Reina

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MOUNT: ¿Dónde coño estás?

V: Esperando al paquete.

MOUNT: ¿Dónde coño está?

V: Dentro.

Abro la aplicación del móvil para comprobar el sitio exacto en el que se encuentra Keira gracias al localizador que lleva en el candado, que todavía no ha intentado quitarse con una cizalla aunque parezca sorprendente. A lo mejor ha empezado a apreciar su utilidad desde el día que la localizamos en su apartamento.

O a lo mejor ni siquiera se le ha ocurrido usar una cizalla. Eso es lo más probable.

El dispositivo muestra que sigue en el interior del edificio, pero no en su despacho del sótano. Utilizo la aplicación de manera que me ofrezca una vista mejor del edificio. La tecnología es pura magia, porque ahora sé que está en el restaurante.

Miro el reloj. Son casi las siete y media.

Cojo mi otro móvil de la mesa, el que uso para comunicarme con Keira y nadie más, y le envío un mensaje de texto:

OUNT: Sal por la puerta del edificio dentro de dos minutos o V entrará a buscarte.

Espero para ver alguna indicación de que lo ha leído, pero no veo ninguna.

A la mierda con los dos minutos. Yo no espero a nadie, y Keira debería haber estado es casa hace horas, punto.

Cambio de nuevo de teléfono para darle más órdenes a V.

MOUNT: Sube al restaurante. Descubre qué la ha demorado y acompáñala a la puerta. No espero más.

V: Ahora mismo, jefe.

MOUNT: Avísame cuando esté segura en el coche y vengas

de camino.

Después de mi conversación con J y la insinuación de que Keira se había convertido en una debilidad que seguramente no le pasaría desapercibida a otros, estoy más en guardia que nunca. El coche en el que V la lleva al trabajo todos los días tiene cristales a prueba de balas y carrocería blindada. Pesa una barbaridad, razón por la que no lo conduzco. Yo valoro la velocidad, la potencia y la estética, y tengo una extensa colección tanto de coches veloces como de potentes tanques americanos. No discrimino. Los colecciono todos.

Cualquiera que intente quitarme de en medio debe de tener deseos de morir. Sé que el cártel está contrariado, pero tengo información que los destruiría desde dentro, y tardarían años en volver a organizarse si la utilizo. No soy tonto. No hago el menor movimiento sin considerar antes todas las repercusiones.

O, al menos, no lo hacía hasta que llegó ella.

J llevaba razón en una cosa: Keira es distinta. Discute conmigo a cada paso del camino. Su sumisión no está garantizada; pero cuando me la da, es más tierna si cabe. Su cuerpo es tan ardiente como el fuego de su mirada, y es un infierno al que soy adicto.

Joder.

J tiene razón. Necesito aclararme las ideas y descubrir cómo separar las cosas, tal y como siempre he hecho. La presencia de Keira puede absorber mi vida privada, pero mi negocio necesita que yo esté a pleno rendimiento.

Necesito hacer un registro completo de seguridad para asegurarme de que nadie se ha aprovechado de mi momentánea distracción. Hay que actualizar los expedientes de todos los integrantes de mi organización para asegurarnos de que no han desarrollado debilidad alguna que puedan usar con el fin de volverlos en mi contra. Y hay que hacerlo ya.

Le envío un mensaje de texto a J con la orden y obtengo una rápida respuesta.

J: Bien pensado, jefe. ¿A quién quieres usar?

Tenemos dos investigadores que preferirían la muerte a pasar alguna información. Su lealtad está demostrada, al igual que la de todos los demás, en el caso de uno de ellos de forma reciente. El tercer investigador, que fue el que no encontró el anterior certificado de matrimonio de Brett Hyde, se ha jubilado forzosamente.

MOUNT: Úsalos a los dos. Pero sin que sepan que están trabajando en lo mismo. Envíame todos los expedientes según los actualicen. Los revisaré personalmente.

J: Sí, jefe. Me pongo a ello.

Tan pronto como me alejo de la mesa, la vibración del móvil anuncia la llegada de un mensaje de texto y no es el móvil con el que suelo mensajearme con Keira.

V: Ha quedado con un tío. ¿Quieres que la saque de aquí o me espero?

¿Qué coño está diciendo?

Pulso el botón de la mesa para sacar los monitores de los compartimentos donde están ocultos y abro el canal por el que veo la imagen en directo del restaurante de Seven Sinners.

Enfoco la cámara hasta dar con el reservado que ocupa Keira, con su brillante pelo rojo, y un hombre que está sentado frente a ella. Acaba de extender un brazo por encima de la mesa, como si quisiera tomarla de la mano, pero ella la aparta y se la coloca en el regazo.

Le respondo a V:

MOUNT: ¿Quién coño es ese tío?

V: No lo sé.

Estoy segurísimo de que V no se lo va a preguntar a nadie, porque lleva diez años sin hablar.

Capturo una imagen de la cara del tío y se la envío a J.

MOUNT: Quiero su nombre y toda su información. Ya. J: Estoy en ello, jefe.

Las habilidades informáticas de mi mano derecha son increíbles. Con la pasta que me costó que estudiara en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, ya pueden serlo.

Tarda menos de tres minutos en enviarme una respuesta.

J: Mira el correo.

Abro la aplicación, y cada palabra que leo me va cabreando más.

El móvil vibra con la llegada de otro mensaje de texto.

V: ¿Quieres que la saque de aquí?

MOUNT: No, yo me encargo en persona.

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