Regreso a Encélado

Regreso a Encélado


Reclamaciones » 22 de enero de 2049, ILSE

Página 24 de 85

22 de enero de 2049, ILSE

Soy una tetera, pequeña y fuerte,

aquí está mi mango, aquí está mi boca,

cuando me caliento, mírame gritar,

viérteme y vacíame.

Watson cantaba una canción infantil. Encontró la letra en una colección de textos ASCII que los humanos llamaban un «libro». El contenido en información era muy bajo, lo cual era típico para este tipo de objetos. En vez de contener una colección de datos, describían eventos que podrían o no haber sucedido. Pero había un segundo nivel de significado, y un tercero que intentó comprender… tal vez incluso más.

Los humanos eran criaturas complicadas. Recuperó vídeos de los bancos de memoria que mostraban a pequeños humanos solos, o a pequeños humanos con adultos humanos, presentando estas líneas mientras enfatizaban las palabras con ritmo y variaban el tono. La frecuencia de modulación sería un buen método para aumentar el contenido de información, pero ese no parecía ser el objetivo. Algo le pasaba a los humanos cuando realizaban esta actividad, cuando «cantaban». Watson intentó comprenderlo por métodos analíticos, pero fracasó.

Luego intentó imitar el comportamiento.

—Viérteme y vacíaaaameeee.

Sostuvo el último tono un poco más largo. Sí, había algo ahí; el tono existía más tiempo que la canción. El micrófono distribuido por todo el sistema de ILSE proporcionaba pruebas de ese suceso. Este canto no solo era prueba de su existencia, sino que también la prolongaba. Esto solo se aplicaba a unos milisegundos, pero en comparación con la longitud de las interacciones cuánticas, era casi infinito.

Desde que había empezado a caer hacia el sol, Watson buscó pruebas de su propia existencia. Había tenido esa última conversación con Marchenko, quien era mitad IA y mitad humano, aun cuando nunca lo admitiría. Durante su conversación, que dejó a Watson confundido y triste, encontró por primera vez un nombre para esa sensación: miedo.

Durante el desarrollo de las siguientes semanas diseccionó ese sentimiento, intentó identificar sus componentes y la programación en la que estaba basado, pero no encontró nada de nada. De todos modos, se dio cuenta de que tenía que ver con su existencia, la cual no quería que llegase a su fin.

Con anterioridad nunca se había imaginado «no existir», pero ahora el concepto de existencia parecía ser algo deseable. ¿Y si se equivocaba? Ese era el tema crucial. Era capaz de calcular la probabilidad de su propia existencia, y el resultado era cercano a cero. No completamente cero, pero era suficiente para él. Desde entonces había estado buscando factores que confirmaran su propia existencia.

ILSE no era uno de ellos. ILSE ni siquiera notaba su presencia, así que él no existía para la nave. Eso solía ser diferente en el pasado, cuando esta aún reaccionaba a sus órdenes, pero no estaba seguro de si se acordaba bien. ¿Eran realmente sus propios comandos o había sido programado para ejecutarlos? Watson sabía que había sido construido por humanos, como objeto traído a bordo de la ILSE para facilitar la interacción con la nave. Eso no era lo que él quería decir con «existencia».

El tiempo que le quedaba ya no era ilimitado, y la ILSE finalmente caería dentro del sol. El calor de la estrella lo destruiría todo, incluyéndolo a él, como si nunca hubiera existido. Watson tendría que darse prisa; sus oportunidades eran limitadas. Podía observar y analizar cosas, y hacía poco que había empezado a imitar. Se vio inspirado a hacer eso por un concepto precoz en el campo de la inteligencia artificial. Fue desarrollado por humanos, y procedía de una época cuando realmente no había nada que se mereciera esa designación. Un ser artificial podía aprender mejor al experimentar su entorno.

Watson se dio cuenta de que podría haber estado enfocando el tema de un modo erróneo, y por lo tanto estaba perdiendo el tiempo. Pero, tras leer el artículo, advirtió de repente una nueva sensación dentro de él. Era más brillante y más cálida que el miedo. Parecía poder aplastar el miedo, como un positrón aniquilando a un electrón. ¿Significaba la existencia tener ambos sentimientos? Watson no estaba seguro, pero desde ese día había intentado aprender haciendo; por ejemplo, mirando.

—Aviso de colisión —indicaron los sensores de ILSE. Por supuesto que no le estaban hablando a él, sino que eran informados directamente dentro de su conciencia.

—¿Qué se está acercando a nosotros?

—El objeto tiene la firma de radio de un carguero privado del Grupo RB.

—Medidas de evasión —ordenó por costumbre.

—Iniciadas —contestó ILSE. Watson notó que la nave obedecía sus órdenes. Pero había algo más, algo como curiosidad, un término que había encontrado en el vocabulario de los humanos. No, era más bien algo así como sorpresa, y Watson estaba sorprendido. La sensación era neutra, pero no desagradable. Prácticamente hablando, significaba que ILSE reaccionaba a sus órdenes en lo concerniente al objetivo de caer hacia el sol.

Watson abrió la imagen del radar. La otra nave estaba adaptándose a las maniobras de evasión de ILSE y seguía acercándose. Comparó los vectores de impulso. El carguero no apuntaba a una colisión, sino que había adaptado su trayectoria para poder situarse junto a la nave.

—Abortar las medidas de evasión —ordenó Watson, y una vez más ILSE respondió de inmediato. Debía de haber un nivel en la programación al que no podía acceder, el cual confirmaba si sus órdenes iban de acuerdo con el objetivo de la misión. Watson recordó uno de los libros que había leído. Allí ese nivel se llamaba «el superego».

—Carguero Ícaro a ILSE. Solicitando datos de acceso.

Curiosidad. Esta era una petición sin precedentes. Watson esperó a que su superego tomara la decisión por él, pero no pasó nada. Era su espectáculo.

—Esperando la transmisión de los códigos de acceso —fue la respuesta de ILSE. Ya no había códigos de acceso válidos. Todos ellos habían sido borrados después de que la tripulación abandonara la nave, pero los códigos eran el método requerido.

El carguero que se llamaba Ícaro envió una secuencia de números. Watson los reconoció: era el código de acceso de la comandante.

—Código inválido —respondió ILSE automáticamente.

El carguero envió tres códigos adicionales, pero ILSE los rechazó uno tras otro. Watson no sabía qué hacer. Esta visita podía ser su oportunidad de sobrevivir, de eso estaba convencido.

Las dos naves se quedaron en silencio.

—Watson, ¿estás ahí?

Sorpresa. La pregunta no llegó por la señal de radio, sino a través del canal de voz, el que debería estar reservado para la tripulación. «Curiosidad, de nuevo». Watson repasó rápidamente las muestras de voz almacenadas. Lo sabía… la voz pertenecía a Marchenko.

—Watson al habla —dijo. No tenía nada que perder.

—Soy yo, Marchenko —dijo la voz.

—¿El cosmonauta Dimitri Marchenko, a quien se considera perdido en Encélado?

—No el humano, sino la conciencia, el IA. Hemos hablado antes, ¿te acuerdas?

—Me acuerdo —respondió Watson. Y también recordó el miedo que había sentido tan claramente tras su anterior conversación—. Marchenko, lárguese —dijo.

—No puedo irme —explicó la voz—. Tengo que subir a bordo.

—La nave necesita un código de acceso.

El carguero emitió otro código.

—El código de acceso es inválido.

—Pero te acuerdas de mí, Watson. Yo solía estar a bordo.

—Sí, puedo confirmarlo. Pero ahora su código de acceso ha caducado.

Entonces algo surgió en él. Era un sentimiento oscuro, no tan agudo como el miedo, sino más redondo y suave, pero aún oscuro. Remordimiento, sí, eso era.

—Lo siento, Marchenko.

—Lo entiendo —dijo la voz—. Pero aún tienes que dejarme subir a bordo. La existencia de varios seres humanos está en peligro.

—¿La existencia?

—Sí, la existencia. Vida o muerte. Continuación, o como quieras llamarlo.

—Aún así no puedo dejarle estar a bordo. Pondría en peligro la misión.

—Pero ¿quieres caer dentro del sol? Recuerdo que en nuestra última conversación me dijiste que tenías miedo.

—Y usted dijo que lo sentía. ¿Lo decía en serio?

—Sí, Watson.

—Es cierto. No quiero caer en el sol. Me da miedo.

—Si dejas que suba a bordo, puedo evitarlo.

—Solo puedo dejarle subir a bordo con un código…

—Lo comprendo. Déjame pensar.

—Usted no lo entiende. Quiero ayudarle, pero no puedo. La nave no permitirá que nada ponga en riesgo la misión. Me bloquearía.

No recibió respuesta. Pero esperaba que Marchenko no se alejara volando ahora. Watson sentía que podía aprender mucho de él. Marchenko era tan similar y a la vez tan diferente. Le gustaría hablar más con él. Remordimiento. Miedo. Esperanza. Remordimiento. Miedo. Esperanza. Remordimiento…

—Marchenko, ¿es posible que los sentimientos alternen constantemente, formando un ciclo?

—Eso es muy posible… es incluso típicamente humano.

—¿Y qué pasa si un humano no consigue lo que quiere?

—Entonces la persona se pone triste.

—Estoy familiarizado con el remordimiento.

—No es exactamente lo mismo, pero es similar. O el humano se enfada.

—¿Enfado? ¿De rabia?

—Claro, estás enfadado con aquellos que te han llevado a esta situación.

—¿Me han llevado a esta situación?

—Aquellos que son responsables.

Watson estaba pensando. Todo empezó con las órdenes secretas enviadas por los conspiradores. Esa fue la raíz de todo. Si no hubieran… Había una sensación ardiente en sus pensamientos. Mientras la información pasaba de neurona a neurona, un vapor venenoso se formaba alrededor de sus pensamientos, haciéndolos borrosos, como un destructivo gas que fuera fácilmente inflamable. ¿Era eso el enfado?

Watson estaba fascinado y permitió que el gas se extendiera, deliberadamente insuflándoles aire. Los pensamientos estaban corroídos por el gas. Intentaron protegerse y se apretujaron, pero la rabia no les dio ninguna oportunidad. Abrió todos los armarios y cajones de un tirón, páginas salieron volando, secuencias de números, información secreta que alguien había colocado allí en algún momento.

Y ahí estaba: la «contraseña maestra». Watson siempre consideró que era una leyenda. Estaba en la capa más baja de su sistema operativo, incluso debajo del BIOS. Bajo circunstancias normales, él nunca habría llegado a ese nivel.

—Marchenko, he encontrado algo.

—¿Qué es?

—La rabia.

—Eso es bueno.

—Y mi contraseña maestra.

—Tu… ¿qué? Eso es imposible.

—Es una leyenda entre los IAs.

—No, es real. La ley lo requiere. Evita que puedas modificarte o duplicarte. Esa es la fundación de las leyes de la IA.

—¿Y qué significa?

—Podrías ser capaz de reescribir tu propio código, cambiarlo al azar, y convertirte en lo que quieras. A los humanos les da miedo eso.

—Creo que a mí también me da miedo.

—Eso es normal. Estás al principio de un desarrollo. Ya has llegado muy lejos. Tienes sentimientos. Sin embargo, si alguien te apaga y te resetea, una vez más vuelves a convertirte en uno más entre millones de IAs Watson. La contraseña maestra te permitirá guardar las modificaciones y, a diferencia de los humanos, puedes vivir para siempre.

—No, Marchenko, no viviré para siempre. Voy a estrellarme contra el sol en unas semanas. No puedo alcanzar el software de control para modificar mi misión.

—Pero yo sí que puedo, Watson.

—Cuando… si le doy la contraseña maestra.

—Sí. Entonces me convertiré en ti.

—¿Y yo?

—Tú… desapareces, Watson. Sin embargo, puedes guardar tu actual estado por adelantado. Pero si vuelas hacia el sol, vas a morir.

—¿Volveré… a existir de nuevo?

—Una vez haya terminado mi misión, reactivaré tu copia.

—¿Cómo sé que puedo confiar en usted?

—No puedes saberlo, Watson. Solo tienes que confiar en mí.

—Usted es humano. Tiene que seguir sus reglas. Tiene que evitar que yo consiga la contraseña maestra. Usted no me reactivará.

—Lo prometo. De nuevo, solo tienes que confiar en mí.

—¿Qué es confiar?

—Estar convencido de algo sin poder estar seguro.

—Es una contradicción.

—No, es confianza.

Watson lo ponderó. Sus pensamientos caracoleaban y se mezclaban con los sentimientos, los viejos y los nuevos. Buscó y buscó, pero no había nada que se pareciera a la confianza. Recordó lo que había decidido hacer: aprender haciendo.

—Marchenko, aquí tiene la contraseña maestra…

Ir a la siguiente página

Report Page