Scarlet

Scarlet


Capítulo 24

Página 25 de 49

Capítulo 24

—Dime, ¿qué dijo? —pregunta Odo al mismo tiempo que irrumpe sin aliento en mi celda—. Se parece tanto a un cachorro demasiado grande, todo pataleos y fervor enloquecido, que me hace sonreír.

Me parece que mi aburrido pero amigable escriba es tan prisionero de las estratagemas del abad Hugo como Will Scarlet. Se sienta aquí casi todos los días, tomando nota en este pozo húmedo y oscuro, con su lodo y su moho, soportando el hedor de orín y agua podrida, cumpliendo con su cometido obedientemente, sin quejarse nunca. Qué extraña amistad ha crecido entre nosotros… Me pregunto qué la mantiene y cuánto durará.

—Que Dios esté contigo. Buenos días, Odo —respondo.

Se sitúa en el lugar habitual, con la pequeña tabla sobre las rodillas, y empieza a preparar una pluma nueva.

—¿Qué dijo?

—¿Quién?

—¡Mérian! —chilla; la impaciencia hace que su voz sea tan estridente como la de una pescadera—. Tú te acuerdas…, no hagas ver que no. Estábamos hablando del consejo del Rey Cuervo.

—Carambolas —suspiro. Niego con la cabeza con hartazgo, consternado—. ¿Estás seguro de que estábamos hablando de eso? Se me debe de haber dormido la memoria. No tengo ningún recuerdo de eso, ninguno en absoluto.

—¡Yo lo recuerdo! —aúlla—. Lord Bran convocó un consejo y Mérian os contó el plan que había ingeniado.

—¿Sí? Vamos —lo apremio—, ¿qué más?

—¡Pero esto es lo único que sé! —vocifera. Está a punto de tirarme el tintero a la cabeza—. Ahí es donde te paraste. Tienes que recordar lo que ocurrió después.

—Paz, Odo —le digo, intentado aplacarlo—. No todo está perdido. Recuérdame lo que has escrito y pronto veremos si eso agita el caldero.

Odo se apresura a desenrollar el pergamino y destapa su tintero.

—Lee —le digo, mientras alisa la vitela con sus manos regordetas—. Eso me ayudará a recordar.

Empieza y escucho de nuevo cómo arregla y decora mis palabras, dándole a todo un acento monacal. Les quita la vida y las hace grises y mates como el bosque en el mes de noviembre. Con todo, capta lo esencial y hace que mis aventuras parezcan mucho más agradables de lo que muchos juzgarían.

Qué es lo que su infernal majestad de nariz aguileña, el abad Hugo, hará con todo esto, no lo sé decir.

—«… la prisionera lady Mérian nos rogó que le dejáramos revelar el plan que había trazado. Los rebeldes guardaron silencio para escuchar lo que iba a decir…». —Se para aquí y me mira expectante—. Aquí es donde acabamos anoche.

—Si tú lo dices… —le contesto, negando lentamente con la cabeza. Es todo lo que puedo hacer para aguantarme la risa—. Pero mi cabeza está seca como un guijarro esta mañana.

Odo hace una mueca, sus dientes rechinan, está frustrado.

—Bueno, entonces ¿qué es lo que recuerdas?

—Recuerdo algo… —Me paro y reflexiono un poco—. Ah sí, creo que ya lo recuerdo bien. Veamos, monje, cuando el consejo acabó volví a la cabaña de Nóin —le digo, y seguimos avanzando…

Nóin no estaba en la cabaña cuando volví, ni tampoco Nia. El consejo había durado toda la mañana y ellas habían salido a hacer algunas tareas, así que fui a buscarlas y echarles una mano.

La nieve aún cubría con una densa capa nuestro pequeño y humilde poblado y, aunque el día era claro, hacía frío. Muchos de la grey harapienta del Rey Cuervo estaban trabajando, serrando y partiendo leña, pues había muchas chimeneas que mantener ardiendo para conservar el calor. Podía oír sus voces agudas en el aire helado, gorjeando como los pájaros, mientras se afanaban en llenar sus cestos y arrastraban haces de leña cortada a sus cabañas. Los observé, y aunque había visto hacer esta labor más de mil veces desde que había llegado a Cél Craidd, esta vez algo había cambiado.

Quizá era solo el viejo Will Scarlet, pero contemplé el lugar de un modo bien distinto, y no me gustó mucho lo que vi. Me puso de mal humor, me inquietaba y no sabía por qué. Quizá solo tenía que ver con las malas noticias que tenía que dar.

Oh, era eso, seguro, pero quizá había algo más.

Aun así, para hacer que la amarga píldora fuera fácil de tragar, esbocé una gran sonrisa e intenté aparentar buen ánimo al ver a mi amada. Pero en mi corazón había un peso, y estaba tan frío como una roca en el lecho de un manantial de montaña. Vi a Nóin inclinándose para recoger una rama partida y pensé que nada me gustaría más que llevármela en aquel mismo momento y abandonar aquel lugar y sus demandas y obligaciones y huir lejos de aquellos normandos bastardos y sus tropelías. Pero ¡ay!, no había un lugar así en toda Britania. Eso me entristeció, me decepcionó y me enfureció y me frustró al mismo tiempo, porque no sabía qué hacer y me temía que no podía hacer nada.

Puse en orden mis pensamientos y, tragándome mi decepción, me acerqué hasta donde Nóin estaba trabajando.

—Hola, mi amor —le dije—. Déjame que lleve ese cesto. Cárgalo bien, así no tendrás que ir a buscar más por hoy.

Se incorporó y dio media vuelta, sonriendo —Ah, Will —empezó ella, y entonces vio algo en mi rostro, algo que no era capaz de ocultar—. ¿Qué pasa, amor?

Me miró con tan tierna preocupación… ¿qué podía decirle?

—El consejo ha decidido… —empecé, oía mi propia voz como si la pronunciara desde el fondo de un pozo—. Hemos tomado una decisión.

La sonrisa de Nóin se desvaneció, su rostro se ensombreció.

—Bueno, ¿qué ocurre Will? Cruéntamelo.

Incliné la cabeza.

—He de marcharme de nuevo.

—¿Eso es todo? —gritó despreocupadamente, aliviada—. ¡Virgen María, temía que fuera algo serio!

—Pensé que te entristecería.

—Bueno, estoy triste, bastante —respondió, apoyando su mano en la cadera—. Pero estaría más triste si pensara que habías cambiado de opinión respecto a la boda.

—Pero yo quiero casarme contigo, Nóin. Lo quiero.

—Entonces, todo está bien. —Se dio media vuelta, como si volviera a su trabajo, pero se detuvo—. ¿Cuándo te vas?

—Tan pronto como todo esté dispuesto —respondí.

—Ve, pues, y ayúdalos todo lo que puedas. Nos las arreglaremos lo mejor que podamos mientras estés fuera —dijo. Llevó su mano a mi rostro—. Y contaremos los días que falten para tu regreso.

—Traeré de vuelta a nuestro fraile, así tenga que cargarlo sobre la espalda, y nos casaremos ese mismo día. —Le dije esto mientras besaba la palma de su mano.

Hablamos del día de nuestra boda e hicimos planes de construir una nueva casa a mi regreso, con una gran cama, una mesa y dos sillas.

Así pues, cinco de nosotros nos preparamos para partir a la mañana siguiente: fray Tuck y yo mismo; Bran, por supuesto; Iwan, porque podríamos usar otro par de manos y ojos durante el trayecto y Mérian, porque el plan había sido idea suya y no hubiera sido sensato dejarla atrás en ningún caso.

No obstante, esta idea no estaba exenta de sus propias dificultades y aunque no me gustaba hacerlo, acabé señalando esta cuestión.

—Perdonadme, milord, si digo más de lo que debo —empecé—, pero ¿es sensato que un rehén, os ruego que me perdonéis, milady, bien, participe en asuntos tan delicados?

—¿Dudas de mi lealtad? —contestó Mérian, desafiante, con los ojos oscuros iluminados por una repentina ira.

—Pensé que te conocía mejor, Will Scarlet.

—Os pido mi más sincero perdón, señora —me excusé, alzando las manos como si estuviera esquivando los golpes de sus puños—. Solo quería decir…

—Díjole la sartén al caldero —bufó—. Tiene gracia, amigo mío.

Siarles sonrió al ver cómo me había metido tan fácilmente en ese berenjenal. Pero Bran intervino en la disputa.

—Paz, Mérian. Will tiene razón.

—¡Razón! —espetó—. Es un idiota, y también lo eres tú si has creído por un solo momento que haría algo que nos pusiera en peligro…

—¡Haya paz, mujer! —exclamó Bran, haciéndola callar—. Si por un instante te molestaras en escuchar, verías que Will ha tocado un tema muy apropiado.

—No —bufó—. No sé si es más estúpido o insultante.

—Ninguna de las dos cosas. —Bran meneó la cabeza—. Va directo al quid de la cuestión, a la relación entre nosotros. Ha llegado el momento de que decidas, hermosa Mérian.

—¿Decidir qué? —preguntó, entrecerrando los ojos con suspicacia.

—¿Eres una rehén o eres una de nosotros?

Frunció el ceño.

—Dime, Bran ap Brychan, ¿qué soy para ti?

—Lo sabes muy bien… Te llamaría reina si consintieras oírlo.

Su rostro se contrajo aún más y una arruga apareció entre sus cejas. Esta vez la había atrapado bien, sin duda, y ella lo sabía.

—¡A ver! —estalló—. No pienses que vas a hablar de esto en vez de lo otro.

—Di lo que quieras, milady. Al final, llegaremos al mismo sitio, y o bien te quedas con nosotros, te unes a nosotros de espíritu y de corazón o…

—¿O? —respondió, indignada y arrogante—. ¿O qué harás?

—O te quedarás aquí como una buena rehén mientras ejecutamos tu plan — respondió Bran.

—Eso sí que no —lo cortó bruscamente.

—¿Entonces?

Los que los rodeábamos buscamos otros lugares adonde mirar, para no ser arrastrados en lo que se había convertido en el último embate de una auténtica batalla de caracteres y voluntades.

Mérian contempló a Bran. No le gustaba que cuestionaran su lealtad, pero aún menos darse cuenta de cuál era ahora el problema.

—¿Qué vas a hacer? —la presionó Bran—. Estamos esperando.

—¡Oh, muy bien! —resopló, cediendo—. Renegaré de mi cautiverio y te juraré lealtad, Bran ap Brychan, pero no me casaré contigo. —Sonrió con dulzura al resto de nosotros—. ¡Bueno! ¿Todos contentos?

—Acepto tu juramento —respondió Bran—, y te libero del cautiverio.

—Entonces ¿puedo ir con vosotros? —preguntó Mérian, para asegurarse.

—Milady, eres una mujer libre —le aseguró Bran gentilmente, y me di cuenta de lo mucho que le costaba pronunciar esas palabras—. Puedes venir con nosotros o sencillamente puedes irte. Si eliges quedarte, correrás peligro, como bien sabes.

—Eso no me asusta —declaró—. Es mi plan, recuerda, y no permitiré que ningún patán lo fastidie.

Aún no había acabado, pues cuando nos reunimos para partir, Mérian vio a una mujer llamada Cinnia, una joven viuda, morena y delgada, unos pocos años mayor que ella; la favorita de Mérian entre los habitantes del bosque, otra de las muchas novias que habían enviudado a causa de los normandos. Nuestra dama pidió que Cinnia se uniera a nosotros. Serviría de compañía a Mérian, quien explicó:

—Una mujer de rango nunca viajaría sola en compañía de hombres. Los francos lo saben. Cinnia será mi doncella.

Cargamos nuestras provisiones y armas —arcos largos y haces de flechas en carcajes de piel de ciervo— en dos caballos. Cuando finalmente estuvimos listos para partir, Tuck rezó una oración por el éxito de nuestro viaje, aunque no tenía ni idea por lo que estaba rezando. Así nos bendijo y emprendimos la marcha. Angharad ya se había ido, así que Tomas y Rhoddi quedaron a cargo de la vigilancia de Cél Craidd y Elfael mientras lord Bran estaba ausente, y acordamos que nos enviarían un aviso si el sheriff hacíaalgo malo.

Así pues, en un espléndido día de invierno, partimos para enfrentarnos al león durmiente en su propia madriguera.

—¿Qué pasa, Odo? ¿No te he contado lo que planeamos? —Mi escriba, ya con la vista cansada, piensa que me he saltado demasiado a la ligera este importante detalle—. Todo llegará —le digo—. La paciencia es una virtud, monje impetuoso, deberías aplicártela.

Farfulla y resopla, bizquea, moja su pluma y seguimos…

Ir a la siguiente página

Report Page