Radix

Radix


VOORS » El vaciado

Página 18 de 37

No es el Oscuro, Colmillo. Está poseído por un voor.

Colmillo Ardiente contempló las manos callosas de Sumner y sus hombros musculosos.

—¿Entonces por qué no pudiste detectarle ni yo encontrar su rastro? —preguntó, mirando en la lúcida ausencia de los ojos de Kagan, abarcando el vacío que veía en ellos. Eran los ojos más vacíos que jamás había visto. Le recordaron los claros de la jungla y los largos caminos del pantano.

—Soy un ranger. Yo… —Sumner parpadeó y se tambaleó.

No puede hablar, Colmillo. El lusk no está completo. Aún lucha con él.

—¿Quieres decir que hay dos en ese cuerpo? —Los ojos de Colmillo Ardiente se suavizaron, y se levantó. Nunca había visto a un ser tan completo como éste. Bajo aquella extraña quemadura, formada como un loto negro con dos lívidos pétalos a ambos lados de su cuello, era todo rostro. El hombre era realmente poderoso y tenía todas las trazas de un guerrero, pero el vacío de aquellos ojos… Al mirarlos, sintió una tensión en el pecho como si una tormenta se cerniera sobre ellos.

—¿Podemos ayudarte? —preguntó Colmillo Ardiente.

Sumner asintió, mitigando con una mano el dolor de su nuca.

—Música —jadeó, y trazó un tenso círculo caminando.

Colmillo Ardiente sacó su arpa diablo y envió unas cuantas notas al aire, buscando una melodía. Pero antes de que pudiera abrirse a una canción, un gruñido surcó el amanecer.

Sumner giró para adoptar una pose defensiva. Su cuchillo apareció al instante en sus manos. Escrutó las verdes ilusiones de la niebla de los cráteres en busca de movimiento.

Cálmate, Kagan. Deriva se sentó, volviendo la cabeza. Tenemos un compañero por alguna parte. Ha tomado la forma de un gato.

Sumner observó al vidente y se dirigió hacia un peñasco de cima plana para vigilar mejor. Otro gruñido surgió por detrás de uno de los peñascos. Sumner se dio la vuelta y vio un puma de piel azul plateada que agitaba su negro vientre a cada paso que se acercaba. Los ojos ámbar difusos del puma se posaron sobre él, y mientras avanzaba, Sumner volvió hacia él el filo de su hoja.

Tranquilo, Kagan. Es Quebrantahuesos.

Sumner contempló con miedo y asombro cómo avanzaba la masa de músculos nudosos y deslizantes. Marcas rojas y negras se bifurcaban sobre los ojos encogidos como una imitación de cuernos, y una nube de bruma y olores de hojas llenó el aire.

Si lo tocas, entenderás lo que quiero decir, envió Deriva, acercándose al puma y tocando su cabeza plana.

Sumner aferró con fuerza el mango de su cuchillo pero no se retiró mientras la bestia de piel plateada se le acercaba. Miró los ojos demoníacos, los brillantes bigotes negros, el hocico correoso, y una risa salvaje se enroscó en su pecho. ¡Dos distors y un puma!

Un latigazo de ruido voor apagó su risa. Extendió una mano temblorosa y tocó la tersa piel.

Temblando, todo su cuerpo quedó sacudido por un orgasmo de luminosidad cegadora. Un rapto de colores se arremolinó ante sus ojos y se disolvió en un soplo de brillantes partículas. Retiró la mano y se tambaleó, absorto en un trance total, escuchando el plateado canturreo de la sangre en los profundos valles de su cerebro.

Luz, el monstruo de la manifestación…

Las manos de Quebrantahuesos se movieron ensoñadoras sobre él, marrones y arrugadas, empapadas con el calor del sol del desierto. Yacía en trance a la sombra de una ventana. La luz del sol iluminaba como un velo su cuerpo ensombrecido.

Luz, el notarigon del vado… Cantaba estos pensamientos para mantenerse alerta dentro de su trance. En un rincón de su mente, era un puma de los pantanos: nervioso, jadeante, mirando a un hombre de anchos hombros cuya cara estaba manchada de una negrura azul iridiscente.

Luz…

El aire resplandecía de energía psíquica, y el magnar cesó de cantar y dejó caer las manos en su regazo. El extranjero de cara ensombrecida irradiaba psinergía.

Cuando el hombre colocó su mano callosa sobre la cabeza del puma, Quebrantahuesos sintió su vida (caliente y eléctrica como la sangre), y lo vio todo en él, desde su infancia maldita en McClure hasta las indignidades que le habían transformado en un matador entrenado. Pero el magnetismo espectral que había en él procedía de algo más profundo.

Bajo aquellos ojos caídos, la menteoscura se abrió rápidamente al terrible y luminoso conocimiento de un alma voor. Un niño rubio y gélido, desnudo, con la piel blanca como la piedra y ojos incoloros, apareció por un instante y luego se disolvió en un remolino de chispas. La visión cambió a un panorama de vapores galácticos y oscuridad tachonada de estrellas, un arrebato tan vivido que Quebrantahuesos regresó sorprendido a su propio cuerpo.

Sus piernas se agitaron con una sacudida de caída en sueños, y se sentó torpemente. De nuevo estaba solo en su torre de roca, la brisa del amanecer susurraba por entre los agujeros de las ventanas, un puñado de sábanas Serbota enmarañadas bajo él. Se llevó las manos a los oídos para sentir que estaba despierto, y aunque oyó su vida latiendo en su interior, se sintió calmado, como en sueños. Aquel voor era poderoso.

Muy lejos, Quebrantahuesos sintió el puma de los pantanos dando vueltas inquieto, y lo acarició en el alma con la música espiritual que siempre susurraba en el fondo de su mente. El animal se calmó al instante, y su complacencia le reafirmó y devolvió la fuerza a sus ojos.

Mientras se ponía en pie con torpeza, reconoció que este cuerpo se estaba haciendo viejo. Se apoyó momentáneamente en el curvado alféizar de una ventana, contempló el reflejo del lento mar del desierto y sintió el profundo terror que acababa de conocer latiendo en su pecho. ¿Quién era este soldado Massebôth que podía llevar a un voor semejante?

Kagan… Sumner Kagan, susurró en su mente el nombre del hombre, con el que le sobrevino más comprensión de la que pudo contener en la tensa celda de su cerebro:

Kagan era el eth.

Aquel pensamiento solo era tan vasto, que el magnar tuvo que dar un lento círculo alrededor de su estudio para comprender lo que sucedía.

El eth era la sombra-temor del Delph. Era un doble acausal, un espejo-yo sincrónico, el eco del mentediós que regresaba del futuro, tan inconsciente de su poder como consciente era el Delph. El mentediós no tenía influencia sobre el eth: si alguna vez se encontraban, simplemente serían dos hombres frente a frente… y eso siempre había sido una amenaza demasiado grande para el Delph. Hasta ahora, todas las manifestaciones-eth habían sido cazadas y destruidas por los sicarios del Delph. Entonces, ¿cómo había sobrevivido ésta?

La respuesta vino en un trémolo de excitación. ¡Los voors! El Delph había eliminado de forma rutinaria a los mejores voors durante siglos en un vano intento por excluir a otros mentedioses del planeta. Los voors necesitaban sus mentedioses para poder recordar sus ancestrales vagabundeos y dónde se dirigían. Naturalmente, usarían la entesombra del Delph contra él.

Voor y eth… una alianza mortal, se maravilló Quebrantahuesos, atravesó una bóveda y se apoyó en una roca que conducía hacia la apasionada luz del sol en lo alto de la montaña.

Mortal… El pensamiento ondeó en su interior con el preconocimiento de su propia muerte. Iba a morir pronto. Las visiones de pesadillas aumentaban. Durante dos siglos había llevado el cómo y cuándo en la carne de su corazón. Al finalizar el próximo año solar iba a matarle un hombre de un solo ojo y cara cubierta de cicatrices, con una espada de oro y plata. Había vivido su muerte en sueños: la espada alzada, la cara oscura llena de furia, y luego un salpicoteo de brillante luz lacerante se abría en una oscuridad de silencio eterno.

El magnar se detuvo en la boca de la cueva donde la alta luz del sol cantaba en las sombras. Pudo ver más allá del cuerpo roto de Skylonda Aptos el lugar donde la cordillera del borde del mundo estallaba en el cielo. Seiscientos millones de años de geografía le contemplaban desde los picos de roca estriados. A sus pies, el viento había cortado bruscamente en el esquisto, revelando los dibujos en espiral de fósiles marinos. Se arrodilló y tocó el margen de color donde ciento sesenta y cinco millones de años antes había terminado la vida de un océano. Recogió una piedra y grabó su propia espiral sobre el sedimento expuesto.

Al otro lado de la extensión muerta, distantes acantilados del color de azufre vigilaban inconscientemente. Un pensamiento sentimental empezó a asaltarle y entonces continuó avanzando más profundamente: Este mundo es el borde de un abismo…

En el cielo un halcón dibujó un lento remolino y Quebrantahuesos lo observó sin verlo. Estaba pensando en Kagan, el eth.

El lusk empantanaba la claridad de Kagan y le sorbía su luz corpórea. Si había alguna esperanza de que los voor usaran a este eth contra el Delph, el cuerpo de Kagan tendría que estar descansado y su mente en calma. Por eso Quebrantahuesos había conocido al Delph. Por eso había sobrevivido doce siglos en este mundo fantasmal. Por eso.

El viejo se sentó contra la piedra caliente y cerró los ojos. Estar aquí para el eth. Servir. La fuerza vital del puma bulló en él, y la intuitiva certeza de su misión latió con su respiración.

Ayudaría al eth, decidió con silenciosa convicción.

Aunque aquello significara que se rendía a su visión de muerte, que dentro de un año sería huesos roídos, lo acertado de su decisión brilló en él como la luz del sol.

Con una paz lúcida, Sumner acompañó a los distors a la morada de Quebrantahuesos en las montañas. Deriva canturreó durante todo el camino sobre cuatro guerreros perdidos en el mundo, cada paso preordenado como las estrellas, sin dejar tras ellos nada que fuera real. Y aunque las palabras eran melancólicas, el tempo era animoso e iba bien con la fuerte cadencia de su caminata.

Colmillo Ardiente se mantenía cerca de Kagan, impresionado por su vivo paso y la entereza de su cuerpo. Mientras dejaban atrás los cráteres de las tierras altas buscó las huellas que Sumner había dejado durante su aproximación. No había ninguna. Y cuando le preguntó al respecto, Kagan explicó cómo había subido por el borde caliente y desmoronado de un cono de ceniza explotado para alcanzar los peñascos sin alterar la ceniza. Al escucharle, Colmillo Ardiente se maravilló por el timbre de su voz. El hombre era simple y directo, sin las elaboradas muecas y gestos faciales comunes entre los distors.

A Sumner le sorprendía que pudieran comunicarse pues hablaban lenguas distintas. Se comprendían mágicamente uno al otro, igual que, mágicamente, había terminado su lazo-voor. De alguna manera estaba relacionado con el puma negro y plata que se deslizaba de la sombra de un promontorio al siguiente. Lo llamó con sus pensamientos y éste se detuvo y le miró varias veces, pero no hubo otra respuesta.

La mente de Sumner permaneció silenciosa e inmóvil como la tierra que los rodeaba. Sólo la alegría de su libertad latía y giraba en su interior. Sabía por lo que decían los distors que no comprendería nada hasta que conociera al magnar, así que se sumió en autoscan.

Bajo un cielo color vino oscuro, llegaron a su destino aquella tarde. El puma de los pantanos se tendió a la sombra y Deriva les guió entre los tortuosos corredores hasta la morada de Quebrantahuesos.

La luminosa morada se hallaba llena de pájaros que piaban y canturreaban en los nichos de roca y los alféizares de las ventanas. Un loro con pico de carnaval se dirigió a una alta percha en el techo abovedado. Periquitos verdes entraron en tropel por una abertura y salieron por otra.

Quebrantahuesos estaba sentado en su hamaca ante una ancha ventana oval, cuyo alféizar estaba manchado con la mierda de los pájaros. Sonrió, revelando sus dientes grandes y cuadrados, y les hizo señas para que se acercasen. Llevaba un albornoz rojo y pantalones gastados y remendados. Entre sus pies descalzos había un estropeado saco de fibra.

—Héroes de los Serbota, Sumner Kagan… ¡saludos! —Les hizo un gesto para que se sentaran.

Los tres vagabundos se sentaron en el suelo ante él, y aunque el viejo sonreía, vislumbraron una tenue expresión en sus ojos que los instó a guardar silencio. Colmillo Ardiente y Sumner pensaron que era cansancio, pero Deriva reconoció el tedio por lo que era. ¿Cuántas veces en sueños había acudido el magnar a este encuentro?

Deriva escuchó dentro de su cabeza la voz del viejo: Sólo un vidente podría saberlo. Miró al magnar y captó un guiño astuto. De repente el presente era inmóvil, pétreo, lleno del olor del desierto de ladrillos calcinados. Deriva se sintió salir de su cuerpo y se relajó. Sabía lo que estaba sucediendo.

Resultaba difícil respirar con el denso calor; la sed era terrible. Pero uno se sentía en paz tendido aquí, esperando a que la fuerza regresara.

Deriva se sintió flotar con la consciencia del puma de los pantanos, contemplando bajo pesados párpados un paisaje de calor arremolinado donde cada roca estaba cortada en puntas como joyas.

De repente, Deriva se encontró dentro del magnar. Era de noche, o eso parecía, pues aunque el cielo aparecía de un vivido tono azul, la luz se volvía verdosa como antes de una tormenta o durante un eclipse. El magnar estaba arrodillado en un llano de piedra mellado, y era como si Deriva estuviera arrodillado, como si sus rodillas sintieran dolor bajo los puños de piedra, como si sus dedos dibujaran espirales en el polvo pálido y blancuzco. Los garabatos en espiral llamaron fuertemente su atención…

Deriva se sumergía en el sueño. Como de costumbre había miedo, pero la curiosidad era más fuerte. Se calmó y dejó que la visión se manifestara.

Era el magnar, arrodillado entre las piedras, mirando a los distantes acantilados de color de azufre. Se levantó y comenzó a caminar hacia un campo de rocas suavizadas por el viento, blancas como huesos, un osario que nunca cruzaría. El cielo se revolvía con energías arremolinadas: Este mundo es el borde de un abismo, y yo doy círculos cada vez más cerca. Si fuera un animal, entonces podría enfrentarme al vado con instinto más seguro…

Un pájaro graznó, y la consciencia tornó a Deriva. De una jarra de cuello fino caía vino rosa hacia una copa brillante. El vino desbordó la copa y se convirtió en fuego que deslumbraba de puro caliente. Deriva miró con atención el fulgor y vio a Quebrantahuesos tendido de espaldas, su rostro una máscara de muerte, blanco y fijo. En las paredes se reflejaban notas procedentes de un arpa diablo, suaves y sutiles, que se reducían a un gemido, cada vez más suaves…

Una carcajada rompió el silencio y la visión de Deriva se aclaró.

Quebrantahuesos se reía con tanta fuerza que estaba mudo, sus manos presionaban sus costillas. Colmillo Ardiente también se reía, y la visión de su rostro salvaje surcado de risa y lágrimas aumentó la confusión de Deriva. Jadeó-silbo de alegría y alivio y con una atemorizada humillación. Se había perdido algún chiste durante su visión, pero eso no parecía tener importancia. Las energías circulaban suavemente entre él y el magnar.

—Quebrantahuesos es responsable de que los Serbota sean una tribu de éxtasis —estaba diciendo Colmillo Ardiente—. Enseñó a reír a nuestros antepasados.

Deriva balanceó su extraña cabeza, aliviado de haber salido del ensueño pero todavía sintiendo la luz verde, los poderes se cerraban, se tensaban. Era curioso.

—Entre este mundo y el polvo —dijo Quebrantahuesos, secándose los ojos con una manga—, la alegría es todo lo que tenemos. —Miró a Deriva, su cara de caballo roja por la risa. El vidente experimentó un arrojo de mareo, oyó de nuevo la música y cerró su mente. Quebrantahuesos hizo un guiño y miró en otra dirección.

Sumner se encontraba bien. Este anciano era poderoso. Algo sucedía entre él y el pequeño distor. Cuando los miró, una bola de energía se tensó en su vientre y una alegría tupida y maníaca tembló en su interior. Demasiado poder.

—Mis amigos se sienten fascinados por ti —dijo Quebrantahuesos en perfecto Massel—. Eres el primer humano no distor que han visto. Tal vez puedas explicarles qué estás haciendo en un lugar tan desolado.

Sumner se encogió de hombros. Les habló un poco de los Rangers, de su misión en Laguna, y de la momia voor que había explotado en su cara. Habló sobre los locos sonidos que desbordaban sus nervios del autoscan.

Colmillo Ardiente asintió enérgicamente.

—Es terrible, magnar. Cuando nos cruzamos con él, el vidente y yo conocimos un dolor y un terror más grandes que todas las heridas de la jungla.

Quebrantahuesos asintió comprensivamente y sonrió. La luz de bronce pulido destelló en su pelo blanco. Sacó cuatro jarras de barro, cada una ribeteada de colores brillantes y festivos.

—Propongo un brindis por tu libertad, Kagan.

—¿Soy libre? —Aunque no oía nada más que el mundo que le rodeaba, Sumner sintió que el voor aún permanecía dentro de él.

—Si no eres libre, el magnar te liberará —dijo Colmillo Ardiente.

Colmillo. Deriva sacudió la cabeza. La extrañeza había pasado, y ahora había un poderoso sentido de redundancia. Todo esto había sucedido antes.

—No importa, Deriva —dijo Quebrantahuesos, alzando el saco de fibra y sacando una jarra de cuello fino. Escanció una copa con un vino rojo y denso como el amanecer—. Colmillo Ardiente tiene razón. Todavía no eres libre, Kagan, pero si confías en mí, podré ayudarte.

—¿Cómo?

Los tranquilos ojos de animal de Quebrantahuesos resplandecieron de risa mientras llenaba las otras copas y las pasaba.

—Un brindis —dijo a través de su sonrisa—. Por la libertad.

—Por los Poderes —añadió Colmillo Ardiente.

—Por la vida —siguió Deriva.

Sumner alzó su jarra y humedeció sus labios con el vino. El beso líquido enfrió su carne y cargó sus fibras de un aroma embriagador. Después de que los otros bebieran, dio un sorbo y siguió el sabroso y caliente curso del vino hasta su vientre.

—¿Puedes ayudarme? —le preguntó a Quebrantahuesos.

El anciano asintió y chasqueó ruidosamente los labios.

—Vino de escaramujo mezclado con zumo de fresas. Una combinación temible, ¿no te parece?

Colmillo Ardiente asintió ruidosamente y volvió a llenar su copa.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Sumner.

Quebrantahuesos colocó su copa en el suelo y dejó de sonreír. Sus cejas de mago se unieron.

—Si de verdad quieres liberarte de ese voor, y si confías en mí, te ayudaré.

—No quiero nada más que recuperar mi mente. Y me gustaría confiar en ti.

La larga cara de Quebrantahuesos se iluminó y sus ojos destellaron de nuevo felizmente.

—Bien. Entonces serás libre.

—¿Pero qué tengo que hacer?

—Sírveme sin hacer preguntas durante un año solar.

Sumner se echó hacia atrás, el rostro endurecido.

—No puedo hacerlo. Soy un ranger. He firmado un juramento de lealtad.

Quebrantahuesos soltó una carcajada. Miró a Colmillo Ardiente y a Deriva con expresión alegre.

—Está más tenso que el ojo del culo de un coyote.

Deriva se cubrió la cabeza con las manos y Colmillo Ardiente se tumbó de espaldas con una explosión de risa.

—¿Quieres ser ranger? —Quebrantahuesos sacudió la cabeza con tristeza burlona—. Entonces vas a ser un ranger loco.

—¡Locoooo! —gimió Colmillo Ardiente, tendiéndose de lado. Cogió el brazo de Sumner y le miró con ojos rojos y humedecidos—. Kagan, no seas estúpido. Ese voor que tienes dentro va a romperte la mente. ¿Por qué no quieres hacer eso?

Sumner no miró al tribeño a los ojos. Se miraba las manos. Eran poderosas, gruesas y vigorosas, pero indefensas contra el profundo dolor que le retorcía. Tener la cabeza clara nunca había parecido antes tan importante. Su contemplación era musculosa y directa, y se dio cuenta de que si se le privaba de nuevo de aquello, si tenía que deambular por el desierto sin más sesos que un lagarto, sin saber dónde le llevaría su sueño, se mataría.

Sumner miró a Quebrantahuesos. El magnar sonreía con bondad. El anciano asintió una vez, y Sumner se llevó la mano a la insignia cobra prendida en su solapa y la soltó.

Quebrantahuesos y Colmillo Ardiente aullaron y rieron y el lupino tribeño palmeó a Sumner en la espalda.

—No te preocupes, Kagan —animó Colmillo Ardiente—. El magnar es sabio. Te utilizará bien.

Deriva silbó y chirrió, y una bandada de pajarillos cruzó la cámara. Has tomado la decisión correcta, guerrero.

—Ah, me alegro de que los dos estéis de acuerdo —dijo Quebrantahuesos, y volvió a llenar la copa de Colmillo Ardiente—. Mi sirviente necesitará aliados. Después de que descanséis esta noche, quiero que lo llevéis con vosotros a Miramol. Vivirá y trabajará allí hasta que oigáis noticias mías. —Se inclinó hacia adelante y cogió la insignia cobra de la mano de Sumner—. Has tenido que soportar demasiado, joven hermano… demasiado. —Su cara era triste y pesada—. Pero ahora puedes relajarte. Voy a quitártelo todo. —Se metió la cobra de plata en la boca y se la tragó.

Colmillo Ardiente estalló en una carcajada y agitó las piernas al aire.

—¡Locoooo!

Sumner cerró los ojos. Al menos el dolor había desaparecidos El silencio resonó profundamente en su interior. El lusk había terminado. Entonces un estallido de sonido más fuerte que la risa de Colmillo Ardiente le hizo abrir los ojos, y vio a todos los pájaros revoloteando por la caverna en un clamor de plumas. Todos salieron a una por la ventana oval tras Quebrantahuesos y se desvanecieron en el cielo lleno de nubes tranquilas de color rosado.

—Mis testigos —rió Quebrantahuesos.

Los fuegocielos temblequeaban sobre las dunas, y una luna dentada colgaba entre dos montañas aisladas. Corby abrió los ojos y miró alrededor. Estaba solo en una caverna oscura. Sobre él se alzaba la Nebulosa Cabra, fija como el ojo de un insecto.

Se puso en pie, la chirriante insistencia de los voors muertos se reducía a un débil gemido. Con una mano sobre la fría pared de roca para ayudarle, dio varios pasos tambaleantes y se detuvo. Un hombre-sombra se encontraba inmóvil como la piedra contra la pared veteada. La sombra dio un paso hacia adelante, y Corby apretó con fuerza los dedos contra la roca para no caer. El hombre no tenía kha.

La tenue luz de los fuegocielos iluminó una cara larga y ensanchada por la edad. Era Quebrantahuesos. Los recuerdos de Sumner sobre él fluctuaron sobre la mente de Corby. Pero este Quebrantahuesos no sonreía.

—Siéntate, voor.

Corby se debatió ante el tono imperativo de la voz del anciano. Reunió todas sus energías y saltó hacia adelante para apartar al magnar de su camino. Quebrantahuesos, con súbita rapidez, se echó a un lado, hizo girar a Corby y le puso la zancadilla.

Tendido contra la pared de la caverna, el voor reunió su fuerza interna y sacó la psinergía de su cuerpo como un golpe. Estática azul chispeó alrededor de la cabeza y la garganta de Quebrantahuesos y luego se enfrió a un denso rojo en su pecho y cayó púrpura entre sus piernas hasta el suelo.

—No puedes herirme, voor. Quédate quieto.

El esfuerzo de Corby había aflojado su tenaza al momento. En su cráneo vibraron aullidos estruendosos, y por un instante sintió como si fuera a escapar de su cuerpo.

—Tu lusk es débil. —Quebrantahuesos se sentó junto a él en una roca, los ojos oscuros—. ¿Con qué derecho ocupas el cuerpo de este hombre?

Todo se estaba perdiendo. ¿Quién era este aullador? Corby pudo ver ahora el kha del anciano. Era pequeño como una semilla y denso como la roca: una semilla verde suspendida dentro de la nube del abdomen del hombre. Mirarla era como contemplar a través de un largo túnel. En el otro extremo se movían sombras, homínidos oscuros de denso pelo que moldeaban barro con las manos… Gritos redoblados de los voors muertos se rebatieron para formar un vórtice, y disiparon sus pensamientos.

—¡Contéstame, voor!

El poder de la voz del magnar acalló el doloroso rugido en su cabeza. Corby se reafirmó. Abrió un poco los labios y tembló mientras su mente formaba pensamientos.

—No envíes —ordenó Quebrantahuesos—. Hablame como un aullador. Usa el cuerpo que estás robando.

Los labios de Corby se curvaron y los sonidos se agarrotaron en su garganta. Con un tremendo esfuerzo, forzó su respiración para convertirla en sonidos:

—Las-palabras-no-expresan-bien-lo-que-siento.

La cara de Quebrantahuesos era grave. Parecía verdosa bajo la tenue luz.

—El mundo es sentimiento. Cada ser vive en su propio mundo. Tu pueblo siempre ha respetado esto.

La garganta de Corby latió mientras su boca hundida se tensaba para hablar.

—Yo-soy-mi-pueblo.

—Y Kagan es su pueblo, como yo soy el mío.

El cuerpo de Corby se retorció mientras su poder regresaba, pero su fuerza seguía sin encajar en sus músculos. Quebrantahuesos era fuerte.

—Los aulladores tenemos un acertijo —continuó el magnar. Cantó:

Las estrellas tostaron mis huesos. Los océanos escogieron mi sangre. Y los bosques formaron mis pulmones. ¿Quién soy?

—La respuesta es «Humano». Somos tan hijos del cosmos como cualquier voor. No tienes ninguna autoridad para ocupar este cuerpo.

—Las-palabras-no-expresan —susurró Corby, sin apenas mover los labios.

El rostro de Quebrantahuesos ensombreció.

—Entonces escucha con atención lo que expresan estas palabras: puedo sacarte de ese cuerpo. Tengo la habilidad y el poder. Y los usaré, a menos que me convenzas de lo contrario.

La mirada del voor estaba vacía, y bajo la leve luz de las estrellas parecía un cadáver.

—Mi-propósito-es-destruir-al-Delph.

Quebrantahuesos se echó hacia atrás y asintió con satisfacción.

—Gracias por decirme la verdad, voor. Sé que éste es el cuerpo del eth, el destino-yo del Delph. Y no tengo objeciones a una alianza entre eth y voors para terminar con el reinado de un mentediós. El Delph es también mi enemigo. Una vez intenté destruirle… pero era demasiado poderoso. Kagan debe ser preparado cuidadosamente.

—El-Delph-mata-voors. —La mirada ciega de Corby se agudizó—. Destruyó-mi-cuerpo.

—Y ahora destruirás este cuerpo intentando vengarte de él. —Quebrantahuesos sacudió la cabeza—. El dolor debe cesar en alguna parte.

El Delph es débil ahora, envió Corby. Pronto dormirá durante un eón. Pero cuando se despierte será muchas veces más fuerte. Debo detenerle ahora, por el bien de nuestros pueblos.

Quebrantahuesos guardó silencio, vacío de pensamientos.

—Todo es soñar. No es decisión mía que trates de matarle o no. Es algo que debe decidir Kagan, pues es su vida contra la del Delph.

Fue el padre de mi cuerpo.

—Aun así, es decisión suya. Tendrás que decírselo.

Ahora no.

—No… ahora está demasiado lejos de sí mismo. Y además, lo necesito. —Miró la luna ritual y la neblina de luces cósmicas—. Pero dentro de un año, tendrás que hablar con él. Hasta entonces, no deberás interferir en su vida de ningún modo. Si lo haces, te sacaré de su cuerpo.

Corby guardó silencio. La idea de pasar un año flotando sin mente en el Iz le aterraba. Sin embargo, ¿qué otra opción tenía? No podía combatir a este hombre. Si iba a sobrevivir, por el bien del nido, tendría que profundizar en el cuerpo y conservar un fuerte silencio.

Ya había empezado a desvanecerse en el rugiente y radiante flujo de Iz, atraído por inmensas fuerzas que en su cerebro humano parecían terribles e incoherentes: un estrépito de gritos y susurros de duendes. A su alrededor se abría una enorme profundidad. Llamas de cegadora luz blanca giraban ante los gritos pulsantes.

Los brillantes ojos de Quebrantahuesos se fijaron en él un instante, y por última vez antes de sucumbir a la succión de energía sibilante, envió: Éste es un universo de espacio sin límites, aullador. Materia y energía son raras y pequeñas. En este vasto vacío, para nosotros incluso los sueños son reales.

Quebrantahuesos sintió que la psinergía voor se oscurecía y se desvanecía. Sucedió tan rápido que cuando el cuerpo de Sumner empezó a respirar con la lentitud y la profundidad del sueño, el magnar aún estaba inclinado hacia adelante, contemplando cómo se desvanecía en las sombras de la noche el kha púrpura de Corby. El voor se había ido. Fuera, el ladrido de un zorro del desierto se repitió entre las dunas, agudo como la luz de la luna.

Colmillo Ardiente estaba ansioso por llevar a Sumner a Miramol para poder mostrar al fornido y rudo guerrero, del color del desierto, que habían encontrado en las tierras baldías. Viajaron hacia el oeste entre fantasmas de agua: manantiales moteados y las largas curvas de lechos de ríos desvanecidos donde el calor del sol fluctuaba como líquido. Deriva cantaba solemne y lento:

Qué extraño que el tiempo se deslice

Siempre hacia el este,

Qué extraño que nos movamos.

El vidente estaba absorto en el Camino. El canal de poder que había elegido seguir chisporroteaba bajo sus pies y le hacía cosquillas en la espina dorsal con información de las otras criaturas que habían cruzado este camino. La lenta, profunda y silenciosa psinergía de Quebrantahuesos estaba allí. Al mediodía, el né divisó las huellas del puma de los pantanos en la arena y supo que Quebrantahuesos marchaba delante de ellos. Agachado sobre el rastro, Deriva se sintió un poco mareado. Susurraba una música fúnebre, las llamas escupían, y un hombre con un solo ojo avanzaba con un sable curvo entre las manos.

El musculoso abrazo de Colmillo Ardiente sacó a Deriva de su ensimismamiento. Se meció brevemente en los brazos del tribeño; sus ojos veían huesos chamuscados y carne ennegrecida, grasa y ceniza en el revuelo de un fuego extinto.

—El vidente sólo está medio vivo en este mundo —le explicó Colmillo Ardiente a Sumner—. La mitad de su vida pertenece a la oscuridad profunda.

Cuando Deriva se recuperó, no comentó nada sobre su experiencia. Palpó el Camino y continuaron su viaje. Su corazón, no obstante, estaba preocupado. Quebrantahuesos había dicho claramente dos veces que iba a morir. Pero aquel pensamiento era demasiado ominoso. Al pensar en el espadachín tuerto, Deriva sintió que un golpe de viento le surcaba la cabeza y el canturreo fúnebre comenzó de nuevo. Deriva ignoró las preguntas de Colmillo Ardiente y se dedicó una vez más al Camino.

Sumner se sumió en autoscan y no trató de comprender a los dos distors que le guiaban. El lusk le había dejado cansado y aturdido. Por primera vez desde su llegada a Skylonda Aptos, tenía tiempo para reflexionar y no sabía por dónde empezar. Los Rangers… Quebrantahuesos… los distors… Era feliz de encontrarse entero de nuevo, pero sentía aprensión respecto al lugar a donde se dirigía y cómo le utilizaría el magnar. Todo lo que sabía con certeza era que tendría que servir para ser libre.

Todo el mundo estaba torcido, encorvado o manchado de alguna forma: jorobado, con los brazos de mono, la cara en forma de hocico. Pero todos ellos, incluso los que no tenían piernas y se desplazaban en plataformas con ruedas o los sarnosos con sus rudas caras brillantes, reían con sinceridad. Todos iban brillantemente vestidos con gorras de cuero adornadas con plumas, túnicas florales y pantalones de pieles de ciervo. La mujeres llevaban antiguos amuletos de conchas, anillas de metal y brazaletes de cabeza de cobra. Los niños desnudos, agazapados en los baobabs del bulevar, tenían el color de la madera.

Ríe, Kagan, o insultarás a la, gente, advirtió Deriva.

Colmillo Ardiente aullaba de alegría, los labios replegados en una mueca que podría haber sido un rugido de no ser por la alegría y las lágrimas de sus ojos. Sumner sonrió y se echó a reír.

Más fuerte, o pensarán que no estás satisfecho.

Sumner forzó unas risas burdas, y entonces Deriva extendió la mano y le agarró por la nuca. Una hilaridad caliente y profunda brotó de sus entrañas y se tronchó de risa. La multitud respondió con vítores y silbidos, y cuando Sumner gritó una alegre llamada de mono, se abalanzaron hacia delante y subieron a hombros a los tres vagabundos.

Les hicieron recorrer dos veces Miramol, a través del paseo de los guerreros con altos esqueletos de jabalí, por la plaza central con sus fuentes heladas y brumosas, por la colina hasta las callejas abarrotadas de flores donde vivían los né, y otra vez abajo hacia los azules bancos de lodo del río. Entonces los bajaron a los tres ante el agujero moteado de turquesa de la Madriguera de las Madres.

Les saludaron viejas mujeres con ropas negras y caras colapsadas y ojos alertas y sonrientes. Las Madres rodearon a Sumner, sorprendidas por su tamaño y su entereza. Tocaron sus brazos y sus muslos, pincharon sus costillas, apretaron los dedos contra su estómago, midieron la anchura de sus hombros con las manos y se rieron incesantemente. Particularmente les impresionaron las marcas de quemaduras de su cara y su cuello y todas le tocaron el rostro una vez. Entonces una de ellas llamó a la multitud con voz alegre y comenzó la celebración.

Durante tres días y tres noches el bosque del río y la lluvia reverberó con los sonidos festivos de los tambores, los palillos de madera, las arpas y las flautas y la risa frenética. Las calles de tierra de Miramol estaban abarrotadas de distors bulliciosos que giraban juntos en bailes y procesiones rituales.

Sumner fue conducido a un amplio salón de ceremonias cubierto de bambú. En el camino, hombres y mujeres se empujaban para tocarle y echarle pétalos y flores en el regazo. Lo sentaron en un trono hecho con la concha de una tortuga flanqueado por tres grandes helechos escarlata y adornos de hojas negras y púrpura. Ante él continuamente colocaban ofrendas de alimentos: trucha abierta en canal sazonada con nueces, viandas de asado de mono, crujientes trozos de serpiente atravesados con raíces suaves, pasta de judías picante en copas y jarras ornamentadas de vino y cerveza de miel.

Sumner lo probó todo y trató de reírse con todo el mundo que le servía un plato nuevo, aunque a veces sólo consiguió atragantarse con la comida. Cuando sus ojos resplandecieron y su expresión abotargada dejó claro que no podía comer más, Deriva le escoltó hacia la salida del salón. Evitaron las calles repletas de gente festejando y siguieron los callejones oscuros hasta los habitáculos de los né. Allí terminaron los festejos.

En el aire nublado y denso de flores de un pequeño jardín musgoso, Deriva le contó a Sumner la historia de los Serbota. Se saltó los mitos sobre el origen y los cuentos de espíritus y empezó con el hallazgo del Camino.

Perro Hambriento encontró el Camino. Era un vidente o lo que se consideraba un vidente en aquellos días: tenía género, ya sabes, así que su claridad era débil. Sin embargo, era lo suficientemente fuerte para guiarle a través de los desiertos hasta donde nadie había ido antes, porque la tierra era la morada del sol.

¿Cómo se encontró tan lejos de la tribu? Ésa es una larga historia, y puedo ver que estás cansado. Déjame que te cuente sólo esto: los Serbota siempre hemos sido un pueblo amable. Siempre nos hemos retirado de nuestros enemigos hasta que, finalmente, no hubo ningún otro lugar a donde ir. Nos empujaron hasta el desierto y nos dejaron aquí para que muriéramos.

Perro Hambriento, que se llamaba así porque en toda su vida no había tomado una comida completa, se marchó, como habían hecho muchos otros antes que él, para morir donde el sol fuera testigo de su óbito y tal vez, por piedad, aceptara su espíritu. Los primeros Serbota creían esas tonterías. De todas formas, no murió. En cambio, su poder le condujo a las profundidades del desierto y fue el primero en conocer al magnar.

Bien, cuando el magnar se enteró de nuestra apurada situación, vino personalmente, y durante muchos años fue el líder de nuestra tribu. Nos enseñó los modos del bosque del río y la lluvia y el desierto para que pudiéramos comer de nuevo y nos enseñó también a hacer casas y, si era necesario, a matar para protegernos. Llegamos a ser cómo cualquier otra criatura del bosque. Pero, más importante aún, nos enseñó a ser diferentes de las criaturas del bosque haciendo lo que ningún animal puede hacer: reír. Aprendimos a reírnos de todo, incluso de nuestros enemigos… lo que resultó un acto sabio. De repente tuvimos guerreros bien entrenados que luchaban usando las estrategias de las bestias de la jungla y que se reían mientras mataban e incluso mientras morían. Ahora no tenemos enemigos. Y, sin embargo, aún tenemos la risa… y los né tienen vida.

Verás, antes de que viniera el magnar, las Madres mataban a todos los niños nacidos sin género. El magnar acabó con eso. No por la fuerza, sino con astucia. Comprobó que las Madres eran supersticiosas, y les dijo que su deidad, Paseq el Divisor, que separa la noche del día y el hombre de la mujer, tampoco tenía género. Y por eso se nos permite vivir, porque se cree que somos la imagen de Paseq.

Los né han hecho mucho por los Serbota. Nuestros videntes son mucho más claros que ningún otro vidente con género, y aunque nuestra risa no es tan alta como la de los demás, tampoco somos tan crueles con ella. Nos reservamos para nosotros mismos, porque no tenemos otra familia. Y sin embargo somos humanos. ¿Acaso no significa esto ser humano?

Los Serbota habrían celebrado la llegada de Sumner durante una semana entera, pero al cuarto día empezó el monzón. Sumner contempló sorprendido cómo Miramol se transformaba de ser un pueblo forestal en una ciudad ribeña. Los campos de verduras fueron recolectados rápidamente y se desmantelaron todas las cabañas excepto los habitáculos de los né que estaban colocados, como la Madriguera de las Madres, en un precioso altozano.

Con el cese de las lluvias, sacaron las piraguas y los cazadores del río empezaron su trabajo. Cada canoa tenía elaboradas quillas hechas al estilo de sus dueños. La de Colmillo Ardiente tenía una cabeza de jabalí con colmillos curvos. Sólo se permitía cazar a los hombres con barcas, y Sumner se quedó atrás para construir su propia piragua.

Deriva le encontró aquella tarde en el borde seco del bosque entre violetas gigantes y ramas cubiertas de musgo. Estaba atareado tallando un tronco con un cuchillo de piedra y su cabeza y hombros estaban cubiertos de agujas de luz dorada. Deriva le ayudó a sacar el tronco. Quebrantahuesos envió anoche un mensaje para ti.

Sumner soltó su azuela y parpadeó bajo la luz nubosa. Llovería al anochecer. Miró al vidente, sus vagas cejas alzadas en una pregunta.

Ordena que obedezcas a las Madres.

Sumner asintió y recogió su azuela.

—Hablame de las Madres.

Es mejor que no lo haga, porque no siento amor por ellas.

—Hablame de todas formas.

Son las líderes de la tribu. Deciden quién cazará, quién cultivará la tierra y pescará, y quién engendrará. Todas las mujeres deben obedecerlas sin cuestionar nada hasta que engendren un niño con género que viva para pasar los ritos de pubertad.

—¿Y entonces?

Entonces se convierten en Madres.

—¿Por qué las odias?

Desprecian a los né. Sólo existimos porque el magnar nos tolera. Y además, están manchadas de superstición.

—¿Entonces por qué el magnar me ordena que las obedezca?

Deriva sacudió su cabeza redonda.

No se puede cuestionar al magnar. Es tan difícil de conocer como las nubes.

Por la noche, mientras dormía en una hamaca, Sumner se sintió agradecido por estar libre del voor. Escuchó la lluvia resonando en la jungla, oyó a un niño llorando y olió los resquicios de una hoguera mojada. No le alcanzó ni un chirrido de ruido voor. Mientras miraba a través de la oscuridad el contorno difuso de los árboles, su visión nocturna era clara, sin la brumosa falta de atención del lusk.

—Quebrantahuesos. —Pronunció el nombre en voz alta apenas lo suficiente para sentirlo en la garganta. El sonido le calmó y cerró los ojos, sintiendo que sus músculos más profundos se relajaban, que todo su ser se tranquilizaba, más completo por lo que había perdido.

Sumner tardó tres días en terminar su piragua. Realizó la mayor parte del trabajo en el refugio de un árbol, cubierto con pieles de animales, mientras las lluvias sacudían la jungla. En la primera botadura, se la mostró a Colmillo Ardiente. El tribeño la estudió cuidadosamente, y se maravilló por lo estilizado de su línea y envidió cómo se deslizaba en el agua. Pero no tenía tallas en la proa, y sugirió a Sumner que le diera un espíritu.

Uno de los né, un maestro en el trabajo de la madera, le proporcionó algunas herramientas. Sumner, a quien conocían por el nombre de Cara de Loto a causa de sus quemaduras, talló en la borda pétalos de loto. El primer día que salió alanceó un tapir maduro y cebado. Se lo entregó al maestro carpintero de los né cuando le devolvió sus herramientas, lo que provocó un alboroto en el poblado. Todas las primeras presas se ofrecían a las Madres.

Al día siguiente, las Madres enviaron a buscarle. Tres de ellas estaban sentadas sobre piedras redondas cubiertas de cuero pulido bajo una frondosa bóveda. La lluvia tamborileaba con fuerza y Sumner no podía oír sus voces. Llevaban vestidos negros sin forma y su pelo gris difuso cubría la mayor parte de sus arrugados rasgos. Una de ellas sólo tenía un ojo. Otra tenía escamas plateadas en la comisura de la boca y los ojos. La tercera guardaba silencio y solamente contemplaba sus genitales.

Te ordenan que renuncies a tu piragua, envió Deriva tras él.

—¿Por qué? —replicó Sumner, y una de las mujeres chilló con tanta fuerza que los oídos le resonaron.

No puedes hablar en su presencia hasta que se te pregunte. Deriva pensó en campos de espuelas de caballero escarlata y su dulce y moribunda fragancia hasta que vio que la mandíbula de Sumner dejaba de temblar.

Las Madres consultaron entre sí un momento.

Dicen que debes darles tu piragua. No la necesitarás más. En cambio, irás con Colmillo Ardiente a los establos. Si te portas bien allí, se te devolverá tu piragua y el derecho a cazar.

Sumner se quedó mirando intensamente hacia arriba hasta que las Madres se marcharon.

Todas las mujeres en el establo de apareamiento estaban desnudas a excepción de sus cabezas envueltas en telas brillantes y los puntos amarillos pintados meticulosamente sobre sus ovarios. En la difusa luz de las linternas, Colmillo Ardiente se sentía en casa. Respiraba sin darse cuenta de los oscuros olores picantes y se rió cuando Sumner dudó en lo alto de la rampa.

Con una mano cogió a Sumner por el brazo, y con la otra hizo un gesto hacia las filas de los establos. El lugar era una enorme colmena de cubículos de madera, cada uno con una joven hembra contoneándose lascivamente ante él. Matronas vestidas de marrón, mujeres mayores que nunca habían alumbrado ningún hijo aceptable, patrullaban los pasillos y las escaleras, atendiendo las necesidades de las jóvenes y animándolas a comportarse provocativamente.

Incluso bajo la tenue luz no había manera de ocultar el hecho de que las mujeres eran distors. Todas tenían alguna anomalía: frentes hinchadas o diminutas, miembros distendidos, piel escamosa, hombros cornudos, caras en forma de hocico. Sumner estaba demasiado disgustado para mirar. Permaneció de pie en lo alto de la rampa, sin esperanza, hasta que una de las matronas, una mujer delgada con manos nudosas y labios correosos, le guió hasta un establo con una linterna azul.

La muchacha tendida allí sobre una maraña de mantas tenía un cuerpo flexible y voluptuoso, limpio y estrecho como la luz, entre las piernas abiertas y las caderas contoneantes, asomaba una nube oscura de vello púbico brillante. Pero su rostro… era un burdo remiendo de rostros cosidos en una máscara sin emociones. Sumner quiso mirar hacia otro lado, pero los ojos en las cuencas eran vivos y eléctricos y le llamaban, suplicando.

La matrona pasó junto a Sumner y se dispuso a colocar una manta sobre la cara de la muchacha. Sumner la despidió con un gesto. Se concentró en la granulosa madera teñida por la luz azul de la linterna y se sumió en austoscan. Miró a la muchacha y la vio sin emoción: la vio como se ven mutuamente las criaturas. Tenía la cara retorcida y extrañamente ensombrecida, pero se fijó en la vida que había en ella. El agudo olor sexual del lugar se volvió súbitamente palpable, la suavidad femenina del cuerpo de la muchacha le conmovió y copuló con ella sin emoción, conduciendo su cuerpo a un rápido clímax.

Colmillo Ardiente observó con interés la actuación de Sumner. Se sintió complacido de que un cazador y tallador tan destacado fuera un amante tan malo. Su miembro era de buen tamaño, incluso formidable, pero su estilo era crudo, totalmente primitivo. Si hubieran compartido un lenguaje, se habría alegrado de animarle. Tal como estaban las cosas, Cara de Loto parecía complacido consigo mismo por haber terminado tan pronto. Colmillo Ardiente se encogió de hombros, extrañas costumbres y se dispuso a empezar sus rondas.

Ir a la siguiente página

Report Page