Rockabilly

Rockabilly


Babyface

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Me quedo sentado un rato, sin hacer más que pensar en ella. Acerco los dedos a la nariz y aspiro. Llega el perro, trae algo en la boca, creo que me pasa la lengua por la mano, no estoy seguro. Vuelvo a cerrar los ojos, veo a Suicide Girl, solo que ella es Ella, está crecida, ya no es la miniatura de la

pin-up, se ha convertido en Ella. Está en mi casa, en mi living. Acerca la boca al ventanal y humedece el vidrio con el aliento. Traza las cuatro letras con el índice. Voltea, me mira, estoy postrado en mi sillón lay-z-boy, con la sonda insertada en mi pene. Me mira y sonríe. Ahora es adolescente de nuevo, trae puesta una camiseta de Wal-Mart, se acerca a mí, no me puedo mover, mis extremidades no responden. Se levanta la falda y se sube a mi cuerpo.

Bones vuelve a aparecer, apoya la pata en mi rodilla, me saca del estupor, tiene algo en la boca, pero no es lo que traía antes. Es algo flácido, está chorreando, oigo como las gotas caen sobre el pasto, gotas pesadas, hacen un chasquido al impactar, es un líquido espeso. No veo bien, mantuve los ojos cerrados por demasiado tiempo, la vista se me ajusta de a poco. Bones se acerca al pozo que cavamos al pie del arbusto y escupe la forma laxa. Me inclino para ver mejor. Arrugo la nariz. Es un animal, un reptil, creo. Parece estar muerto, tiene la cola cercenada, veo perforaciones en su cuellito. Miro a Bones, su barbilla está teñida de bilis. El cadáver del lagarto yace en el fondo del hoyo, bocarriba, tiene cierta cualidad antropomorfa. Creo que es por la cola amputada, se parece a un hombrecito desplegado, con el vientre henchido y las manitos pálidas enroscadas en puños. Me acerco, le toco el pecho, hago presión con el índice como si fuera a despertarlo. Está frío y un poco húmedo, me da la sensación de que su cuerpo transpira un aceite

post mortem. Tomo una de sus garritas y la abro. La palma y los dígitos son blancos y frágiles, se parece a la mano delicada de Suicide Girl. Me gustan sus manos, la piel suave, las líneas tenues y los dedos largos… reptilianos. Palpo las coyunturas, los coditos y las rodillas. Lo volteo, le veo la espalda escamosa, el cuero modela manchas propias de los reptiles, sin embargo estas marcas tienen un carácter artificial. Me humedezco el pulgar y trato de borrar una, pero me doy cuenta de que son marcas anatómicas, no están pintadas. El color de las escamas crea un patrón, como si fuera un tatuaje, un dibujo ondulante.

Antes de que pudiera estudiarlo más de cerca, Bones me lo arrebata de la mano y lo regresa al hoyo en la tierra. Me mira y gime. Agita la cola y toca al lagarto muerto con una pata.

¿Qué pasa, Bones? ¿Qué quieres?

Vuelve a gemir y a empujar el cuerpo con la pata. Aparta la mirada y apunta el hocico hacia Rockabilly y gruñe. Mientras hace eso, vuelve a pisotear el cadáver del lagarto.

Comprendo, le rasco la cabeza. Él entiende. Me muestra los dientes, una mueca feroz deforma su rostro canino, es salvaje, violento. Los gruñidos se tornan agresivos, endemoniados. Hunde la cabeza en el pozo y desolla el cuerpo, lo hace pedazos. Cuando se alza del hueco, veo la ruina, la devastación, un charco de vísceras, apéndices y una extraña sustancia blanca. Unto el dedo en el líquido y me lo llevo a la lengua. Tiene un sabor lácteo. Leche, crema, quizás yogurt. Da lo mismo. El ensayo se ha consumado. Me pongo de pie y observo la silueta de Rockabilly, cómo su torso se mueve, cómo brilla, cómo expone la tinta de su espalda… y por un instante, entre las líneas de la

pin-up, creo discernir las manchas ondulantes de un lomo escamoso.

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