Reina
11 Mount
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El color rojo de su pelo no le hace justicia a su temperamento. Keira Kilgore posee un espíritu combativo como no he visto en ninguna otra mujer.
Ese gesto con el dedo corazón va a suponerle un castigo, de los que menos le gustan si no me equivoco mucho: nada de orgasmos. De esa manera me insultará y tendré otro motivo para inclinarla sobre mi regazo y darle unos azotes en el culo, donde ahora mismo lleva un dilatador algo más pequeño que mi polla, aunque se está adaptando al tamaño.
Pronto estará lista.
Pero antes voy a conseguir algo que llevo esperando desde aquella primera noche.
Me siento en el sillón y señalo el espacio entre mis piernas con un gesto de la cabeza. El brillo rebelde que reluce en sus ojos me dice que tiene planes para mí.
Exactamente la prueba que necesito para demostrarme que, sin importar lo que pase, no ostenta el poder para distraerme de mis negocios.
Keira no es una debilidad, me juro mientras se arrodilla. Ya siento el triunfo correrme por las venas mientras le desabrocho la correa de la mordaza.
La veo estirar la mandíbula primero hacia un lado y luego hacia el otro, sin duda tiene el mentón tenso después de haber llevado una mordaza de bola por primera vez, pero juro que no será la última. No siempre necesito que Keira me diga lo que opina de mí; lo veo claramente en su cara. No tiene barreras. No lleva máscaras. Su cara es un libro abierto.
Ahora mismo está pensando que es capaz de destruir mi concentración y de arrebatarme el control.
«Eso no va a pasar nunca, fierecilla».
Me sorprende al ver que no intenta hablar. A lo mejor es por la voz de acento mexicano con la que sigo hablando de forma rutinaria, o tal vez porque está muy concentrada en su tarea. En cualquier caso, se me tensan los cuádriceps cuando me desabrocha el botón de la bragueta y me baja la cremallera, dejándome la polla a la vista. Su pelo rojo cae hacia delante, ocultando tanto su boca como mi polla.
Ni hablar.
Voy a mirar mientras me la come enterita, aunque tenga que ponerme de pie y guiarla en el proceso para enseñarle los trucos a fin de que controle las arcadas.
Le entierro las manos en el pelo y se lo aparto de la cara mientras la ayudo a moverse. Me acaricia el glande con la lengua, y su falta de técnica me provoca la misma sensación de conquista que experimenté cuando me dijo que nunca había practicado el sexo anal.
«¿Qué se siente al ser corrompida, Keira?» No hago la pregunta en voz alta y, en cambio, se lo pregunto con la mirada, aunque ella no capta la provocación, porque está concentrada en mi polla. No voy quejarme.
El entusiasmo que demuestra suple su falta de técnica en cuanto intenta comérmela entera. No es capaz de hacerlo. La lame mientras se la saca y después me la acaricia con la mano al tiempo que respira.
Joder, esa inexperiencia me la está poniendo todavía más dura y me está llevando al borde del orgasmo más rápido que la amante más experimentada que haya tenido.
Empiezo a distraerme de la llamada telefónica cuando ella intenta metérsela cada vez más adentro, pero las arcadas no se lo permiten.
Joder.
A la mierda la llamada.
Uno de los hombres que están al otro lado de la línea me pregunta algo, pero extiendo un brazo para cortar la llamada.
Los mexicanos van a cabrearse, pero me importa una mierda. Ahora mismo lo único que me importa es meterle la polla hasta la garganta a mi fierecilla irlandesa.
La veo levantar la cabeza cuando se da cuenta de que he cortado la llamada, y el movimiento hace que se aparte de mi polla, pero niego con la cabeza.
—No has acabado todavía, no hasta que te la comas entera.
Separa los labios, sin duda para protestar, pero me aprovecho del momento para tomarle la cara con una mano e introducirle el pulgar en la boca a fin de que no la cierre.
—Voy a metértela entera en la boca antes de que salgas de esta habitación. ¿Me entiendes?
En sus ojos brilla un desafío que me la pone todavía más dura. Le coloco la otra mano en la mejilla. Tengo su cara entre las palmas de las manos.
—Me voy a correr en tu boca y tú vas a chupármela como la viciosa que sabemos que eres. Como se te ocurra discutir conmigo, te pongo bocabajo sobre la mesa, te quito el dilatador y me corro en ese culito tan prieto que tienes.
En vez de mirarme con temor, que sería una reacción comprensible, se le dilatan las pupilas y aprieta los muslos, tras lo cual aparta una mano de mis rodillas para tocarse.
—Como te toques el coño, te pongo una pinza en el clítoris, por debajo del
piercing, y te haré gritar suplicando un orgasmo que no va a llegar nunca. —Mi amenaza la paraliza, y sigo—: Ponme la mano de nuevo en la rodilla.
Me mira otra vez con expresión desafiante, pero me obedece, y eso me excita más.
—¿Alguna vez has practicado el sexo oral en condiciones?
Ella traga saliva y niega con la cabeza.
Le introduzco los pulgares en la boca y la obligo a abrirla.
—Bien. Porque voy a enseñarte cómo se hace y, después, tendrás que pasar una prueba.
Cuando le abro la boca, se humedece los labios con la lengua, mojándome la punta de los dedos en el proceso.
—Muy bien, asegúrate de que esos labios tan follables están húmedos, porque la clase está a punto de empezar.
Me levanto sin apartarle los dedos de la boca y voy guiando la polla para meterla en el húmedo interior de esa boca. Keira gime en torno a ella, y la vibración del sonido me llega hasta las pelotas.
El teléfono suena de nuevo, y arranco el cable de un tirón.
Ni una interrupción más.
A la mierda el resto del mundo, porque voy a correrme en la garganta de Keira Kilgore.
Me he torturado durante meses imaginando que otro hombre la tocaba, con la certeza de que al final la tendría a mi merced. El momento ha llegado por fin, y me alegro de su falta de experiencia. Porque eso significa que ese inútil de Hyde no la atendió como debía hacerlo, de ahí que cada uno de mis encuentros con ella haya sido tan explosivo.
Keira necesita un hombre de verdad que le enseñe lo que se ha estado perdiendo, y aquí estoy yo para encargarme de esa tarea… y de ella.