Radix

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MENTEDIÓS » Destino como densidad

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Átomos de sudor y aliento revoloteaban alrededor de Sumner, y en esos olores detectó vidas enteras: comidas de hierbas y raíces, recuerdos nómadas de montañas y desiertos salpicados de cactus.

La verja de hierro se alzó, y los Serbota fueron sacados del pozo con picas ganchudas.

Dos ganchos se cerraron sobre las muñecas de Sumner y lo arrastraron al aire libre. Era de noche. Nubes anaranjadas y rosáceas cubrían el cielo del sureste por donde se había puesto el sol.

La cara de Culler se acercó, llena del olor sulfuroso del sudor.

—Una docena de hombres te está apuntando, ojos de fantasma —le dijo a Sumner mientras le soltaba las esposas de las manos y los pies.

El tiempo estaba acorralado. El movimiento era redondo y fácil. Sumner se levantó sin esfuerzo, y una sensación sacramental latió en sus piernas. El estupor y el dolor que había sufrido durante su cautividad se redujeron, y de repente se sintió ágil y suave como una serpiente nocturna, claro como el fuego. El voor había descansado y fortalecido su kha, y el poder de Iz le pertenecía de nuevo. Miró a Culler y escrutó, más allá de los huesos cincelados y los ojos hundidos, en la cruel mueca del hombre. La cara era ruin: unida a un autoamor tan fuerte que resultaba virtualmente un ansia. Este hombre vivía siguiendo su rostro. Sus ojos destellaban de odio, y la carne de su cara se retorcía con un constante aleteo de pensamientos.

Culler retrocedió, sorprendido por el dulce y fragante olor en torno a Kagan y sus ojos se maravillaron de alerta.

—Vigilad bien a esta víbora —ordenó a sus hombres mientras se marchaba.

Los guardias empujaron a Sumner para hacerlo avanzar, y éste siguió a los cojeantes Serbota hacia la roja noche de las piras. Los fuegocielos temblaban como un ala sobre el borde cortado del volcán. En el pozo, las antorchas ardían en un amplio círculo alrededor de una plataforma donde se alzaba un despellejador. La sombra del fuego titilaba sobre sus agujas de plata.

No tengas miedo, le dijo Corby desde su interior, y la fuerza de sus pulmones se agitó. El deva está con nosotros. Los truenos surcaban el cielo, pero no se veía ninguna nube.

Los Serbota se detuvieron y miraron a Kagan, cuyo pelo trenzado destellaba de estática azul. Los guardias los empujaron.

—No os asustéis, distors. Es un cañón. Estamos barriendo el desierto para impedir que se reúnan vuestros compañeros.

Una bruma de sexualidad cálida y etérea rodeaba a Sumner, y los guardias que se encontraban más cerca de él sintieron que una frialdad interior y una línea de fuerza se doblaba como un cabello en sus vientres. Era el terrasueño alzándose, transmutándose en vidamor a través del kha de Corby.

—¡Moveos! —gritó un soldado desde la oscuridad, y los guardias dieron un respingo y cogieron a Sumner por los brazos.

Castañuelas de fuego subían y bajaban por las piernas de Kagan, y sus ojos brillaban y brillaban. ¡Corby, siento tu poder! La sensación de bienestar que brotaba del suelo y entraba en él le recordó poderosamente la psinergía que había acumulado en el bosque del río y la lluvia con Colmillo Ardiente. Radiante, difuminando la sombra de su ego.

Dio un paso hacia delante, y su mente se tornó un desierto de consciencia: estaba a la vez dentro y fuera de sí mismo. Un gel de kha ectoplásmico giraba invisible a su alrededor, resonando con la enorme psinergía superior del deva. Corby estaba tangiblemente presente. La presión del kha surgiente se agudizaba, y toda la montaña se movía hacia él; el infinito y lo inmediato se unían, y él era el surco… ¡el dolor! Agonía ardiente, sola y final, mientras extendía las manos al cielo para tocar a Deva… para conectar su propia y diminuta chispa vital con el Cielo.

El resplandeciente poder de Unchala se abrió paso a través de la consciencia de Corby, liberándole de los fantasmas y disfraces de la memoria.

Una luz ovoide giraba en un tembloroso panorama de plasma tenso, formas etéreas de fuego blanco se alzaban hacia arriba como un león ebrio en la visión de los voors de una cúpula celestial. Mediodía en Unchala.

Girando lentamente, muy muy lejos, estaban las gigantescas espirales llamando desde más allá de la dorada bruma al borde de la visión. Una luz más larga que la comprensión surgía de aquel sol que resplandecía en la oscuridad total, cantando la inconmensurable alabanza de la creación: nacimiento-muerte, oscuridad que se consumía en luz. La luz se convertía en piedra, la piedra destellaba verde a la vida. Colores titánicos surcaban el cielo, ardiendo en el cenit en música y cabellos estelares cinéticos.

Una descarga de truenos sonó directamente encima mientras los soldados empujaban a Sumner al círculo de antorchas. Ráfagas de aire frío brotaron del cielo sin viento, y los Serbota se enderezaron y empezaron a balancearse serenamente. Sentían el vidamor surcando a través de Kagan, y Sumner se sorprendió al verlos moverse con la música que veía en su corazón. Se retiró de sus pensamientos para unirse a ellos, y el ansia angelical que latía en él se volvió conocimiento.

Era uno con Corby y Deva.

El vórtice de psinergía alrededor de Sumner se ensanchó, y los guardias y los hombres que sujetaban las antorchas quedaron atrapados en un lento flujo de euforia. Los pensamientos de todos se fundían a la vez, sangrando en un remolino de luz, y giraban suavemente en un sentimiento, ardiendo como una esfera radiante de emoción. La telepatía los unió a todos, y los sentimientos se desnudaron por primera vez en la vida de la mayoría. El círculo de antorchas se estrechó a un punto mientras los soldados corrían de unos a otros para confirmar lo que sentían, brillando con el temposueño de la llamada del voor.

Al borde de la caldera, Culler observaba en silencio, sorprendido. A su alrededor, los soldados se alzaban de puntillas, incrédulos, para ver lo que sucedía. Ordenó a dos hombres que lo acompañaran, y descendió a paso rápido. Mientras se acercaba al lugar le rodearon murmullos y gritos de felicidad y, obedeciendo un instinto profundo, se detuvo en seco. Pero los dos hombres que le acompañaban continuaron.

Como un brote de viento, la psinergía restalló a su alrededor, fría, clara y rápida… y todo lo que veía quedó embebido en una luz submarina. Dio un salto atrás y se tendió en el suelo. Mientras contemplaba las estrellas zumbando en la fría oscuridad, experimentó la beatitud del sentimiento compartido. Y durante un instante el terrasueño pasó a través de él, liviano y magnético.

Una ráfaga de aire frío lo alertó, Culler se puso en pie y subió otra vez hasta el borde de la caldera. El vidamor salió de él, y se sintió mareado.

—Que salgan los hombres —gritó, temblando débilmente—. Es una especie de guerra psíquica. Tal vez gas. —Sentía los músculos laxos, y la sensación del hechizo refrenaba sus pensamientos—. ¿Dónde está la radio? Necesitamos strohlplanos aquí arriba.

El grupo de soldados y distors danzaba alrededor de Sumner. La oleada de aire estático que brotaba hacia arriba impedía que le tocasen. Muchos de los soldados que habían matado estaban llorando, abrazando amorosamente a los Serbota, arriba, una silueta de luz iridiscente hizo girar los fuegocielos. Un jadeo de asombro común llenó la base del volcán.

Una tranquilidad sibilante se cerró en torno a ellos, Sumner miró hacia arriba, y empezó a sentirse alzado. La luz giró hasta convertirse en un punto estelar, doloroso de puro brillante.

¡Cara de Loto!

El grito telepático transfiguró a Sumner con su familiaridad. Una fuerza suave le hizo dar la vuelta; sentía la dirección de la llamada, pero no podía permitirse creer en lo que había oído. Subió los peldaños de la plataforma para ver mejor. Una corriente de aire en sus oídos guió su mirada a una fila de figuras crucificadas al borde del volcán, enfrente del lugar donde habían crucificado a las Madres. Vio, con cegadora sorpresa, que uno de los distors clavados en las largas tablas era Deriva.

Saltó de la plataforma y se hundió en la oscuridad. La voz psíquica de Corby gritó ¡No! Sumner aterrizó en suelo fangoso, se puso en pie y, abriéndose paso entre una fila de ejecutores y guardianes con caras brillantes por las lágrimas, sacó diestramente un cuchillo de una de sus fundas. Mientras corría hacia la pared del cráter, el aire quieto tembló con los truenos.

¡No te muevas!, explotó la voz de Corby en su cabeza. Deva se está concentrando para levantarte. ¡Nos matará!

Sumner ignoró la advertencia del voor. Chisporroteos de brillo azul caían del cielo, dirigiéndose hacia la plataforma donde se encontraba antes, aleteando en el aire tras él. Pero siguió corriendo. Le debía una vida a Deriva… por Colmillo Ardiente.

El poder bullía a través de él. Ahora era el alambique viviente de la tierra y el cielo. Nada podía detenerle.

Culler vio correr a Kagan hacía el borde, y se abalanzó por el escarpado de roca para interceptarlo. En el cielo latían remolinos de luz eléctrica y las llamas brotaban del despellejador del pozo como bolas de relámpagos. Culler creía que esto era un complejo truco distor, una maniobra psíquica. Incluso en el frenesí de su carrera era consciente de la telepatía en torno a Sumner. Sentía el pulso azul de la vida de Kagan.

—¡Deriva! —llamó Sumner mientras se abría paso por el escarpado de roca. Un dolor empático le asaltó las muñecas y los talones cuando se acercó lo suficiente para ver al né crucificado. Los revueltos fuegocielos empezaron a resonar, más brillantes y borrosos.

Cuatro de los guardias que custodiaban al crucifijo se aprestaron a disparar, pero los abatió un dolor de éxtasis, y soltaron las armas, se sentaron y contemplaron el incendio de la vía láctea flotando sobre las montañas.

Culler lo vio, y se agachó mientras corría, siguiendo la oscura pendiente del cono de ceniza. Desenfundó su pistola ametralladora y la asió en fuerza, dispuesto a matar a sus propios hombres si trataban de proteger a aquel demonio.

Con el sonido del mar resonando en sus oídos producido por el kha que corría por él, Sumner se abalanzó hacia Deriva. Los tribeños crucificados a su lado ya estaban muertos, sus caras contorsionadas por el dolor brillaban como manzanas blancas. Deriva apenas se mantenía con vida, sus ojillos de ballena inyectados en sangre. Con el cuchillo que le había arrebatado al guardia, Sumner cortó las ataduras y sacó los clavos.

Eres tú, susurró-pensó el né en el callejón ventoso de su agonía. Sumner lo acunó, y Corby, aliviado porque Sumner había dejado de moverse, insufló kha al distor. El dolor del vidente remitió instantáneamente para convertirse en un arrebato de partículas brillantes. Un mistral de música estelar, tañendo un ritmo en lo profundo de su ser, suavizó todo el miedo.

Deriva se sentó, y en sus ojos brillantes como un espejo Sumner vio a Culler subiendo la pendiente sobre las rocas heladas por la nieve directamente a su espalda. Se giró, los ojos como una sombra de hielo, y el voor empujó con su kha. El aire helado salpicó sobre la cara de Culler cuando alzó su arma. Disparó varias veces, asombrado, y las balas rastreadoras pasaron sobre los hombros de Sumner y se perdieron en el espacio inmenso entre las montañas.

El retroceso empujó a Culler hacia atrás, y se tambaleó sobre la superficie cubierta de guijarros helados en el empinado borde del volcán, bailando para recuperar el equilibrio. Durante varios segundos, mientras recorría la pendiente que se desmoronaba hacia el precipicio, contempló a Sumner, a un palmo de distancia, los ojos henchidos de miedo, la cara urgente.

En los nervios de Sumner brillaba el vidamor, y rápido como un pensamiento, extendió el brazo derecho. Culler soltó el arma y agarró su mano. Pero estaba resbaladiza por la sangre de Deriva, y perdió su asidero. Con expresión sorprendida y un gemido, Culler se deslizó al vacío. Un grito largo y loco se expandió por las montañas. Unas cuantas rocas resonaron tras él, y el espacio vacío donde se encontraba brilló con los copos de nieve.

Sumner alzó a Deriva y se movió para regresar al pozo. La luz del deva se había desvanecido, y bajo la noche, la cuenca con sus piras humeantes y antorchas brillaba malignamente.

No te muevas, avisó Corby, mientras el aire se volvía cálido y completamente quieto. Un poder sabio y tenue los envolvió. Los truenos resonaron, y los fuegocielos empezaron a girar de nuevo.

Deriva sabía lo que iba a suceder. Era un contacto con Sumner, y se maravilló de la estupenda calma que había conseguido. A través de él sintió a Corby, distante y caótico, sus sentidos líquidos rebullían con un ruido psíquico.

Chispas rojas giraron alrededor de ellos en una danza enloquecedora. Ráfagas calientes convirtieron la nieve en ondas, y fueron alzados, las caras sacudidas por el viento, en el aire de la noche.

Por debajo de ellos el cielo se cubrió de oscuridad y los fuegocielos se sacudieron más brillantes contra el vacío. Se elevaron sobre las montañas más altas, y la velocidad de su vuelo resonó contra las piedras como campanas, aunque su mundo permanecía tranquilo.

Los fuegocielos se evaporaron para convertirse en nada mientras los atravesaban, más altos que el cielo, y la negrura del espacio era más profunda que la menteoscura; el eterno brillo de la luz de las estrellas que se filtraba a través del polvo esparcido de las galaxias era toda la luz que había.

La consciencia de Sumner se alzó a nivel de mentediós. Estaba más completo más allá del tiempo como voor y como hombre. Era un humano volando por el cielo, con un androg en los brazos. Era el microcosmos, la mente sempiterna. Y no era nada sin el voor: simplemente una sombra, la sombra del tiempo de todas las estrellas. La luz del Big Bang se retorció en él, y comprendió Iz. Miles de voors en tiemposcuro habían canalizado la psinergía de sus vidas a través de Dai Bodatta, sintiendo que morían en el éxtasis de Unchala. La alegría había sido real, pero el cruce sólo un pase a un recuerdo de Unchala. La psinergía de los voors se había dispersado en el kha del planeta donde las leyes acausales de Iz las devolverían a la tierra como recuerdos de los voors futuros. Todo el nido estaría aquí, su psinergía reciclándose hasta que se unieran después de miles de años en el alma-grupo de la especie humana. Dentro de cinco mil años, después de que el viento-Iz hubiera pasado, los voors serían recordados como hechiceros, brujos, elfos. La forma humana era nueva para ellos. Sólo ahora, después de treinta mil años dormidos en el inconsciente colectivo de los aulladores, los voor poseían los suficientes conocimientos humanos para usar el regreso del viento-Iz y crear mentedioses.

Si el nido creaba suficientes, su psinergía sería lo bastante fuerte para unirse. Como UniMente, podrían desenvolverse por completo del terrasueño y fluir una vez más con el viento-Iz que corría a través de las estrellas colapsadas de cosmos en cosmos. Sólo quedaban unos pocos siglos para que Iz estuviera demasiado lejos de su alcance. Los mentedioses tenían que ser engendrados ahora. Pero el Delph, celoso de su poder desvaneciente, se lo impedía matando a sus líderes.

Sumner se zafó de los pensamientos voors. Era la plenitud de Ahora, el formador de sueños. Recuerdos de tres millones de años se formaban en él, y la intuición de diez mil generaciones se curvó en una visión presciente: el cielo zodiacal chispeó en las profundidades mecánicas de un enorme ordenador.

Rubeus, pensó Corby, y el nombre se convirtió en un hombre de cara delgada que blandió un puño hacía él violentamente. El puño de probabilidad fantasmal cambió a un cielo nocturno y lanzas de luz blanca…

Los ojos de Sumner se abrieron, y percibió una luz azul diamante brotando de la noche. Enlaces le dijo Corby. Corredores del espacio-tiempo. Estamos siendo recogidos.

El dolor golpeó como un rayo, y un fulgor divisor barrió a Sumner. En un segundo, Corby se expandió más allá de la sensación, más allá de la cualidad de mentediós, para convertirse en UniMente. El destino se hizo geométrico, y una vez más se convirtió en una forma mientras el vuelo de Sumner vacilaba, y con un tirón de inercia, su cuerpo caía.

En el fragmento de tiempo en que Sumner colgó inmóvil entre la gravedad y el tirón del universo, Corby desapareció, moviéndose más allá de la realidad en el multiverso donde el infinito es aniquilado y creado continuamente, radiando una música de coincidencia y accidente a cada uno de los universos paralelos de la eternidad. Corby se desvaneció en aquella realidad flotante de un trillonésimo de segundo.

Sumner ascendió con el voor, su consciencia barrida con el lusk. Y por un instante él también fue UniMente, una consciencia y un ansia más antiguas que el universo…

Escucha, sangre-solitaria, mi vida como voor termina aquí. Mi destino se cumple ahora a través de ti, pues no estaré más contigo como mente. Nunca volveremos a reunimos como conocimiento. Te dejo. Pero no desesperes, Padre. Soy más que una forma, más que sólo densidad. Soy el vado en la materia de tus huesos. Soy la nada cantarina entre los átomos de tu sangre. Me llevas a todas partes.

Voces lejanas llenaron el aire, corales, temblando a través de distancias acuosas. Cada voz era una mente, algunas sabias, otras comunes, todas ellas llenaban los coros de espacio que eran su vida: Eres el centro inflexible y transparente del diamante del tiempo.

Quédate cerca de tu respiración. Es todo aquello en lo que puedes confiar.

Rubeus es una máquina que roba en tu alma, sintiendo la brillante profundidad de tu vida. Sé creativo.

Sueños dentados.

Su cabeza se hallaba repleta de luz brumosa y gárgolas de gritos. Voz rugió:

—¡Despierta!

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