Reina

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El ruido del motor del Chevelle es exactamente lo que necesitaba, pero en vez de conducir sin rumbo fijo, me lleva a un lugar que llevo un tiempo sin pisar, y eso es algo que necesito rectificar. La mayor parte de mi vida tiene lugar en las sombras. La gente susurra mi nombre, como si tuviera miedo de que, al pronunciarlo, pudiera aparecer en su puerta. A veces eso es lo que pasa.

Pero por suerte para mí, hay lugares que bordean las sombras donde puedo ir sin temor a que me molesten al tiempo que cultivo los contactos necesarios para seguir expandiendo mi imperio. El Club Jackson es uno de esos sitios.

Se rumorea que lo fundó Andrew Jackson en persona a principios del siglo XIX, pero la historia y el pedigrí del club me la pelan. Lo único que me interesa es la exclusividad del lugar y la regla que lo define como un lugar neutral. Un sicario podría ver a su víctima en el club y si se le ocurriera hacer el menor movimiento, la penalización sería la muerte. Todos los miembros tienen derecho a poner en práctica dicha regla. Es la única manera de mantener el orden en el club y de permitir que algunos de los hombres más poderosos del mundo se sientan tranquilos tras sus sagradas puertas.

He oído que hay una lista de espera de varios años para formar parte del selecto club, pero hay unas cuantas cosas que pueden ayudar a situarte en los primeros puestos con rapidez: poseer millones, tener un buen pedigrí o ser famoso. Por suerte para mí, yo soy el dueño de esta ciudad. Jamás me negarían la entrada. Además, el gerente actual es un conocido. Quade Buck dirige el club de forma eficiente, y hasta ahora me ha sido imposible engatusarlo para que lo deje y dirija mi casino. No lo culpo. Yo tampoco querría trabajar para mí. Una cagada importante puede costarle la vida a alguien.

Quade me saluda desde detrás de la barra en cuanto entro en la estancia, de paredes forradas con paneles de madera oscura. El club se reforma todos los años, y las cuotas de los miembros se reflejan en dichos cambios. Es un refugio masculino del mundo exterior. El ambiente está dominado por los muebles macizos de madera y por el olor de los puros que flota en el aire y que el sistema de ventilación no acaba de absorber. Aunque veo un sinfín de rostros conocidos mientras echo un vistazo por la estancia, decido acercarme primero a Quade. Necesito una copa.

—¿Cuándo vas a dejar de hacer turnos de camarero? Si trabajaras para mí, no tendrías que servir otra copa más durante el resto de tu vida.

Quade me responde como de costumbre, con su risa ronca.

—No me importa servir copas. El orgullo no me impide trabajar. Además, de esta manera siempre estoy al tanto de lo que ocurre en el negocio y con la gente que lo frecuenta. ¿Vas a beber esta noche?

—Desde luego.

Mientras Quade se da media vuelta para coger la que sabe que es mi marca de whisky escocés preferida, veo una botella en la estantería que me llama la atención. Whisky irlandés Seven Sinners.

Joder, me sigue hasta aquí.

Quade, que no se pierde una, sigue la dirección de mi mirada hasta la estantería a través del espejo.

—¿Vas a cambiar esta noche? —Desvía la mano para coger la botella de Seven Sinners por el cuello al tiempo que levanta una ceja.

Estoy a punto de decirle que esta noche ya he disfrutado de lo mejor que puede ofrecer Seven Sinners, pero me muerdo la lengua.

—No. Quiero lo de siempre.

Los ojos de Quade me observan con atención mientras coge la botella de whisky escocés y me sirve tres dedos exactos. Una vez que desliza el vaso por la barra, se apoya sobre la gruesa y envejecida superficie de madera.

—¿Qué te trae por aquí? Hace meses que no vienes.

—He estado ocupado con ciertos problemas.

Se aparta de la barra y cruza los brazos por delante del pecho.

—¿Problemas? Creía que los hombres a tu nivel no los tenían.

Suelto un resoplido, que es una mezcla de risa y gruñido.

—Ojalá fuera verdad. Ya está todo solucionado. No hay alternativa.

—Has dejado la tierra quemada, ¿verdad? Por eso eres famoso.

—No siempre funciona.

Quade arroja el paño al fregadero y me observa un instante en silencio antes de volver a hablar.

—Según se comenta por el club, V va y viene mucho últimamente a cierta destilería de la ciudad. —Señala con la cabeza la botella de Seven Sinners de la estantería, como si su comentario necesitara explicación.

La advertencia de J era certera. La gente se ha percatado y está hablando, y eso no es bueno.

—¿A quién coño le importa lo que haga V?

Quade cruza los brazos por delante del pecho otra vez.

—A mucha gente, según parece. No es habitual que tú pongas tu marca en un local concreto.

—¿Qué se dice por ahí? —Necesito saberlo, porque a lo mejor la estrategia de arrasar la tierra y quemarla puede ser necesaria para acabar con las habladurías.

—Pues se habla de chantaje, extorsión, secuestro e incluso de servidumbre obligada. —Me observa con atención—. Viniendo de ti, no me cuesta trabajo creerme cualquiera de las opciones.

El alivio me inunda, porque mi obsesión no ha salido a relucir.

Al ver que no replico, me pregunta:

—¿Vas a decirme qué está pasando realmente, Mount?

Me llevo el vaso de whisky escocés a los labios y bebo un sorbo. Nada más probarlo, deseo haber elegido el irlandés.

¿Qué coño me está haciendo Keira?

—¿Importa mucho?

Él se encoge de hombros.

—Llámalo «curiosidad». Nadie daba crédito cuando Brett Hyde consiguió entrar en esa familia. Más de un miembro del club no se ha apenado precisamente de que la dueña vuelva al mercado.

Contengo las ganas de decirle que Keira no está en el puto mercado y que no va a estarlo de momento. Antes de poder dar con una respuesta adecuada, un hombre de hombros anchos se sienta en un taburete cercano al mío.

—He estado esperando a que salieras de tu complejo para poder hablar de la venta de una de tus propiedades del Barrio Francés. Me niego a hacer todas esas gilipolleces de la contraseña y el apretón de manos para conseguir verte, pero tampoco tengo mucha paciencia para esperar.

Me vuelvo para ver cómo Lucas Titan desliza un vaso vacío hacia Quade.

—Buck, ponme otro. —Se vuelve hacia mí y dice—: Bueno, ¿qué te parece? ¿Estás dispuesto a recibir ofertas?

No tengo ni idea de la propiedad a la que se refiere, pero da igual.

—Estoy convencido de que sabes que rara vez vendo alguna de las propiedades que adquiero.

—Ya, entiendo eso de mantener lo que es tuyo, pero esto es para mi mujer, así que te haré una oferta ventajosa.

—¿Qué propiedad?

Titan acepta el vaso, ya lleno, de parte de Quade y bebe un sorbo.

—No te preocupes, no forma parte de tu complejo. Está a un par de calles de distancia.

—¿Para qué narices lo quiere tu mujer? —Tampoco es que me interese saberlo, pero dada mi posición, cuanta más información, mejor.

Quade desaparece hacia el otro extremo de la barra antes de que Titan conteste.

—Todavía no sabe que lo quiere. Pero lo hará. Su tienda va de lujo. Dentro de poco tendrá que expandir el negocio, y cuando se dé cuenta de que necesita espacio, quiero tenerlo todo arreglado. Será un sorpresón, porque estoy seguro de que nunca me lo pediría.

La mujer de Titan se parece mucho a una que yo conozco. Hago memoria en busca de alguna información sobre la pareja.

—¿Tu mujer es a la que sorprendiste con una boda de manera que no le quedó más remedio que casarse contigo en aquel momento? —le pregunto.

La historia fue la comidilla de Nueva Orleans durante meses, porque Titan debe de ser el único hombre de la ciudad que tenga casi tanto dinero como yo.

Bebe otro sorbo, pero la sonrisa de su cara no deja lugar a dudas. Contesta después de tragar.

—Hice lo que tuve que hacer para conseguirla. Es terca como una mula, y no me arrepiento de nada.

—Está claro que funcionó. —Señalo con la cabeza su alianza—. No me parece un mal plan.

Titan me mira con renovado interés.

—¿Te estás planteando intentarlo?

—Creo que ahora mismo estaría más dispuesta a matarme mientras duermo.

—Lachlan Mount con problemas de faldas. —Titan se echa hacia atrás en el taburete, con cara de chulo—. En la vida pensé que llegaría este día.

—Vete a la mierda.

En vez de dejar el tema, se echa a reír.

—Permíteme ofrecerte un consejillo que no me has pedido. Deja el ego en la puerta. No va a servirte de nada en esta batalla.

—Y tanto que no te lo he pedido.

Bebo un sorbo de whisky y llego a una decisión instantánea. A la mierda. Titan no se va a ir de la lengua. Tiene algo que perder si me cabrea.

—Digamos que tengo problemas y que decido controlar el ego. Después, ¿qué?

Titan se encoge de hombros con indiferencia.

—Descubre lo que ella desea y dáselo.

—Como si fuera así de sencillo, joder —replico con una brusca carcajada.

—Lo es si la escuchas. Porque va a decírtelo. A lo mejor no lo hace abiertamente, pero no has llegado adonde estás sin ser capaz de leer entre líneas.

Sopeso sus palabras. Parece demasiado simple.

«Escucha. Descubre lo que desea. Dáselo».

Con Keira nada puede ser simple. ¿O sí? ¿Qué narices es lo que desea por encima de todo lo demás?

Mi voz interior no pierde tiempo y me ofrece una respuesta que me cabrea: «Su libertad. No estar ligada a ti por una deuda». Bueno, pues menuda putada, porque no pienso cambiar ninguna de esas circunstancias, así que tendrá que ser otra cosa.

—Bueno, ¿me vas a vender ese edificio o qué?

Salgo del club después de haber llegado a un trato con Titan para venderle el edificio, y mi cerebro ya está trabajando para encontrar la respuesta a la pregunta del millón.

¿Cómo descubro qué es lo que más desea Keira?

Sea lo que sea, se lo daré. Nunca ha visto la ventaja que supone contar con los recursos infinitos que tengo a mi disposición.

Ya va siendo hora de cambiar eso.

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