Reina

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Me faltan dedos en las manos para contar cuántas veces me pregunta Keira adónde vamos, y cada vez que me niego a decírselo, su frustración aumenta.

Cuando llegamos a la cuarta hora de vuelo, su mal humor explota.

—Será mejor que hayas pensado en llevarme de vuelta mañana a tiempo para trabajar.

—Me temo que eso no va a pasar, pero tu asistente está al tanto de tu ausencia y sabe que debe cubrirte.

—¿Se lo has dicho? No puede saber nada de esto. —La voz de Keira delata el pánico que la abruma. No me sorprende la renuencia a que sus amistades sepan de su relación conmigo, pero aún así me irrita.

—No. Ha recibido un mensaje de correo electrónico de tu parte, explicándoselo todo.

Keira abre los ojos de par en par.

—¿Cómo es posible? Será mejor que no hayas entrado en mi dichosa cuenta de correo. Eso es…

—¿Sencillo? —la interrumpo, ofreciéndole el adjetivo adecuado.

—¡No puedes hacerlo! Dile al piloto que dé media vuelta ahora mismo.

—El hecho de que sigas creyendo que puedes darme órdenes no deja de sorprenderme.

Su furia aumenta, y el fuego arde en sus ojos.

—Si crees que llevándome a alguna isla privada va a resultarte más fácil controlarme, me conoces muy poco.

De no haber hablado con Lucas Titan, tal vez podría haber hecho algo similar, pero sus palabras hicieron mella en mí.

—Es una isla.

—Eres…

Antes de que Keira pueda soltarme el insulto que se le haya pasado por la cabeza, saco una carpeta de debajo del portátil y se la dejo en el regazo. Ella la abre y mira el contenido antes de mirarme a los ojos, alucinada.

—¡Madre mía! —susurra—. ¿Vamos a Dublín? ¿A la Convención Mundial de Whisky y Bebidas Espirituosas? Por favor, dime que esto no es ninguna broma, porque no tendría gracia.

Levanto una ceja. Lo mío no son los chistes.

Los ojos de Keira parecen a punto de salirse de sus órbitas.

—Joder.

Suelta la carpeta que contiene el folleto garabateado que cogí de la mesa de su despacho la primera noche que estuve en él como si fuera mi casa. Ella se tapa la cara con las manos y después las une delante de la nariz, como si estuviera rezando.

—No sé… no sé qué decir. Esto es… esto no es lo que esperaba, desde luego. —Cierra la carpeta y sigue hablando—: Llevo deseando asistir a la Convención Mundial de Whisky y Bebidas Espirituosas desde que fui lo bastante mayor para comprender lo que era.

Me encojo de hombros, incapaz de contener del todo la sonrisa triunfal.

—Bueno, pues este año vas a asistir.

—No sé qué decir.

Su mirada se clava en la mía, y hay algo en ella que no he visto antes. Al menos, no dirigido a mí. Una mezcla de asombro, gratitud y algo más… Alegría, creo.

—Pues no digas nada.

Menea la cabeza.

—No. Tengo que hacerlo. —Guarda silencio un instante y aprieta los labios—. Gracias. No sé por qué lo estás haciendo, pero… gracias.

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