Scarlet

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Capítulo 23

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Capítulo 23

El sol ya casi se había puesto y una niebla helada se estaba elevando, con la luna, por el este, cuando alcanzamos nuestro escondite en el bosque. Cél Craidd. Habíamos forzado a los caballos durante todo el camino y ya casi estaban agotados. Pero los galeses crían unas bestias fuertes y robustas, como todo el mundo sabe, y volvieron a galopar vigorosamente en cuanto vieron el bosque, porque sabían que estaban cerca de casa.

A nuestro retorno, la grellon nos recibió con gran interés, reuniéndose ante el Roble del Consejo en el mismo momento en el que entrábamos en el claro. Salté de la silla, buscando el rostro que, repentinamente, quería ver más que a ningún otro, y antes de que pudiera encontrarlo, alguien me cogió del hombro y me di la vuelta.

—Nóin, yo… —fue todo lo que pude decir antes de que un dulce y fuerte abrazo me envolviera.

Me besó, muy fuerte, y luego otra vez.

—Te he echado de menos, Will Scarlet. —Puso su mejilla contra la mía y se acercó a mí. Podía sentir cómo temblaba bajo su capa, y pensé que no se debía simplemente al frío—. Temía que algo te hubiera ocurrido.

—Ah, bueno, nada que una buena noche de sueño no pueda curar —respondí alegremente, abrazándola fuerte.

—¡Siarles! ¡Will! —gritó Bran. Venía a toda prisa por el claro para recibirnos. Tuck, Iwan y Mérian lo seguían, avanzando por la nieve pisoteada—. ¿Qué noticias traéis?

Sin perder un segundo, Siarles le contó a Bran y a todos los demás lo de los ahorcamientos.

—Cincuenta o sesenta van a perder la vida si no actuamos con rapidez. Salvarlos es cosa nuestra.

Esto arrancó un grito de consternación entre la grellon, que clamó que se le permitiera marchar sobre Castle Truan y liberar a los prisioneros.

—No vamos a hacer eso —dijo Bran, alzando la voz por encima del griterío. Convocó a su consejo y pidió que trajeran comida y bebida para revivir a los viajeros, y todos corrimos en tropel a reunirnos con él en su cabaña.

Así empezó una larga y pesada sesión de deliberaciones a propósito de lo que habíamos conseguido averiguar, qué significaba y qué debía hacerse al respecto.

—Asaph se negó a aceptar el anillo y los guantes para protegerlos —explicó Siarles, devolviendo el hatillo de cuero a Bran—. Tampoco podía leer la carta.

—Pero conseguimos convencerlo de que llevara el pergamino a la prioría, para ver si alguien podía ayudarnos. Lo habríamos llevado nosotros mismos, pero al oír lo que el prior nos dijo sobre ahorcar a medio Elfael, pensamos que lo mejor era volver corriendo a casa.

—Hicisteis bien —dijo Bran—. Es, sin duda, lo que yo mismo habría hecho.

Iwan y los otros también mostraron su acuerdo, y empezaron a hablar de los ahorcamientos y de qué podíamos hacer para evitarlos. Aguanté todo lo que pude, pero pronto el calor del fuego y la comida se combinaron para golpearme y abatirme. Bran percibió mis bostezos y agradeciéndome la diligencia por traer las noticias tan rápidamente, me ordenó que me fuera y descansara un poco.

Arrastrándome a duras penas desde el hogar de Bran, fui con Nóin y la encontré esperándome junto al pequeño fuego de su cabaña. La pequeña Nia estaba dormida en su catre, en una esquina, y Nóin estaba pasando el tiempo alimentando el fuego con ramitas. Se dio la vuelta y sonrió al verme entrar.

—Te han tenido mucho rato —dijo.

—Sí, pero ahora estoy aquí. —Me senté sobre la piel de venado, junto a ella—. Ah —suspiré—, no hay nada como un fuego caliente y un techo bajo el que resguardarse cuando acaba el día.

—¿Y tú eres un valiente guardabosques…? —bromeó ella alegremente, acariciando mi rostro con sus cálidas manos—. Bien, descansa, Will Scarlet. —Calló y sonrió—. No necesitas levantarte hasta el alba, si así lo deseas.

Nos besamos y ella se acurrucó entre mis brazos. Hablamos un poco, pero por mucho que lo intentara no podía mantener los ojos abiertos. Caí dormido con Nóin entre mis brazos.

A la mañana siguiente me desperté tapado con su capa. Al incorporarme para ver quién estaba velándome, vi a la pequeña Nia, con su radiante rostro de duendecillo, con aquella especie de alegría que solo ella conocía.

—Hola florecilla —la saludé, apoyándome en el codo—. ¿Dónde ha ido tu mamá?

La pequeñina rio y señaló la puerta.

—Ven aquí, hada —le dije, tendiéndole mis brazos. No necesitaba que le insistiera. Saltó y se precipitó en ellos, batiendo el suelo con sus piececillos descalzos. La abracé y la senté en mi regazo. Allí nos quedamos, sentados los dos, arrojando ramas y trozos de corteza a las brasas de la chimenea para reavivar el fuego.

En el mismo momento en que habíamos conseguido una buena hoguera, Nóin volvió con hogazas de pan de cebada recién horneadas, una pieza de mantequilla fresca y un jarro de miel. Me plantó un beso en la áspera mejilla y luego se apresuró a preparar los alimentos para que desayunáramos.

—Debí de quedarme dormido —me excusé mientras ella extendía un mantel sobre el suelo, cerca de la chimenea—, pero no me acuerdo.

—No me sorprende —respondió—. Estabas medio roque cuando te sentaste. No te costó mucho caer del todo.

—Lo siento.

—¿Por qué? Estabas derrotado por el viaje. —Nóin sonrió, más para sus adentros que para mí—. No tengo razón alguna para culparte, Will, así que no lo haré.

Para mí, eso era bastante. Abrió una humeante hogaza, la untó con mantequilla y vertió miel sobre ella.

—Ya sabes —dije, intentando que sonara como algo espontáneo—. Eres una buena mujer que necesita un hombre, y yo soy un tipo que no tiene mujer. Si nos casáramos, mataríamos dos pájaros de un tiro.

—Oh, ¿y eso? —preguntó, dándose la vuelta y mirándome de un modo que no pude interpretar del todo. Juntó las manos en su regazo—. ¿Qué te hace pensar que me importa estar casada?

—Bueno, yo… yo no lo sé. ¿Te importa?

No dijo nada, sencillamente partió un trozo de la hogaza que había preparado y se lo pasó a Nia, entregándome la porción sobrante.

—Nóin, estoy pidiéndote que seas mi esposa… si tú me quieres, es eso.

—¡Shush! ¿Si te quiero? ¿Acaso tienes que preguntarlo? —Sonrió y empezó a untar con mantequilla la otra mitad de la hogaza caliente—. ¿No he estado pensando eso mismo desde que puse mis ojos en ti?

Eso era nuevo para mí.

—¿De verdad?

—Si eres un hombre de palabra, Will Scarlet, nuestro fraile podría casarnos mañana mismo.

—Podría —accedí, con mi mente girando vertiginosamente a causa del rumbo que había tomado esta conversación.

—Ya he hablado con él. Mientras no estabas.

—¿Y? —pregunté, pensando que todo esto estaba ocurriendo mucho más rápido de lo que podría haber imaginado.

—Dijo que no podía hacerlo —contestó como si tal cosa—. Dijo que colgaría los hábitos antes que casar a alguien de tu calaña.

—¿Qué? ¿Que dijo qué? —salté, poniéndome de pie—. No tiene razones para…

—Oh, siéntate, pedazo de animal —rio—. ¿Qué crees que dijo?

—Bueno, conociéndole —admití—, podría ser cualquier cosa.

—Dijo que se sentiría muy honrado. Solo hemos de fijar el día y ya estará. —Me pasó el pan—. ¿Así… qué día le decimos?

—Que sea mañana —respondí.

—Mañana —aceptó Nóin, y una sombra de duda asomó en su voz—. ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?

—No, por supuesto que no. ¡Hoy! Aún es mejor.

—¡William! —gritó—. No puede ser hoy.

—¿Por qué no? —Me estiré hacia ella y la abracé—. Yo digo que cuanto antes, mejor.

—¡Hay cosas que hacer! —exclamó, apartándome—. Cómete el pan y deja de decir tonterías.

—Mañana, pues. —Me agaché y rodeé la carita de Nia con mis manos—. ¿Qué dices tú, copito de nieve? ¿Nos casamos tu mamá y yo mañana?

La pequeñina echó a reír y se escondió tras su madre.

—¿Lo ves? Le gusta la idea. Voy a cazar el ciervo más grande que haya en el bosque, para nuestro banquete de bodas; y un jabalí o dos también.

—Tendrías que oírte —dijo Nóin, radiante de placer al oír mi entusiasta parloteo—. Come. —Metió un trozo de pan con miel en mi boca y besó mis labios.

—Un día más, pues —murmuré, acercándola—, y estaremos juntos para siempre.

¡Oh! No pude decir nada más que eso, pues aún tenía el pan y la miel en la boca cuando Iwan apareció en la puerta.

—¿Will Scarlet? ¿Estás aquí, Will?

—Sí, aquí estoy —grité, respondiéndole—. Pasa si quieres, leñemos pan y miel si tienes hambre.

Abrió la estrecha puerta de madera y asomó la cabeza. No sé qué esperaba encontrar.

—Oh —dijo al ver a Nóin— perdonadme, yo… —bajó los ojos, avergonzado—. Debo llevarme a Will. Lord Bran ha convocado un consejo de guerra.

—Eso suena bastante serio —dije yo, cogiendo otro trozo de pan mientras me levantaba para seguirle—. Los soldados nunca descansan —suspiré, y me incliné para robar otro beso.

—Vete —susurró ella, dándome un beso fugaz mientras me iba—. Así regresarás antes.

Fuera, seguí a Iwan hasta llegar junto a él.

—Una hermosa mujer —declaró, pensativo—. Eres un hombre muy afortunado, Will.

—Lo sé. Ruego a Dios que nunca se me olvide.

—Hay algunos que hubieran querido coger esa flor para sí mismos.

—Sí —admití—. Siarles, por ejemplo, creo. Pero ¿has querido decir que tú hubieras hecho lo mismo?

—Se me ocurrió —confesó—. Pero no, no… —suspiró—. Soy demasiado viejo.

—¿Demasiado viejo? —me burlé—. ¡Por los huesos de Job! ¿De dónde has sacado una idea tan descabellada como esa? ¿Has estado hablando con Siarles?

—Algo así.

—Iwan, amigo mío, eso es una maldita mentira. No escuches tonterías tan odiosas, que no hacen más que aturullar lo poco que queda de los sesos que Dios te ha dado.

Los otros ya estaban reunidos en la cabaña de Bran cuando llegamos y entramos para ocupar nuestros lugares alrededor del fuego. Angharad aún no había vuelto de su estancia en la cueva, pero Tuck ocupaba su sitio, a la derecha de Bran, con Mérian a su izquierda. Encontré un hueco junto a la puerta y aguardé a ver qué decidían los otros. Cuando todos estuvieron instalados, Bran hizo un gesto a Tuck y este inició una larga invocación.

Dirigiendo su redondo rostro hacia las alturas, dijo:

—¡Eterno Creador, Dulce Redentor, Santo Amigo, tú que eres uno y trino y que todo lo sabes, escucha nuestra plegaria! Muchos son nuestros enemigos, y es temible su fuerza. Bendice nuestras deliberaciones en esta hermosa mañana en la que buscaremos que se haga tu voluntad en nosotros en los días que están por llegar. Y buscándola, la encontraremos, y encontrándola, nos someteremos a ella. Protégenos de las engañosas artes del maligno, y de las armas de todos los que nos desean daño. Sé nuestra fortaleza, nuestro escudo en la hora de nuestra prueba más amarga… —Sus labios siguieron moviéndose un poco más, pero su voz ya no se oía.

En el silencio de aquel momento, Bran continuó:

—Por el poder que acabamos de invocar, buscamos justicia para nuestra gente y liberarnos de los usurpadores y de todos aquellos que nos oprimen. Rogamos al Señor Todopoderoso, siempre dispuesto a ayudar a sus hijos, que nos guíe en la tarea que tenemos ante nosotros y que nos conceda la victoria.

Todos añadimos nuestros «amen». Y entonces Bran sonrió.

¡Oh, cambiaba tan rápido como el agua! Aquella sonrisa era tan oscura como el brillo pavoroso de sus ojos. Exudaba malicia, como un diablillo que se muere por empezar a sembrar la discordia y el desorden entre nuestros enemigos. Estaba tan ansioso que sentí mi propia sangre arder con ese afán, como si hubiéramos estado poniendo trampas en los secretos senderos del bosque y hubiésemos encontrado un enorme y hermoso ciervo para llevar a casa.

—Hay mucho que debemos saber sobre todo esto —afirmó, tirando del cordón que rodeaba su cuello, del que colgaba el anillo—. Pero estoy convencido de que no sabremos más conservándolo aquí, en el bosque. Ya ha causado muerte y destrucción; no me quedaré de brazos cruzados ni dejaré que haga daño a la gente de Elfael, no más del que ya le ha hecho.

—¡Escuchadlo! ¡Escuchadlo! —exclamó Iwan efusivamente. Sin duda, le había dolido quedarse atrás mientras Siarles y yo estábamos fuera, y estaba decepcionado, como nosotros mismos, por el hecho de que nuestro viaje no hubiera servido de nada. Ahora que había un atisbo de una nueva tarea, se entregaba a ello en cuerpo y alma.

—Bien, muy bien —afirmó Tuck—. ¿Y qué propones hacer?

—Devolveremos el anillo que cogimos en el asalto.

—¡Devolverlo! —gritó Siarles—. Milord, piensa en lo que estás diciendo!

Bran lo hizo callar con una sola mirada.

—Propongo devolverlo antes de que el sheriff ahorque a nadie. —Siarles se enfurruñó y miró oblicuamente, pero la sonrisa de Bran se hizo más intensa—. Veamos, tenemos cinco días hasta la Noche de Reyes, cinco días antes de devolver el tesoro. Cinco días para saber por qué para los francos tiene tanto valor.

—Bien —intervino Mérian—. Esta es la cosa más sensata que he oído desde Navidad. Pero si alguno de vosotros piensa que el sheriff sencillamente os permitirá acercaros al castillo y dejarlo allí, mejor será que lo penséis de nuevo. —Nos contempló con altivez y arrogancia—. Bueno, ¿alguien tiene alguna idea de cómo devolver lo que ha sido robado sin que lo cuelguen como a un ladrón? ¿Alguien tiene un plan?

Bran percibió la ironía de su tono.

—Hacéis muy bien recordándonos el peligro, milady. ¿Habéis concebido vos tal plan?

—Resulta que sí —respondió con evidente satisfacción.

—¿Y nos contarás ese plan?

—Encantada —contestó, inclinando levemente su hermosa cabeza en deferencia a él. Dirigiéndose a todos aquellos que estábamos reunidos alrededor del hogar del rey, añadió—: No obstante, estoy segura de que una vez que hayáis oído lo que tengo que decir, conseguiréis organizar un banquete aún mejor sobre la tosca mesa que extiendo ante vosotros…

—¿Qué dijo? —pregunta Odo. Alza la cabeza y se rasca la aleta de la nariz, expectante.

—Eso —le digo con un gran y profundo bostezo—, deberá esperar hasta mañana. —¡Oh! —protesta—. Lo has hecho a propósito, para fastidiarme.

—Hemos hablado mucho, hermano monje, y estoy cansado —le contesto, tapándome la cara con la mano—. Déjame descansar.

—Eres un hombre mezquino y rencoroso, Will Scarlet —gruñe Odo mientras recoge su pergamino y su tintero.

Me doy media vuelta y me pongo de cara al húmedo muro de piedra.

—Cierra la puerta cuando te vayas —le digo, como si ya estuviera medio dormido—. Hace frío aquí por la noche.

Duda unos instantes en la puerta y dice:

—Que Dios esté contigo esta noche, Will. —Se va arrastrando los pies, y lo oigo hasta que su lento paso se desvanece. Luego me quedo en la oscuridad, solo con mis pensamientos, una vez más.

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