Reina

Reina


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Retazos de la noche anterior acuden a mi memoria mientras Brigid y Briana me peinan, me maquillan y me hacen la manicura.

Han estado parloteando con un acento monísimo y me han preguntado qué he visto y qué he hecho en Dublín. He tenido que esforzarme para recordar esos retazos.

—Estoy casi segura de que bailamos en un pub… —Me sale más como una pregunta, porque, aunque tengo unos vagos recuerdos, me cuesta imaginarme a Mount, al que al parecer estuve llamando Lachlan anoche, haciendo algo así.

—Parece que el

craic fue genial —dice una de ellas. Se me ha olvidado quién es quién nada más entrar por la puerta.

—¿Crack? No me meto esa mierda.

Las dos se echaron a reír.

—Crack no. El

craic. La diversión. El buen rato. Tienes que mejorar tu gaélico. Aunque tienes acento norteamericano, con tu aspecto encajas muy bien aquí.

Mientras me enseñan expresiones irlandesas, mi mente vaga por otros derroteros. Por la noche anterior, cuando tuve la sensación de intentar montar un rompecabezas de mil piezas sin dibujo con el que guiarme.

Ahora, mientras me cruzo nuestra

suite para reunirme con Lachlan, algo ha cambiado. Lo siento en la médula de los huesos, y eso me aterra.

Luego recuerdo lo que dije.

«Baila conmigo, Lachlan. Baila conmigo en Dublín».

Y lo hizo. Recuerdo el calor de su cuerpo pegado al mío mientras nos mecíamos con las baladas, y sus fuertes manos en la cintura, cuando me levantó como si pesara menos que una pluma.

El hombre al que creía un monstruo me ha dado la mejor semana de mi vida y, por lo que recuerdo, la mejor noche de mi vida, y no tengo la menor idea de cómo asimilarlo.

Se suponía que solo iba a ser sexo. El pago de una deuda. Pero ha escapado a todo control, y ahora me aterra que se esté convirtiendo en algo totalmente distinto… algo que es imposible.

Sé que tengo que concentrarme en lo que fue al principio: sexo. Necesito borrar mis recuerdos incompletos de anoche, porque son demasiado bonitos para ser verdad.

El hombre que bailó conmigo en un pub en la ciudad que llevo toda la vida queriendo visitar nunca podrá ofrecerme un final feliz como el que en otro tiempo creía estar a punto de conseguir. Y no porque sea un estafador como Brett, sino porque es Lachlan Mount.

Tengo que recordarme que, para él, solo soy una posesión, y que nunca podremos ser nada más.

Me detengo a un paso de Lachlan. No, de Mount, me recuerdo. Extiendo un brazo con una osadía que no tenía antes y le pongo la mano en la polla.

Se queda sin aliento, sin duda sorprendido por el gesto.

«¿Lo ves? Puedo hacerlo». Sea lo que sea que pasara anoche, se me olvidará y volveremos al lugar que nos corresponde.

—No, desde luego que no hay diminutivos que valgan. —Me humedezco los labios, que no llevo pintados porque les dije a Brigid y a Briana que yo me encargaría de eso, por si comíamos antes.

—Con eso no ayudas precisamente. —Su voz suena ronca y grave, como si le estuviera costando la misma vida contenerse.

—¿Quieres bajar así? —Levanto la vista y lo miro a los ojos un segundo, antes de volver a apartarla. Su mirada es demasiado intensa para mí—. Si entras en el salón de baile así, te garantizo que ninguna de las mujeres será capaz de apartar la vista.

Me levanta la barbilla con delicadeza, pero de todas formas me obliga a mirarlo a los ojos.

—¿Te molestaría eso?

El afán posesivo me abruma de golpe, como si tuviera delante un incendio.

—Tal vez —respondo y me encojo de hombros.

—En ese caso, ocúpate del asunto.

Sus palabras son un desafío que cree que voy a rechazar. Pero después de lo de anoche, ya no tengo ni idea de lo que quiero de verdad, salvo destruir los cuentos de hadas en los que acabo creyendo, aunque solo existan durante un segundo.

Me aparto el vestido para arrodillarme delante de él, y luego lo miro con expresión elocuente.

—Cuidadito con estropearme el peinado.

Aprieta las manos como si quisiera hacerlo, pero se obliga a aferrar la barra que tiene detrás.

Le desabrocho el botón y le bajo la cremallera, y por fin le rodeo la dura polla con la mano. Esta vez me siento poderosa.

—¿Qué me dices del maquillaje? —me pregunta con voz estrangulada.

—Mientras no te corras en mi cara, no pasará nada.

Como no me contesta, agacho la cabeza lo justo para lamerle la gota que tiene en la punta.

Cuando gime, me aparto.

—¿Trato hecho?

—Sí. Me cago en la puta, Keira. ¿Quieres obligarme a que te suplique?

—Sería bonito para variar.

Me mira y gruñe.

—Inténtalo a ver si lo consigues.

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