Rockabilly

Rockabilly


Suicide Girl

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Despierto. Tengo la vista borrosa, me quedo acostada, tratando de leer la hora del despertador. De a poco recupero la visión, son las 3:33. Afuera sigue oscuro, la luz tenue de la lámpara apenas ilumina mi dormitorio. La ventana está abierta y en la distancia escucho la pala de Rockabilly. Me siento contra el respaldo de la cama. Tengo el camisón desabotonado. Noto unas manchitas sobre la piel de mi pecho, son pequeñas huellas sucias, las reconozco, son de Chuck. Las pisadas cruzan mis costillas y llegan hasta mi pezón lactante. Chuck se alimentó mientras dormía. Se me escapa una sonrisa. El descubrimiento me pone contenta, significa que él está bien, que Mamá no lo mató.

Veo que mi pie está sin vendaje, encuentro la toallita higiénica en el piso, lejos de la cama. Me reviso la herida, el tajo ya no sangra, un coágulo negro se aferra al corte. Me reviso el resto del pie. Sangre seca cubre la planta y parte del talón. Hay algo extraño, me acerco a la lámpara, veo huellas digitales preservadas por las manchas. Alguien estuvo aquí, me tocó. Mamá. Ella no acostumbra entrar a mi pieza, menos a esta hora, pero estaba tomando. Lo más probable es que en la mañana ni se acuerde, despertará con los dedos manchados de sangre y no sabrá por qué. Me acuerdo de lo que le hizo al terrario de Chuck y se me seca la boca. A veces, cuando es intenso, el odio me hace eso.

En los cajones de la cómoda encuentro un paño que me compré el verano pasado. En ese entonces me gustaba recogerme el pelo con una bandana, tipo

pin-up obrera. Me envuelvo el pie y despejo el vidrio de la alfombra con una carpeta del colegio. Busco a Chuck, reviso debajo de la cama, corro los muebles, pero aparte de las pequeñas huellas sobre mi pecho, no hay rastro suyo. Me desespero, la rabia me vuelve a superar, tomo uno de mis zapatos de charol rojo y lo lanzo, sale disparado por la ventana. Me arrepiento. Tuve que ahorrar seis meses para poder comprármelos. Me asomo para ver si puedo encontrarlo, pero el patio está lleno de arbustos y la oscuridad no me deja ver casi nada. Me quedo observando la silueta de Rockabilly. Solamente puedo verlo de la cintura hacia arriba, el resto de su cuerpo se oculta en el pozo. Hay momentos en que la luz derramada de la calle lo encuentra y su cuerpo brilla. No dura más de un instante, pero me permite ver la flexión de sus músculos, las gotas de sudor que bañan su espalda, mientras Ella se ilumina entera, sus curvas, muslos firmes, pechos voluptuosos, labios plenos, la mirada profunda, siento que me observa, vuelvo a escuchar la melodía en mi cabeza, y Ella me repite el susurro,

Burn She-Devil, Burn. Cobra sentido. Que arda la endemoniada, que arda.

¿Qué haces levantada?

Me doy vuelta, la sombra de Mamá oscurece la entrada de mi pieza.

Nada. Estaba abriendo la ventana, tengo calor.

Hija…

¿Sí?

Tú sabes que te amo, ¿no?

Sé que a veces se me pasa la mano, no me comporto como debería una madre, te grito y te digo cosas de las que me arrepiento. Es que no entiendo por qué te empecinas en provocarme así.

Bueno, no vine a retarte, solo quiero que sepas que te quiero, no te olvides de eso.

No me olvidaré, Mamá.

Ya, acuéstate que es tarde.

Okey.

Buenas noches, hija.

Adiós, Mamá.

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