Sexy girl

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Al salir de la estancia donde nos hemos encontrado a Draco desembocamos en una sala que me resulta familiar. Aquí se celebró el baile de disfraces del que luego nos olvidamos por completo.

—¡Esto me suena! –dice Carlos, mirando pensativo a su alrededor.

—Aquí estuvimos la otra vez –dice Susana, llevándose la mano a la cabeza, como si recordase algo.

Pedro examina las calaveras que hay en los pedestales.

—¿Todos éstos son demonios que la han palmado? –pregunta.

—¡Se está bien en este sitio! –dice Jose.

—¡De puta Maiden! –exclama Jesús, parado en mitad del salón, con los brazos cruzados.

—Tenemos que hacer algo –digo yo.

—¿A qué te refieres? –me pregunta Toto.

—En esta cueva se reúnen los demonios.

—¿Como ese Draco? ¿Los Ángeles del Infierno?

—¡Exacto! Por eso cuando vinimos la vez anterior salieron a relucir nuestros propios demonios.

—¡Qué cosas tienes! –dice María.

—Hablo en serio. Todos tenemos un demonio personal que intenta destruirnos.

—Puede ser. Estamos muy raros desde entonces –dice Aurora.

—¡He encontrado otra habitación! –salta Jorge.

Lo seguimos y entramos en una estancia amplia. Aquí hay varios baúles. Los abrimos.

—¡Cuántos disfraces! –dice Pedro.

—¡Claro! ¿No os acordáis? ¡Nos disfrazamos! –dice Jesús.

Nos quedamos callados. Como si a todos se nos haya encendido una bombilla en nuestro interior. Luego estallamos en exclamaciones. Cada uno recordamos nuestro propio disfraz. Y las extrañas emociones que experimentamos. Pero sigue pareciéndonos un sueño. Un sueño rematadamente extraño. Que compartimos todos.

—¡Había otras personas! –dice Jesús, ajustándose las gafas, ido.

—¡A algunas yo las conocía! –dice María.

—¿Quiénes? –dice Jose.

Hacemos memoria. En vano. Una mano misteriosa ha borrado ese recuerdo. Pero Jesús consigue entresacar otro recuerdo de las tinieblas.

—¡Tomamos una bebida muy rara! –exclama, como si hubiese hecho un descubrimiento importante.

—¡Claro! ¡Era de color verde! –dice Pedro.

—¡Y estaba deliciosa! –dice Carlos.

—Yo no paraba de beber –dice Susana.

—Y yo –dice Aurora.

—Ahora lo entiendo. Los que estaban con nosotros en el baile de disfraces nos dieron una droga para que luego no nos acordásemos de ellos –dice Jesús.

—A lo mejor temían que los denunciásemos a la policía –dice Jorge.

—Creo que estuvimos acompañados de demonios –digo yo.

Los demás guardan silencio, pensativos.

—Demonios como Draco –dice Toto.

—¡Entonces los demonios existen! –dice María.

—Y los ángeles –digo yo.

—Vivimos rodeados de ángeles y demonios –dice Jesús, en un tono enigmático.

—¿De veras crees que todos tenemos un demonio personal? –me pregunta Pedro.

Decido contarles la historia de Rigo. No tengo nada que perder. Y en cambio puedo ayudarles a reconocer a su propio demonio personal, que se dedica a arruinarles la vida, a cada uno de diferente manera.

Cuando termino noto que mi relato les ha sugestionado. Ha movido un resorte en su interior. Arrojando luz sobre una parte de su personalidad que había permanecido inexplorada hasta ahora.

—Tienes razón. Yo también he sentido a mi demonio personal en los últimos meses, desde que hicimos la otra excursión –dice Jesús—. Por su culpa he dejado de estudiar y ya no me interesa nada.

Los otros se ponen a enumerar las desgracias que les han provocado sus demonios personales.

—Yo ya no juego al baloncesto, estoy todo el día deprimido y como sin parar para matar el aburrimiento –dice Pedro.

—Yo me he liado de Jaime aunque siempre me ha parecido un chico detestable –dice Susana.

—Y yo me he enrollado con Santiago, que es igual de asqueroso –dice Aurora.

—Yo me he vuelto un matón indeseable –admite Toto.

—Mi hermano y yo no paramos de pelearnos, como si nos odiásemos –dice Jorge.

—Yo a veces pensaba en matarte –reconoce Jose.

—Yo voy a explotar de tanta porquería que me meto por la boca –dice María.

—Igual que yo –dice Carlos.

Roco ladra, aprobador. Suspiramos. Esto significa una liberación psicológica para nosotros. Es el principio del fin de la trampa en la que nos habíamos metido. Ahora sabemos a qué atenernos. Hemos reconocido el mal. Y estamos en disposición de combatirlo.

—¡Nunca más! ¡Yo voy a salir de ésta! –dice Jesús.

—Y yo –dice Toto.

Los demás están de acuerdo.

—¡Tenemos que matar a nuestro demonio personal! –exclama Pedro.

—Nunca deberíamos haber venido a esta cueva –dice Susana.

—¡Se acabaron las fiestas locas y los malos rollos! ¡Hay que ser chicos sanos! –dice Jose.

—Para terminar con esto debemos hacer una ceremonia de purificación –digo yo.

—¿Cómo? –dice Toto.

—¿Qué os parece si prendemos fuego a esta basura que cambió nuestra personalidad? –propongo, señalando los disfraces.

—¡Buena idea! –dice Pedro.

—Pero si incendiamos la cueva el fuego podría extenderse por la Pedriza –dice Jorge.

—Es imposible. En esta parte no hay vegetación –dice Jesús.

—Es verdad, sólo hay piedras y arena –dice Toto.

—Además el fuego no saldrá del subsuelo –apunta Jesús.

—Voy a comprobar el acceso por el que entramos la otra vez –dice Toto, y se marcha.

No tarda en regresar.

—No tendremos problemas para escapar. La salida es pequeña. En cuanto estemos fuera la tapamos con piedras para que esto se convierta en un horno que lo achicharre todo.

Está ilusionado con la idea. Vuelve a ser el Toto de antes. Entusiasta, magnífico. Ha tomado conciencia de la gravedad de lo que nos ha sucedido y quiere ponerle remedio cuanto antes.

—¡Vamos allá! –dice.

Me santiguo, como papá, que lo hacía con frecuencia, y los otros me imitan, en un acto reflejo.

—¡Venga, sacad los mecheros! –dice Pedro.

Los que tienen un mechero arriman la llama a los disfraces. Arden enseguida, su material es de combustión rápida. Esperamos a que las llamas se extiendan a los baúles.

—Tenemos que poner muebles por el camino para que el fuego se propague a la sala de baile –dice Toto.

Los mellizos y Pedro se ponen manos a la obra. Como los pedestales donde estaban las calaveras son de madera, los colocan en fila, formando un camino que comunica las dos habitaciones. Jesús no tiene reparos en recoger todas las calaveras para arrojarlas al fuego que ya arde con fuerza en los baúles. Cuando las llamas pasan al primer pedestal, aplaudimos. Roco ladra alegremente.

—¡Listo! –dice Jorge.

El ambiente se está volviendo irrespirable a causa del humo.

—Ya no tenemos nada que hacer aquí –dice Toto.

—Será mejor que nos vayamos –dice Pedro.

Abandonamos el salón, tosiendo. Una vez en el estrecho pasadizo respiramos aliviados. Entonces sucede algo increíble. Vemos salir del salón una especie de lenguas de viento, de colores, en las que hay caras deformadas que adoptan expresiones de terror y angustia y profieren lamentos fantasmales.

Nos echamos al suelo, amedrentados. Las apariciones pasan por encima de nosotros y se escapan por la abertura de la salida.

—¡Son los espíritus de los demonios! –dice Jesús.

—Estaban en esas calaveras que has tirado al fuego –dice Toto.

En una de esas presencias terribles me parece reconocer a Draco, aunque sus rasgos están tan desdibujados en las multicolores lenguas de viento que resultan indefinibles.

Entonces percibimos risas espectrales procedentes del fondo de la tierra y vemos salir del suelo, entre nosotros, diminutas figuras luminosas, estilizadas, parecidas a hadas, que se elevan lentamente y desaparecen por el techo de la cueva.

Intuyo qué son. Han brotado de la tierra gracias a la extinción definitiva de los demonios.

—Son almas liberadas –balbuceo, mirando maravillada las estilizadas figuras de luz.

—No lo entiendo –dice Jesús.

—Son las víctimas de los demonios. Por fin se han liberado de su condena…

María se pone a toser. El humo está invadiendo el pasadizo.

—¡Larguémonos de aquí! –dice Pedro.

Los espíritus de los demonios ya han terminado de desfilar hacia la salida, pero las figuras luminosas no cesan de brotar. Flotan lentamente, como delicadas libélulas, hasta atravesar el techo de la cueva. Al rozar una de ellas me invade una intensa alegría y comprendo que esa alma, hasta ahora cautiva, me agradece su liberación.

—¡Venga, Cleo! –oigo que me llama Toto mientras los otros están saliendo de la cueva.

—Ya voy –digo.

No puedo resistir la tentación de tocar la proyección astral de otra alma y de otra y otra. Cada contacto de esas fantásticas hadas del espíritu me llena un poco más de ilusión, de amor, de paz.

De pronto contengo la respiración.

Acabo de tocar…

El alma de mi padre.

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