Reina

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Keira no asiste al momento de la inscripción. El motivo es que nos quedamos dormidos y la despierto con la cabeza entre sus piernas, torturándola con el

piercing.

Llamo al servicio de habitaciones y les pido que envíen toda la información necesaria para la inscripción, lo que nos concede unas horas más, durante las cuales no le permito salir de la cama. Al menos, hasta que decidimos que debemos comer.

Cuando Keira entra en la fiesta de bienvenida que se celebra esa noche, la sigo un paso por detrás, y utilizo mi altura para echar un vistazo en busca de cualquier amenaza, manteniendo una expresión impasible. Mi fierecilla se toma mis consejos a pecho y no demuestra el menor titubeo ni inseguridad. Camina con el porte de una reina en esa estancia dominada por hombres.

Las cabezas se vuelven para mirarla según avanza entre la multitud y no tiene nada que ver con el vestido de diseñador que lleva. Es magnética. Vibra por la energía.

—Todos se preguntan quién eres —le digo mientras pedimos en la barra. Whisky irlandés para los dos, de la marca más vendida en el mercado.

—Más bien se están preguntando quién eres tú —susurra ella.

—¿Quieres que apostemos?

Keira pone los ojos en blanco.

—Contigo no. Me da que siempre ganas.

—Por fin lo vas captando.

Nos damos media vuelta y echamos un vistazo por la estancia mientras saboreamos el whisky. No puedo leerle el pensamiento, pero apostaría a que está buscando caras familiares y diseñando un plan de ataque.

Una sonrisa pugna por aparecer en mis labios, porque yo estoy haciendo lo mismo.

Por suerte, no hay ningún conocido mío presente. Al menos, de momento. No me cabe duda de que mis tentáculos se extienden más allá de Nueva Orleans, y aunque he invertido bastante en el negocio de la distribución de bebidas alcohólicas, mi director general es quien da la cara. Yo solo me encargo de los detalles imprescindibles desde las bambalinas. Debe de estar en algún lugar de esta estancia; pero si valora su posición, le hará caso a la advertencia que le hice antes de marcharnos de Estados Unidos y no se acercará a mí.

Esta semana es anómala para mí. No tengo por qué ser Lachlan Mount, el hombre cuya brutalidad inspira temor y respeto. Esta semana puedo ser quien me apetezca. El anonimato tiene cierto atractivo que me cautiva. Mientras Keira habla con sus proveedores, distribuidores y competidores, yo me mantengo al margen y dejo que sea ella la protagonista. Deja de ser la mujer desafiante y testaruda que me he propuesto doblegar y se transforma en una mujer de negocios astuta e inteligente.

Eso no me sorprende, en absoluto. Llevo observándola el tiempo suficiente para saber que es así, pero nunca había tenido la oportunidad de verla en acción, tan de cerca.

Va cautivando a todas las personas con las que se relaciona, y apenas si repara en mi presencia.

Sin embargo, lo que me asombra es lo liberadora que me resulta la experiencia.

Ya de vuelta en la

suite, Keira sirve dos vasos de whisky irlandés y me ofrece uno.

Sláinte —dice al tiempo que acerca su vaso al mío y se oye el tintineo del cristal. Repito el brindis en voz baja, y ella se lleva el vaso a los labios para apurarlo de un trago.

—¿No lo saboreas?

Niega con la cabeza.

—No es tan bueno como el Seven Sinners. No muchos lo son.

Si viniera de cualquier otra persona, parecería un comentario chulesco, pero viniendo de Keira, es una afirmación sin más. Cree en su producto al cien por cien.

Tal vez más de lo que yo he creído en algo a lo largo de mi vida.

Abre otra botella y sirve un poco en otro vaso.

—Me sorprende que una mujer de tu tamaño pueda beber tanto.

Keira se lleva el vaso a la nariz y huele el contenido.

—Supongo que es como la leche materna en mi caso. Lo llevo en la sangre. Me he pasado casi toda la vida bebiendo whisky irlandés. Por Dios, si los servicios sociales se hubieran enterado de que a los ocho años ya estaba probándolo, estoy segura de que mis padres habrían salido en las noticias.

Su comentario hace que recuerde mis encuentros con los servicios sociales, y después todo el tiempo que pasé evitándolos.

—Estoy seguro de que tenían casos más preocupantes que atender.

Ella asiente con la cabeza, absorta en la degustación del whisky, y no capta el tono mordaz de mi comentario. Me regala una sonrisa genuina, que funciona mejor para alejar los demonios de mi pasado que la botella entera de whisky.

—Gracias. Sobre todo por lo de esta noche. Yo… la verdad es que no sabía qué esperar. —Sus palabras están teñidas de gratitud sincera.

—Yo no he hecho nada.

Ella niega con la cabeza.

—Por eso. Sinceramente, creía que en cuanto pisáramos esa estancia, te harías con el control. Pensaba que me dejarías en un segundo plano mientras tú hablabas con los demás.

—No hemos venido para eso. —Me molesta que me crea capaz de arrebatarle esta experiencia, pero ¿qué pruebas le he dado para que me vea con otros ojos?

Keira no duda en echármelo en cara.

—Lo sé, pero es que tú eres así. No te creía capaz de quedarte en un segundo plano. —Guarda silencio y se muerde el labio inferior. Después lo suelta y añade—: Te he juzgado mal, y el orgullo no me impide admitirlo.

Cojo una botella al azar y me sirvo tres dedos en mi vaso.

—No empieces a echarme flores por virtudes de las que carezco. —Su primera impresión acerca de mi persona es la más acertada. Me bebo el whisky de un trago, igual que ella. A lo mejor no es mala idea emborracharnos esta noche.

—Para. Por favor. Esto es importante para mí, y voy a decírtelo lo quieras o no.

Dejo el vaso en el mueble bar mientras asiento con la cabeza y después cruzo los brazos por delante del pecho, a la espera.

—Tú eres distinto. Esto ha sido distinto. Yo… —Guarda silencio un instante—. Detesto hablar de él. Sobre todo ahora. —Baja la vista al suelo.

Cuando dice «él», me abruma un repentino afán posesivo. Mascullo su nombre para que ella no tenga que hacerlo.

—¿Te refieres a Hyde?

Keira asiente con la cabeza.

—¿Qué pasa con él? —Mi voz se hace más brusca a medida que hablamos de ese hombre. Me tenso y me pregunto qué comparación va a hacer entre nosotros, consciente de que jamás seré quien salga ganando.

—Tenía que ser el centro de atención, el que llevara el peso de la conversación. Fui yo la que creció en la destilería como si fuera mi segundo hogar, y él solo la había pisado cinco minutos y el ego le creció tanto que no pasaba ni por las puertas. Yo era la directora general, pero él me apartaba siempre que podía. Se suponía que éramos un equipo. Eso fue lo que me prometió. Pero no tenía ni la menor idea de lo que significaba trabajar en equipo.

Aprieto los puños. Ojalá hubiera matado a ese cabrón con mis propias manos, porque es obvio que le hizo más daño del que imaginaba.

—Hyde era un estafador con mucha maña. Tú no tenías la suficiente experiencia para verlo.

—Tal vez, pero fui tan tonta que caí en su trampa —me dice, y tiene que parpadear para contener las lágrimas.

Levanto una mano para evitar que siga hablando, con la esperanza de que Saxon hiciera sufrir a ese desgraciado.

—No tenías la menor oportunidad, y no lo digo con intención de insultarte.

Keira se da media vuelta, se lleva las manos a la cara, y supongo que es para limpiarse las lágrimas. Unas lágrimas que ha provocado ese cabrón desde la tumba. Esto tiene que acabar ahora mismo.

Le aferro un brazo y la insto a mirarme.

—Ya vale. No merece que malgastes en él ni otro puto segundo de tu tiempo, ni mucho menos una lágrima.

—Es que me siento idiota. Y justo cuando me libro de él, apareces tú de la nada, seguramente porque sabías que yo era una puta imbécil y una presa fácil. Tampoco tenía la menor oportunidad contigo, ¿verdad?

La suelto y dejo los brazos a ambos lados del cuerpo al tiempo que me obligo a extender los dedos, ya que por instinto he apretado los puños.

Hablo en voz baja, pero cada palabra queda muy clara.

—No me compares con ese puto desgraciado. Yo no soy Brett Hyde.

Otra lágrima se desliza por una de sus mejillas, y no puedo evitar levantar la mano para acariciársela. Ella da un respingo en cuanto lo hago, y detesto provocarle esa reacción. Le paso el pulgar por el párpado inferior para limpiar la siguiente lágrima que cae.

—No necesito hacerte sombra cuando estás en tu salsa. Este es tu mundo. Espero que salgas y lo conquistes.

Ella se sorbe la nariz y se limpia las lágrimas de nuevo… apartando mi mano. No es consciente de que yo nunca ofrezco consuelo, y que lo rechace es una puñalada en un punto sensible que desconocía poseer.

Retrocedo y me aferro a la barra del mueble bar con las dos manos, a la espera de que ella me mire de nuevo a los ojos. Cuando lo hace, le digo la absoluta verdad.

—Y no, no tenías la menor oportunidad conmigo. Siempre consigo lo que quiero.

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