Reina

Reina


19 Keira

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Esperaba disfrutar de los efectos de uno de los mejores orgasmos de mi vida durante más de dos minutos, pero las cosas no fueron así. En cambio, me paso echando humo por las orejas todo el trayecto de vuelta al complejo de Mount.

Después del intenso y desatado encuentro en mi despacho, me acompañó al coche y me metió en la parte posterior, tras lo cual cerró la puerta sin darme la menor explicación más allá de: «Cambio de planes. Tengo una reunión de negocios».

¿Cambio de planes porque ya me ha follado y ya no me necesita más esta noche? Me dan ganas de aporrear algo, pero la parte trasera del asiento de Cicatriz no va a satisfacerme.

—Ojalá pudieras hablar, joder, porque a lo mejor así podrías ayudarme a entender cómo funciona su cabeza. Si cree que va a conseguir algo arrojándome de esta forma en el asiento trasero de un coche, se equivoca de parte a parte.

Odio que me tiemble la voz y me digo que es por la furia y no por la amenaza de las lágrimas.

¿Cómo es posible que lo desee tanto? ¿Cómo es posible que crea que es el único capaz de darme todo lo que necesito desde el punto de vista sexual? Bueno, pues le falta una pieza importante del rompecabezas, porque no tiene ni la menor idea de cómo satisfacer las necesidades emocionales de nadie.

Una vez que Cicatriz me deja en la

suite de Mount, entro hecha una furia y voy directa al cuarto de baño, lista para quitarme de encima ese olor que no puedo sacarme de la cabeza. Un ruido procedente del vestidor me distrae y me doy media vuelta al tiempo que suelto un chillido.

—¿Quién eres? —exijo saber.

En el vestidor hay un hombre mayor con el pelo canoso y un bigote a juego, ataviado con un traje de raya diplomática, con lo que parece una plancha de vapor vertical en la mano.

—Ah, lo siento. Me informaron de que llegaría usted tarde y pensé que tendría tiempo para organizar las cosas.

En ese momento me percato de los cambios en el vestidor. Ya no está lleno con los trajes y las camisas de Mount, colocados de forma pulcra en las perchas. Un tercio del espacio está ocupado por ropa femenina. Vestidos, faldas, blusas, pantalones y más.

La sorpresa se me debe de reflejar en la cara, porque el desconocido suelta la plancha y deja un precioso vestido negro parcialmente arrugado.

—Soy G, el sastre del señor Mount. Y supongo que si estuviéramos en Inglaterra, tal vez sería una especie de ayuda de cámara. Me encargo de su guardarropa, y ahora también del suyo.

Parpadeo unas cuantas veces mientras contemplo la preciosa ropa colgada en el vestidor de Mount. Este hombre, G, sigue hablando, aunque yo todavía no he replicado.

—Siento haberla asustado. No ha sido mi intención. Me iré ahora mismo y no la molestaré más.

Recoge todas sus cosas con eficiencia, como si lo hubiera hecho cientos de veces, y se dirige hacia la puerta, donde sigo yo. Tengo la impresión de que no suele entrar por la puerta normal, sino por alguna entrada secreta que yo todavía desconozco.

Sigo sin encontrar las palabras adecuadas para replicarle, pero me aparto para dejarlo pasar. En vez de seguir caminando, G se detiene en el vano de la puerta del vestidor.

—Señorita, ¿se encuentra bien?

Asiento con la cabeza, pero él parece seguir preocupado. Sé que quiere preguntarlo de nuevo para asegurarse, pero en cambio recoge la plancha y sale de la estancia. No me muevo hasta que oigo que cierra la puerta principal.

Una vez segura de que se ha marchado, entro en el vestidor, extiendo un brazo y acaricio las lujosas telas. Son todas preciosas, pero eso no significa nada.

Hasta este momento solo he disfrutado de un conjunto de ropa en cada ocasión. Uno a uno. Como si lo que está sucediendo fuera algo temporal. Este guardarropa completo que tengo delante no tiene nada de temporal. Más bien todo lo contrario.

Me tiembla el cuerpo mientras me deslizo por la cajonera central y me siento en el suelo, sobre la mullida moqueta. Me abrazo las rodillas e intento detener los temblores, pero no lo consigo.

Todas las emociones de la noche me invaden con la fuerza de un maremoto al que no estoy preparada para enfrentarme.

¿Qué le está pasando a mi vida?

Se supone que este trato llegará a su fin y que las cosas volverán a ser como antes de que conociera la existencia de Mount. Al principio, cuando le exigí una fecha concreta, se negó a dármela.

Me muerdo el labio mientras siento el escozor de las lágrimas en los ojos.

¿Y si nunca deja que me marche?

Me paso una mano por los párpados mientras asimilo lo que eso podría significar.

Una pérdida total de mi independencia.

La imposibilidad de ser sincera con mi familia.

La muerte de todos mis sueños.

¿Cuánto tiempo pasará antes de que pierda por completo la esencia que me hace ser como soy?

Creí que podría enfrentarme a él, que era lo bastante fuerte como para no desmoronarme. Pero nunca he estado tan equivocada, y ese error me va a costar carísimo.

Apoyo la frente en las rodillas y dejo que las lágrimas salgan. Si fuera un ser humano decente, esta noche estaría llorando la muerte real de mi marido.

En cambio, lloro por la pérdida de mi propia vida.

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