Sexy girl

Sexy girl


144

Página 146 de 167

144

 

 

 

 

Lo primero que hice fue reunir a mis padres en el salón. Era domingo, de modo que estaban los dos en casa.

—¿Has dormido bien, Daniela? –dijo mi madre.

—Sí, mamá, he dormido de maravilla –dije—. Pero eso da igual. Lo importante es que ha llegado el momento de que vosotros despertéis a la realidad.

—No empieces con tus rarezas, hija… –dijo mi padre.

—Sentaos, por favor, para escuchar lo que tengo que deciros –les dije.

Mis padres me miraron con recelo y se acomodaron en el sofá. Los dos estaban muy rígidos, con la espalda erguida, las piernas juntas y las manos sobre el regazo, como si estuviesen en posición de firmes.

Tomé una silla y me senté frente a ellos. Antes de empezar a hablar no pude dejar de observar lo que mis padres eran en la realidad invisible. Los vi como dos pescados. Y en la cola llevaban una cadena. Como buenos esclavos del Primer Mundo.

Durante unos instantes saboreé su miedo de esclavos del Primer Mundo. Y sentí lástima de ellos. Eran incapaces de hacer otra cosa distinta a lo que hacían. Ser buenos esclavos del Primer Mundo. Por eso en la realidad invisible habían adquirido esa apariencia de pescado.

Me resultó chocante ver a esos dos pescados encadenados en el sofá que eran mis padres…

—¿Cuánto dinero debéis a los bancos? –les solté.

Mis padres pusieron los ojos como platos.

—¿Se puede saber qué mosca te ha picado? –dijo mi padre.

—¿Queréis hacer el favor de contestarme? –insistí, enfadada.

Mis padres se miraron indecisos. Olí su miedo como si fuese el olor de las lentejas que prepara mi madre. Mi padre se encogió de hombros, suspirando.

—De acuerdo. Me parece bien que te preocupes por algo tan importante —dijo—. La verdad es que si sumamos la hipoteca de la casa, los seguros, los préstamos personales y las tarjetas de crédito, la cantidad total de dinero es…

—Mejor no pensar en eso –dijo mi madre, apretando las piernas y apretando las manos sobre el regazo—. Hay que pagar y punto.

—Y mirar hacia otro lado, como si la deuda no existiese —dijo mi padre.

—¡Estáis muy equivocados! –exclamé.

Mis padres se miraron aterrorizados.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? –dijo mi padre.

—¡Tenéis que dejar de pagar a los bancos y congelar vuestra deuda!

Mis padres volvieron a mirarse aterrorizados.

—Nuestra hija ha perdido la cabeza –dijo mi padre.

—Llevaba tiempo temiéndomelo –dijo mi madre.

Me sentí extraña. Nada de lo que había vivido durante mi sueño parecía tener sentido ahora. La situación era absurda y ridícula. Yo misma era absurda y ridícula. Y lo que acababa de decirles a mis padres era absurdo y ridículo. Había preparado un discurso estupendo para convencerles de que dejasen de ser buenos esclavos del Primer Mundo, pero ahora ese discurso me parecía absurdo y ridículo. ¡Estaba fuera de lugar!

No lo entiendo, me dije, angustiada.

Entonces me dijo una voz en mi interior:

—No te preocupes, Daniela. Estás en el mundo de los besugos, ¿recuerdas? ¡Ellos le han dado la vuelta a la realidad! No puedes pretender que eso cambie de la noche a la mañana.

De acuerdo, debía armarme de paciencia…

La paciencia me duró tres días. Al tercer día estallé. Tuve una crisis nerviosa. Y mis padres me llevaron al psicólogo. El psicólogo me miró muy sonriente y me hizo muchas preguntas y rellenó un cuestionario. Luego me dijo que es muy peligroso confundir la realidad con la fantasía. Y yo me puse a llorar.

Cuando volvimos a casa mis padres me habían preparado una sorpresa en el sofá donde habían estado sentados ellos en la mañana de mi despertar, cuando los vi como buenos esclavos del Primer Mundo.

Ahora en el sofá no estaban sentados los pescados llenos de miedo que eran mis padres.

Había otras cosas…

—Te hemos comprado las consolas de séptima generación, hija mía –dijo mi padre.

—Tienes que intentar ser una niña normal –dijo mi madre.

Miré alucinada los aparatos que había en el sofá. ¡Yo en mi vida había jugado a esos armatostes!

—Son juguetes fenomenales –dijo mi padre—. ¡El último grito en videoconsolas! Mira, te hemos comprado la Xbox 360 de Microsoft, la PlayStation 3 de Sony y la Wii de Nintendo. ¡Así no tendrás que envidiar a tus amiguitos!

¿Envidiar? ¿Amiguitos? Me froté la cara, alucinada.

—¿Cómo habéis podido comprar todo esto, si siempre os quejáis de que no tenéis dinero para nada? –pregunté.

—Oh, no te preocupes por eso –dijo mi madre—. Hemos tirado de tarjeta. ¡Las tarjetas de crédito son una maravilla! No sé qué sería de nosotros sin ellas…

—Estaríamos perdidos… —dijo mi padre pasando el brazo por los hombros a mi madre.

Yo estaba decidida a hacer algo diferente. Quería que mis padres y los demás esclavos del Primer Mundo hiciesen la Revolución. Que arrancasen las máscaras a los besugos para mostrarlos tal como eran: ridículos patitos feos. Que conquistasen su libertad y fuesen realmente felices.

Pero yo era sólo una niña de nueve años. Y mi Circo Aleinad había muerto…

De modo que no pude resistir durante mucho tiempo y un domingo me vi jugando a la Xbox 360 de Microsoft, la PlayStation 3 de Sony y la Wii de Nintendo.

Y ni siquiera me sorprendió.

También yo, como mis amiguitos y mis compañeros de colegio, me había vuelto una zombi.

Ir a la siguiente página

Report Page