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Parte II. La revolución agrícola » 7. Sobrecarga de memoria

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Sobrecarga de memoria

La evolución no dotó a los humanos con la capacidad de jugar al fútbol. Es cierto que produjo piernas para chutar, codos para cometer faltas y boca para maldecir, pero todo lo que esto nos permite hacer es quizá practicar nosotros mismos patadas que terminen en un penalti. Para jugar un partido con los extraños que encontramos en el patio del colegio cualquier tarde, no solo tenemos que actuar en concierto con diez compañeros de equipo que puede que nunca hayamos conocido antes, también necesitamos saber que los once jugadores del equipo contrario juegan siguiendo las mismas reglas. Otros animales que implican a extraños en agresiones ritualizadas lo hacen principalmente por instinto; en todo el mundo, los cachorros tienen las reglas para el juego violento integradas en sus genes. Pero los adolescentes humanos no tienen genes para el fútbol. No obstante, pueden jugar con completos extraños porque todos han aprendido un conjunto idéntico de ideas sobre el fútbol. Dichas ideas son totalmente imaginarias, pero si todos las comparten, todos podemos jugar.

Lo mismo es aplicable, a una escala mayor, a reinos, iglesias y redes comerciales, con una diferencia importante. Las reglas del fútbol son relativamente simples y concisas, de manera parecida a lo que ocurre con las que son necesarias para la cooperación en una banda de cazadores-recolectores o en una pequeña aldea. Cada jugador puede almacenarlas fácilmente en su cerebro y tener todavía espacio para canciones, imágenes y listas de compra. Sin embargo, los grandes sistemas de cooperación que implican no a veintidós, sino a miles o incluso millones de humanos, precisan el manejo y almacenamiento de enormes cantidades de información, mucha más de la que un único cerebro humano puede contener y procesar.

Las grandes sociedades que encontramos en otras especies, como las hormigas y las abejas, son estables y resilientes porque la mayor parte de la información necesaria para sustentarlas está codificada en el genoma. Por ejemplo, una larva de abeja melífera hembra puede crecer hasta convertirse en una reina o una obrera, en función de qué alimento se le da de comer. Su ADN programa los comportamientos necesarios para ambos papeles, ya se trate de etiqueta real o de diligencia proletaria. Las colmenas pueden ser estructuras sociales muy complejas, que contienen muchas clases de obreras: recolectoras, nodrizas y limpiadoras, por ejemplo. Pero hasta ahora los investigadores no han conseguido localizar abejas abogado. Las abejas no necesitan abogados, porque no existe el peligro de que olviden o violen la constitución de la colmena. La reina no escatima su comida a las abejas limpiadoras, y estas no hacen nunca huelga para pedir mejores salarios.

Sin embargo, los humanos sí lo hacen continuamente. Debido a que el orden social de los sapiens es imaginado, los humanos no pueden conservar la información crítica para hacerlo funcionar mediante el simple expediente de hacer copias de su ADN y de transmitirlas a su progenie. Hay que hacer un esfuerzo sustancial para mantener leyes, costumbres, procedimientos, conductas, pues, de otro modo, el orden social se hundiría rápidamente. Por ejemplo, el rey Hammurabi decretó que las personas se dividen en superiores, plebeyos y esclavos. A diferencia del sistema de clases de la colmena, esta no es una división natural: no hay trazas de ella en el genoma humano. Si los babilonios no hubieran tenido presente esta «verdad», su sociedad habría dejado de funcionar. De manera similar, cuando Hammurabi transmitió su ADN a sus hijos, este no tenía codificado su norma de que un hombre superior que matara a una mujer plebeya tendría que pagar 30 siclos de plata. Hammurabi tuvo que instruir deliberadamente a sus hijos en las leyes del imperio, y sus hijos y nietos tuvieron que hacer lo mismo.

Los imperios generan cantidades enormes de información. Más allá de las leyes, los imperios han de llevar las cuentas de transacciones e impuestos, inventarios de suministros militares y de barcos mercantes, y calendarios de festivales y victorias. Durante millones de años, la gente almacenó la información en un único lugar: su cerebro. Lamentablemente, el cerebro humano no es un buen dispositivo de almacenamiento para bases de datos del tamaño de imperios por tres razones principales.

En primer lugar, su capacidad es limitada. Es verdad, algunas personas tienen una memoria prodigiosa, y en tiempos antiguos hubo profesionales de la memoria que podían almacenar en su cabeza las topografías de provincias enteras y los códigos legales de estados enteros. No obstante, existe un límite que incluso los maestros mnemónicos no pueden superar. Un abogado puede conocer de memoria todo el código legal de la Mancomunidad de Massachusetts, pero no los detalles de todos los procesos legales que tuvieron lugar en Massachusetts desde los juicios de las brujas de Salem hasta la actualidad.

En segundo lugar, los humanos mueren, y su cerebro muere con ellos. Cualquier información almacenada en un cerebro se borrará en menos de un siglo. Desde luego, es posible transmitir memorias de un cerebro a otro, pero después de unas pocas transmisiones la información tiende a mutilarse o perderse.

En tercer lugar, y más importante, el cerebro humano se ha adaptado a almacenar y procesar solo tipos concretos de información. Con el fin de sobrevivir, los antiguos cazadores-recolectores tenían que recordar las formas, cualidades y pautas de comportamiento de miles de especies de plantas y animales. Tenían que recordar que una seta arrugada y amarilla que crecía en otoño bajo un olmo es con toda probabilidad venenosa, mientras que una seta de aspecto parecido que crecía en invierno bajo un roble es un buen remedio para el dolor de estómago. Los cazadores-recolectores debían también tener presente las opiniones y relaciones de varias decenas de miembros de la banda. Si Lucía necesitaba la ayuda de un miembro de la banda para conseguir que Juan dejara de molestarla, era importante que recordara que la semana anterior Juan había reñido con María, que entonces se convertiría en una aliada probable y entusiasta. En consecuencia, las presiones evolutivas han adaptado el cerebro humano a almacenar cantidades inmensas de información botánica, zoológica, topográfica y social.

Pero cuando empezaron a aparecer sociedades particularmente complejas como consecuencia de la revolución agrícola, se hizo vital un tipo completamente nuevo de información: los números. Los cazadores-recolectores no se vieron nunca obligados a manejar una gran cantidad de datos matemáticos. Ningún cazador-recolector necesitaba recordar, pongamos por caso, el número de frutos en cada árbol del bosque. De modo que el cerebro humano no se adaptó a almacenar y procesar números. Pero para mantener un reino grande, los datos matemáticos eran vitales. Nunca fue suficiente legislar leyes y contar relatos acerca de dioses guardianes. También había que recaudar impuestos. Con el fin de exigir impuestos a cientos de miles de personas, era imperativo acopiar datos acerca de sus ingresos y posesiones; datos acerca de los pagos efectuados; datos acerca de atrasos, deudas y multas; datos acerca de descuentos y exenciones. Todo esto sumaba millones de datos, que había que almacenar y procesar. Sin esta capacidad, el Estado nunca sabría de qué recursos disponía y qué otros recursos podía obtener. Cuando se enfrentaban a la necesidad de memorizar, recordar y manejar todos estos números, la mayoría de los cerebros humanos se sobrecargaban o se dormían.

Esta limitación mental restringía gravemente el tamaño y la complejidad de los colectivos humanos. Cuando la cantidad de gente y de propiedades de una determinada sociedad cruzaba un umbral crítico, se hacía necesario almacenar y procesar grandes cantidades de datos matemáticos. Puesto que el cerebro humano no podía hacerlo, el sistema se desplomaba. Durante miles de años después de la revolución agrícola, las redes sociales humanas permanecieron relativamente pequeñas y sencillas.

Los primeros en superar el problema fueron los antiguos sumerios, que vivieron en el sur de Mesopotamia. Allí, el sol abrasador que caía sobre las ricas llanuras fangosas producía cosechas abundantes y pueblos prósperos. A medida que aumentaba el número de habitantes, también lo hacía la cantidad de información necesaria para coordinar sus asuntos. Entre 3500 y 3000 a.C., algunos genios sumerios anónimos inventaron un sistema para almacenar y procesar información fuera de su cerebro, un sistema que estaba diseñado expresamente para almacenar grandes cantidades de datos matemáticos. De ese modo, los sumerios liberaron su orden social de las limitaciones del cerebro humano, abriendo el camino a la aparición de ciudades, reinos e imperios. El sistema de procesamiento de datos que los sumerios inventaron se llama «escritura».

FIRMADO, KUSHIM

La escritura es un método para almacenar información mediante signos materiales. El sistema de escritura de los sumerios lo hizo mediante la combinación de dos tipos de signos, que eran impresos sobre tablillas de arcilla. Un tipo de signos representaba números. Había signos para 1, 10, 60, 600, 3.600 y 36.000. (Los sumerios utilizaban una combinación de sistemas numéricos de base 6 y de base 10. Su sistema de base 6 nos confirió varios legados importantes, como la división del día en 24 horas y la del círculo en 360 grados.) Los otros tipos de signos representaban personas, animales, mercancías, territorios, fechas, etcétera. Mediante la combinación de ambos tipos de signos, los sumerios podían conservar muchos más datos que los que un cerebro humano puede recordar o que cualquier cadena de ADN puede codificar.

En esta etapa inicial, la escritura estaba limitada a hechos y cifras. La gran novela sumeria, si acaso hubo alguna, nunca se consignó en tablillas de arcilla. Escribir requería tiempo, y el público lector era minoritario, de manera que nadie vio razón alguna para emplearla para otra cosa que no fuera mantener registros esenciales. Si buscamos las primeras palabras de sabiduría que nos llegan de nuestros antepasados hace 5.000 años, nos encontraremos con un gran desengaño. Los primeros mensajes que nuestros antepasados nos legaron rezan, por ejemplo: «29.086 medidas cebada 37 meses Kushim». La lectura más probable de esta frase es: «Un total de 29.086 medidas de cebada se recibieron a lo largo de 37 meses. Firmado, Kushim».[1] ¡Qué lástima!, los primeros textos de la historia no contienen ideas filosóficas, ni poesía, leyendas, leyes, ni siquiera triunfos reales. Son documentos económicos aburridos que registran el pago de impuestos, la acumulación de deudas y la posesión de propiedades (véase la figura 13).

FIGURA 13. Una tablilla de arcilla con un texto administrativo procedente de la ciudad de Uruk, hacia 3400-3000 a.C. Aparentemente, la tablilla registra una cantidad de 29.086 medidas de cebada (unos 100.000 litros) recibidas a lo largo de 37 meses por Kushim. «Kushim» puede ser el título genérico de un funcionario, o el nombre de un individuo concreto. Si Kushim fue, efectivamente, una persona, ¡puede ser el primer individuo de la historia cuyo nombre nos es conocido! Todos los nombres aplicados a la historia humana anterior (los neandertales, los natufios, la cueva de Chauvet, Göbekli Tepe) son inventos modernos. No tenemos ni idea de cómo los constructores de Göbekli Tepe denominaban aquella localidad. Con la aparición de la escritura empezamos a oír la historia a través de los oídos de sus protagonistas. Cuando los vecinos de Kushim lo llamaban, podían haber gritado realmente «¡Kushim!». Es revelador que el primer nombre registrado en la historia pertenezca a un contable, y no a un profeta, un poeta o un gran conquistador.

Solo otro tipo de texto sobrevivió de esta época antigua, y es todavía menos estimulante: listas de palabras, copiadas una y otra vez por aprendices de escriba como ejercicios de adiestramiento. Aun en el caso de que un estudiante fastidiado hubiera querido escribir algunos de sus poemas en lugar de copiar un recibo de venta, no hubiera podido hacerlo. La primera escritura sumeria era una escritura parcial y no una escritura completa. La escritura completa es un sistema de signos materiales que pueden representar el lenguaje hablado de manera más o menos completa. Por lo tanto, puede expresar todo lo que la gente puede decir, incluida la poesía. La escritura parcial, en cambio, es un sistema de signos materiales que pueden representar únicamente tipos determinados de información, que pertenecen a un campo de actividad limitado. La escritura latina, los jeroglíficos del antiguo Egipto y el Braille son escrituras completas. Se pueden emplear para escribir registros de impuestos, poemas de amor, libros de historia, recetas de comida y leyes comerciales. En cambio, la escritura sumeria temprana, como los símbolos matemáticos y la notación musical modernos, son escrituras parciales. Se puede utilizar la escritura matemática para efectuar cálculos, pero no se puede utilizar para escribir poemas de amor.

La escritura parcial no puede expresar todo el espectro del lenguaje hablado, pero puede expresar cosas que quedan fuera del ámbito del lenguaje hablado. La escritura parcial como el sumerio y los escritos matemáticos no pueden usarse para escribir poesía, pero pueden mantener de manera muy efectiva los registros de impuestos.

A los sumerios no les molestaba que su escritura no fuera adecuada para escribir poesía. No la inventaron para copiar el lenguaje hablado, sino más bien para hacer cosas que el lenguaje hablado no podía abordar. Hubo algunas culturas, como las precolombinas de los Andes, que utilizaron solo escrituras parciales a lo largo de toda su historia, que no se inmutaron por las limitaciones de su escritura y que no sintieron la necesidad de una versión completa. La escritura andina era muy diferente de su homóloga sumeria. En realidad, era tan diferente que muchas personas pondrían en duda que se tratara de una escritura. No se escribía sobre tablillas de arcilla ni en fragmentos de papel. Se escribía anudando nudos en cuerdas coloreadas llamadas quipus. Cada quipu estaba compuesto de muchas cuerdas de diferentes colores hechas de lana o algodón. En cada cuerda había nudos en distintos lugares. Un único quipu podía contener cientos de cuerdas y miles de nudos. Combinando diferentes nudos sobre distintas cuerdas con colores diferentes era posible registrar grandes cantidades de datos matemáticos relacionados, por ejemplo, con la recaudación de impuestos y la posesión de propiedades.[2]

Durante cientos de años, y quizá durante miles, los quipus fueron esenciales para los negocios de ciudades, reinos e imperios.[3] Alcanzaron todo su potencial bajo el Imperio inca, que gobernaba a 10-12 millones de personas y cubría lo que actualmente es Perú, Ecuador y Bolivia, así como zonas de Chile, Argentina y Colombia. Gracias a los quipus, los incas podían conservar y procesar grandes cantidades de datos, sin los cuales no habrían podido mantener la compleja maquinaria administrativa que un imperio de dicho tamaño requiere (véase la figura 14).

FIGURA 14. Un quipu del siglo XII, procedente de los Andes.

De hecho, los quipus eran tan efectivos y precisos que en los primeros años después de la conquista española de Sudamérica, los propios españoles los emplearon en la labor de administrar su nuevo imperio. El problema era que los españoles no sabían cómo registrar y leer quipus, lo que los hacía depender de profesionales locales. Los nuevos dirigentes del continente se dieron cuenta de que esto los colocaba en una posición de desventaja: los nativos expertos en quipus podían fácilmente engañar y timar a sus señores. De modo que una vez que el dominio de España se estableció de manera más firme, los quipus fueron eliminados progresivamente y los registros del nuevo imperio se mantuvieron exclusivamente en lengua latina y en números. Muy pocos quipus sobrevivieron a la ocupación española, y la mayoría de los que han quedado son indescifrables, puesto que, lamentablemente, se ha perdido el arte de leerlos.

LAS MARAVILLAS DE LA BUROCRACIA

Con el tiempo, los mesopotamios empezaron a querer escribir otras cosas que no fueran los monótonos datos matemáticos. Entre 3000 y 2500 a.C. se añadieron cada vez más signos al sistema sumerio, que lo transformaron gradualmente en una escritura completa que hoy en día llamamos cuneiforme. Hacia 2500 a.C., los reyes empleaban la escritura cuneiforme para emitir decretos, los sacerdotes la usaban para registrar oráculos, y los ciudadanos menos eminentes la utilizaban para escribir cartas personales. Aproximadamente en la misma época, los egipcios desarrollaron otra escritura completa, la jeroglífica. Otras escrituras completas se desarrollaron en China hacia 1200 a.C. y en América Central alrededor de 1000-500 a.C.

Desde estos centros iniciales, las escrituras completas se extendieron ampliamente, adoptando varias formas nuevas y tareas novedosas. La gente empezó a escribir poesía, libros de historia, novelas, dramas, profecías y libros de recetas de cocina. Pero la tarea más importante de la escritura continuó siendo el acopio de montones de datos matemáticos, y dicha tarea continuó siendo prerrogativa de la escritura parcial. La Biblia hebrea, la Ilíada griega, el Mahabharata hindú y el Tipitika budista empezaron como obras orales. Durante muchas generaciones se transmitieron oralmente, y hubieran sobrevivido incluso si no se hubiera inventado nunca la escritura. Pero los archivos de datos y las burocracias complejas nacieron junto a la escritura parcial, y ambos siguen inexorablemente unidos hasta el día de hoy como hermanos siameses; piense el lector en las crípticas entradas en las bases de datos y hojas de cálculo informatizadas.

A medida que se escribían cada vez más cosas, y en particular a medida que los archivos administrativos crecían hasta alcanzar proporciones enormes, aparecieron nuevos problemas. La información almacenada en el cerebro de una persona es fácil de recuperar. Mi cerebro almacena millones de bits de datos, pero puedo recordar de manera rápida, casi instantánea, el nombre de la capital de Italia, e inmediatamente después recordar lo que estaba haciendo el 11 de septiembre de 2001, y después reconstruir la ruta que lleva de mi casa a la Universidad Hebrea, en Jerusalén. La manera exacta en que el cerebro lo hace sigue siendo un misterio, pero todos sabemos que el sistema de recuperación de recuerdos del cerebro es asombrosamente eficiente, excepto cuando intentamos recordar dónde hemos puesto las llaves del coche.

Pero ¿cómo lo hacemos para encontrar y recuperar la información almacenada en cuerdas de quipus o en tablillas de arcilla? Si solo tenemos diez o cien tablillas, esto no supone un problema. Pero ¿qué ocurre si hemos acumulado miles de ellas, como hizo uno de los contemporáneos de Hammurabi, el rey Zimri-Lim de Mari?

Imaginemos por un momento que nos encontramos en el año 1776 a.C. Dos habitantes de Mari se disputan la posesión de un campo de trigo. Jacob insiste que le compró el campo a Esaú hace 30 años. Esaú replica que, en realidad, él le arrendó el campo a Jacob por un período de 30 años y que ahora, al haberse cumplido el período, intenta reclamarlo. Se gritan, forcejean, se empujan uno a otro hasta que se dan cuenta de que pueden resolver su disputa yendo al archivo real, donde se almacenan las escrituras y recibos de venta que se aplican a todos los bienes raíces del reino. Cuando llegan al archivo los envían de un funcionario a otro. Esperan mientras toman varios tés de hierbas, y se les dice que vuelvan al día siguiente, y al final, a regañadientes, un amanuense los lleva a buscar la tablilla de arcilla relevante. El amanuense abre una puerta y los conduce a una enorme sala cuyas paredes están llenas, desde el suelo al techo, de miles de tablillas de arcilla. No es raro que el amanuense ponga mala cara. ¿Cómo se supone que tiene que localizar la escritura sobre el campo de trigo en disputa, que se escribió hace 30 años? Incluso si la encuentra, ¿cómo podrá contrastarla para asegurarse que desde hace 30 años este es el último documento relacionado con el campo en cuestión? Si no la puede encontrar, ¿acaso se probará que Esaú nunca vendió o arrendó el campo? ¿O solo que el documento se perdió, o se convirtió en barro cuando el agua procedente de la lluvia entró en el archivo?

Es evidente que imprimir un documento en arcilla no es suficiente para garantizar un procesamiento de los datos eficiente, preciso y conveniente. Esto requiere métodos de organización como catálogos, métodos de reproducción como fotocopiadoras, métodos de recuperación rápida y exacta como algoritmos informáticos, y bibliotecarios pedantes (pero, con un poco de suerte, joviales) que sepan cómo usar estas herramientas.

Inventar estos métodos resultó mucho más difícil que inventar la escritura. Muchos sistemas de escritura se desarrollaron de forma independiente en culturas distantes entre sí en el tiempo y en el espacio. Cada década, los arqueólogos descubren unas pocas escrituras olvidadas, algunas de las cuales pueden resultar ser incluso más antiguas que los garabatos sumerios sobre arcilla. Pero la mayoría no dejan de ser curiosidades, porque quien las inventó no supo inventar maneras eficientes de catalogar y recuperar los datos. Lo que hace diferente la cultura de Sumer, así como la del Egipto faraónico, la antigua China y el Imperio inca, es que dichas culturas desarrollaron buenas técnicas de archivo, catalogación y recuperación de los registros escritos. También invirtieron en escuelas para escribas, amanuenses, bibliotecarios y contables.

Un ejercicio de escritura procedente de una escuela de la antigua Mesopotamia que han descubierto arqueólogos modernos, nos permite vislumbrar la vida de aquellos estudiantes de hace unos 4.000 años:

Fui y me senté, y mi maestro leyó mi tablilla.

Dijo: «¡Falta algo!».

Y me atizó con la vara.

Una de las personas encargadas dijo: «¿Por qué has abierto la boca sin mi permiso?».

Y me atizó con la vara.

El encargado de las reglas dijo: «¿Por qué te has levantado sin mi permiso?».

Y me atizó con la vara.

El portero dijo: «¿Por qué te vas sin mi permiso?».

Y me atizó con la vara.

El que custodiaba la jarra de cerveza dijo: «¿Por qué has bebido un poco sin mi permiso?».

Y me atizó con la vara.

El maestro de sumerio dijo: «¿Por qué hablas en acadio?».[*]

Y me atizó con la vara.

Mi profesor me dijo: «¡Tu caligrafía no es buena!».

Y me atizó con la vara.[4]

Los antiguos escribas no solo aprendían a leer y escribir, sino también a usar catálogos, diccionarios, calendarios, formularios y tablas. Estudiaban y asimilaban técnicas de catalogación, recuperación y procesamiento de la información muy diferentes de las que emplea el cerebro. En el cerebro, todos los datos se asocian libremente. Cuando voy con mi esposa a firmar una hipoteca para nuestro nuevo hogar, recuerdo el primer lugar en el que vivimos juntos, que me hace recordar nuestra luna de miel en Nueva Orleans, que me hace recordar caimanes, que trae a mi memoria dragones, lo que hace que me acuerde de Der Ring des Nibelungen y, de repente, antes de que me dé cuenta, estoy tarareando el motivo principal de Siegfried ante un sorprendido empleado del banco. En la burocracia, las cosas han de mantenerse separadas. Hay un cajón para las hipotecas de pisos, otro para los certificados de matrimonio, un tercero para los registros de impuestos y un cuarto para los pleitos. De no ser así, ¿cómo podríamos encontrar nada? Las cosas que pertenecen a más de un cajón, como los dramas musicales wagnerianos (¿los archivo en el grupo de «música», de «teatro», o invento quizá una categoría totalmente nueva?) son un terrible quebradero de cabeza. De manera que uno está siempre añadiendo, eliminando y redistribuyendo cajones.

Para que funcionen, las personas que operan un sistema de cajones han de ser reprogramadas a fin de que dejen de pensar como humanos y empiecen a pensar como amanuenses y contables. Como todo el mundo sabe, desde tiempos antiguos hasta hoy, los amanuenses y contables piensan de una manera no humana.

Piensan como armarios archivadores. No es culpa suya. Si no pensaran de este modo sus cajones se mezclarían y ellos no podrían prestar los servicios que su gobierno, compañía u organización requieren. El impacto más importante de la escritura en la historia humana es precisamente el cambio gradual de la manera en que los humanos piensan y ven el mundo. La asociación libre y el pensamiento holístico han dado paso a la compartimentalización y la burocracia.

EL LENGUAJE DE LOS NÚMEROS

A medida que pasaban los siglos, los métodos burocráticos de procesamiento de datos se hacían cada vez más diferentes del modo en que los seres humanos piensan de manera natural… y cada vez más importantes. Un paso fundamental se dio en algún momento anterior al siglo IX d.C., cuando se inventó una nueva escritura parcial, que podía almacenar y procesar datos matemáticos con una eficiencia sin precedentes. Esta escritura parcial se componía de diez signos, que representaban los números del 0 al 9. De manera desconcertante, a estos signos se les llama números arábigos, aunque fueron inventados por primera vez por los hindúes (y, más desconcertante todavía, los árabes modernos emplean un conjunto de dígitos que tienen un aspecto muy diferente al de los occidentales). Pero los árabes reciben el reconocimiento porque cuando invadieron la India encontraron el sistema, comprendieron su utilidad, lo refinaron y lo expandieron por todo Oriente Próximo y después por Europa. Cuando posteriormente se añadieron otros varios signos a los números arábigos (como los signos de la suma, la resta y la multiplicación), se obtuvo la base de la notación matemática moderna.

Aunque este sistema de escritura sigue siendo una escritura parcial, se ha convertido en el lenguaje dominante del mundo. Casi todos los estados, compañías, organizaciones e instituciones (ya hablen árabe, hindi, inglés o noruego) utilizan la escritura matemática para registrar y procesar datos. Todo fragmento de información que pueda traducirse en escritura matemática se almacena, se difunde y se procesa con una velocidad y eficiencia asombrosas.

Por lo tanto, una persona que desee influir en las decisiones de gobiernos, organizaciones y compañías ha de aprender a hablar en números. Los expertos hacen lo que pueden para traducir ideas uniformes tales como «pobreza», «felicidad» y «honestidad» en números («la línea de la pobreza», «niveles de bienestar subjetivos», «calificación del crédito»). Campos enteros del conocimiento, como la física y la ingeniería, han perdido casi todo contacto con el lenguaje hablado humano, y se expresan únicamente a través de la escritura matemática.

Una ecuación para calcular la aceleración de la masa i bajo la influencia de la gravedad, según la teoría de la relatividad. Cuando la mayoría de las personas profanas ven una ecuación así, por lo general se asustan y enmudecen, como un ciervo ante las luces de los faros de un vehículo en marcha. La reacción es totalmente natural, y no revela una falta de inteligencia o de curiosidad. Salvo raras excepciones, el cerebro humano es simplemente incapaz de pensar en conceptos como la relatividad y la mecánica cuántica. No obstante, los físicos consiguen hacerlo porque dejan de lado la manera de pensar humana tradicional y aprenden a pensar de nuevo con ayuda de sistemas externos de procesamiento de datos. Hay partes cruciales de su proceso de pensar que no tienen lugar en la cabeza, sino en ordenadores o en pizarras de aulas.

Más recientemente, la escritura matemática ha dado origen a un sistema de escritura todavía más revolucionario, una escritura informática binaria que consiste únicamente en dos signos: 0 y 1. Las palabras que ahora tecleo en mi teclado se escriben en el interior de mi ordenador mediante diferentes combinaciones de 0 y 1.

La escritura nació como la criada de la conciencia humana, pero cada vez más se está convirtiendo en su dueña y señora. Nuestros ordenadores tienen dificultades para comprender cómo Homo sapiens habla, siente y sueña. De manera que enseñamos a Homo sapiens a hablar, sentir y soñar en el idioma de los números, que los ordenadores puedan comprender.

Y este no es el final de la historia. El campo de la inteligencia artificial busca crear un nuevo tipo de inteligencia basada únicamente en la escritura binaria de los ordenadores. Filmes de ciencia ficción como Matrix y Terminator hablan de un día en el que la escritura binaria se libera del yugo de la humanidad. Cuando los humanos intentan recuperar el control de la escritura rebelde, esta responde intentando eliminar a la raza humana.

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