Reina

Reina


10 Keira

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Es evidente que la llamada está llegando a su fin, lo que significa que ha llegado la hora de que yo elija. Antes juré que no lo besaría y él me hizo atravesar esa línea roja. Le dije que nunca me arrodillaría para hacerle una mamada, pero teniendo en cuenta la alternativa y el hecho de que su polla es más gruesa que el dilatador, sé cuál va a ser mi elección.

Mount está rompiendo mis reglas una a una, y cada vez que lo hace, pierdo una parte de la mujer que siempre he sido, pero gano un trozo de la mujer que nunca supe que podía ser.

Por fin entiendo el motivo de que se llame «intercambio de poder», aunque en el caso de Mount y mío es más acertado llamarlo «lucha de poder».

Él arrebata. Yo lucho.

Él amenaza. Yo me rebelo.

Él provoca. Yo discuto.

Es un ciclo sin fin y, llegados a este punto, mientras su lengua acaricia la entrada de mi cuerpo, no sé si quiero continuarlo hoy.

En cambio, le entierro las manos en el pelo y presiono hacia atrás, pero hay una verdad universal innegable: Mount es más fuerte que yo. Levanta la cabeza y esboza una sonrisa perversa mientras me penetra con dos dedos.

—De acuerdo —dice el japonés.

—De acuerdo —se suma el italiano.

—De acuerdo —añade Mount, aunque me pregunto si sabe exactamente a qué se ha comprometido—. Caballeros, si eso es todo, tengo otro asunto que atender, así que cualquier detalle que debamos añadir se comentará por mensaje de correo electrónico.

Los tres se despiden y Mount por fin corta la llamada. Me saca los dedos del coño y se los chupa.

—¿Qué has decidido? ¿Culo o boca?

Levanto la barbilla para recordarle que no puedo contestarle.

—Puedes señalar. Si voy a metértela por el culo, no hace falta que te quite la mordaza —dice, con el asomo de una sonrisa en los labios.

Gilipollas arrogante. Se lo pasa en grande provocándome. Espera que me rebele, incluso lo desea. Empiezo a reconocer sus trucos, así que algo es algo.

Levanto una mano. Uso el dedo corazón para señalar la mordaza de bola que tengo en la boca.

El deseo se apodera de su expresión.

—Ya era hora, joder.

Suena el teléfono otra vez y lo mira.

—Justo a tiempo para mi siguiente llamada. —Su mirada me atraviesa—. Arrodíllate.

Otra vez con la lucha de poder, pero en esta ocasión decido desestabilizarlo, porque cree que sabe cuál va a ser mi reacción.

Hoy no.

Hoy voy a demostrarle a Mount lo que se siente cuando le arrebatan el férreo control que ejerce sobre su cuerpo.

Espero que no haya planeado prestarle atención a la llamada telefónica, porque no va a enterarse de nada.

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