Reina

Reina


7 Mount

Página 9 de 45

7

M

o

u

n

t

Volvemos a la casa sumidos en un silencio tenso. Casi le digo a V que la lleve él, pero no estoy preparado para perderla de vista. Además, estoy decidido a conseguir las respuestas que quiero antes de que acabe la noche.

En al menos tres ocasiones, Keira abre la boca como si quisiera decir algo, pero la cierra de golpe antes de pronunciar una sola palabra. Ninguno de los dos está dispuesto a ceder un milímetro. Si le doy la mano, ella se tomará el brazo. Y si ella lo hace, yo me tomaré su cuerpo entero.

Cuando doblo en la última curva, V me hace señales con las luces para indicarme que va a aparcar en el garaje, donde están algunos de los otros coches.

—¿De verdad me vas a permitir ver dónde vives? —me pregunta, sorprendida.

—Tampoco es que sea un secreto ahora que te has escapado —respondo, y con el rabillo del ojo la veo morderse el labio inferior.

—Cierto. —En voz más baja, añade—: Pero ojalá no lo hubiera hecho.

Su confesión me deja de piedra, pero en vez de demostrarle alguna reacción, me concentro en aparcar y en salir del puto coche antes de que el olor a sexo que emana de su cuerpo me vuelva más loco de lo que es evidente que ya estoy.

Aparco el Spyder junto a un McLaren y un Ferrari, y apago el motor. Cuando la puerta del garaje se empieza a cerrar a nuestra espalda, se me acaba la paciencia.

—Cuéntame todas y cada una de las palabras que te ha dicho.

En vez de protestar como la fierecilla a la que me he acostumbrado, Keira suspira.

—Voy a necesitar una copa para esto.

Abro la puerta y la luz del techo se enciende, permitiéndome verle mejor la cara que con las luces del garaje. Me cuesta descifrar su expresión. Saciada, derrotada, pero desafiante a la vez. Cada vez que creo que por fin la tengo calada, me doy cuenta de que ninguna de mis escalas habituales funciona con Keira Kilgore. Es la excepción a todo lo que creía saber.

—Vamos.

Salgo del coche, y ella sigue intentando encontrar la palanca para abrir la puerta cuando rodeo el capó y se la abro, tras lo cual la cojo de la mano y la insto a salir.

—Dichosos deportivos.

—Lo dice la misma que conduce uno que casi no arranca.

Tensa los hombros al oír el insulto.

—Perdona, pero yo no gano una millonada de dinero negro con la que hacerme una megacolección de coches.

—Ganas dinero alimentando la adicción de los demás. ¿En qué se diferencia de lo que hago yo? Los dos estamos en el negocio del pecado, pero en campos distintos.

—Ni siquiera sé qué coño haces de verdad. Y no me compares con un traficante de drogas. Mi negocio es absolutamente legal. —Lo dice con un tonillo de superioridad y la barbilla en alto.

En vez de tratar el tema de que no sabe lo que hago en realidad, algo que no pienso explicarle en la vida, me concentro en lo único que no puede negar.

—Dime que el alcoholismo no puede ser tan destructivo como la drogadicción.

—¡Es distinto!

—Tú sigue repitiéndotelo, guapa, pero bájate del pedestal de vez en cuando y reconoce que lo que haces tampoco es tan puro e inocente.

Cierra la boca de golpe, y supongo que lo hace porque no sabe qué responder. Pero me equivoco.

—Llévame adonde tengas el licor. Y mejor que sea del bueno.

Recuerdo el whisky irlandés que estuve a punto de beberme antes, pero que fui incapaz de hacerlo porque no quería alimentar la obsesión que ella me provoca. Después de esta noche, el objetivo se ha ido a la puta mierda.

—Tengo lo mejor de todo, y eso incluye el licor.

La cojo de la mano y la llevo hasta una puerta secreta en el garaje, que conduce al laberinto interior de pasillos, en vez de usar la entrada normal.

Intenta soltarse, pero soy más fuerte. Al final, acaba por rendirse y se decanta por hacerme preguntas.

—¿Cuánto te ha costado construir todo esto? ¿O ya estaba aquí? ¿Eso son mirillas? Ay, madre del amor hermoso, ¿tienes mirillas en mi habitación? —Se detiene en seco y me obliga a pararme.

Me vuelvo un poco, lo justo para captar su mirada espantada.

—¿Para qué iba a necesitar mirillas cuando tengo cámaras en todos los ángulos de tus habitaciones?

Se queda boquiabierta y luego masculla, furiosa:

—¡No puedo creer que permitas que más personas me observen! ¡Que nos observen a los dos! —Levanta la mano libre como si fuera a abofetearme de nuevo, pero se la atrapo en el aire, una habilidad que está resultando de lo más útil al tratar con esta feroz pelirroja.

—Esta noche has gastado tu única oportunidad gratis. La próxima vez que intentes pegarme, me lo cobraré en tu culo con creces. Los actos tienen consecuencias. Sobre todo si otros nos observan.

No sé qué parte de lo que he dicho por fin penetra su cerebro, pero afloja la mano.

—¿De verdad crees que dejaría que alguien te viera las tetas, el culo o el coño? Eres mía, y no comparto, joder. Nadie tiene acceso a esas imágenes, solo yo. La sala de control solo monitoriza tu localizador GPS, y cuando me alertaron, entré en el sistema de videovigilancia privado.

Echa la cabeza hacia atrás.

—¿Localizador? ¿Llevo encima un localizador? —Su voz se vuelve más aguda al tiempo que se palpa la ropa, que mi personal le ha proporcionado en su totalidad. Cuando se toca la cadena con los dedos, se queda boquiabierta—. No es un candado, ¿verdad? Me has puesto un chip como si fuera un puto perro.

—Deja de usar esa palabra para hablar de ti. Puede que a veces te comportes como una perra, pero, joder, no eres ni la mitad de obediente. Da gracias de que lo tuvieras encima esta noche. ¿Qué te habría pasado si V y yo no hubiéramos aparecido?

Al ver que se da un tirón de la cadena hasta que casi se hace sangre, cierro los dedos en torno a los suyos y la detengo.

—Ya vale. No se va a soltar.

Me fulmina con la mirada, y veo en sus ojos lo que quiere decirme, pero que tiene prohibido pronunciar: «Te odio».

Al menos, está aprendiendo.

Llegamos a la entrada secreta de la biblioteca y la pego a mi pecho.

Se debate contra mí, pero la abrazo con más fuerza.

—Para ya, Keira.

La plataforma gira, y la suelto en cuanto estamos en la biblioteca.

Cruza la estancia como si se muriera por alejarse de mí.

«Puedes intentarlo hasta que te hartes, fierecilla. Pero no te va a servir de nada».

Se detiene delante del mueble bar con las licoreras, sin esperar a que le sirva la bebida.

Le quita el tapón a una de las licoreras, huele el contenido y arruga la nariz, antes de repetir el proceso con otra. Lo hace de nuevo hasta que se da media vuelta para mirarme a la cara, y sé exactamente qué licorera tiene en la mano.

—¿Cómo has conseguido el Espíritu de Nueva Orleans? Solo se puede conseguir en nuestro restaurante, y estoy segurísima de que no te he mandado botellas de promoción.

La miro con una cara que solo se puede interpretar de una forma: «¿De verdad me estás haciendo esa pregunta?»

Keira pone los ojos en blanco.

—Cuando descubra quién te lo ha pasado, voy a ponerlo de patitas en la calle. Lo sabes, ¿verdad?

Se me escapa una carcajada que nos sorprende a los dos.

—Como si necesitara la ayuda de un infiltrado. Tú, en cambio, tienes que mejorar la seguridad de tus almacenes.

La estupefacción más absoluta se refleja en su cara.

—¿Me has robado un barril de mi mejor whisky? ¿Cómo te atreves…?

—Me atrevo a lo que me da la puta gana. Cualquier día de estos te darás cuenta.

Se le escapa un gruñido al tiempo que se da media vuelta y se sirve un vaso, que se bebe del tirón.

—Eres…

Acorto la distancia que nos separan y apoyo las manos en el mueble, a ambos lados de su cuerpo, arrinconándola contra mí. Tensa la espalda cuando se la toco con el torso.

—¿Qué soy, Keira? Dímelo. —Casi le rozo la oreja con los labios.

Gruñe de nuevo, frustrada, y quiero devorarla, joder.

—Imposible. Eres imposible.

Con una sonrisilla ufana, agacho la cabeza para apoyar la nariz contra la curva de su cuello, allí donde se une con el hombro, y aspiro su aroma.

—Y tú hueles a mí y a sexo sucio e increíble. Anda, sírveme un puto whisky y cuéntame qué coño ha pasado.

Tengo que reconocerle el mérito: no le tiembla la mano mientras se sirve tres dedos en su vaso y me pone otro a mí. Me aparto y espero a que se dé la vuelta. Cuando lo hace, la estupefacción que le hayan podido causar mis palabras no se refleja en su cara.

Impresionante…

Acepto el vaso que me ofrece mientras ella bebe un sorbo del suyo, con los ojos cerrados para paladear el licor, y me obligo a apartar la vista antes de que se me ponga dura con solo verla beber whisky.

Se aparta el vaso de los labios y comienza a hablar como si esos momentos no hubieran pasado. Una vez más, me impresiona la tranquilidad que proyecta.

—Siempre se me olvida lo bueno que es. Te juro que me podría beber la botella entera. —Cuando la miro con los ojos entrecerrados, pone los ojos en blanco—. Ya sabes que prácticamente me han criado con whisky irlandés. Tengo un estómago de hierro.

—No te vas a beber la botella entera esta noche. —Me aparto para apoyarme en uno de los sillones, suelto el vaso sin haber bebido un solo sorbo y me cruzo de brazos—. Me vas a contar qué te ha dicho ese desgraciado.

Una sonrisilla tristona aparece en sus labios mientras clava la mirada en su vaso.

—Qué gracioso, algo en lo que estamos de acuerdo. Brett Hyde es un desgraciado. —Levanta la vista del vaso, y sus ojos verdes me miran con expresión furiosa—. Ha amenazado a mis padres. Me ha dicho que si no hago lo que me dice, hará que asesinen a mis padres y a mis hermanas.

Recuerdo la foto que ordené que les hicieran a sus padres mientras le pormenorizaba todo lo que iba a perder para obligarla a aceptar mi trato.

—¿Y crees que es capaz de algo así?

—Tal vez no, pero me entregué a ti para protegerlos. ¿Qué te hace pensar que no me voy a tomar en serio su amenaza?

Descruzo los brazos y cojo el vaso para, por fin, beber un sorbo de whisky.

—¿Qué te ha dicho que hagas?

—Se supone que tengo que ir mañana al banco y sacar una gran cantidad de dinero. Lo máximo que pueda sacar sin la aprobación de mi padre.

Aprieto el vaso de cristal con tanta fuerza que casi lo hago añicos. «Menudo cabrón avaricioso».

—¿Cómo sabía que tenías efectivo en la cuenta?

Se encoge de hombros.

—Yo ni siquiera lo sabía hasta que me enseñó el saldo en el móvil, con la aplicación del banco. No se me pasó por la cabeza denegarle el acceso porque ¡creía que estaba muerto! —Me lanza las últimas palabras como si fueran una acusación al tiempo que entrecierra los ojos—. Y no creas que no me cabrea que intentaras aumentar la deuda que tengo contigo. Menuda gilipollez. No te he pedido ese dinero. No he pedido nada de esto.

Me pellizco el puente de la nariz.

—Te he prestado el efectivo necesario para poder pagar las nóminas del mes. El cheque del depósito para el evento de los Voodoo Kings no se hará efectivo hasta unos días después de la fecha para la que lo necesitas. ¿O querías que se rechazara el pago de las nóminas de tus empleados?

Se queda blanca de repente.

—¿Cómo lo sabes?

—En lo referente a ti y a tu negocio, lo sé todo.

—Con la excepción, al parecer, de que mi difunto marido se negaría a seguir muerto. —Me da la espalda y empieza a andar de un lado para otro, algo que según me he dado cuenta es una de sus costumbres—. ¿Por qué iba a anular su acceso a las cuentas del banco una vez muerto? Estaba muerto, por favor, así que no me preocupaba que intentase robarle dinero a la destilería. —Da media vuelta al llegar al final de la habitación y me mira echando chispas por los ojos—. Pero no estaba muerto, y ojalá lo hubiera sabido, porque podría haber impedido que recibiera una alerta cuando el saldo pasó de cierta cantidad. Porque tampoco sabía que se podía hacer algo así.

«El que nace ladrón, ladrón se muere». La verdad, me sorprende que Brett haya sido tan listo como para organizar algo así. Firmó su sentencia de muerte cuando volvió a asomar, y esta vez va a ser incluso más dolorosa que la primera. No solo por lo que le ha hecho pasar a Keira esta noche, sino desde que se casó con ella.

—¿Por qué no me ha dicho que se lo transfiera a una cuenta corriente en un paraíso fiscal? Eso habría sido lo más inteligente. Es un cabrón imbécil, pero no es tonto. Sacar el dinero en efectivo deja muchos cabos sueltos que pueden acabar mal.

Empieza a andar de un lado para otro de nuevo, apurando el whisky mientras se pasea por la biblioteca.

—No estoy habilitada para hacer transferencias y Brett tampoco. Solo mi padre puede hacerlo, y ni de coña podría explicarle por qué necesito que transfiera el dinero a una cuenta en el extranjero. ¿Te haces una idea de todas las preguntas que provocaría eso? Y la menos problemática sería que de dónde coño he sacado tanto dinero. —Cuando se acerca a mí, la fachada que ha estado manteniendo se quiebra, al igual que se le quiebra la voz—. Pero me ha dicho que los matará a todos si no le obedezco, así que no me queda alternativa. Mañana por la mañana iré al banco y después, Dios mediante, se terminará todo.

Suelto el vaso en la mesa y la intercepto, obligándola a detenerse y luego a mirarme cuando le pongo las manos en los hombros.

—Si le das dinero, volverá a por más. Así funciona esto.

—¿Y qué coño hago? No puedo permitir que mi familia sufra por mi mala cabeza.

La sujeto con más fuerza para asegurarme de que me presta toda su atención. Cuando me mira a los ojos, repito la promesa que le hice antes.

—Nadie los tocará.

—Júramelo.

—Ya lo he hecho.

—Necesito oírlo de nuevo.

Le doy un apretón en los hombros.

—Nunca me repito.

Se muerde el labio inferior, y vendería mi alma por saber qué está pensando.

—Vale. Pero si no lo haces, esto se acabó.

—Esa decisión no es tuya. Pero te voy a prometer algo más: puede que Brett Hyde haya vuelto de la tumba, pero no pasará mucho antes de que vuelvas a ser viuda.

Ir a la siguiente página

Report Page