Sexy girl

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—Es estupenda la horizontalidad hospitalaria, estar como un cromo y que vengan a darte ánimos tus colegas –dice Kurt.

Lo han envuelto en vendas al pobre, como la momia del Tutancámon, y reposa plácidamente en una cama reclinable. Herc, Bambi, la abuela y yo lo miramos con cara de familiares preocupados. Le hemos traído flores y una caja de bombones.

—¡Y yo pensando que esto sólo pasa en las pelis! –añade Kurt, risueño.

—Me ha dicho Ramón que mientras estés en el hospital te apunta en la lista como si fueras a currar, el jefe ni se entera, lo ha abducido su teléfono móvil —dice Bambi.

—Es lo mejor que oigo desde que el mundo echó a caminar.

Herc gruñe, aprobador.

—Sé que me adoras, Herc. Yo también te quiero.

—Yo también te adoro, Kurt –dice Bambi en plan sentimental.

—Lo sé. Todos me adoráis. No podéis evitarlo, es superior a vuestras fuerzas.

La abuela está en un rincón, medio escondida. No acaba de superarlo. Creo que es la primera vez en su vida que se siente culpable de algo. Le vendrá bien, le hará madurar, que ya va siendo hora.

—Anda, Bambi, dale otro pañuelo a mi abuela, que el otro lo tiene superpoblado y va a poner perdido el sillón donde se sienta la enfermera que me hace la revisión.

Herc se saca un donuts del bolsillo y se lo zampa.

—A Hércules no le importa que hayamos perdido los libros —dice Bambi—. ¿Verdad, Herc? Sole y él pondrán tener veintiocho hijos con los millones de euros o sin ellos.

—¿Insinúas que Herc es el más listo de todos?

Bambi se encoge de hombros.

—Bueno. Lo mejor es fabricarse sueños a la medida de tus posibilidades, ¿no crees tú, Kurt Blow?

—¿De qué hablas? ¡Si todo hubiera salido bien viviríamos como maharajás!

—Tal vez sí… y tal vez no. Nunca lo sabremos.

—¡No te me pongas trascendente!

—Son las cosas de la vida, Kurt.

Nos quedamos callados. Sólo se escucha el vuelo de un mosquito y a la abuela sonándose la nariz. Herc abre la caja de bombones y se mete cuatro en la boca.

—¿Sabes, Kurt? Casandra me ha perdonado. Últimamente estaba un poco frío con ella porque ya me veía en San Francisco. Creo que para mediados de agosto formalizaremos lo nuestro.

—¿Entonces os da igual que se haya agriado el pastel?

Bambi suspira y mira por la ventana con cara de estar viendo un tren lleno de promesas que nunca más volverá a pasar.

—¡Pues yo no me rindo! –dice Kurt en su registro de pistolero de Quentin Tarantino.

La abuela se encoge en su asiento como una oruga.

—Ya ves cómo te ha dejado esa gente —dice Bambi—. Lo mejor es olvidarnos del tema. Lo importante es que te pongas bien. Uno para todos y todos para uno, ¿recuerdas?

—Oh, Bambi, conseguirás hacerme llorar. Ya veo que ni siquiera tienes esa neurona solitaria. ¿Cómo puedes mandar al Congo la oportunidad de tu vida?

Asoma el careto la enfermera que parece un caniche en trance.

—Hay más visitas —dice su voz de megáfono cascado.

Kurt pone los ojos como platos al ver a los visitantes.

—¡Por todos los dioses del Olimpo! ¡Han venido en persona, a verme a mí, los Surf’s Boys!

—Mañana nos vamos a surfear a Francia, hay olas para desfasar cantidad, y hemos venido a saludarte, pibe –dice el jefe de la banda, muy ceremonioso.

—Así que nada menos que los nada más os habéis reunido aquí, ante mi trono de postrado del destino, para comprobar mi estado de salud y rendirme pleitesía…

Los Surf’s Boys ríen la ocurrencia de Kurt.

—Ya era hora de que la gente descubriera mi naturaleza portentosa. ¡Os quiero, chicos!

Rasta, Riki, Lolo, Jota y Kopa le hacen el besamanos a Kurt, solemnemente. Entonces vuelve a asomar por el vano de la puerta la radiografía de un suspiro.

—Hay más visitas —dice su voz de vinilo sin surcos.

Kurt da un brinco en la cama cuando comparece el recién llegado.

—¡Increíble! ¡Es él! ¿Puede ser cierto? ¡Restregadme los ojos! Demonios, mi consideración social está progresando a la velocidad de la luz. ¿Se puede saber qué se te ha perdido por aquí? ¡Charly, qué honor!

Ante nosotros está Charly Muster en persona, el amo del gueto, el chef, el mandamás. Dueño del Hip Hop, de la única piscina del gueto, del único supermercado, de la casquería, la farmacia y el estanco. Sólo le falta el Rapper’s Club. Por eso se la tiene jurada a Groucho y a su banda de gánsteres aficionados.

—Ya sabes que me gusta preocuparme por el bienestar de mis polluelos. ¿Cómo estás, Kurt Blow? Me han dicho que la última vez pagaste entrada en el cine y eso no está bien.

—¡No tiene mayor importancia, Charly! –exclama Kurt con los ojos brillantes de ilusión.

Luego le da un acceso de risa desaforada, de lo contento y feliz que se siente.

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