Reina

Reina


16 Keira

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Sigo teniendo un solo conjunto para escoger, pero ¿la diferencia? Está en el vestidor de Mount. Supongo que podría intentar convertir una de sus camisas a medida en una especie de declaración estilística, con una de sus elegantes corbatas como cinturón.

La idea me cruza por la cabeza y la sopeso unos dos segundos antes de descolgar el vestido de rayas blancas y negras, y ponérmelo. Una vez más, es de diseñador, carísimo de cojones y me sienta como un guante. Oh, y la lencería que lo acompaña hasta incluye un tanga y un precioso sujetador de encaje, así que ya es algo.

Cuando abro la puerta de la habitación de Mount, V me está esperando fuera. Me lleva a trabajar en silencio, sin capucha, y me dejo el dilatador la hora estipulada antes de entrar a hurtadillas en el cuarto de baño para quitármelo. Después, me sumerjo en el trabajo y me encargo de un problema tras otro, hasta que casi puedo olvidarme de lo de esta mañana.

Casi.

Soy viuda.

No debería sorprenderme tanto, teniendo en cuenta que me he considerado así durante meses, pero saber que solo en este momento es verdad es totalmente distinto.

Debería sentir pena o algo, lo que sea, por el hecho de que Mount se «haya encargado» de Brett en algún momento desde que se fue anoche hasta que me desperté esta mañana. Pero, la verdad, solo siento alivio.

¿Me convierte eso en una persona espantosa?

Ni siquiera puedo culpar a la influencia de Mount, porque después de mi primer encontronazo con él en este despacho, recuerdo pensar que si Brett siguiera vivo, lo mataría con mis propias manos por haberme metido en semejante follón. Y anoche, mientras me describía cómo mataría a mi familia, me entraron ganas de arrancarle la pistola de las manos y vaciarle el cargador en el pecho, aunque tal vez dejara una bala para metérsela entre ceja y ceja.

Apoyo los codos en la mesa y clavo la vista en el techo. Ya no me reconozco. Estoy sentada en mi despacho, con el que soñaba tener desde pequeña, con la ropa que me ha escogido un hombre que ha matado a mi marido o que ha ordenado que lo maten, y en vez de acudir a la policía para contarles lo sucedido, estoy pensando en lo mucho que quería que me follara en su mesa esta mañana.

¿Qué me pasa?

Es una pregunta para la que no tengo respuesta, de modo que me vuelvo a concentrar en el trabajo mientras finjo no estar en mitad de una crisis moral que, no me cabe duda, me llevará al mismísimo infierno, porque soy incapaz de sentir ni un ápice de arrepentimiento.

Pierdo la noción del tiempo, seguramente porque la última llamada se alarga una hora más de lo necesario mientras negocio las bases de un contrato de suministro antes de pasarle la pelota a los abogados para que se encarguen de los detalles.

—En fin, ¿te veremos en Dublín dentro de un par de días para celebrar el acuerdo en persona durante la convención? —me pregunta Roy. Es un proveedor de cereales orgánicos al que necesito como refuerzo para que mi proveedor habitual no sea el único.

Con «la convención» se refiere a la Convención Mundial de Whisky y Bebidas Espirituosas, un evento al que quería asistir desde que mi padre acompañó a mi abuelo cuando yo tenía veinte años. Después de eso, mi padre dijo que era un gasto que la empresa no podía justificar, y desde que yo me he hecho con el timón, la cosa sigue igual.

—Esperaba conseguir una entrada de última hora, pero el evento que estoy preparando me ha alterado los planes. —Miento como una bellaca. No he hecho el menor esfuerzo por registrarme, porque sería el colmo de la irresponsabilidad marcharme a la convención de mis sueños cuando ni siquiera puedo pagar las nóminas. Al menos, no podía hacerlo hasta la intervención de Mount.

Fuera como fuese, no pienso admitir ante un posible proveedor que Seven Sinners tiene problemas económicos.

—Qué pena. Van a venir peces muy gordos. Estamos muy emocionados, porque hemos duplicado nuestra producción de grano este año y hemos despertado mucho interés como proveedores.

Leo entre líneas.

—Ojalá que no sea tu manera de decirme que vas a hacerte el duro con las negociaciones, Roy. Sabes que tenemos un trato. —Lo digo con voz risueña, pero aferro con fuerza el bolígrafo que tengo en la mano y empiezo a clavar la punta en el cuaderno de notas que hay en la mesa.

Roy suelta una carcajada.

—Claro que no. Ya me conoces. Soy un hombre de palabra.

—Me alegra saber que siguen quedando hombres como tú, con una credibilidad inquebrantable. Es una cualidad muy poco frecuente hoy en día. Con suerte, te veré en la convención del año que viene.

Colgamos con la promesa de que los abogados se pongan a redactar el contrato y miro las notas que he hecho en el cuaderno acerca de las condiciones.

Voy a conseguir un buen trato, siempre que sus abogados no lo estropeen cuando redacten el contrato. De verdad, les encanta complicar las cosas más sencillas.

Mi mente repasa lo que hemos hablado de la convención y me permito soñar durante un minuto. Abro la web de registro en el ordenador y leo los detalles.

Si pudiera ir, tendría la mejor oportunidad de mi vida para establecer una red de contactos. Podría marcar la diferencia entre que Seven Sinners triunfara como yo quiero o que siguiera apagándose hasta desaparecer. Mi padre me diría que soy tonta por considerarlo siquiera, pero él pertenece a otra generación. Trabajar duro. Jugar duro. Seguir adelante.

No quiero continuar con la tradición familiar de esa manera. Quiero erigir un imperio del whisky.

«Dios, ¿te estás escuchando? Pareces Mount».

Me aparto de la mesa y me levanto, y los hombros, el cuello y la espalda me protestan por todo el tiempo que he estado sentada. También me suena el estómago.

Menos mal que soy la dueña de un restaurante… Salgo del despacho y veo que Temperance viene por el pasillo hacia mí.

—Ah, estupendo. Creía que te habías olvidado.

Me devano los sesos en busca de una explicación a sus palabras.

—¿De qué me he olvidado?

—Mierda, te has olvidado de verdad. No pasa nada. Sin problemas. No llegas tarde. Venía a buscarte para que no llegaras tarde. —Me lleva hasta el ascensor, pero sigo sin tener ni idea de lo que me está hablando.

—¿Qué me he perdido?

El ascensor se abre y entramos. Temperance pulsa el botón de la planta superior.

—De tu reunión con la junta de turismo.

—¡Ay, mierda! —Tiene razón, se me ha olvidado por completo.

—Es un asunto muy gordo, Keira. Esperaba que te emocionara, no que te olvidaras del todo.

Abro la boca para decirle que mi vida ha sido un poco caótica desde que Lachlan Mount decidió que yo bastaba para saldar una deuda. Y luego está el asuntillo de que ha matado a mi marido, algo que parece ser que no me altera, una circunstancia que también me desquicia. Cierro la boca de golpe, porque ni de coña puedo contarle nada de eso.

No puedo contárselo a nadie, salvo a Magnolia, tal vez. Ella vive en el mundo en el que yo habito parcialmente y lo entendería mejor que ninguna otra persona.

—No me he olvidado del todo. De verdad. Es que han sido unos días de locos.

—Tranquila. Lo harás bien. Encaja a la perfección con lo que te he estado diciendo que deberíamos hacer —me asegura.

—¿El qué? —le pregunto, y admito para mis adentros que soy un desastre como directora general, pero por hoy me lo voy a perdonar.

—Las visitas guiadas y la tienda de regalos. Necesitamos que vengan más personas. Que establezcan un vínculo personal con Seven Sinners. Si ven cómo lo preparamos, si conocen a las personas que dan vida al mejor whisky irlandés del mundo y luego lo prueban, tienen muchas más papeletas de convertirse en clientes de por vida. Será una experiencia que nunca podrán olvidar. De las que se hablan en redes sociales con etiquetas chulísimas. Nos hace falta, Keira.

Me da una hoja de papel impresa, y miro los puntos que hay resaltados.

—Ah, eso.

Inspiro hondo por la nariz y suelto el aire despacio, porque sé que su idea tiene cierto mérito. De hecho, tiene toda la razón del mundo. Pero mi padre se subió por las paredes cuando descubrió que había iniciado la construcción del restaurante en cuanto me cedió las riendas de la empresa. Si empiezo a llevar visitas guiadas a la destilería y les enseño cómo preparamos el whisky, se le irá la pinza del todo y abandonará la jubilación tan rápido que no me dará tiempo ni a parpadear.

El procedimiento que usamos no es especialmente raro, porque todo el whisky irlandés se hace con un proceso bastante parecido, pero tenemos varios pasos especiales que son propios. Realizar visitas guiadas a la destilería pondría en peligro dichos secretos.

—Sabes que tengo razón —me dice Temperance cuando el ascensor se abre en el piso del restaurante, y pulsa el botón para que las puertas no se cierren mientras yo salgo.

—Lo sé, pero mi padre…

—Tu padre ya no está al mando. ¿Cuántas veces tienes que decírselo a la gente a la semana? —Mi silencio es todo lo que necesita para continuar—. Te lanzaste a un proyecto de construcción enorme sin su consentimiento porque creías en él. Esto ni siquiera es algo tan gordo.

—Pero nuestra propiedad intelectual…

—Estará a salvo. Podemos organizar la visita de forma que todo salga bien.

—¿Y qué me dices del seguro de responsabilidad civil? Los abogados se van a llevar las manos a la cabeza.

Temperance pone los ojos en blanco.

—Déjate de excusas. Ve a cenar con el presidente de la junta de turismo y cuéntale todos los motivos por los que la próxima aventura de Seven Sinners se va a convertir en una de las atracciones más novedosas e inolvidables de Nueva Orleans.

—Y yo que creía que la directora general era yo. —Se lo digo con una sonrisa al tiempo que ella suelta el botón y las puertas del ascensor se cierran.

—Ah, y porque sé que se te ha olvidado, el nuevo presidente de la junta se llama Jeff Doon. Me dijo que os conocíais. —Su voz se pierde cuando desaparece de mi vista.

Y ella se pierde verme boquiabierta.

Jeff Doon fue mi novio en el instituto. El chico con el que perdí la virginidad junto al dique después del baile de graduación. La experiencia fue el mayor topicazo de la historia, y tan anodina como cabría esperar.

Llevo años sin verlo, pero me mandó una tarjeta y también flores para el funeral de Brett, en la que me decía que podía contar con él para lo que me hiciera falta.

Avanzo dos pasos por el restaurante y lo veo. Él me ve en el mismo instante y casi se levanta de un salto para salir del reservado y esperarme con los brazos abiertos.

«Ay, madre del amor hermoso».

No quiero ni pensar en lo que hará Mount cuando se entere.

Voy a tener que mentir. No me queda más remedio. O alguien podría «encargarse» de Jeff antes de que amaneciera.

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