Respuestas sorprendentes a preguntas cotidianas

Respuestas sorprendentes a preguntas cotidianas


24. ¿Por qué hace más frío o más calor cuando hay mucha humedad?

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CAPÍTULO

24

¿Por qué hace más frío o más calor cuando hay mucha humedad?

Cuando fui a estudiar a Barcelona, el haber nacido y crecido en Ibiza supuso una ventaja desde el punto de vista social, porque, como la mayor parte de la gente de mi edad tenía curiosidad por saber cómo es la vida en una isla que es mundialmente conocida por su vida nocturna, era bastante fácil entablar una conversación amena con alguien que acababa de conocer.

Pero, además de las preguntas del tipo «¿Tenéis colegios allí?» o comentarios como «Pensaba que allí no quedaba nadie en invierno», un detalle que me llamó la atención durante estas primeras conversaciones con mis nuevos amigos de Barcelona es que parecía que pensaban que vivía en Canarias, en lugar de en Baleares, en el sentido de que asumían que Ibiza era un paraíso tropical en el que hace calor todo el año. Y, aunque es cierto que en Ibiza las temperaturas invernales son bastante suaves, siempre tenía que aclarar que, pese a que no se alcanzan temperaturas tan bajas como en muchos sitios de la Península, aquí también hace rasca en invierno, porque la humedad de la isla acentúa mucho la sensación de frío (la expresión «Se te cala en los huesos» era un recurso bastante frecuente). De hecho, esa misma humedad es la que hace que el calor veraniego isleño sea bastante más insoportable.

Por suerte, este argumento parecía convencer a mis interlocutores, porque todos hemos podido notar alguna vez que tanto la sensación de frío como la de calor se incrementa con la humedad. La pregunta es: ¿por qué?

Mira, te puedes ahorrar el capítulo, porque te puedo responder ahora mismo: el agua tiene una conductividad térmica mayor que el aire, así que, cuando hay mucha humedad, el agua que hay en el ambiente nos roba o nos transmite calor a un ritmo más elevado que el aire seco. Como resultado, parece que hace más frío o más calor de lo que el termómetro sugiere. Punto final.

Pues, mira, la explicación parece muy lógica a primera vista y mucha gente asume que es cierta..., pero no lo es, porque, por suerte, la verdadera respuesta es más complicada.

Conociendo tu tendencia a irte por las ramas, yo diría «por desgracia».

Bueno, como estamos llegando al final del libro, intentaré que la explicación sea más llevadera, voz cursiva. Empecemos viendo por qué el aire húmedo nos hace sentir más calor, que es el caso más sencillo.

Nuestros cuerpos se deshacen del calor que les sobra a través del sudor: nuestra piel expulsa agua caliente y esta se evapora, llevándose consigo el calor. Este mecanismo tan simple es una de las habilidades que nos proporcionaba a los seres humanos una mayor ventaja cuando aún vivíamos en sociedades de cazadores recolectores, ya que, aunque la mayor parte de los animales salvajes son más rápidos que nosotros en distancias cortas, sus cuerpos se sobrecalientan enseguida porque no tienen una manera eficiente de regular su temperatura corporal, así que la fatiga los consume rápidamente. En cambio, pese a nuestra lentitud, el sudor nos permitía perseguir a estos animales más rápidos a lo largo de grandes distancias hasta que cayeran agotados. O sea, que, aunque en el contexto histórico actual el sudor sea algo desagradable, se trata de una de las características que nos han permitido a los humanos llegar a la cima de la pirámide alimenticia.

No estarás intentando glorificar el sudor porque sudas mucho, ¿no?

Eh... Cambiando de tema, el verdadero motivo por el que los días húmedos parecen más calurosos que los secos es que el ritmo al que se evapora el agua disminuye cuando hay mucha humedad, así que a nuestro cuerpo le cuesta mucho más deshacerse de esa energía sobrante.

Ah, sí, ahora que lo dices, creo que había oído algo al respecto. El motivo por el que el ritmo al que se evapora el sudor disminuye cuando hay mucha humedad es que el aire no es capaz de absorber más agua, porque está saturado, ¿verdad?

No del todo, voz cursiva. Es cierto que este fenómeno se suele intentar explicar utilizando argumentos como que el agua se «disuelve» en el aire o que el aire la absorbe como una esponja hasta que ya no cabe más, pero ese razonamiento no es correcto, porque, en realidad, hay tanto espacio vacío entre las moléculas de los diferentes gases que componen la atmósfera que estos no tienen ningún efecto sobre la cantidad de vapor de agua que «cabe» entre ellas. Dicho de otra forma: cada gas de la mezcla va a su bola, y responde a los cambios de presión y de temperatura a su manera, sin afectar a los demás.

Para entender mejor a qué me refiero, levantemos la vista a las nubes: se suele decir que las nubes se forman cuando la temperatura del aire disminuye y su capacidad para «cargar» agua se reduce, de modo que todas las moléculas de agua que «sobran» se empiezan a condensar y forman gotas, igual que una sal que se precipita y forma cristales cuando la temperatura del líquido saturado en la que está disuelta disminuye. Pero, de nuevo, esta lógica no se puede aplicar a las nubes, porque el vapor de agua no está disuelto en el aire y el resto de los gases de la atmósfera no tienen ningún efecto sobre las moléculas de esta sustancia.

En realidad, aunque es cierto que las nubes se forman cuando una masa de aire caliente asciende hacia una región más fría de la atmósfera, las moléculas de vapor de agua se condensan y forman gotas de agua líquida porque la velocidad a la que se mueven disminuye cuando se enfrían, y eso permite que se unan entre ellas con más facilidad y formen masas más grandes. O sea, que, si elimináramos todos los demás gases de esa masa de aire ascendente y nos quedáramos solo con el vapor de agua, esta sustancia se seguiría condensando y formando nubes de todas maneras cuando se enfriara (asumiendo que la presión y la temperatura no cambiaran, claro), porque se trata de un proceso que no depende de lo que hagan los demás gases.

Es posible que esta idea de que el aire «absorbe» el agua cuando está caliente y la libera cuando se enfría provenga del hecho de que el nitrógeno, el oxígeno y el resto de los gases atmosféricos no sufren ningún cambio aparente cuando se enfrían, mientras que el agua se evapora y se condensa. Pero, en realidad, estos otros gases no sufren cambios aparentes en nuestra vida diaria porque solo se condensan si están sometidos a temperaturas extremadamente bajas.

Humm... De verdad te quiero creer, pero entonces, ¿por qué la humedad se expresa con un porcentaje? ¿Una humedad del cien por cien no significa que en el aire ya no cabe más agua?

No exactamente, voz cursiva. La magnitud a la que te refieres es lo que se llama humedad relativa, y refleja la relación que hay entre la presión del vapor de agua del entorno y la presión de vapor del agua a una temperatura determinada.

Me está costando leer esta frase, y no sé si es porque te ha dado un jamacuco mientras la escribías o porque me he perdido algo.

No, no, todo está en orden. En la frase anterior he mencionado dos conceptos diferentes: la presión a la que se encuentra el vapor de agua que hay en el ambiente (la presión del vapor) y la llamada presión de vapor del agua líquida a la temperatura que haya en ese momento, que es el concepto del que he hablado en el capítulo 7 y que permite que el agua empiece a hervir.

Dicho de otra manera, la humedad relativa refleja la proporción de moléculas de agua líquida que se están evaporando en un lugar concreto respecto a la proporción de moléculas de vapor de agua que se condensan. Por ejemplo, si la humedad relativa es cero, eso significa que toda el agua líquida que hay en nuestro entorno se está evaporando, pero que no hay vapor de agua condensándose. A medida que la humedad relativa aumenta, el agua de nuestro entorno se sigue evaporando, pero la fracción de moléculas de vapor de agua que se están convirtiendo de nuevo en líquido es cada vez mayor, así que el ritmo neto de la evaporación disminuye. Cuando la humedad relativa llega al cien por cien, se habrá alcanzado una situación de equilibrio en la que hay tantas moléculas de agua líquida evaporándose como vapor de agua condensándose.

Este es el motivo por el que la humedad relativa del aire puede superar el cien por cien sin problemas: cuando esto ocurre, simplemente nos encontramos en una situación en la que en el ambiente hay más vapor de agua condensándose que agua líquida evaporándose.1 En la naturaleza, como la atmósfera está llena de pequeñas partículas de polvo, humo y sal a las que las moléculas de agua se pueden pegar e iniciar la formación de gotas de agua con facilidad, las nubes se suelen empezar a formar cuando el aire alcanza una humedad relativa de entre el 101 % y el 102 %, pero se pueden alcanzar valores más altos en el laboratorio si se utilizan agua y aire muy puros y recipientes muy lisos.

Vale, un momento, a ver si lo he entendido. Con esto me quieres decir que, si dejo un vaso de agua al aire libre un día en el que la humedad es del cien por cien, el nivel del agua no cambiará porque habrá tantas moléculas de agua evaporándose de su superficie como volviendo a condensarse sobre ella, ¿no?

Exactamente, voz cursiva. O, por poner un ejemplo menos forzado, la ropa tampoco se va a secar si tiendes la colada a la sombra en un día húmedo, porque habrá tanta agua condensándose sobre ella como evaporándose del tejido. Y, por supuesto, esta también es la razón por la que los días húmedos nos parecen mucho más calurosos que los secos: nuestro cuerpo se intenta deshacer del calor que le sobra a través de la evaporación del sudor, pero las moléculas de vapor de agua que hay en el aire se condensan sobre nuestra piel al mismo ritmo que el sudor se evapora, y nos transmiten el calor que generan al pasar del estado líquido al gaseoso, así que nos quedamos en las mismas, termodinámicamente hablando.

Por tanto, cuanto mayor sea la humedad del aire, mayor será la sensación de calor que experimentaremos. De ahí que exista el concepto de temperatura de bochorno, que precisamente existe para dar una idea de cuál es la sensación térmica que producen diferentes combinaciones de temperatura y humedad. Por ejemplo, un día en el que el aire está a 30 ºC y su humedad relativa es del 80% experimentaremos una sensación térmica de 37 ºC. Como aún tenemos muchas cosas de las que hablar, no pondré más ejemplos, pero dejo en las «Notas» un enlace a una tabla para que conozcas la sensación que producen diferentes combinaciones de humedad y temperatura, si tienes curiosidad.2

Captado. Entonces, supongo que lo de que el aire húmedo parezca más caliente que el seco no tiene nada que ver con la conductividad térmica del vapor de agua que contiene, ¿no?

Supones bien, voz cursiva. De hecho, la conductividad térmica del vapor de agua es más baja que la del aire seco, así que, técnicamente, el aire húmedo nos transmite peor el calor.3 O sea, que, a menos que la humedad sea tan alta que se estén formando pequeñas gotas de agua en suspensión en el ambiente y vayamos por la calle mojados, la conductividad térmica del agua no influye en el bochorno que sentimos los días húmedos y calientes. En resumidas cuentas, el motivo por el que notamos más calor los días húmedos no es porque la conductividad térmica del aire aumente, sino porque todo ese vapor de agua merma la capacidad de nuestro cuerpo para deshacerse del calor que le sobra a través del sudor.

Pero, si eso es cierto, ¿por qué notamos más frío cuando hay humedad, si el sudor no tiene nada que ver con esta sensación y el aire húmedo conduce peor el calor que el seco?

Buena pregunta, voz cursiva. Aunque se han hecho experimentos para intentar cuantificar el efecto de la humedad del aire sobre la sensación de frío, la causa de esta sensación invernal tan común no está del todo clara. Por ejemplo, en un estudio, los investigadores sometieron a nueve personas desnudas a temperaturas de 9 ºC y 14,5 ºC y una humedad relativa del 30 % y el 80 % durante 100 minutos.4 Para averiguar cómo reaccionaban sus cuerpos ante el frío y la humedad, se observó su respuesta fisiológica (como la intensidad con la que tiritaban) y se realizaron mediciones de su temperatura interior y exterior en intervalos regulares a lo largo del experiment...

Un momento, ¿cómo que su temperatura «superficial» e «interior»?

Que su temperatura se monitoreó con un termómetro normal y otro rectal, vaya. En cualquier caso, cuando el estudio finalizó, las variaciones entre la temperatura corporal de cada participante cuando la humedad era alta o baja eran tan pequeñas que no había ninguna diferencia estadística entre ambos. Es más, en otro análisis del ejército canadiense se revisó la literatura disponible sobre la relación entre el frío y la humedad, y se llegó a la misma conclusión: parece que el vapor de agua del aire no es el responsable directo de que sintamos más frío los días de invierno húmedos.5

O sea, que, a primera vista, estas pruebas parecen indicar que la humedad del aire no tiene ningún efecto significativo sobre nuestra temperatura corporal y que, por tanto, la sensación térmica que produce el aire frío debería ser la misma, independiente de que sea húmedo o seco.

¡Bah! ¡No me creo nada! ¿Y qué hay de toda esa gente que está leyendo estas líneas y que juraría por su familia que siempre ha notado más frío cuando viaja a ciertos lugares húmedos? ¿Acaso los estás llamando mentirosos?

Para nada, voz cursiva, a mí también me da la impresión de que el aire húmedo es más frío. Lo único que he comentado es que nuestra temperatura corporal no parece verse afectada por el grado de humedad del aire frío, pero eso no significa que no sintamos más frío cuando hay humedad. De hecho, existen mecanismos que nos pueden hacer sentir más frío sin que nuestra temperatura corporal se vea afectada.

Por ejemplo, se ha sugerido que los días fríos y húmedos se forman diminutas gotas de agua líquida en el aire que se posan sobre las zonas que rodean nuestros receptores nerviosos. Como la conductividad térmica del agua líquida sí que es mayor que la del aire, estas diminutas gotas de agua incrementarían la sensación de frío. Otra posible explicación a este fenómeno es que, al contrario de lo que ocurre en los experimentos que he citado, la mayor parte de la gente no sale desnuda a la calle cuando la temperatura es baja (ni cuando hace calor). En este caso, esas mismas gotas de agua diminutas se podrían estar colando en nuestra ropa, impregnando el tejido, incrementando su conductividad térmica y facilitando la pérdida de calor del cuerpo.

Por tanto, la moraleja del asunto es que, aunque el aire húmedo nos hace sentir más frío, curiosamente, no reduce nuestra temperatura corporal en una medida mucho mayor que el aire seco. Ahora bien, existe otro factor que sí afecta tanto a nuestra sensación de frío y a la temperatura de nuestro cuerpo que puede llegar a ser peligroso: el viento.

En el capítulo anterior he comentado que el calor se transmite de los objetos calientes a los fríos a través de las colisiones que se dan entre sus moléculas, así que, si nuestra temperatura corporal es de 36 ºC y unos investigadores nos meten desnudos en una cámara que está a 5 ºC, las moléculas de la superficie de nuestra piel colisionarán con las de gas que están en contacto con ellas y que se mueven más despacio. Cada una de estas colisiones incrementará la velocidad de las moléculas de aire, pero la de nuestras moléculas se reducirá, y, por tanto, nuestra temperatura corporal irá bajando.

Si nuestros cuerpos no produjeran calor propio, como ocurre con un objeto inanimado, como una placa de metal o un listón de madera, entonces las colisiones de las moléculas de aire continuarían enfriándonos hasta que nuestra temperatura corporal se igualara con la de la atmósfera, pero, por suerte, una de las ventajas que tiene estar vivo y ser un mamífero es que nuestro cuerpo genera calor constantemente, por lo que, aunque el aire que nos rodea nos esté robando calor todo el rato, somos capaces de «reponer» ese calor y mantener nuestra temperatura estable durante décadas.

¿Me quieres decir que, en realidad, el aire que nos rodea nos está intentando matar durante las veinticuatro horas del día?

Pues sí, voz cursiva, casi parece que la naturaleza odie a los seres vivos, especialmente a los que viven en climas fríos, porque el riesgo de que nuestra temperatura corporal baje hasta superar niveles peligrosos se incrementa cuanto menor es la temperatura del aire: cuanto más frío haga, más rápido perderemos calor y más le costará a nuestro cuerpo mantener el ritmo de producción de energía necesaria para que nuestra temperatura se mantenga en un nivel compatible con la vida... Y si, encima, el viento empieza a soplar, las cosas empeoran aún más.

El viento incrementa la velocidad a la que nos enfriamos por varios motivos. Por un lado, el ritmo al que el aire que nos rodea le «roba» el calor a nuestro cuerpo depende tanto de la temperatura del gas como de la cantidad de moléculas que colisionan con nuestra piel en un momento dado, así que, si el viento empieza a soplar, la cantidad de moléculas de gas que impactan con nuestra piel cada segundo se incrementará, y nuestra temperatura corporal disminuirá más deprisa. Por otro lado, la corriente de aire aleja de nosotros las moléculas de gas caliente que rodean nuestra piel y permite que un flujo renovado de moléculas frías choque con ella de forma constante. Y, por último, el viento favorece la evaporación de la humedad de la piel, llevándose consigo su calor.

Por tanto, como el viento realmente acelera el ritmo al que perdemos calor, se puede calcular de manera aproximada cuánto se incrementa la sensación de frío en función de la velocidad con la que sopla el aire y su temperatura. Por ejemplo, un viento de cincuenta kilómetros por hora provoca que la sensación térmica sea de –8 ºC cuando la temperatura es de cero grados. De nuevo, en las «Notas» incluyo el enlace a una tabla con muchos más valores.6

Como puedes imaginar, la velocidad del viento también reduce el tiempo que podemos sobrevivir a la intemperie en situaciones de frío extremo. En la tabla que acabo de mencionar, aparece representado el tiempo que tardan nuestras extremidades en congelarse en función de la temperatura y la velocidad del viento, pero, para que te hagas una idea, una ráfaga de viento de solo 16 kilómetros por hora puede reducir ese periodo a menos de 30 minutos y proporcionar una sensación térmica inferior a –30 ºC cuando la temperatura ronda los –20 ºC. A –25 ºC, una corriente de aire de 80 kilómetros por hora producirá sensaciones térmicas inferiores a –50 ºC, y reducirá el tiempo de congelación de nuestras extremidades a menos de 5 minutos. Por supuesto, estas cifras no son absolutas y pueden variar según la edad de una persona, cómo vaya vestida, su porcentaje de grasa corporal o incluso su tamaño, pero reflejan la gran influencia que tiene el viento sobre la sensación térmica.

De hecho, el tamaño influye de manera bastante curiosa en el ritmo al que un organismo pierde su calor corporal, porque, como hemos visto en el capítulo 10, un cuerpo pequeño tiene una superficie mucho mayor en proporción con uno grande. Como resultado, un organismo de menor tamaño no solo tendrá una superficie de contacto proporcionalmente mayor con el aire frío que uno grande, sino que, además, también irradiará su calor en forma de radiación infrarroja a través de un área más amplia (de este proceso hablaré con más detalle en el siguiente capítulo).

Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que un bebé tenga un mayor riesgo de sufrir hipotermia que un adulto, y que los animales de sangre caliente más pequeños tengan que producir energía a un ritmo extremadamente elevado para compensar todo el calor que disipan constantemente a su entorno. Por ejemplo, el corazón de un ser humano adulto late entre cincuenta y cien veces por minuto cuando está en reposo, pero el ritmo cardiaco de los mamíferos más pequeños conocidos, las musarañas de la especie Suncus etruscus, que pesan entre 1,8 y 3 gramos, ronda las 1.200 pulsaciones por minuto en la misma situación. Este ritmo metabólico tan frenético permite a estos animales generar suficiente calor para mantener su temperatura corporal en el rango compatible con la vida, pero, para poder sostenerlo, cada día tienen que consumir entre 1,5 y 2 veces su propio peso en comida.

En el otro extremo de la balanza metabólica tenemos a los elefantes, unos animales con un corazón que late 30 veces por minuto y que «solo» necesitan consumir entre 100 y 300 kilos de comida al día... Lo que no es mucho, proporcionalmente, si consideramos que los elefantes pesan varias toneladas. Y, en gran medida, esta eficiencia energética se debe a que estos animales retienen su calor con facilidad, porque tienen una superficie muy pequeña en relación con su gran tamaño.

Muy curioso, sí, pero ya te has ido por las ramas. Creo que hablo en nombre de todos nuestros lectores si te digo que, después de todo lo que has dicho, quiero saber qué pasaría si la temperatura de mi hipotético cuerpo bajara demasiado, y cómo podría remediarlo.

Pues la verdad es que no sé cuál es la temperatura corporal a la que una voz cursiva empieza a mostrar síntomas de hipotermia, pero la cifra ronda los 35 ºC en el caso de los seres humanos. A medida que nuestra temperatura baje, empezaremos a tiritar, nuestro ritmo cardiaco se acelerará, los vasos sanguíneos se contraerán y podremos llegar a experimentar episodios de confusión, pérdida de coordinación y alteraciones en el habla.

Curiosamente, los estados más avanzados de hipotermia pueden producir síntomas tan poco intuitivos como la desnudez paradójica, llamada así porque la persona afectada siente la urgencia de quitarse la ropa, aunque su temperatura corporal sea muy baja. No se conoce la causa exacta de este comportamiento paradójico, pero se cree que el frío extremo puede confundir a la región del cerebro que procesa la temperatura o producir la dilatación repentina de los vasos sanguíneos, lo que permite que la sangre pase repentinamente a las extremidades y produzca una falsa sensación de calor sofocante. En esta situación, la gente también tiende a adoptar otro comportamiento instintivo que consiste en buscar un espacio cerrado en el que refugiarse y ponerse en posición fetal, en un intento desesperado por preservar el calor.7

Qué mal rollo... ¿Y qué hacemos si encontramos a alguien al borde de la hipotermia?

Pues es bastante sencillo: llamar a los servicios sanitarios y darle calor hasta que lleguen. Se le pueden dar bebidas calientes, envolverla en mantas térmicas o, si no se tienen, proporcionarles botellas llenas de agua caliente que se puedan colocar bajo las axilas o entre las piernas. Si no queda otro remedio o hay suficiente confianza, también podemos proporcionarle calor a la persona afectada con nuestro propio cuerpo.

Las probabilidades de que la persona sobreviva disminuirán cuanto más baje su temperatura corporal y más tiempo pase sin recibir atención médica. En los casos más graves, cuando el cuerpo de la víctima baja de 28 ºC, la mortalidad es muy alta.

Vaya... ¿Y no existen casos de gente que, contra todo pronóstico, haya sobrevivido a situaciones extremas de hipotermia?

Los hay, voz cursiva, los hay. Por ejemplo, en 1999, una radióloga llamada Anna Bågenholm sufrió un accidente mientras esquiaba y pasó ochenta minutos sumergida bajo el hielo de un riachuelo. Aunque Bågenholm pudo evitar el ahogamiento entrando en una burbuja de aire que encontró bajo el hielo, su cuerpo estaba a 13,7 ºC cuando consiguieron rescatarla, la segunda temperatura corporal más baja que jamás se ha registrado. Bågenholm fue trasladada al hospital en un estado de hipotermia profunda, y su sistema circulatorio se conectó a una máquina que calentaba su sangre antes de devolvérsela a las venas para incrementar su temperatura corporal. Cuatro horas después, su temperatura había vuelto a la normalidad, pero, aun así, tardó diez días en despertarse. Cuando volvió en sí, estaba paralizada de cuello para abajo, y fue recuperando sus funciones motoras a lo largo de los siguientes dos meses que pasó en la unidad de cuidados intensivos.

¡Qué barbaridad! ¿Y me estás diciendo que este es el «segundo» caso de hipotermia más extremo que se conoce? ¿Cuál fue el primero?

En principio sí, voz cursiva. Al parecer, una niña de siete años llamada Stella Berndtsson sobrevivió tras experimentar una temperatura corporal de solo 13 ºC en 2010. No encuentro ninguna referencia de este «récord», más allá de una especie de nota de prensa de un hospital sueco,8 así que no me atrevo a afirmar que esa sea la temperatura corporal más baja que se ha registrado.

De todos modos, el caso más estremecedor que he encontrado en este campo es el de Anne Greene, una mujer que vivió en Oxford en el siglo XVII y que fue condenada a ser ejecutada en la horca, acusada de haber cometido un infanticidio. Lo que había ocurrido en realidad es que había dado a luz a un bebé muerto tras ser violada por el nieto de su señor, y, temiendo las represalias, lo había intentado ocultar, pero, cuando lo encontraron, la culparon de haberlo matado. Anne fue ahorcada el 14 de diciembre de 1650, y, por su propia petición, algunos de sus amigos intentaron asegurarse de que tenía una muerte rápida colgándose de sus piernas. Cuando la ejecución terminó, su cuerpo fue donado a los estudiantes de medicina de la Universidad de Oxford para sus prácticas de disección... Pero, al día siguiente, cuando estaban a punto de prepararla, se dieron cuenta de que Anne aún tenía pulso y respiraba con debilidad, a pesar de lo fría que estaba.

Por suerte, los médicos consiguieron que Anne recuperara su temperatura corporal vertiéndole un mejunje «medicinal» caliente en la garganta, frotando sus extremidades con fuerza, practicándole sangrías, aplicándole cataplasmas calientes e introduciéndole enemas de humo de tabaco.9 Vaya por delante que yo no soy médico, pero, aun así, me atrevería a afirmar que alguna de esas medidas no era absolutamente necesaria.

Sea como sea, el caso es que Anne sobrevivió a la ejecución, y la gente interpretó que Dios había intervenido para salvarla porque era inocente y su condena había sido injusta. Como resultado, los tribunales dieron su crimen por perdonado y Anne pudo continuar viviendo su vida con libertad... O, mejor dicho, con la poca libertad que le permitía la época.

Uf... Pues, mira, menos mal que la intervención divina siempre está ahí para echarle un cable a esa pobre gente con hipotermia.

La mano de Dios no tuvo nada que ver en estos casos, voz cursiva. En realidad, lo que incrementó las probabilidades de sobrevivir de estas mujeres fue el mismo frío que produjo su hipotermia, porque, cuando la temperatura de nuestro cuerpo baja, también lo hacen nuestro ritmo metabólico y la cantidad de oxígeno que necesitamos para mantenernos con vida. Hasta cierto punto, este detalle protege a las víctimas de hipotermia de los daños cerebrales letales o irreversibles que una persona con una temperatura corporal normal experimentaría después de pasar unos pocos minutos sin oxígeno, de manera que alarga el tiempo que pueden aguantar sin recibir tratamiento antes de que empiecen a sufrir secuelas graves. Y eso es precisamente lo que ocurrió en el caso de estas mujeres: pese a que sus constantes vitales eran muy débiles y pasaron mucho tiempo con bajos niveles de oxígeno, pudieron permanecer con vida gracias a la disminución de su ritmo metabólico.

De hecho, mientras leía sobre el caso de Anna Bågenholm, me ha llamado la atención que se mencionara que su caso es uno de los más graves de hipotermia accidental. En un primer momento me ha extrañado este matiz, porque no imaginaba por qué alguien se iba a someter a la hipotermia de forma voluntaria, pero, al parecer, durante algunas intervenciones médicas se reduce la temperatura corporal de los pacientes de forma deliberada para protegerlos de los daños por la falta de oxígeno, como ocurre en algunas operaciones de corazón.

Desde luego, no vas a conquistar el nicho de mercado de los hipocondriacos con este libro.

No, desde luego que no... Y lo digo como hipocondriaco. Pero, por suerte, la mayor parte de los habitantes de la Tierra podemos respirar tranquilos, porque el riesgo de sufrir hipotermia es bastante bajo en la mayor parte de los lugares habitados del planeta.

¿Cómo que «los habitantes de la Tierra»? ¿Estás sugiriendo que no podríamos respirar tan tranquilos si viviéramos en otros planetas?

Qué pregunta más oportuna, voz cursiva.

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