Respuestas sorprendentes a preguntas cotidianas

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25. ¿Qué le pasaría a un astronauta si se quitara el casco en el espacio exterior?

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CAPÍTULO

25

¿Qué le pasaría a un astronauta si se quitara el casco en el espacio exterior?

Te propongo una manera fácil de ganar dinero. Convence a tus amigos para ver una película de ciencia ficción aleatoria, de temática espacial, y diles que estás dispuesto a apostar dinero a que, en algún punto de la trama, un astronauta perderá el casco en el espacio y su cabeza se hinchará y explotará, o se congelará de manera casi instantánea. Si, por el motivo que sea, alguien aceptara tu apuesta en lugar de mirarte con cara rara y pedirte que, por favor, no le dirijas la palabra en una temporada, entonces probablemente ganarás un dinerillo.

¡Qué buena idea! ¡Esa es una de las ventajas de saber un poco sobre ciencia, que estás al tanto de lo que ocurre en este tipo de situaciones que solo se dan en las películas!

¿Qué?... ¡No, no, voz cursiva! He propuesto esta apuesta porque es un estereotipo clásico de las películas de ciencia ficción, no porque se ajuste lo más remotamente a la realidad. Siento decepcionarte, pero, en la vida real, si un astronauta se quitara el casco, ni le explotaría la cabeza, ni se congelaría de inmediato.

No sé qué clase de lectores te piensas que tienes, pero a mí esta noticia me alegra, no me decepciona.

Tienes razón, voz cursiva; me he acostumbrado a pedir perdón por inercia cada vez que desmiento una fantasía poco realista de Hollywood. En cualquier caso, el objetivo de este capítulo es explicar por qué la exposición al vacío no nos mata de manera tan inmediata como sugieren las películas... Y que incluso existe la posibilidad de quitarse el casco de astronauta en el espacio y vivir para contarlo.

En primer lugar, la idea de que a un astronauta le explote la cabeza al quitarse el casco parece tener alguna verosimilitud a primera vista, porque, como hemos visto en el capítulo 6, eso es precisamente lo que les ocurre a los globos cuando ascienden por la atmósfera: a medida que la presión del aire que los rodea disminuye, el gas que contienen se va expandiendo hasta que su envoltura revienta. Pero, claro, los seres humanos y los globos tenemos algunas diferencias, entre las que se encuentran un cráneo que no está completamente lleno de aire y unas paredes que no están hechas de mallas elásticas, sino de hueso rígido. Por tanto, ni el relleno de nuestros cráneos ni su estructura son los adecuados para que nuestro cráneo se hinche y explote si nos exponemos directamente al vacío del espacio.

Bueno, sí, eso tiene sentido. ¿Pero qué pasaría con los órganos que sí están llenos de aire, como los pulmones? ¿No podrían llegar a explotar por la diferencia de presión?

Buena pregunta, voz cursiva. Un recipiente cerrado lleno de aire puede llegar a explotar al exponerlo al vacío si sus paredes son lo bastante débiles como para ceder al empuje de la presión de su interior, pero nuestros pulmones están rodeados por las costillas, los músculos de la caja torácica y la piel, así que si nos expusiéramos al vacío a cuerpo desnudo, el aire a presión atmosférica que contienen no empujaría las paredes pulmonares con bastante fuerza como para sobreponerse a la resistencia de todos estos tejidos y romperlos. Ahora bien, como habrás notado, nuestros pulmones están conectados con el mundo exterior a través de nuestra laringe y la boca.

¡Ya veo por dónde vas! ¡En cuanto nos quitáramos el casco, el vacío del espacio succionaría el aire de nuestros pulmones como si nuestra laringe fuera una pajita hecha de carne!

Qué analogía más desagradable, voz cursiva. Aunque, sí, tienes razón: el aire saldría disparado de nuestros pulmones en cuanto nos quitáramos el casco en el espacio. Pero, ojo, que esto no ocurriría porque el vacío «chupe» el aire de nuestros pulmones, ya que el vacío en sí no produce ninguna fuerza de succión. En realidad, lo que forzaría las moléculas del aire a toda velocidad a través de nuestra laringe sería la propia expansión del aire.

Creo que no termino de seguirte.

Este fenómeno se puede explicar con un experimento más cotidiano que puedes realizar por tu cuenta: si llenamos de aire una botella de plástico al nivel del mar, la cerramos y subimos por una montaña de varios miles de metros de altura, la botella se irá hinchando a medida que nos acerquemos a la cima. Esto ocurre porque la presión del aire que contiene la botella es más alta que la que encontramos en alturas superiores, así que, a medida que ascendemos, la presión a su alrededor disminuye, y el plástico va cediendo ante la fuerza del aire, que empuja la botella desde dentro. O sea, que la baja presión atmosférica que hay a gran altitud no habrá «tirado» de las paredes de la botella hacia fuera, sino que será la fuerza interna de la botella la que habrá empujado desde dentro (igual que ocurre con los globos de helio mientras ascienden).

Además, si hacemos un agujero en la botella en la cima de la montaña, el aire escapará rápidamente al exterior, y el recipiente de plástico se deshinchará. Pero, de nuevo, esto no ocurrirá porque la menor presión atmosférica del entorno haya «succionado» esas moléculas de aire, sino porque la propia fuerza que ejerce el aire en el interior de la botella las habrá empujado al exterior. Y, por supuesto, el flujo de aire se detendrá en cuanto la presión en el interior de la botella se iguale con la de la atmósfera que la rodea.

Es más, este fenómeno me recuerda a otro cliché que es bastante recurrente en las películas de Hollywood: alguien dispara una bala contra una de las paredes de un avión en pleno vuelo, y abre un agujero que se expande rápidamente y succiona a varios pasajeros hacia el exterior. A primera vista, podría parecer que esta escena tiene cierta verosimilitud porque, al abrir un agujero en el fuselaje, el aire a alta presión de la cabina saldrá a toda velocidad hacia la atmósfera a menor presión que rodea la aeronave...

... Pero eso no es más que otra exageración de Hollywood, ¿verdad?

Sí, sí, no te preocupes. Si el agujero es pequeño, el aire que hay dentro del avión saldrá rápidamente a través de él, produciendo una corriente que tal vez tendrá la fuerza suficiente como para levantar algunos papeles, pero poco más. En cuanto la presión de la cabina se iguale con el exterior, esa corriente se detendrá, y lo único que quedará será un simple agujero ventoso y molesto.1 Aun así, eso no significa que un agujero en el fuselaje de un avión no pueda arrastrar a una persona al exterior... Pero tiene que ser enorme, como podrás imaginar.

Un ejemplo es el vuelo 243 de Aloha Airlines que operaba entre Hilo y Honolulu en 1988, en Hawái. Este avión sufrió una descompresión explosiva durante un vuelo que arrancó una sección de 5,6 metros de longitud del techo de manera instantánea, y la corriente de aire que escapó del avión a través de este agujero tenía tanta fuerza que arrastró a una de las azafatas al exterior. Su cuerpo nunca se encontró. El resto de los ocupantes estaban sentados con el cinturón abrochado y no hubo que lamentar más víctimas, aunque decenas de pasajeros sufrieron heridas de diferente consideración, y fueron atendidos tras el aterrizaje de emergencia.2

¡Ostras!... Entonces los cinturones de seguridad de los aviones sí que sirven para algo.

Por supuesto, voz cursiva, aunque es cierto que este escenario en particular es muy improbable. En realidad, la función principal de los cinturones de seguridad de los aviones es protegernos de las turbulencias: si la aeronave experimenta una bajada brusca, nos podemos golpear con la cabeza contra el techo y hacernos mucho daño. Por ejemplo, desde 1980, siete personas han muerto como consecuencia de las lesiones experimentadas durante turbulencias en todo el mundo,3 y 303 pasajeros y 221 tripulantes sufrieron lesiones a causa de ellas en Estados Unidos entre 2002 y 2017.4 O sea, que es mejor que hagas caso a la tripulación de los aviones, porque, cuando insisten en que nos pongamos el cinturón, saben de lo que hablan.

OK, OK. Pero ¿a qué venía todo esto?

¡Ah, cierto! Lo de los pulmones en el vacío... Gracias, voz cursiva.

Si nos quitamos el casco mientras estamos en el espacio, a nuestros pulmones les ocurrirá lo mismo que a una botella de plástico agujereada llena de aire o al fuselaje perforado por la bala del malo de la película mientras vuela a gran altitud: de repente, el aire a presión que contienen se verá forzado a salir a través del agujero que lo conecta con el exterior, que, en nuestro caso, es la laringe y la boca. Esa rápida corriente de aire es un peligro, porque podría provocar lesiones en el delicado e intrincado tejido pulmonar mientras sale disparada hacia el vacío.

¿Y si cierras la boca y aguantas la respiración para que el aire no salga?

Eso no haría más que empeorar las cosas, voz cursiva, porque, aunque la expansión repentina del aire no haría que los pulmones reventasen, sí que podría ejercer suficiente presión sobre sus paredes como para dañar sus tejidos. O sea, que el primer consejo de supervivencia que debes tener en cuenta en caso de que algún día te encuentres en el espacio sin casco es que no intentes aguantar la respiración. En su lugar, hay que mantener la calma y dejar que el aire de los pulmones salga al vacío.

Ahora bien, ten en cuenta que los pulmones no son los únicos órganos de nuestro cuerpo que contienen gas que pueda expandirse y salir disparado hacia el espacio a toda velocidad a través de algún orificio. Para que te hagas una idea de a qué me refiero, en 1965 se llevó a cabo un estudio en el Manned Spaceflight Center de Houston (Texas) sobre los efectos de la exposición a vacío del espacio sobre el organismo, en el que sometieron a 126 perros a condiciones de vacío durante periodos de entre cinco segundos y tres minutos.5 Durante las pruebas, los investigadores notaron que la rápida despresurización del ambiente no solo hacía que el gas saliera de sus pulmones, sino también de sus estómagos e intestinos gruesos, arrastrando consigo vómitos y heces por cada extremo correspondiente de los perros. Y, por si esto fuera poco, estos episodios también iban acompañados de expulsiones de orina.

Vaya, no recuerdo haber visto esa escena en las películas.

Creo que esa parte se la saltan porque resta bastante épica a los protagonistas, pero creo que los lectores merecían saberlo para que este fenómeno no les pille desprevenidos si alguna vez se encuentran en esta situación.

De todas maneras, parece que estas eyecciones escatológicas serían un mal menor, porque, si esos gases no escaparan durante la despresurización, su expansión podría producir una depresión cardiovascular que podría dar como resultado la inconsciencia, al hinchar nuestro tracto intestinal y desplazar el diafragma o presionar el nervio vago. Este detalle me ha parecido interesante, porque se trata de un fenómeno del que se tuvo que proteger Felix Baumgartner cuando saltó desde una altura de 39 kilómetros: aunque llevaba puesto un traje hermético que mantenía su cuerpo sometido a una presión tolerable, la baja presión del aire que lo rodeaba podía hacer que los gases del interior de su cuerpo se expandieran y le produjeran intensos dolores abdominales, así que, para prevenir este escenario, los médicos de su equipo le aconsejaron que comiera alimentos bajos en fibra antes del salto, para que su digestión no produjera demasiados gases.6

Deja de quitarle épica a estas hazañas increíbles con estos detalles escatológicos, por favor te lo pido.

Vale, ya paro, voz cursiva. Dejando los asuntos intestinales de lado, los investigadores del estudio de 1965 también notaron que, durante la exposición al vacío, los perros se hinchaban tanto que se quedaban inmovilizados. Aunque parte de esta hinchazón podía provenir de la expansión de los gases de su tracto intestinal, la causa principal de este fenómeno es que el agua contenida bajo la piel de estos animales se estaba convirtiendo en vapor. Este fenómeno ocurría porque, como hemos visto en el capítulo 7, el agua empieza a hervir cuando está sometida a bajas presiones, incluso aunque su temperatura sea muy inferior a los 100 ºC a los que hierve a presión atmosférica.

Pero, ojo, que esta hinchazón debida a la exposición al vacío también se ha llegado a observar en seres humanos. Por ejemplo, en 1960, el coronel Joseph Kittinger saltó tres veces desde un globo de helio durante una investigación sobre las eyecciones de emergencia a gran altura. En su último salto, en el que ascendió hasta una altura de 31 kilómetros, uno de sus guantes se despresurizó, y su mano se hinchó hasta alcanzar el doble de su tamaño original, precisamente porque el agua subcutánea de su extremidad se convirtió en vapor.

Como inciso, me parece bastante interesante cómo Kittinger describió su caída a 988 kilómetros por hora:7

No hay manera de visualizar esa velocidad. [A esa altura] no hay nada en lo que te puedas fijar para comprobar a qué velocidad te mueves. No tienes percepción de la profundidad. Si vas en coche con los ojos cerrados, no tienes ni idea de la velocidad a la que te mueves. Lo mismo ocurre cuando estás en caída libre desde el espacio. No hay señales. Sabes que vas muy rápido, pero no lo notas. No hay un viento de 988 kilómetros por hora soplando contra ti. Lo único que oía era mi propia respiración dentro del casco.

Sí, sí, fascinante. Pero, cuando dices que «el agua contenida bajo la piel» se evapora cuando estamos expuestos al vacío, ¿te refieres a que la sangre empieza a hervir debido a la baja presión?

No, no; el sistema circulatorio es un sistema cerrado que está presurizado, así que el agua de nuestra sangre no hervirá, aunque la presión de nuestro entorno sea muy baja. Esta hinchazón que he comentado la produce la evaporación del agua que está atrapada en los fluidos que hay entre las células. Ahora bien, aunque nuestra sangre no empezará a hervir si nos quitamos el casco en el espacio, lo que sí puede ocurrir es que parte de los gases que hay disueltos en la sangre dejen de estarlo y formen burbujas, produciendo el mismo síndrome de descompresión que experimentan los buceadores de los que he hablado en el capítulo 2.

Pero bueno, aunque la sangre no nos hervirá si nos quitamos el casco en el espacio, sí lo hará cualquier líquido corporal que esté expuesto directamente al vacío espacial, como por ejemplo la saliva de la boca. Uno de los pocos seres humanos que ha podido experimentar este curioso fenómeno en sus propias carnes es Jim LeBlanc, un ingeniero aeroespacial de la NASA que, en 1966, llevaba puesto un traje espacial de prueba en una cámara de vacío cuando, de repente, el tubo que mantenía presurizado el traje se soltó. En menos de diez segundos, el traje había perdido todo el aire, y, cuatro segundos después, la falta de oxígeno había dejado al ingeniero inconsciente. Por suerte, los responsables pudieron volver a presurizar la cámara de inmediato y se apresuraron en proporcionar oxígeno a LeBlanc. Solo veinticinco segundos tras el inicio del incidente, el ingeniero ya había vuelto en sí sin mayores consecuencias que un dolor de oído. LeBlanc afirma que lo último que recuerda antes de quedar inconsciente es «la saliva burbujeando sobre la lengua», pero, curiosamente, si su exposición al vacío hubiera sido más prolongada, esa saliva hubiera hervido hasta quedarse congelada.8

¿Cómo que «hervir hasta congelarse»? ¿En qué mundo absurdo ocurre eso?

En el nuestro, voz cursiva, porque, como hemos visto, una masa de agua que se encuentre a cualquier temperatura contendrá moléculas que se mueven a distintas velocidades. En cuanto la presión baja, las moléculas más rápidas (calientes) del agua van escapando de la masa hasta que solo quedan atrás las más lentas de todas, las que se mueven tan despacio que se pueden unir entre ellas y formar una estructura rígida, o hielo, que es lo mismo. De hecho, este fenómeno también se observó en el estudio de los perros y la cámara de vacío: «Mientras estaban en condiciones de baja presión, la saliva y la orina que habían secretado se congelaron y deshidrataron parcialmente».

Basta ya de citar el estudio de los perros en el vacío, ¿no? En cualquier caso, aunque ya hemos visto que nuestra cabeza no explotará si nos quitamos el casco en el espacio, este dato demuestra que Hollywood acertó con lo de que nos congelaríamos rápidamente.

Bueno, a ver, es cierto que, en esta situación, nos enfriaríamos hasta congelarnos si estuviéramos muy lejos del Sol... Pero, desde luego, no sería un proceso tan inmediato como sugieren las películas.

En los capítulos anteriores hemos visto que el calor se transmite de unos objetos a otros a través del choque de sus moléculas. Por ejemplo, si nos zambullimos en una piscina de agua fría, la temperatura de nuestro cuerpo bajará rápidamente porque las moléculas de nuestra piel transmitirán su movimiento a los trillones de moléculas de agua que chocan con ellas todo el rato. No lo he mencionado hasta ahora, pero este proceso de transmisión de calor por el contacto directo se llama conducción. De hecho, al calentarse, el agua caliente que nos rodea ascenderá hacia la superficie porque tiene una menor densidad, y otras moléculas más frías ocuparán su lugar, listas para robar aún más calor a nuestros cuerpos. Este otro mecanismo se llama convección.

Pero, claro, el calor no se puede transmitir por convección o conducción en el vacío del espacio, porque contiene solo unos pocos átomos por centímetro cúbico. Por tanto, por muy alta o baja que sea la temperatura de estos pocos átomos, o, lo que es lo mismo, por muy rápido o despacio que choquen con nosotros, no serán capaces de cambiar la temperatura de nuestro cuerpo.

Ostras, entonces, ¿en el espacio mantenemos nuestra temperatura corporal para siempre sin enfriarnos?

Pues no, voz cursiva, porque existe otro mecanismo que puede enfriar y calentar las cosas sin necesidad de que sus moléculas entren en contacto con otras: la radiación.

Si eres la típica persona que no puede parar de toquetear el fuego en las barbacoas, habrás notado que se puede sentir la presión del calor sobre la piel incluso cuando estás alejado de las llamas (en realidad, no hace falta que te pongas a encender hogueras para hacer este «experimento», porque notarás la misma sensación frente a un radiador). Pero este fenómeno podría parecer un poco extraño a primera vista, porque, al fin y al cabo, el aire caliente que está en contacto con el fuego (o con el radiador) no sale proyectado hacia nosotros, sino que asciende hacia los cielos (o el techo de nuestra casa) sin rozarnos en ningún momento. Por tanto, ¿de dónde sale ese calor que notamos sobre la piel?

Pues imagino que debe de salir de la radiación infrarroja que emiten los objetos calientes, que parece que naciste ayer.

Exactamente, voz cursiva. En el capítulo 20 hemos visto que el Sol emite diferentes formas de radiación electromagnética porque los átomos de su superficie vibran a velocidades diferentes, de manera que los más rápidos emiten radiación ultravioleta y visible, mientras que los más lentos producen luz infrarroja. Pues bien, en realidad, cualquier objeto emitirá radiación electromagnética de distintas longitudes de onda si su temperatura se encuentra por encima de los –273,15 ºC.

No lo entiendo; ¿qué tiene de especial esa cifra?

Que se trata de la temperatura más baja posible, la que se corresponde con el momento en que los átomos o moléculas están completamente quietos. En cualquier caso, lo que quiero decir es que todos los objetos que nos rodean en nuestro día a día generan algún tipo de radiación electromagnética porque sus átomos no están completamente quietos... Y eso incluye nuestros propios cuerpos, claro. Como, por suerte, nuestra temperatura corporal ronda los 36 ºC, la radiación que emitimos está en el rango infrarrojo del espectro electromagnético.

Vaya, qué casualidad, ¿ahora resulta que esa supuesta luz que supuestamente emiten nuestros cuerpos es radiación infrarroja supuestamente invisible?

Pues sí, voz cursiva, así es. Si no me crees, ten en cuenta que esta radiación infrarroja invisible al ojo humano que emitimos tanto nosotros como el resto de los cuerpos de nuestro entorno es precisamente la que detectan las cámaras de visión nocturna para captar imágenes en total oscuridad, pese a que no haya luz visible rebotando por el ambiente.

En cualquier caso, una cosa que aún no había comentado es que esta emisión constante de luz infrarroja hace que los átomos vayan perdiendo energía lentamente y se enfríen, ya que cada vez se mueven más despacio. Y este detalle es importante, porque, aunque en el vacío del espacio no hay suficiente materia como para calentar las cosas por contacto directo, cualquier objeto que se encuentre en él se irá enfriando a través de la emisión de calor a su entorno en forma de radiación infrarroja.

Ahora bien, la velocidad a la que bajará la temperatura de ese objeto dependerá de la región concreta del espacio en la que se encuentre. Por ejemplo, nos conviene recordar que en el centro de nuestro sistema solar se encuentra el Sol, una descomunal barbacoa de plasma de 1,4 millones de kilómetros de diámetro que emite cantidades ingentes de radiación infrarroja al espacio de manera incesante. Y, como hemos visto en el capítulo 22, este tipo de radiación también es capaz de sacudir y calentar los átomos cuando incide sobre ellos. O sea, que el ritmo al que un astronauta se enfriará en el vacío dependerá de lo lejos de nuestra estrella que se encuentre. De hecho, si ese astronauta está cerca de la Tierra, a 150 millones de kilómetros del Sol, la radiación solar será lo bastante intensa como para calentar las partes iluminadas de su cara descubierta hasta unos 120 ºC.9

¡¿Qué?! ¡Entonces nos tostaríamos enteros si nos quitáramos el casco en el espacio! ¡Lo contrario de lo que dicen las películas!

No te precipites, voz cursiva, que aún nos quedan otros matices por considerar. Por ejemplo, hay que tener en cuenta que el Sol solo calentaría las partes del astronauta que estuvieran iluminadas, así que, aunque la cara del astronauta del ejemplo anterior alcanzaría los 120 ºC, su cogote se seguiría enfriando, porque, al no estar iluminado, seguiría perdiendo energía a través de la emisión de radiación infrarroja.

Por tanto, un astronauta perdido en el espacio tendría que estar rotando para que su cuerpo entero se tostara, como si fuera una especie de pollo a l’ast.

¡Qué curioso! Nunca hubiera imaginado que a l’ast fuera la abreviatura de a l’astronauta.

Nunca te acostarás sin saber algo más, voz cursiva.

Ahora bien, aunque las partes iluminadas de nuestra piel se quemarán más deprisa cuanto más cerca estemos de nuestra estrella, si nos encontramos lo bastante lejos del Sol, irradiaremos nuestro calor corporal en forma de radiación infrarroja a un ritmo mayor del que la radiación del Sol nos puede calentar, y nos iremos enfriando, aunque el proceso no será tan rápido como sugieren las películas. Por ejemplo, los usuarios de Stack Exchange llegaron a la conclusión de que la temperatura de un cuerpo humano tardaría entre cuatro y dieciocho horas en alcanzar los cero grados necesarios para que su interior empiece a congelarse, aunque estas cifras son solo orientativas, porque se trata de un problema bastante complejo.10

Entendido; los planos de los astronautas convirtiéndose en un bloque de hielo en cuanto salen al espacio no son demasiado realistas. Dejando eso de lado, ¿qué temperatura acabaría alcanzando nuestro cadáver si se quedara tirado en el espacio?

De nuevo, depende de la distancia a la estrella más próxima. Por ejemplo, la radiación solar es casi siete veces más intensa en las inmediaciones de la órbita de Mercurio que en la de la Tierra, así que el cuerpo de un astronauta perdido en el espacio terminaría chamuscado a esta distancia del Sol. En cambio, un astronauta que flotara por el espacio interestelar (donde estaría tan alejado de cualquier estrella que se podría considerar que la intensidad de la radiación que incide sobre él es nula) continuaría irradiando calor en forma de radiación infrarroja hasta que su cuerpo alcanzara unos –270 ºC, solo 2,7 ºC por encima de la temperatura más baja posible. Llegados a este punto, la energía proporcionada por la radiación del fondo de microondas será lo único que impedirá que su temperatura disminuya aún más... Pero, con el paso de miles de millones de años, a medida que el universo se expanda y esta radiación omnipresente se debilite lentamente, el cuerpo del astronauta se irá acercando cada vez más a esa temperatura mínima posible de –273,15 ºC.

Recapitulando, esto es lo que te ocurrirá si te quitas el casco en el espacio: el aire saldrá de tus pulmones, es probable que orines, defeques y vomites descontroladamente de manera involuntaria, te quedarás inconsciente por la rápida pérdida de oxígeno, tu cuerpo se hinchará porque el agua que hay bajo tu piel se evaporará, y, para rematar el asunto, la radiación solar tostará las partes de tu cara expuestas al Sol, y, las que no lo estén, tarde o temprano terminarán congelándose (a no ser que seas un cadáver rotatorio, en cuyo caso puede que tu temperatura termine siendo un poco más uniforme).

Menudo panorama. Casi me gustaba más la idea de que me explotara la cabeza. ¿Y no hay alguna manera de sobrevivir a esta peliaguda situación?

La cosa está complicada, voz cursiva, pero, si estamos cerca de una nave o de una estación espacial en el momento en que nos quitamos el casco, existe la posibilidad de salir con vida.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que vamos a perder la consciencia al cabo de solo diez o veinte segundos después de que nos quitemos el casco, ya que el aire saldrá de nuestros pulmones de manera muy brusca y las condiciones de vacío acelerarán la pérdida de oxígeno a través de nuestro tejido pulmonar. Esos pocos segundos de consciencia serán muy valiosos, porque representan el tiempo que tendremos para tomar medidas que nos pueden salvar la vida, ya sea a través de la activación de algún protocolo de seguridad que nos permita volver a presurizar el traje, ya sea simplemente avisando a nuestros compañeros de la estación espacial y moviéndonos hacia un lugar en el que puedan recuperar nuestro cuerpo inconsciente con facilidad.

En cuanto perdamos el sentido, nuestros salvadores solo tendrán unos cuatro minutos para recogernos antes de que la hipoxia acabe con nosotros. Si alguien consigue agarrarnos en menos de cuatro minutos y volver a meternos en un entorno habitable, entonces lo más probable es que nos recuperemos de la experiencia sin sufrir secuelas a largo plazo. Por ejemplo, en el experimento de los perros, se descubrió que aquellos que habían estado sometidos al vacío durante menos de dos minutos sobrevivían y volvían a la normalidad tras presurizar la cámara en la que se encontraban, sin tomar ninguna otra medida adicional.

O sea... Me estás diciendo que, si me quito el casco en el espacio, mi supervivencia depende casi por completo de que alguien me agarre y me meta en la nave en cuestión de minutos.

Así es, voz cursiva.

Pues qué bajón. Pero, bueno, al menos ya tenemos moraleja: si, por algún motivo, nos tuviéramos que quitar el casco espacial, siempre es mejor hacerlo sobre la superficie de un planeta con atmósfera.

No creo que esa sea una buena regla, voz cursiva, porque no todos los planetas tienen una atmósfera tan benevolente como la de la Tierra.

Por ejemplo, incluso suponiendo que existieran trajes espaciales capaces de protegernos del clima infernal de Venus, quitarnos el casco en este planeta sería una idea terrible, porque su densa atmósfera ejercería una presión noventa veces mayor a la de la atmósfera terrestre sobre cada punto de nuestro cuerpo. A modo de comparación, la mayor presión que ha experimentado un ser humano ronda las 71 atmósferas, y se vivió durante el experimento francés Hydra 10, en el que tres buceadores llegaron a setecientos metros de profundidad. Pero, claro, para alcanzar esta profundidad, los buceadores pasaron por un largo proceso de adaptación que consistía en pasar días confinados en cámaras submarinas a diferentes profundidades para que sus cuerpos se acostumbraran gradualmente al cambio de presión, tanto en el descenso como durante el ascenso. En total, los buceadores pasaron 42 días de presurización y despresurización para realizar esta inmersión.11

Desconozco cuál sería el efecto exacto de aplicar las noventa atmósferas de presión de la superficie venusiana sobre nuestras cabezas de forma repentina, pero, en realidad, eso tampoco importa mucho, porque también hay que tener en cuenta que la temperatura sobre la superficie de Venus ronda los 460 ºC, así que, incluso aunque la presión no nos matara instantáneamente, las temperaturas infernales de este planeta no tardarían mucho en hacerlo. Y, por si eso fuera poco, el aire estaría compuesto en un 96,5 % de dióxido de carbono, con trazas de monóxido de carbono y dióxido de azufre... Así que de poco nos serviría para respirar.

¡Un momento! Suponiendo que pudiéramos sobrevivir a estas condiciones, ¿no notaríamos cierto olor a cerilla quemada en la atmósfera de Venus debido a la presencia del dióxido de azufre?

Es posible, voz cursiva, aunque teniendo en cuenta que la concentración de dióxido de azufre que se considera inmediatamente peligrosa ronda las cien partes por millón (ppm)12 y la del aire venusiano es de unas 150 partes por millón, es posible que el efecto irritante de este gas nos impidiera sentir ese agradable aroma.

Podría parecer que las cosas mejorarían un poco si nos quitáramos el casco en un planeta como Marte, pero, aunque seguramente no experimentaríamos una muerte tan violenta sobre este planeta, la atmósfera marciana es tan poco densa que sus efectos sobre nuestro cuerpo serían similares a los del vacío (escape del aire de los pulmones, pérdida de la consciencia, hinchamiento del cuerpo, etcétera). En este caso, la diferencia sería que la tenue atmósfera marciana probablemente nos enfriaría un poco más deprisa que el vacío, porque su atmósfera debería ser lo bastante densa como para acelerar el proceso a través de la convección y la conducción. Una vez convertidos en cadáveres, nuestro cuerpo se iría congelando y descongelando a lo largo del año, porque la superficie de Marte alcanza los 20 ºC durante el verano local, por lo que sospecho que, con el tiempo, nuestros restos se irían deshidratando hasta quedar disecados.

Y, de nuevo, intentar respirar el aire marciano no nos serviría de nada, no solo porque no seríamos capaces de hinchar nuestros pulmones debido a la baja presión atmosférica, sino porque, además, la atmósfera está compuesta principalmente por dióxido de carbono con trazas de argón..., que, por cierto, son gases completamente inodoros.

Uf, si así están las cosas, casi prefiero quitarme el casco en el espacio.

Sí, el asunto no está como para lanzar cohetes (al espacio).

En realidad, el único mundo de nuestro sistema solar que tiene una presión atmosférica lo bastante alta como para que podamos respirar en ella es Titán, el satélite de Saturno. Pero, claro, en este caso, solo podríamos inspirar unas pocas veces, porque los –180 ºC de su aire provocarían hemorragias en nuestros pulmones rápidamente. De hecho, este desagradable fenómeno ocurre a temperaturas mucho más altas en nuestro propio planeta: en 1983, los científicos de la base antártica rusa Vostok tuvieron que llevar mascarillas que les calentaban el aire antes de que lo respiraran, porque la temperatura en la zona bajó hasta los –89,2 ºC. Este récord fue batido en 2018, cuando se midieron –97,8 ºC en el continente congelado; esta vez, las mediciones se realizaron por satélite.13

Por si el frío extremo no fuera suficiente, la atmósfera de Titán está compuesta por nitrógeno e hidrógeno, además de trazas de metano, que llegan a representar el 5 % del gas al nivel de su superficie,14 así que, incluso aunque su temperatura fuera más alta, moriríamos asfixiados por la ausencia de oxígeno en el aire.

Y por la peste a cuesco que echaría la atmósfera con todo ese metano.

Siento decepcionarte, voz cursiva, pero la atmósfera de Titán no huele a pedos. El motivo es que, aunque mucha gente piense lo contrario, el metano es un gas inodoro que, junto con el nitrógeno, el dióxido de carbono y el hidrógeno, representa el 99 % de la masa de una flatulencia que está compuesta por gases que no tienen ningún olor. En realidad, el responsable del mal olor es ese 1 % restante que está compuesto por gases menos conocidos y más pestilentes, como el sulfuro de hidrógeno, el metanotiol o el sulfuro de dimetilo.

No sé qué clase de ente incorpóreo te piensas que soy, pero este dato no me ha decepcionado en absoluto. Es más, me reconforta saber que los futuros colonos de Titán no tendrán que soportar el desagradable tufo de una ventosidad omnipresente mientras se asfixian.

Tienes razón, no sé por qué clase de ente incorpóreo te había tomado. Pero, bueno, teniendo en cuenta el historial de barbaridades que llevamos acumuladas a lo largo del libro, creo que este es el dato «sorprendente» más alegre con el que podemos concluir este capítulo.

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