Reina

Reina


18 Keira

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He intentado dar por terminada la cena lo más rápido posible, pero tengo la sensación de que, a cada segundo que pasa, recibo otro punto negativo. O, peor todavía, lo recibe Jeff.

Cicatriz debe de estar esperando fuera. Se suponía que no iba a trabajar hasta tarde.

Mount se va a enterar sí o sí.

No soy tan ingenua como para creer que no tendrá el nombre, la dirección, el número de la seguridad social y una biografía completa de Jeff para cuando Cicatriz me devuelva a mi jaula.

Seguramente Mount hasta sepa qué marca de condones usó Jeff cuando me folló, fatal, por cierto, en el asiento trasero del Cadillac de su padre cuando yo tenía diecisiete años.

—Le echaré otro vistazo a la presentación que me mandó tu asistente y me esperaré a que nos digas cuándo estás preparada para empezar. Creo que podría ser algo estupendo, Keira. Nos vendría bien otra atracción en Bourbon Street para la gente que no quiere ir de juerga. Sería algo educativo, y así podrán degustar el excelente whisky irlandés de la ciudad.

Levanta su vaso y yo me obligo a mantener la sonrisa cuando brindamos, aunque en silencio rezo para que Dios lo proteja mientras apuro la bebida.

—Detesto tener que ponerle fin a la cena, y a la conversación tan amena, pero tengo otro compromiso. Muchísimas gracias, Jeff. Temperance se pondrá en contacto contigo en cuanto tengamos todos los detalles.

Me levanto y me aliso la falda, y Jeff hace lo propio y da un paso hacia mí para abrazarme.

—Me alegro mucho de verte, Keira. Ha pasado mucho tiempo. Ojalá que la próxima vez que nos veamos podamos ponernos al día y no solo hablar de negocios.

Asiento con la cabeza porque es lo único que puedo hacer mientras rezo para no estar firmando su sentencia de muerte.

—Estaremos en contacto, no me cabe la menor duda. Deberías quedarte y beberte otra copa. Te invito.

—¿No podrías cambiar ese compromiso y quedarte conmigo?

—Por desgracia, no puedo.

La sonrisa deslumbrante de Jeff se apaga un poco, pero yo mantengo la mía antes de despedirme con otro gesto de cabeza. Me doy la vuelta y cruzo el restaurante, sonriéndoles a los demás comensales sin verlos realmente, pero no me detengo a charlar con nadie antes de pulsar el botón del ascensor.

El trayecto hasta el sótano me parece una eternidad, y no dejo de golpear el suelo con un pie, cubierto por un zapato de tacón que Mount me ha dejado en el vestidor, unos taconazos que son un poco menos provocativos que los de ayer.

Cuando por fin se abren las puertas, corro por el pasillo y abro la puerta de mi despacho, hablando sola:

—Solo tengo que coger el bolso, llegar hasta Mount y explicarle que…

—¿Qué tienes que explicarme exactamente?

La voz ronca, tan familiar, brota de la oscuridad. El corazón me da un vuelco en el pecho, adonde me llevo una mano.

—Por el amor de Dios, me has dado un susto de muerte.

—Te lo mereces. Porque tienes treinta segundos para explicarme por qué estabas cenando con tu follamigo del instituto en vez de volver temprano como te ordené.

—No es como lo…

Mount enciende la lámpara de la mesa, recordándome a la primera vez que lo vi ahí sentado, en mi sillón. En aquella ocasión, el pánico más atroz me corrió por las venas. Esta noche siento miedo, sin duda, pero no por mí. Sino por otra persona.

—Acércate.

Cruzo el suelo agrietado, y mis pasos resuenan en el silencio del despacho.

—No es…

—He cambiado de idea. No quiero una puta explicación. Quiero tener tu culo delante ahora mismo. —El sillón se desliza por el suelo de cemento cuando Mount se aparta de la mesa y se pone de pie.

Cierro la boca con fuerza, porque no quiero cabrearlo, y tampoco quiero que Jeff sufra las consecuencias que ni siquiera sabía que había. Mis pies obedecen a Mount mientras intento explicarme.

—Ha sido una reunión de negocios. Es inocente, te lo juro por Dios. Déjalo tranquilo.

No me doy cuenta de que estoy a su alcance hasta que Mount me agarra de una muñeca y me pega a su torso.

—¿Inocente? ¿De verdad crees que tenía pensamientos puros mientras te miraba? Ni de coña.

—Ha sido una reunión de negocios —insistí—. Por favor, no le hagas daño. No ha hecho nada para merecérselo.

Mount levanta una mano y me sujeta la barbilla. Me mira fijamente a los ojos, como si me estuviera analizando la mente para averiguar la verdad.

—Te lo juro, no te miento.

Me mira a la cara, y debe de encontrar en mi expresión algo que lo tranquiliza, porque me suelta.

—Te creo.

Sus palabras me dejan de piedra.

—¿De verdad?

—Mientes de pena en el mejor de los casos. Y he visto la grabación. Puede que él quiera follarte, pero no te estaba amenazando. Está a salvo.

Suspiro, aliviada.

—Grac…

Antes de poder terminar la palabra, Mount me da la vuelta y me agarra de la nuca para inclinarme hacia delante, hasta que toco la mesa con el pecho.

—Pero eso no quiere decir que no me sienta en la necesidad de recordarte que soy el único hombre que te toca. —Se inclina sobre mí y sus palabras suenan contra mi oreja—. ¡Eres mía!

Suelto el aire con fuerza, pero no por el miedo. De hecho, debería avergonzarme lo rápido que mi cuerpo cambia de opinión. En el fondo, en ese fondo oscuro y secreto, esto es lo que siempre he deseado. Siempre. Un hombre que me desee con esta ferocidad y que se asegure de dejarme claro que le pertenezco a él y solo a él.

Pero ¿por qué tiene que ser este hombre?

Es una pregunta para la que no tengo respuestas; de todas maneras, soy incapaz de no irme de la lengua. Mount es lo que espera. Y, por algún motivo, mi rebeldía hace que todo sea más excitante si cabe.

—No eres mi dueño.

Mount me levanta el bajo del vestido y me baja el tanga.

—En eso te equivocas, joder.

Me azota la nalga derecha con la mano, con la fuerza justa para que me pique, pero no para provocarme dolor. En cambio, un ramalazo de deseo se extiende por la piel, y mis músculos internos se contraen por la sensación que he empezado a anhelar. Mount me da un azote tras otro antes de detenerse y masajearme el culo y el erótico dolor que ha provocado.

Intento contener un gemido, pero se me escapa sin querer. Me mete una mano entre las piernas y gruñe al encontrarme mojada.

—Puedes negarlo todo lo que quieras, pero los dos sabemos que esto te encanta. A diferencia de esa boca tuya, tu cuerpo siempre dice la verdad.

No puedo replicar, porque tiene razón. Me encanta. Cuando me suelta un instante, intento incorporarme, pero me sujeta de los hombros.

—No he dicho que te pudieras mover. Falta mucho para que terminemos.

Siento un escalofrío y se me endurecen los pezones tras el encaje del sujetador cuando me obliga a inclinarme de nuevo. Me toca como el hombre de la noche del baile de máscaras. El que me poseyó contra la pared, sin dejar que me diera la vuelta en ningún momento. El hombre que me dio todo lo que necesitaba, y por aquella noche, creía haberme fugado con él.

Ahora sé que me equivoqué. Que me equivoqué en todo… salvo en esto.

Esto es lo que deseo. Es lo que necesito.

El ruido de la cremallera de Mount rompe el silencio entre los desaforados latidos de mi corazón, haciendo que la expectación por sus caricias me consuma. Me mete un dedo y me acaricia el

piercing hasta que me retuerzo sobre la mesa. Después, aparta el dedo para acariciarme el culo.

—¿Dónde está el dilatador?

—Me lo saqué como me ordenaste.

—¿Dónde está?

Me humedezco los labios mientras sopeso cómo contestar la pregunta. Mount me da un apretón en el culo, que me sigue escociendo.

—En el último cajón de la izquierda, con el lubricante. Lo limpié antes de envolverlo y esconderlo.

—Buena chica. Porque ahora vas a saber lo que es que te follen los dos agujeros a la vez.

Me mojo todavía más. Otra de mis fantasías secretas.

Me suelta y abre el cajón que le acabo de indicar. Pasan unos segundos, y siento el lubricante en el culo antes de que me meta el dilatador mientras me acaricia el coño. Me cuesta la misma vida no retorcerme en la mesa y suplicarle.

Mount me agarra del pelo y me obliga a volver la cara para verme la expresión. Menea la cabeza, con los ojos muy brillantes y una sonrisa arrogante en los labios.

—Joder, estás hecha para mí.

Con esa sorprendente declaración, me acerca la polla y me mete la punta.

—¡Dios! —Me sale un hilo de voz por la sensación de plenitud, pero el gruñido de Mount se impone cuando me penetra un poco más.

—Casi no me entra la polla en este coño tan estrecho con el dilatador. Me cago en la puta.

Estoy perdiendo la cabeza, el placer barre cualquier pensamiento coherente mientras Mount me penetra despacio y empieza a follarme con ganas, inclinada sobre mi mesa, hasta que me reduce a un cuerpo que solo es capaz de suplicar y gemir.

El orgasmo me asalta un segundo antes de que él se corra, y luego en el despacho solo se oyen nuestras respiraciones agitadas.

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