Respuestas sorprendentes a preguntas cotidianas

Respuestas sorprendentes a preguntas cotidianas


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Me gusta ser provocador. Y qué mejor forma de provocar que empezar un libro de preguntas con una pregunta. Pero esta no es para Jordi, es para ti: ¿cuándo dejaste de hacerte preguntas? No mires a otro lado, no, te lo estoy preguntando a ti. En serio, respóndela (no en alto o pensarán que estás loco). ¿Cuándo fue la última vez que hiciste una pregunta curiosa? ¿O tonta? Las tontas también valen, son mis favoritas. Es triste pero la respuesta puede ser meses, incluso años. Yo lo sé porque soy muy observador, me encanta levantar la cabeza y estudiar a la gente, analizar y reflexionar. Y aquí va mi diagnóstico: el paciente está enfermo, y me refiero a nosotros como sociedad.

Te hablo de un virus contagioso que se instaura en nosotros a cierta edad y ya no nos abandona. Es el virus del aburrimiento, de la monotonía, de la apatía, del «me da todo igual», es el melasudismo. Vamos por la vida con la cabeza gacha, de casa al trabajo, del trabajo a casa. Corriendo de un lado al otro, con los ojos puestos en el móvil, y siempre tarde. Y nos la suda todo. Ya no nos asombra ver cómo funciona un imán o una brújula, ya no nos detenemos a jugar con la tensión superficial con un vaso de agua, nunca nos sorprenden ensimismados viendo el camino que siguen las hormigas, o viendo de cuántas formas podemos agrupar sesenta pipas en grupos iguales. Damos por sentadas cosas como la lluvia, el arcoíris, las sombras, las plantas, la nieve o la música sin maravillarnos por la riqueza de los fenómenos que esconden. Damos todo por hecho, no reparamos en nada, le damos la espalda a la esencia de las cosas.

Y hace no mucho tú no eras así, ¿recuerdas? Te encantaba mirar las nubes y buscar formas, levantabas la cabeza al cielo por las noches con ilusión por si aparecía una estrella fugaz, un microscopio te abría los ojos a un mundo invisible, una caja vacía era un vehículo espacial y soñabas con viajar a la velocidad de la luz. Eras un niño. Te preguntabas el porqué de todo, y querías saber cómo sería el mundo si las cosas fueran diferentes. Un día te callaron, aceptaste un «porque sí» y ya nada volvió a ser igual.

¿Qué nos ha pasado? ¿Cuándo perdimos a ese niño que se hacía preguntas? Pero no todo van a ser malas noticias, tengo una buena para ti: no lo has perdido, está ahí dentro y con unas ganas de salir que no te puedes ni imaginar. Lo sé porque ese es mi trabajo, jugar con las ilusiones y la fantasía que llenan nuestro espíritu de inocencia. Lo veo cada día, ese es el verdadero poder de la ciencia, conecta con nuestra esencia, nos hace ser más «yo», nos rejuvenece y nos renueva.

Por eso este libro que tienes en tus manos es el mejor lifting facial que te puedes hacer, ni bótox, ni colágeno, ni bisturí, deja las cremas milagrosas, ponte a leer ya, devóralo, compártelo, regálalo.

Y si un libro de preguntas como este es un auténtico tratamiento antiedad, Jordi entonces es un maestro esteticista. Y lo es porque detrás de ese cuerpo grande, ese andar seguro y decidido y esa mirada de bonachón hay un niño juguetón, travieso y tremendamente curioso.

A Jordi lo conocí en un congreso de ciencia. Sabía de él por referencias, había topado muchas veces con su exitoso blog, me había leído sus anteriores libros (muy buenos, por cierto) y lo seguía por redes sociales. Ciertamente tenía muchas ganas de conocerlo en persona, así que en el congreso me senté a su lado. Pues cuál fue mi sorpresa cuando, en un pequeño parón en una ponencia, como un niño travieso que teme ser descubierto en clase, me pasa, de forma sutil y disimulada, un cubo de metal. «Cógelo», me susurra. Obediente y extrañado lo tomo en mi mano. ¡Qué sorpresa! Era extremadamente pesado. Se trataba de un metal, no cabía duda, pero un metal muy distinto al que estamos acostumbrados a tratar. La sensación era extraña, porque la vista te predisponía a una sensación que luego con el tacto no concordaba. Jordi notó mi cara de incomprensión: «Es un metal muy denso, ¿adivinas?». ¡Qué bien jugado, Jordi! Primero lanzas la sorpresa, luego la pregunta, toca reflexionar y reconocer mi ignorancia. «Tío, no tengo ni la más remota idea.» «Tungsteno o wolframio —me dijo—, lo descubrió un español, aunque se impuso el nombre alemán, ya sabes cómo funcionan estas cosas, de ahí que tenga dos nombres.» Ahí me sonó la campana: un metal que se usa en CMS, el experimento en el que trabajé en el CERN, en una aleación para formar lo que se conoce como el calorímetro electromagnético. Y ahí lo tenía, en mi mano. En ese momento me di cuenta: habríamos sido mejores amigos en el colegio, lo sé.

Como un Peter Pan del siglo XXI, Jordi te lleva al país de Nunca Jamás. Física, química, ingeniería..., no hay límite porque aquí manda la curiosidad, aquí gobierna tu niño interior, ese que siempre quiere saber más. Y yo sé que Jordi, con su particular estilo de explicar, su talento divulgador, su claridad para exponer y su pasión por la ciencia, habrá triunfado no si consigue darte una respuesta rigurosa a tus cuestiones, sino si esa respuesta trae nuevas preguntas a tu mente, si te devuelve esa esencia de niño. Es un juego eterno, infinito, donde el límite está en los mismos límites del universo.

Albert Einstein es reconocido como uno de los mayores genios de la historia de la humanidad, quizá solo superado por el eterno Isaac Newton. Con tan solo veinticuatro años y fuera del mundo de la investigación, Einstein revolucionaría la física desde sus cimientos, se atrevería a derribar la visión del universo de Newton, transformando la imagen que tenemos de espacio y tiempo, reescribiendo los libros de física desde cero. Los trabajos de Einstein de 1905 y 1915 desafían a los historiadores porque aúnan sagacidad, ingenio, creatividad, talento, originalidad e intuición supliendo sus no tan deslumbrantes habilidades matemáticas. Aún se preguntan cómo pudo, cómo fue posible tal hazaña. Sus obras de verdad elevan a la humanidad como especie y las podemos situar a la altura del Hamlet de Shakespeare, el David de Miguel Ángel o la Quinta sinfonía de Beethoven. Es el último edificio lógico-matemático levantado por una única mente.

Y después de todo, de grandes honores, alabanzas y reconocimientos, cuando le preguntaban a Albert Einstein qué lo hacía especial, él lo tenía claro: «No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso».

Einstein, como Jordi, como espero que tú, nunca dejó de ser un niño. Un niño que jugaba buscando entre las piedras de la playa una que fuera diferente. Eso es lo que le hacía especial. Y todo para él cambió un día, el día en que su padre le mostró una brújula y le hizo una pregunta, su gran descubrimiento. Desde entonces ya nunca dejaría de hacerlo.

Y es así como empiezan todas las grandes historias de la ciencia, con asombro, curiosidad y admiración por un mundo que no deja de maravillarnos con la gran riqueza que esconde, y de la que solo te separa esa traviesa y juguetona pregunta.

JAVIER SANTAOLALLA

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