba mi nombre, levanté la cabeza.

Bruno se encontraba cerca de la puerta hablando con la señora Coen, que parecía más alterada de lo normal. Lleno de curiosidad, agucé el oído y presté atención a su conversación.

—Necesitamos las fotos para esta tarde —decía la mujer con ansiedad—. Los de las promos necesitan algo con lo que trabajar, y ya sabes lo exigentes que son con los timings.

El director de estilo resopló ofendido.

—Diles que se relajen un poco, ¿quieres? ¡Como si alguna vez hubiera hecho una entrega tarde! Además, ¿a qué vienen tantas prisas? Que yo sepa, el reality no está previsto que empiece hasta dentro de varias semanas, ¿me equivoco?

La señora Coen se disculpó y le preguntó por otros asuntos, pero yo ya no escuchaba. ¿Qué era eso de un reality? ¿Y qué tenía que ver yo con ello? ¿Por qué necesitaban mis fotos?

Me ordené a no sacar conclusiones precipitadas. No me podían obligar a participar en nada que no quisiera, me dije. Aunque, en el fondo, temí no poder asegurar aquella afirmación…

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