Reina

Reina


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Cuando me despierto, parece que tengo un coro de bailarines irlandeses zapateando en la cabeza. Me doy la vuelta en la cama, desnuda y cubierta por la sábana y el cobertor, y no tengo ni idea de cómo he llegado aquí ni de cómo conseguí desnudarme.

Le echo un vistazo al reloj y veo que es casi la una de la tarde.

—Mierda. —Me he perdido casi todas las charlas de la mañana. No eran tan importantes como las del principio de la convención, seguramente porque muchos se iban antes de que acabara, pero no está bien de todas formas. Es mi primera convención, y quiero aprovecharla al máximo.

Me siento en la cama y aparto la sábana. Una nota cae al suelo, como si hubiera estado a mi lado. Cuando me agacho para recogerla, tengo la sensación de que todo lo que he consumido en los últimos días se me sube a la garganta.

Estoy demasiado mayor para lo que fuera que pasó anoche, joder.

Nunca he sido de las que se desmayan por el alcohol, porque tengo más tolerancia que la mayoría de las personas, pero los recuerdos de anoche son, como mucho, difusos.

Recuerdo la destilería. Guinness. Comer. Pasear por Temple Bar y entrar en más de un pub. Pero lo demás está muy borroso.

Cuando se me calma el estómago, me agacho para recoger la nota.

Hay café caliente en el salón. Medicina en la mesita de noche para la cabeza.

Bebe agua. Dúchate y pide algo de comer.

Tus estilistas llegarán a las cinco.

No hay firma, pero reconozco esa letra.

La última parte me desconcierta. ¿Estilistas?

Luego recuerdo que esta noche será la última de la convención, y que se va a celebrar la fiesta de clausura con la entrega de premios al mejor whisky y a la mejor bebida espirituosa, cuya cata ha tenido lugar a lo largo de toda la semana. Seven Sinners no ha participado porque yo no pensaba venir.

Tal como me siento ahora mismo, no estoy segura de volver a ser persona para esa hora, pero me levanto y mantengo el equilibrio. Me imagino su voz autoritaria al ordenarme que lo obedezca y, aunque para mí lo más normal es rebelarme, no pienso hacerlo.

Claro que mi estómago tiene otros planes y tengo que salir corriendo al cuarto de baño.

¡Uf!

Después de echar hasta la primera papilla, me enjuago la boca, me lavo los dientes y bebo un poco de agua para tragarme las pastillas de ibuprofeno que encuentro en la mesita de noche. Ahora mismo, el café es demasiado. Cuando el estómago deja de darme saltos, me meto en la ducha.

La comida ya vendrá después, porque ahora me parece un plan horrible.

Después de pasar lo que se me antoja un año bajo el chorro de agua caliente, me obligo a cerrar el grifo y a salir de la ducha.

—Toma.

Doy un grito cuando Lachlan me ofrece una mullida toalla de baño.

¿Lachlan? ¿Cuándo narices ha pasado a ser Lachlan?

Cojo la toalla y me envuelvo con ella, ya que me siento más desnuda que antes, sin importarme que ya haya visto cada centímetro de mi cuerpo.

—¿Has pedido algo de comer?

—Todavía no.

—Bien. He pedido algo al servicio de habitaciones.

Alucinada por mi cambio de actitud, ni le pregunto qué ha pedido.

—¿Qué pasó anoche?

—Bebiste un poco más de lo que pensábamos.

Me subo un poco la toalla, remetiendo un pico por debajo de la pasada anterior para que no se me caiga, antes de mirarlo a los ojos.

—Ya sabes a lo que me refiero.

Aprieto los labios, porque quiero exigirle detalles, pero ya sé que no me los va a dar.

—Creo que eres más terco incluso que yo.

Eso sí le provoca una reacción. Una minúscula sonrisilla torcida.

—Pero por un pelo nada más.

—¿No vas a decirme nada?

Alguien llama a la puerta de la

suite y él se vuelve, pasando de la pregunta.

—Voy a abrir. Y tú vas a comer algo.

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