Reina

Reina


38 Keira

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—Joder.

La satisfacción que me invade cuando echa la cabeza hacia atrás y suelta el taco mientras le agarro los testículos con una mano y me meto todavía más su polla en la boca seguramente sea enfermiza, pero me da igual. Tan pronto como me lanzó el desafío, me decidí a acometer la misión.

Hemos retomado la lucha de poder que comprendo, pero esta vez yo tengo la ventaja.

Bajo la cabeza para meterme un testículo en la boca y luego el otro, y el gemido que suelta reverbera en la estancia. Estoy convencida de que va a pasar de lo que le he dicho y de que va a acabar despeinándome, lo que nos dará un motivo para no salir de la habitación, pero no lo hace.

Está respetando mi petición, y eso aumenta un poco más el poder que siento ahora mismo.

Le acaricio la polla, alternando entre la boca y la mano, pero sin soltarle los testículos, y lo miro a través de las pestañas. Esa mirada oscura me atraviesa, y el deseo y la necesidad descarnada que transmite están a punto de obligarme a tirar por la borda la ventaja que tengo. Oírlo suplicar no es nada comparado con la idea de que me ponga en pie, me dé media vuelta y me la meta por detrás.

Ahora mismo no sé lo que dice eso de mí ni me importa.

—¿Te lo vas a tragar todo cuando me corra en tu garganta? —me pregunta, y niego con la cabeza. Lo veo fruncir el ceño, confundido, y me la saco de la boca—. ¿A qué coño estás jugando?

Me pongo en pie lentamente.

—No estoy jugando. Esta vez no.

Sus ojos parecen lava ardiente.

—Quieres que te folle, ¿verdad?

Asiento con la cabeza.

—Menos mal.

No sigue el guion que he imaginado en mi cabeza, pero ¿cuándo lo ha hecho? En cambio, me lleva hasta el sofá, me levanta el vestido para quitarlo de en medio y me inclina hacia el respaldo. Contiene el aliento cuando descubre que no llevo bragas.

—Qué putilla eres. Cuando entremos en la fiesta, todavía vas a sentirme bien dentro. ¿Eso es lo que quieres?

—Sí —susurro.

—Más alto.

—¡Sí, joder!

—Pues agárrate fuerte, porque no pienso reprimirme.

Mount es fiel a su palabra. Una hora más tarde, después de haberme arreglado el maquillaje y los mechones de pelo que se me han escapado, todavía lo siento entre las piernas.

Me tiemblan un poco las rodillas cuando llegamos a la fiesta. Joder, me siguen temblando incluso después de beberme la primera copa. Es el Efecto Mount, decido.

Veinte minutos después, todo el mundo mira hacia el escenario cuando aparece el maestro de ceremonias para anunciar los ganadores de los premios. Sonrío mientras aplaudo, y desearía haber sabido de antemano que iba a asistir, porque Seven Sinners es tan bueno como muchas de las marcas que van a llevarse un premio a casa esta noche, si no mejor.

Abro la boca para decirle a Mount que necesito otra copa, pero el maestro de ceremonias anuncia la categoría de whisky irlandés destilado en Estados Unidos y guardo silencio porque sé que ese es el que podríamos haber ganado.

—Y el ganador es… —Abre el sobre de forma teatral para darle emoción y sigue—: La Destilería Seven Sinners de Nueva Orleans.

Miro a un lado y a otro, preguntándome si los demás lo han oído o si todavía estoy bajo los efectos del alcohol, alucinando. ¿Cómo es posible?

La mano de Mount abandona la base de mi espalda y me rodea la cintura para pegarme a él. Lo miro, embargada por el asombro y la confusión.

—¿Has sido tú? ¿Has hecho algo para que ganemos?

Lo niega con la cabeza.

—Lo único que he hecho ha sido asegurarme de que entrabais en la competición, aunque fuera tarde. Seven Sinners ha ganado por méritos propios.

—¡Dios mío! —Me invade una euforia arrolladora y vertiginosa.

Mount señala el escenario con un gesto de la cabeza.

—Creo que tienes que ir a recibir el premio.

Con su mano en la base de la espalda, avanzamos entre la multitud, pero subo sola la escalera hasta el escenario. Me tiembla la mano mientras recibo el galardón, una estatua que simboliza una botella de cristal, y estrecho la del maestro de ceremonias.

—Gracias. —Observo la multitud desde el escenario en busca de una cara. Y no es la de mis competidores.

Es la suya.

Cuando la encuentro, me recorre otra oleada de felicidad. Está sonriendo, y creo que es un gesto que solo recuerdo haber visto en mis distorsionados recuerdos de la noche anterior.

Una sonrisa deslumbrante, tal como siempre he pensado que sería.

El maestro de ceremonias asiente con la cabeza.

—Es un placer, señora Kilgore.

Trago saliva para contener las emociones que amenazan con explotar en mi pecho y regreso hacia la escalera. Mount me está esperando abajo con una expresión sorprendente en la cara.

Orgullo.

—Felicidades, señora directora.

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