Reina

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—¿Dónde coño está?

—En su apartamento. Salió y no nos dimos cuenta porque… en fin, porque estábamos vigilando lo que pasaba en la sala de

blackjack. Pero intentamos ponernos en contacto contigo en cuanto lo descubrimos —me dice L, uno de los encargados de la sala de control, por teléfono—. V ya va de camino. No ha querido esperar.

V se ha ganado un puto aumento.

—¿Qué coño ha pasado? ¿Cómo ha podido salir sin que la vierais?

L no se anda por las ramas. Sabe que no tolero excusas.

—La hemos cagado, jefe. Ni siquiera la tenía en el monitor, porque hasta ahora no había intentado escapar. No esperaba que lo hiciera.

—Ya hablaremos luego —mascullo y corto la llamada.

Ahora mismo solo me importa Keira.

No leo los ocho mensajes de texto que me ha mandado V, pero estoy seguro de que entre esos mensajes y las llamadas perdidas de la sala de control, me habría enterado mucho antes de su huida si no hubiera estado ventilando mi frustración por no poder follármela hasta someterla.

Me encamino al garaje donde se encuentran algunos de mis coches y cojo las llaves del Porsche 918 Spyder. No estoy para tonterías, y este es el coche más rápido que tengo ahora mismo.

Acelero el motor mientras pulso un botón situado en el volante que me permite ver las imágenes en directo del sistema de videovigilancia al que solo yo tengo acceso. Una vez que cobra vida en la pantallita del salpicadero, pulso el botón de nuevo y voy alternando entre distintas cámaras hasta que veo a Keira en el dormitorio de su apartamento. Espero unos minutos y observo cómo encuentra la caja y la lanza contra la pared. Después me insulta cuando descubre lo que contiene.

Sabía que llegaría el día en el que escaparía o en el que yo la dejaría volver a su apartamento. He querido decirle cientos de veces que la noche del baile de máscaras era yo, pero sabía que eso no haría que disminuyera el odio que me profesa. Así que ¿por qué he dejado ahí la prueba? Porque parte de mí siempre ha querido que ella supiera la verdad.

Todavía me pongo malo cada vez que pienso que yo creía que me estaba esperando a mí y no a ese capullo de Brett.

El motor ruge y salgo del garaje a la calle desierta quemando rueda. Sé cuál es la ruta más rápida a su apartamento, porque durante los últimos meses he conducido hasta allí más veces de las que estoy dispuesto a admitir.

Puedo ser un hombre brutal, pero si hay algo que he aprendido a lo largo de los años, es que la paciencia tiene su recompensa. Conseguir a Keira es la prueba más importante que lo demuestra.

Esquivo a los pocos peatones que me encuentro, me salto un semáforo en rojo y aferro el volante con fuerza mientras suelto un taco porque, al doblar una curva, pierdo el control de las ruedas traseras. Mantengo un ojo en la carretera mientras conduzco como un poseso al mismo tiempo que miro la pantallita hasta que ella sale del dormitorio, y pulso el botón para cambiar a la cámara del salón.

La imagen que me muestra hace que pise a fondo el acelerador y que el motor ruja mientras avanzo por las calles. Brett Hyde, esa sabandija inútil, se ha levantado de la tumba.

Y si algo tengo claro como el agua es que esta nueva vida no va a durarle mucho.

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