Salto mortal

Salto mortal

Giorgio Cesarano & Gianni Collu

Capítulo 1 del libro Apocalipsis y revolución.

____________________________________________________________________________


«El progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino, por el contrario, engendrando una contrarrevolución potente, engendrando un adversario, en la lucha contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario.» (K. Marx, La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850)

1

En su última forma posible de expresión «política», la dialéctica radical ya ha definido las condiciones de existencia del capital contemporáneo como aquellas en las que el capital, llevado por la contrarrevolución más allá de sus modos de dominación formal, realiza en el presente, sobre la totalidad del planeta, en la totalidad de la especie, así como en la totalidad de la vida interior de cada hombre, los modos de una colonización integral de lo existente que se connota en términos de una dominación real.

«El capital, en tanto modo de producción social, alcanza su dominación real cuando logra reemplazar todas las premisas sociales y naturales previas con sus propias y particulares formas de organización, las cuales median ahora la sumisión del conjunto de la vida física y social a las necesidades reales de la valorización. La esencia del Gemeinschaft del capital es la organización. La política, en tanto instrumento mediador del despotismo del capital, desaparece en la fase de la dominación real del capital. Después de haber sido usada plenamente en el período de dominación formal, se vuelve prescindible cuando el capital, devenido ser total, logra organizar rígidamente la vida y la experiencia de sus subordinados. El Estado, como manager inflexible y autoritario de la expansión de la forma del equivalente en la relación social (Urtext), [1] se vuelve un instrumento elástico de mediación en la esfera de los negocios. Consecuentemente, el Estado o, directamente, "la política”, son menos que nunca el sujeto de la economía y por tanto son menos que nunca los “jefes” del capital. El capital encuentra, hoy en día más que nunca, su propia fuerza real en la inercia del proceso que produce y reproduce sus necesidades específicas de valorización como necesidades humanas en general.» [2]

2

El proceso de transición desde el modo de dominación formal al modo de dominación real del capital ha estado enteramente mediado, tanto en los países capitalistas "liberales" como en los países capitalistas "de Estado", por la contrarrevolución, que ha asumido su tarea específica y ha totalizado todo sentido "político", transformando definitivamente la política en el modo que el capital tiene de sobrevivir gracias a su dominación. Al recuperar y distorsionar los impulsos genuinamente revolucionarios que el movimiento real expresó en los primeros veinte años del siglo XX, la contrarrevolución funcionó objetivamente como un mecanismo de autorregulación que permitió al capitalismo sobrevivir a sus propias crisis, favoreciendo y promoviendo la dislocación de las contradicciones fundamentales inherentes a los modos y relaciones de producción, desde el nivel elemental de la organización productiva, pasando a niveles cada vez más complejos y más totalizantes, hasta el actual modo en que la economía domina todas las formas de "vida" organizadas en el planeta y todo residuo de las formas en que la vida orgánica, reducida ahora a simple "materia prima" extraíble, a mero propulsor de la máquina social, es forzada a reproducirse como "vida" mistificada, como energía "natural" de la especie.

3

La dialéctica radical había definido inexorablemente, con los análisis de Marx y Engels, las contradicciones inherentes a los modos y relaciones de producción, señalando cómo el proceso de valorización cuantitativa del capital, dado el incremento irreversible del dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, llevaría inevitablemente al capital - abocado, merced a la caída tendencial de la tasa de ganancia, a un crecimiento compulsivo de la producción- a enfrentarse a su contradicción fundamental: el hecho de que son las mismas fuerzas productivas que están en la base de su propio proceso orgánico las que ponen un límite a su desarrollo.

4

En otras palabras, el capital alimenta en sí mismo ab initio el vicio lógico, y el límite inherente, de ser un modo de producirse de la máquina social que, mientras basa su dinámica procesual en la asimilación de las energías orgánicas de la especie, debe por fuerza alimentar irreversiblemente el crecimiento autónomo de la máquina por sí misma, reduciendo cada vez más la parte de vida orgánica que asimila en el proceso, dado que esa parte de vida orgánica que se asimila deviene una acumulación creciente de trabajo muerto, es decir, se añade, devenida máquina, a la máquina misma, aumentando tanto su autonomización como su preponderancia cuantitativa. «Tal como hemos visto, el aumento de la fuerza productiva del trabajo y la máxima negación del trabajo necesario son la tendencia inherente del capital. La realización de esta tendencia es la transformación del medio de trabajo en maquinaria. En la maquinaria el trabajo objetivado se enfrenta materialmente al trabajo vivo como poder que lo domina y como subsunción activa del segundo bajo el primero, no por la apropiación del trabajo vivo, sino en el mismo proceso real de producción; en el capital fijo que existe como maquinaria, la relación del capital como el valor que se apropia de la actividad valorizadora, está puesta a la vez como la relación del valor de uso del capital con el valor de uso de la capacidad laboral; el valor objetivado en la maquinaria se presenta además como supuesto frente al cual la fuerza valorizadora de la capacidad laboral individual desaparece como algo infinitamente pequeño.» [3]

5

La ley del valor muestra cómo el beneficio sólo puede extraerse del plusvalor extorcado y, al mismo tiempo, cómo el plusvalor sólo puede extraerse del trabajo vivo. La composición orgánica del capital [4] llevaría su propio proceso de valorización a un cortocircuito en plazos relativamente breves si el proceso se desplegara concretamente en el ámbito de un nivel de organización estático, dado de una vez por todas, invariante en términos cuantitativos y cualitativos. Pero la historia de los últimos ciento cincuenta años muestra cómo el capital no es en absoluto aquello que pudo haberle parecido a los economistas, y a sus críticos vulgares, en las primeras décadas de su proceso de desarrollo: la esencia de una voluntad de organizar la sociedad civil al margen de la sustancia general de la sociedad civil; la presencia manifestada en términos económico-políticos de una élite de poder empresarial comprometida simplemente en una lucha por la supremacía -bellum omnium contra omnes-, tanto de ella contra las formas pretéritas de organización de la sociedad del trabajo, como, en su interior mismo, de las formas más ingeniosas e inescrupulosas (las más veloces en transformar y transformarse) contra la más torpes y conservadoras. Por el contrario, a medida que la lucha económico-política ha ido poniendo de relieve los signos visibles de las contradicciones primigenias, en su nivel de aparición aún no mediado y racionalizado, donde la capacidad del capital para articularse en un sistema cada vez más organizado tiende a homogeneizar sus formas sustanciales de reproducirse a niveles de valorización crecientes, la verdadera esencia del capital se ha ido superponiendo cada vez más, hasta coincidir con los modos de evolución global de la especie; cada vez más, la esencia real de la organización de la sobrevivencia se integra en todos sus grados de actividad visible.

6

Los modos dominantes de desarrollo del capital -las leyes de su proceso- son hoy legibles en términos de la teoría general de sistemas [5] (arrebatados eso sí a la filistea "neutralidad" científica). El capital funciona como un sistema abierto que, debido a las contradicciones específicas intrínsecas a su desarrollo, encuentra un límite en su tendencia a cerrarse sobre sí mismo (a autonomizarse, con la alternativa consiguiente: colapso, o realización de una economía "cíclico-estática", de "estado estacionario"), expulsando de sí mismo su fuente de energía más orgánica, la humana, y fundando así las premisas de su autodestrucción. Pero a lo largo de su historia esta tendencia ha ido acompañada hasta ahora por la capacidad del capital de eludir el punto crítico de colapso, mediando su propia combinación orgánica con la energía naturante a un nivel de integración más alto, donde el proceso puede hallar un nuevo espacio donde seguir desarrollándose sin haber expulsado de sí las contradicciones fundamentales. Hasta ahora, en consecuencia, sólo ha podido posponer el punto crítico de colapso irreversible gracias a dislocaciones cada vez más amplias en términos espaciales y cada vez más pequeñas en términos temporales. La historia del capital muestra cómo este proceso ha podido desarrollarse y hacerse autónomo gracias al automatismo típico de los sistemas autorregulatorios, los cuales transcrecen, mediante integraciones y retroalimentaciones positivas, su estructura dada habilitándose de este modo para abrirse paso -en su tendencia a la clausura, al virtual atascamiento en un límite crítico- hacia un límite superior virtualmente abierto; sin deshacerse pese a todo de su tendencia al cierre y a alcanzar un límite crítico, pero posponiendo su colapso hasta tocar el límite de saturación de todo ulterior transcrecimiento practicable: aquel punto en el que encuentra delante suyo como frontera insuperable la contradicción material respecto de su propia fuente de energía.

Habida cuenta de las contradicciones del proceso, el choque entre la valorización y desvalorización crecientes, por una parte, y entre el incremento de la población superflua y la proletarización generalizada por otra, habría causado hace mucho el colapso irreversible del capital de no haber efectuado éste, ante la inminencia de su crisis terminal, un "salto cualitativo" que le permitió eludirla, asegurando al sistema la posibilidad de trascender su propio límite inmediato y acceder, mediante un rodeo, a un nivel de organización superior, dislocando su propio impulso incremental y sus contradicciones inherentes, en una "nueva" dimensión espacio-temporal en la que el límite crítico ha sido convenientemente diferido.

7

El desarrollo del capital no debe leerse tanto como la historia de la expansión "horizontal" (cual mancha de aceite) de un proceso idéntico a sí mismo, sino como la progresión del modo de ser de una sociedad específica y particular -la "sociedad industrial" nacida de la revolución burguesa- desde el grado más bajo de una lucha económico-política desatada entre las clases, hasta el grado más alto -medible en términos cuantitativos de expansión planetaria y cualitativos en tanto "modo de vida"- de la gestión global del destino de la especie, tanto en su equilibrio respecto de la posibilidad de supervivencia de la biosfera, como en el equilibrio igualmente precario de su supervivencia como especie provista de sustancia humana real. Por lo tanto, si el capital ha podido seguir desarrollándose a pesar de nunca haber dejado de portar dentro suyo las contradicciones que lo socavan desde su origen, esto ha sido gracias a una doble disponibilidad histórica de espacios: espacios termodinámicos/territoriales (espacios económico-políticos en sentido estricto) y espacios biológico-genéticos/existenciales (economía política de la vida en sentido amplio). No hacemos más que mostrar la historia de la colonización planetaria por la economía política capitalista, así como no hacemos sino exponer la historia de la colonización económico-política de la vida humana, cuando describimos el proceso de valorización capitalista como uno que transcurre a través de adquisiciones cada vez más amplias y generalizadas, y cada vez más profundas y globales, de niveles de organización de lo existente en los que poder relanzar, en aceleración creciente, tanto los modos como las relaciones de producción de valor, así como las contradicciones ineliminables e irresueltas que la valorización entraña inevitablemente. El período que hoy estamos viviendo es el período en que, habiendo completado la obra de colonización teleológica tanto del sistema termodinámico como del "sistema humano", habiendo llenado todos los espacios residuales posibles, habiendo agotado el campo de los "saltos de calidad" practicables en la dirección del desarrollo productivo expresado en términos de crecimiento exponencial, el capital empieza a impactar contra sus límites insuperables, careciendo ya de toda dimensión ulterior de trascendencia hacia niveles superiores de organización. En este punto, el límite crítico contra el que colisiona no es otro que la fuerza de inercia de su propio proceso de crecimiento. Se le impone así una inversión de tendencia: el paso desde un modo de desarrollo expresable en términos de crecimiento exponencial a uno de equilibrio con crecimiento nulo.

Esto es lo que acaban de confesar los científicos cibernéticos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) [6] -y no sólo ellos-, con toda la fraudulenta "neutralidad" y la simulada "objetividad" que caracteriza a la falsa conciencia científica; no añadiendo nada, en lo sustancial, a lo que la dialéctica radical ya había vaticinado, con Marx y Engels, hace más de un siglo: la inevitable carrera del capital, como modo de producción económico y político, hacia una crisis autodestructiva irreversible.

8

La dialéctica radical no puede contentarse con reconocer en el informe de los científicos del MIT la confirmación cibernética de sus propias previsiones. La falsa neutralidad y la objetividad fingida con que se pone en escena el espectáculo de los "expertos" que ofrecen, con la mano en el corazón y poniendo cara de Buster Keaton, a un capital dispuesto a arrepentirse, el informe de sus errores, sólo puede engañar a esas bellas almas siempre listas para acoger, por afinidad de falsa conciencia, cualquier nueva mentira. Precisamente porque la crítica radical conoce desde siempre los fundamentos concretos de ese inevitable ajuste de cuentas, es que sabe reconocer de inmediato toda impostura, desenmascarando a los actores y la puesta en escena, y al mismo tiempo que reafirma su competencia natural -natural porque es vivida- acerca el estado de las cosas, denuncia a la impostura por lo que realmente es: un asunto de Estado, entendido ahora como el dominio autonomizado de la economía sobre el reino de las apariencias. Vestidos con el inmaculado traje de la ciencia, los oradores del MIT representan el papel de sabios concienzudos, decididos a no seguir guardando silencio, cueste lo que cueste, sobre una verdad candente, alardeando sobre el hecho de haber renunciado a todo servicio a las ideologías dominantes para finalmente ponerse al servicio de la verdad desnuda: hablan como si estuvieran en el confesionario. Pero esa vestidura está ya tan desgastada que se vislumbra, debajo suyo, el viejo uniforme de los hechiceros-mayordomos, los mismos que sirven a todo exterminio y a todo chantaje, tanto en Auschwitz (el salario que reduce a los huesos) como de Hiroshima (la solución demográfica) y en la guerra bacteriológica y defoliante (la desinfestación de la vida), como en la paz neurótica terapéuticamente necrotizada (la necesidad de vivir como enfermedad mental). Si el reino de la economía parece dispuesto a hacer su autocrítica, es que llegó el momento de pensar que no es al reino de la economía al que le llegó su hora final, sino que más bien le ha llegado a la crítica el turno de ofrecerse, como mecanismo regulador, como sirviente de la economía. En las manos engomadas de los científicos-robot, la crítica de la economía política se transmuta en economía autocrítica: ¿es que la razón radical le ha cedido ya su piel a los taxidermistas?

9

Hoy más que nunca es necesario recordar con Marx que el proceso de valorización del capital está unido al proceso de desarrollo tanto de los medios de producción como de las fuerzas productivas (contradicción que sólo puede ser mediada al precio de una colonización cada vez más amplia y profunda de espacios cuantitativos y cualitativos siempre "nuevos"); y que si el proletariado es el antagonista natural del capital, lo es estando determinado por su propia dinámica de desarrollo, de la que es en esencia inseparable, tanto por su papel de fuerza de trabajo activa o de reserva, como por ser destinatario de la exclusión terrorista y la desmoralización; [7] esto mientras no llegue a negarse a sí mismo como clase y a derribar, negando a todas las clases, el poder autonomizado de la economía sobre la vida. Pero la época en que el capital ejercía su dominio en la esfera exclusiva de la economía política, la época de su dominación formal, ha expirado junto con las condiciones en que su desarrollo tenía lugar de modo inorgánico y territorialmente fragmentado, trascendiendo así los límites de sus primeras crisis, que ya ha dejado atrás (1914-1945).

Gracias a un mecanismo de interacciones y retrocesos muy diferentes a los descritos por los relatores del MIT, el capital consiguió dotarse -mientras mediaba sus contradicciones homogeneizando los mercados mundiales al mismo tiempo que liquidaba a gran parte del proletariado juvenil en las dos guerras- de un poder de integración en la comunidad humana natural (Gemeinwesen) tanto más fuerte y más capilar cuanto más lograba mostrarse como el modo hegemónico -el único modo practicado concretamente- de producirse y reproducirse de la comunidad humana natural sobre toda la superficie del planeta. Dado que el proceso de valorización tiene como finalidad exclusiva la sobrevivencia autonomizada del valor más allá de sus límites críticos, incorpora en sí mismo, en la composición orgánica del valor, la supervivencia de la especie como crisis en el proceso de la vida. Es en esta fase en que la especie se integra en el ser del capital (integración meramente formal, como se verá luego, aunque operativa en la práctica), que entra en juego la contrarrevolución como mecanismo autorregulatorio, al servicio directo de la racionalización capitalista.

10

En el período de transición desde la dominación formal a la dominación real del capital, deben distinguirse dos series de mediaciones entrelazadas pero distintas. En el ordenamiento económico-político inicial del capital (dominación formal) no podía darse la contrarrevolución: el proletariado como clase portaba un impulso que de forma creciente y directa negaba, de modo inmediatamente revolucionario, las condiciones materiales de su propia existencia. El proletariado en masa y una élite de desertores intelectuales de la burguesía dominante (aunque, como se verá, no de su cultura ilustrada), concurrieron para madurar una conciencia de clase abocada a protestar mediante la insurrección armada contra la explotación abierta de la fuerza de trabajo producida y tratada como mercancía, y contra la exclusión del proletariado del disfrute de la riqueza, de la que él era consciente de ser el productor. En esta fase el proletariado vive su extrañamiento forzoso respecto de un mundo de "valores" (la riqueza como libertad respecto de la necesidad; la igualdad como repartición de la opulencia; la fraternidad como emancipación respecto de la miseria que genera odio) transmitidos por la revolución burguesa que le parecen ya realizados, es decir disfrutados, sólo por la clase dirigente, al precio intolerable de su propio trabajo. El sujeto de la valorización (el proletariado) se imagina a sí mismo excluido del goce de esos valores: sin criticarlos, los reivindica, proponiéndose como la fuerza histórica destinada a recoger su herencia, universalizándola. Acá la política ya ha conseguido difuminar los contornos de la dialéctica radical, ocultándose la verdad milenaria de la identidad entre cultura y modos de opresión, negándose el derecho y el deber de reconocer, en el proceso de valorización de la cultura, no el "patrimonio" de la especie humana, sino la forma más antigua y ancestral, la forma "genética" de producción de la comunidad humana como máquina social, en la que la vida orgánica se halla esclavizada a la conservación y desarrollo del valor inorgánico, lo inorgánico en tanto metal en el que resuena la voz del poder, poder al que la vida se esclaviza en el esfuerzo "racional" de entregarse como fuente de energía. La tarea histórica de la dialéctica radical, que es la de liberar del trabajo a la especie humana, sólo podrá cumplirse cuando esté claro en la mente de todos lo que ya está claro en la corporeidad orgánica y negada de todos: la necesaria destrucción del dominio de la ideología, la necesaria liberación respecto del primero y más antinatural de los trabajos: el sacrificio de la libre expresividad orgánica al lenguaje del deber ser esclavos, la captura de la razón "natural" por la "razón" alienada, la venta del sentido vivo al proceso de eternización del sentido muerto.

11

Es en esta misma fase que la dialéctica radical, convertida en rehén de la "razón" política, se imagina al proletariado revolucionario como un partido formal: el partido ya no histórico, sino historizado, de la abolición de las clases. El punto de vista de la totalidad, que había permitido a Marx y Engels captar en su esencia real el movimiento de la valorización como negación en proceso de la vida entendida como bien natural, deviene, en el cuerpo a cuerpo entre la razón política y las razones de Estado (el Estado, bajo el capital, es siempre el estado de las cosas, su razón es siempre un cuerpo armado), el punto de vista de la totalidad despedazada en trozos esféricos lenticulares, que al mirarlos de cerca agigantan los detalles de las luchas en curso, conquistando para el punto de vista político la competencia trivial de la táctica, y pagando esta intimidad cada vez más estrecha con la adopción de los hábitos del enemigo, con lo cual se pierde el distanciamiento aportado por la estrategia, la competencia total de la puesta en juego. Cuanto más la inteligencia espontánea del rechazo de todo aquello que introduce la muerte en la vida se doblega ante los mandatos de la supervivencia, incluso de la supervivencia para luchar, más esa inteligencia se transforma en espontáneo entendimiento con el enemigo. La táctica es siempre la cara "razonable" de la contrarrevolución.

12

La explosión revolucionaria rusa, si parece proyectar en la escena planetaria el espectáculo triunfante (aterrador para la burguesía) de un proletariado que ha llegado a encarnar su propia subjetividad liberada, pronto hace entrar en el cuadro, o más bien en las formas meramente aparentes de la revolución, el poder, mediación recuperadora y esencialmente restauradora de una aplastante contrarrevolución. Rechazados sangrientamente desde abajo, los lazos y modos de producción capitalistas vuelven a caer chorreando sangre, reimplantados desde arriba por decreto, sobre las cabezas ilusas (aunque no todas) del proletariado revolucionario. El pretexto -y es aquí donde aparece por primera vez el poder bárbaro de la "razón" científica en manos de los dirigentes- es el de que se deben conquistar, a lo largo de una ardua "transición" llamada socialista, las bases materiales para la realización del comunismo. No es éste el lugar para perpetuar la semisecular polémica anti-leninista, ni tiene sentido volver a preguntarse hoy cuáles podrían haber sido las alternativas viables: la lucha revolucionaria siempre vive el presente como el terreno en el que un proyecto futuro al que está ligado el destino de la especie choca con la suma de sus derrotas pasadas, importantes sólo en la medida en que señalan las trampas en las que no hay que volver a caer. Sí cabe, en cambio, tomar nota de cómo el capital internacional aprendió e hizo suya esa lección de realismo, sacando de ella una ventaja exclusiva y automática: la lección de que si consigue mostrarse como la forma material de producción de toda comunidad humana, no ha de temer que ninguna fuerza en el mundo pueda destruir su esencia. El capital aprendió de sus crisis a deshacerse de su pasado para relanzar sus modo de producción a niveles de organización más altos, más integrales y totalizadores. Aprendió a enmascarar su facultad transcreciente cubriéndola con transformaciones formales, espectaculares. Sobre todo, aprendió a correr bajo cualquier bandera, como un algo indispensable, asumiendo la forma y la sustancia de un modo de ser elemental y neutral, tan parecido a la vida y a la naturaleza que puede asumir su apariencia. Mediando a través de enfrentamientos en los que corría el máximo posible de sangre proletaria, el capital aprendió a transmutarse en formas de ser cada vez menos propias de una clase y más propias de un pueblo, superando así un primer grado (un primer nivel o umbral de límites) de sus contradicciones inherentes.

13

A partir de ese momento el capital dejó de percibir al proletariado exclusivamente como fuerza de trabajo a ser producida y tratada como una mercancía, y empezó en cambio a percibirlo como su propio pueblo adyacente. Ya no, por lo tanto, como forma y sustancia de una simple materia prima, de un propulsor que mantener vivo mientras aporta energía; sino más bien,en tanto forma , como materia viva que compone su propio cuerpo (cuerpo social, gregario atomizado del cerebro social que se encarna en el capital hecho ciencia); yen tanto sustancia, como propulsor natural de un proceso de autonomización, en el que cuanto más "naturalmente" se separe de él como de un desecho, más profunda y capilarmente puede integrarlo a los mecanismos de la máquina valorizadora. El proceso de emancipación del capital respecto del primer umbral crítico que encuentra en su desarrollo (primer nivel de cierre del sistema dentro de sus límites, con el consiguiente e inevitable "bloqueo") pasa, por tanto, por la emancipación ficticia de su antagonista natural, la emancipación ficticia del proletariado que se alista a la subjetividad auto-responsable de la producción de trabajo. A partir de ese momento, mientras el capital ve al proletariado como su pueblo futuro -y vislumbra la posibilidad de mediar por sí mismo sus contradicciones integrando a su "espíritu", a su subrepticia subjetividad socializada, el cuerpo mismo de la especie, devenido su propio cuerpo -; el proletariado, obnubilado por la contrarrevolución, ve en el desarrollo del capital su propio futuro, convierte su intolerancia en una nueva paciencia y se impone la tarea histórica de realizar a costa suya, pero voluntariamente, los fundamentos materiales para la construcción de un capitalismo neo-cristiano: un capitalismo "socialista".

14

El enfrentamiento ficticio y espectacular entre los dos bloques Este-Oeste, a través del cual -aunque mediante concreciones formales diferentes- el desarrollo capitalista y la contrarrevolución se encarnan en el mismo sujeto alucinado, polarizó durante décadas, mientras hacía correr ríos de sangre proletaria, la imaginación completamente ideologizada del "pensamiento" revolucionario, atascando a la teoría en una grotesca disputa de reclutamiento bajo diferentes banderas de un mismo proceso. La contrarrevolución imita todos los lugares comunes de la dialéctica, degradándola en una comedia de enredos; mientras la necesidad insatisfecha de vivir de verdad y la fatiga del trabajo "virtuoso" incuban bajo las cenizas, en los cuerpos del proletariado derrotado más que en sus mentes (extrañadas o drogadas por la política), el fuego vital que habría de explotar, tras cincuenta años de latencia, en los primeros incendios de 1968.

Sin embargo la integración ha sido tan profunda, la soga tan firmemente atada, que aquellos que aparecen con antorchas en las manos no son los que, ya integrados, cobran en monedas de embrutecimiento el salario que les permite perpetuar el "trabajo de vivir": como siempre, quienes desertan del "espíritu" dominante y son expulsados de la cadena de montaje, quienes se excluyen voluntariamente y los que son proscritos, son los primeros en ponerse en movimiento. En París, como en toda Europa, son los estudiantes, los inadaptados, los hippies y los bluson-noirs; en Estados Unidos, los mismos, a quienes se suma la "raza" de los marginados, los negros de los guetos, los ex esclavos "liberados" de las plantaciones de algodón para acudir a la recolección de basura. Niegan primero el horror de la no-vida dos cualidades con "capacidades" diferentes, pero que se avienen de inmediato, aceleradas por su posición exterior respecto del núcleo más duro del proceso: el mirar desde arriba, propio de la ingeniería social y encarnado en los estudiantes (en todas las facultades se les enseña cómo dirigir a los dirigidos); el mirar desde abajo, propio de la sociedad de los desechados y encarnado por los sobrantes a quienes consume; de un lado se rebela la "imaginación" antes de ser cooptada, del otro, la vitalidad desnuda tras haber sido humillada.

15

Por un lado, la política asume el papel de mediadora del proceso, poniendo en discusión todo excepto sus fundamentos, publicitando cual conserva ofrecida como buena, excelente, super-extra, tanto el desarrollo suicida de la producción como el modelo de vida que es su producto real; por otro, la lucidez planificadora ("científica") del capital ve siempre más claramente delante de sí el umbral de un nuevo límite que sólo un salto mortal podrá permitirle superar. Y ese acercarse cada vez más al límite de su propia expansión planetaria le obliga a inventar un mundo nuevo, pues a este mundo está a punto de "llegarle su fin". Guerras, guerrillas, campañas de liberación nacional, disputas electorales para la elección (o la ejecución) de uno u otro funcionario super-estrella -todos igualmente desechables por ser funcionales-, se superponen masivamente en las pantallas de sus oráculos de cristal, en un batiburrillo en el que se mezclan a un mismo nivel las matanzas de fines de semana, las de los indios y las del DDT, las algarabías sobre la nueva calidad de vida, los debates sobre la calidad de vida, los psicodramas sobre el empeoramiento de la vida. Al servicio de una política que sacrifica la crítica del todo para hacer triunfar la Nada, engranajes ficticios y reales, indistinguibles unos de otros, arrastran en sus mecanismos, junto con los cuerpos de un proletariado cada vez más sobreabundante, la imaginación hecha jirones de vivir una lucha real, la ilusión fragmentada de luchar por una cuestión de vida o muerte, mientras la muerte gana terreno inadvertidamente en la supervivencia diaria de cada uno.

16

Al impacto cada vez más frecuente de sus contradicciones atávicas, el capital responde con elasticidad imitando los gritos de su pueblo, haciendo suyas las razones de una desesperación cada vez mayor, para transmutar esos gritos en una voz que hace promesas y ofrece una esperanza inmanente. Si en la dominación formal el capital asumía los rasgos orgullosos y feroces de una clase que había conquistado el poder con la revolución; si la burguesía aún viva no se avergonzaba de defender sus privilegios dado que aún podía disfrutarlos -aunque por poco tiempo- como el bien de la tierra y el sabor de la vida, y por tanto los defendía sin discutir, ofreciendo de sí misma, pese a sus luchas económicas-políticas internas, una imagen en que la riqueza justificaba el precio de la miseria; el paso a la dominación real lleva al capital a producir aceleradamente una política -una nueva imagen de sí mismo con la que contrabandear- tanto más flexible y cooptadora cuanto más formalmente está dispuesto a cuestionarse a sí mismo, a ponerse en discusión. Pero los problemas en su agenda, que aparecen como apertura a las necesidades y demandas de la gente, son siempre los problemas del capital. El pueblo es cada vez más el capital personificado: el pueblo que vota, el pueblo que se representa a sí mismo, el pueblo que tiene el "privilegio" de la palabra, asume sin percatarse el rol de la marioneta que habla con la voz, y que cubre las manos, del ventrílocuo.

17

La cantidad es el ámbito exclusivo de la valorización, que consiste en esto: en la producción de una calidad aparente, tras la cual siempre yace una cantidad de trabajo explotado. Desde la época en que el capital se limitaba a presumir de la calidad de sus mercancías, ha pasado bastante tiempo para poder subsumir completamente toda forma de vida bajo la forma de la mercancía, de modo tal que hoy podemos hablar de "calidad de vida" cuando detrás de cada "vida" producida se encuentra una cantidad de trabajo explotado, de vida empobrecida. Esta es la nueva conquista del capital antropomórfico: haber subsumido al valor todo rastro de convivencia social, haberse recompuesto más allá del umbral explosivo de sus contradicciones inherentes, en la composición orgánica del capital- vida; haber transcrecido desde el reino intoxicado del rechazo-mercancía de la exterioridad, al reino sobreviviente de la interioridad, tanto más empobrecida cuanto más emerge y se eleva hacia una nueva área del mercado. Una arqueología macabra está llamada a resucitar, en los muertos-vivos, el alma fenicia de las aventuras comerciales; pero bajo las constelaciones del diluvio, las almas muertas no pueden sino traficar con reliquias: la muerte de los deseos es el equivalente general que informa de su valor a todas las garrapatas de la "personalidad" depresiva. Dejemos que los muertos valoricen su "vida".

Notas

[1] Publicado en Italia en el volumen Karl Marx, Scritti inediti di economia politica, Editori Riuniti, editado por M. Tronti.

[2]Transición, Jacques Camatte & Gianni Collu, 1969.

[3] Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). 1857-58. Vol. 2. Siglo XXI Ed., España, 2007. pp. 219-220.

[4] Karl Marx, El Capital, Siglo XXI Ed., Vol. 6, Tomo III, Cap. 14.

[5] Cf. Ludwig von Bartalanffy, Teoría general de los sistemas y The Organismic Psychology and Systems Theory; y, para un reconocimiento más general, las sugerencias bibliográficas que contienen.

[6] Los límites al crecimiento. Informe del grupo del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) para el proyecto del Club de Roma sobre los dilemas de la humanidad.

[7] L'utopia capitalista, p. 175.



Report Page