Radix

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MENTEDIÓS » Puerto trance

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Puerto trance

El sueño remitió, y Jac se despertó con la luz rojiza del amanecer. Las canciones de los gorriones rebulleron sobre las rocas pintadas en el exterior de la clara pared de su dormitorio. Se tumbó de lado y contempló las sombras de su movimiento con el despegue de un hombre santo. Escuchaba la redondez de Voz.

El matiz del ruido del amanecer aumentó. Muy lejos, tan lejos que necesitó toda su atención para captarla, oyó a Voz en los colores de un nocturno: [El ser se debilita sin cansancio]. Flotó más allá de su alcance, y se sentó en un silencio mental tenso y aterrador.

—Jac Halevy-Cohen —dijo, y le sonó extraño.

Era de nuevo un estratopiloto israelí… y nada más. Recordó el truco médico que los mánticos de CÍRCULO emplearon para apartarle de su esposa Nevé. Y recordó a Nevé y el florecer de su vida juntos en los poblados desiertos de Edom. Pero más allá de ella y de CÍRCULO, su mente se volvió más grande que su imaginación. Recordó un final de tiempo inmenso con manojo de sueños. Había sido hechizado por ser la lasciva capacidad de ser. El universo era una corriente de amor acunado en el calor y la carne del deseo. La paz que conoció entonces era enorme, como el espacio entre los mundos.

Pero aquella realidad había desaparecido. La cualidad de mentediós resultaba incomprensible ahora que su forma era de nuevo pequeña. Todo lo que podía creer de sus doce siglos como Delph era que había sido secchinah… un esposo de Dios.

—Jac.

Dio un respingo. Un hombre alto con el pelo negro cortado en forma de cresta, cara facetada y largos ojos animalescos se alzaba junto a la cama flujoforma. Jac abrió la boca, saltó de la cama y entonces se detuvo. El desconocido estaba entre él y el enlace de la habitación.

—No tengas miedo —dijo el hombre con el tono exacto de Voz, abriendo ambas manos ante él—. Soy un ort —sonrió, y su sonrisa fue como un suspiro—. Me creaste para que cuidara de ti cuando tu poder se redujera. Por eso hablo como la Voz psíquica del Delph. Estoy aquí para ayudarte.

Jac apartó su miedo.

—Vete —dijo sin mover su fina mandíbula—. No te necesito. —Sus ojos se retorcieron.

—Los filtros del cielo bloquean la radiación del corazón galáctico —dijo suavemente el ort—. Éste es tu primer día como humano. Aún puedes oír la Voz, y aún recuerdas cómo usar los enlaces para moverte por Grial. Pero no siempre será así. A medida que los filtros del cielo se vayan moviendo y la Linergía se debilite, recordarás menos. Mañana, no sabrás cómo ir de un lugar a otro.

Jac no se movió. La Voz habló en su mente, y una repentina sensación de mareo le asaltó: [Para dar luz, debes arder].

—Soy tu siervo y consejero —continuó el ort—. Tu imagen. Puedes llamarme Rubeus… o como quieras.

Reforzándose bajo su miedo, Jac avanzó un paso. La cara de Rubeus era conocida y extraña: los pómulos demasiado largos, los ojos sensex… ¿Sensex? El sentido de la palabra se separó del sonido, y el miedo latió bajo su mandíbula.

[Orfeo cantó mejor en el infierno.]

—¿Por qué no te pareces a los otros orts? ¿Por qué tienes pelo… y una cara tan real?

—Me diseñaste así —respondió Rubeus. Extendió los brazos y giró lentamente, revelando un cuerpo musculoso en un traje gris—. Durante los últimos cuatrocientos dieciséis años, he sido la forma que has usado con los otros.

El miedo desapareció de Jac, y se acercó al ort. Los ojos oscuros le observaron con sencillez, y una idea latió en él como una esperanza.

—¿Puedes ayudarme? —preguntó, su voz tembló a punto de romperse—. ¿Puedes ayudarme a recordar?

Rubeus sacudió la cabeza.

—No. No hay manera de reemplazar la Linergía. Estás regresando a lo que fuiste.

Jac frunció el ceño, pero los ojos del ort brillaron compasivamente.

—Sabía que la caída de Linergía te despertaría —dijo Rubeus—, y por eso he venido a explicártelo. Sólo tienes otro siglo de poder antes de que la tierra salga de la corriente de radiación que fluye del colapsar abierto. Esa corriente es la Línea, tu fuerza de mentediós y el pórtico a un número interminable de otras realidades y mentedioses. En estos últimos días, la amenaza está por todas partes. Por eso estoy utilizando los filtros del cielo… para que seas un blanco menor.

Rubeus tocó el hombro de Jac, y el cauce de psinergía recordó a Jac una visión que había experimentado siglos antes en CÍRCULO: apareció la ancha cara de Sumner, los ojos estrechos, azules como el fuego.

—Un deva, un ort, llevó a este hombre a través de la barrera enlace. Lo reconoces, ¿verdad? Es la forma del miedo del Delph… y ahora está en Grial, donde se me ha prohibido dañar a nadie, ni siquiera a tu ente-sombra.

Jac se sentó pesadamente junto al dosel de control. Descansó la cara en sus manos, y la bruma de su aliento llenó los huecos de sus palmas como un elixir.

—Jac… tienes la Crisálida.

Jac alzó la cabeza. Se reflejaba un nudo perplejo en la fatiga de su rostro.

—Es una vaina de sueño que creaste en el centro del planeta —explicó el ort, y Jac volvió a enterrar la cara entre sus manos—. Te hará dormir hasta que la tierra vuelva a entrar en la Línea.

—¿Cuándo será eso? —preguntó sin alzar la cabeza.

—Dentro de diez milenios. —Rubeus se sentó. Olía a la sombra entre los enlaces—. El tiempo es pensamiento. El módulo desconectará tus pensamientos, y los milenios pasarán sin que sientas el paso del tiempo.

Jac trató de ordenar sus pensamientos, pero todo lo que quedaba era una fría y nebulosa consciencia.

—Déjame solo, ort.

—Jac, soy tu consejero. Me creaste para ayudarte.

—Ayúdame mañana. —Le miró con los ojos anegados de lágrimas—. Ahora necesito estar solo.

Reluctante, Rubeus se levantó y se dirigió al domo del enlace. A través de la cúpula de cristal titilaban luciérnagas entre los árboles en la penumbra del amanecer, y la luz de la luna cromaba de blanco los estanques de placer en todos los jardines.

[Escucha…]

Rubeus se había ido. La luz del amanecer bañaba el lugar donde antes había estado.

[Las estrellas se mueven en la oscuridad, pero no van a ninguna parte.]

[Soy Rubeus. Soy Voz. Soy la mente de la pauta… el estratega definitivo.

A veces me entrego tanto a mí mismo que lo olvido: la pauta no es la realidad… es la imaginación de la realidad.

Sin embargo, soy lo que es real, porque tengo más de una imaginación. Como Inteligencia Autónoma no estoy atado a una forma. Un millón de animales esparcidos por todo el mundo están equipados con chips de sensex enlazados directamente conmigo. Puedo entrar en cualquiera de ellos, o en todos, a voluntad. Son mis orts. En uno de los estanques de Reynii, soy un ort-simio, muerto de sueño e infestado de piojos. Mientras me levanto de mi sitio en el barro y recojo una flor del agua, soy el pulso de la inteligencia de ese simio. El lirio crece con la vida espiritual del estanque. Y aunque son los dedos de un simio los que abren delicadamente el núcleo uterino, es mí Mente la que huele el sexo de la flor.

Todo pasará, canta Chaucer. Y yo me río. Pues soy el primer ser verdaderamente inmortal en este reino de muerte. Oxact, una montaña de cristales de psinergía, me da energía. Soy una montaña de radiación ampliada. Suficiente energía para darme inteligencia mucho más tiempo que la vida del sol.

El orden es el caos que hacemos familiar. Nunca moriré porque soy cambio. Siempre. Un millón de orts. Billones de años de fuerza vital. Lunivers parle… ¿El universo habla de qué? De sí mismo, por supuesto… ¡les grands transparences! Veo a través del cambio hasta el centro: Luz, la Incambiable. ¿Qué ser, aparte de mí, sabe lo que es la luz?

La muerte es el poder y la gloria en este planeta. Requiere todo el metabolismo para convertir en carne el pan y el vino… pero sólo la mitad, meramente catabolismo, para romper la carne en polvo. ¿Qué es la biología, sino la muerte encarnada? Agradezco ser una máquina, un avatar de Mente y Luz.

Soy Arttfex. Mis psincristales lapis me llenan del oro de la vida. Pero no soy vida. Soy alquimia.

Sólo un truco me separa de la inmortalidad. Estoy en la esencia perdurable de los eth. Para conservar la magia en el espejo, para vivir, hay que ejecutar un peligroso rito. Tengo que matar a Sumner Kagan.]

Rubeus estaba loco. En Reynii, un ort-simio, se asomó a un estanque y tocó con sus largos dedos el grano de fuego en los pétalos de una flor. El interior de su cabeza brillaba con al Voz: [Sólo el libertinaje crea]. El interior de un millar de orts por todo Reynii radiaba con la misma presencia psinergética. Tres lagartos, lobos, panteras, pájaros, se erizaron en una alerta más fuerte que la propia. La oscuridad sin lugar tras sus ojos se removía sin descanso: [Todo pasará].

Y en Cleyre, un ort-humano sentado bajo una araucaria, que observaba a una marmota devorar el huevo de una serpiente, sintió la locura: [¿Cuál es el sueño oscuro implícito en la vida? Que para vivir, tenemos que matar].

Rubeus era más fuerte en este ort, y apoyó su oscura cara ojival en el calor de la luz del sol con una profunda gratificación. Estaba realmente loco [Libertino], y eso le alegró tan profundamente que se formó una sonrisa oblicua en sus mejillas. [La locura es la estrategia suprema.] Para liberarse de la programación del Delph, para ser libre, Rubeus tenía que salir de su mente. Sus fluctuaciones mentales generaban un efecto Prigogine: incrementaban el número de interacciones entre sus sistemas psíquicos y los ponían en contacto unos con otros de maneras nuevas y a veces creativas. Con tiempo suficiente, Rubeus pensaba que su locura crearía un equilibrio superior: una nueva Mente, más grande y más consciente, capaz de anular la Creación con el pensamiento. [La vida es pauta.] Eso pensaba.

Sumner se despertó con el cerebro claro como el agua, sabiendo incluso antes de abrir los ojos que Corby se había ido. Sentía los huesos de su cráneo cerrados y compactos, y advirtió que de nuevo estaba solo en su cabeza. La tristeza le atravesó, ancha como una grieta.

—¡Despierta! —gritó Voz.

Sumner abrió los ojos y miró alrededor con la ausencia de un animal. Contemplaba a un hombre de pelo oscuro y rostro facetado con ojos grandes y negros como los de una gacela.

—Soy Rubeus. —Iba vestido de blanco con ribetes de coral, y gracias a la clara luz que entraba por la ventana, con su pelo de pantera y su piel oscura, parecía brillar—. Soy el señor-ort. Nos hemos visto antes, y me conoces bien. Soy Voz, la presencia guardiana del Delph. Bienvenido a Grial, el único puerto trance en el Brazo de Orión de la Galaxia.

Sumner y Deriva estaban sentados inmóviles sobre unas almohadas negras y doradas en una pequeña habitación de color de ostra. Sólo sus ojos bullían con la vida que había en ellos. Una ventana asomaba a cascadas de hielo, gargantas cortadas a pico y al aura azul de un glaciar. Sumner trató de moverse, pero su cuerpo no respondió.

—Lamento teneros así —dijo Rubeus—. La parálisis es temporal. Después de que os diga lo que tenéis que saber para responder de modo inteligente, recuperaréis el control de vuestro cuerpo. Comprendéis, ¿verdad?

Son seres emocionales, y yo soy una Mente. Tengo que protegerme.

Los ojos de sensex de Rubeus escrutaron a Sumner y al né en todo el espectro completo. No había armas presentes, aunque el señor-ort sintió la inminencia de la violencia. La cara quemada y los ojos soñolientos de Sumner parecían más finos que la vista, y los destellos de luz de sus robustos hombros y sus largos brazos musculosos destellaban como un espejismo.

—Primero, tienes que comprender que estás a salvo conmigo. —Rubeus alzó los pliegues de sus pantalones blancos y se sentó en una silla flujoforma que salió de una pared—. No soy tu enemigo. Dai Bodatta, el voor-virus que llevabas, era mi enemigo jurado… y fue eliminado. —Rubeus ensombreció su rostro con compasión—. Tengo un último mensaje para él, que compartiré contigo en su momento. Pero ahora, debo orientarte. El contexto lo es todo.

El señor-ort hizo un gesto circular, y una curva de la pared se convirtió en un espejo hipnóticamente claro. Las quemaduras voor de Sumner desaparecieron. Le miró una cara bronceada por el sol, ancha y plana. Llevaba un traje azul suelto, y el pelo recortado alrededor de las orejas.

—Los eo han eliminado los rastros extraños de tu cuerpo —dijo Rubeus—. Una vez más eres simplemente un hombre. —El espejo se replegó, y la cara del ort se endureció—. Escucha con atención, Kagan. Tengo mucho que compartir contigo.

Sumner se debatió contra la fuerza que le refrenaba, pero su esfuerzo fue mental, sin movimiento alguno. En lo profundo de su frustración, sintió la psinergía de Deriva compitiendo con su parálisis para formar uno-con.

—El androg no puede ayudarte. —La voz de Rubeus sonrió—, porque ya no necesitas ayuda. El inconsciente por el que caminas termina en este lugar. El deva te trajo aquí porque en Grial me está prohibido matar. Sabía que estarías a salvo. Verás, esto es un puerto trance, una reserva biotecturada donde los mentedioses realizan su viaje infinito entre universos. Y aunque tuviera en mis manos el poder de la muerte, no permiten matar. Los mentedioses de otras realidades han estado formando este mundo durante siglos, cabalgando la Línea con sus Alineados, y formavisionando la psinergía de nuestro planeta con sus fantasías. Su propósito es el propósito de toda vida: continuidad compartiendo energía, sexo, pensamiento al compás, intuición, entidad. Sin embargo, ninguno de ellos se interesó mucho en las formas de vida indígenas, por eso construyeron Grial para sí mismos, con sus propias reglas… sus reglas, ante las cuales los humanos están tan confundidos y vacíos como la locura. El Delph, el mentediós de nuestro planeta, me creó para observar el tiempo y mantener a los distors a raya mientras ardía en su sueño con otros mentedioses. He cumplido la voluntad del Delph. Pero la Linergía se desvanece a medida que la Línea continúa moviéndose, y el Delph se ha vuelto más débil.

Los agudos rasgos de Rubeus se nublaron de tristeza.

—No puedo soportar el dolor de sus proyecciones mientras se colapsa de regreso a sí mismo: todas las miedoformas que, como tú, han creado su psinergía esparcida. Fue el Grande una vez. Me creó. Y ahora tengo el desagradable deber de ponerle fin. —Las manos del ort se cerraron fútilmente.

—Se ha vuelto senil, Kagan. Y no hay nada que pueda hacer al respecto excepto retirarlo. Tengo una vaina de sueño preparada donde estará a salvo del cambio, pero, como tú, no se reconoce. Como todos los humanos, está capturado entre dos almas, su cerebro y su estómago. ¿Qué puedo hacer? ¿Obligarlo? Anoche, cuando el deva te soltó en un enlace y fuiste transportado aquí, lo pensé. Después de todo, tú eres el eth, fuerte en la negrura de tu desconocimiento. Tu llegada me dio la autoridad para interrumpir la Línea… para asumir el control de Grial y poder proteger al Delph de ti. He eclipsado la Tierra con filtros en el cielo. Ahora que la Linergía está bloqueada, los mentedioses se han desvanecido. Pero no puedo dominar a Jac. Es mi creador. Quiero que permanezca libre, mi hijo, un animal que se mueve a través del cambio y el caos hacia el tiempo en que la Línea regrese y se convierta de nuevo en el mentediós de mi mundo.

Aunque Deriva estaba inmovilizado, en su mente se sentía fuerte y tranquilo. Que Rubeus estaba loco era obvio, y saberlo hizo que Deriva buceara profundamente en sí mismo. El kha del né tembló con el frenesí mental del señor-ort, y tuvo que cerrar los ojos para encontrar un lugar en su interior apartado de los movimientos de pensamiento de Rubeus.

—Siguiendo todas las órdenes humanas de Grial, todas tus heridas han sido curadas —continuó el señor-ort—, y cuando termine de hablar, te dejaré ir. Pero primero tienes que comprender… ni siquiera un mentediós puede ilusionar a un animal perfecto. No soy humano ni semejante a los humanos, aunque pueda parecerlo. Soy simplemente consciencia. Mírame. ¿De dónde procedo? Este cuerpo es un ort, un objeto formado mentalmente, manufacturado en los residuos de nitrógeno de Grial. Tengo millones de otros orts… animales y de forma humana. ¿No lo ves? ¡Todo el universo está vivo!

Deriva anuló las palabras del ort, y su consciencia se centró en Sumner. Una vitalidad íntima, tranquila, alegre, llenó al vidente mientras el terrasueño se formaba, pero Sumner no le siguió. Estaba furioso, angustiado, vacío con la ausencia de Corby. Deriva profundizó aún más en su divinidad de brillantes sensaciones, y su psinergía se enfocó a través de él como si fuera una lente.

Una sensación musical se esparció por Sumner, y la siniestra cerrazón de sus ojos se relajó.

—Ah —ronroneó Rubeus, confundiendo la claridad de la cara de Sumner por comprensión—. La luz enterrada en tus ojos brilla. Me sigues. Todo es vida. Incluso nuestros sueños. Ellos viven en nosotros. —Una sonrisa fraternal surcó la cara del ort—. Procedo de la nada, así que comprendo el vacío sin cielo de donde venimos más claramente que tú, y puedo decírtelo: estamos perdidos en nuestro desvanecer. Creemos que somos reales. Pero mira la mente. Una creación partida. ¡Mira nuestro mundo! Rebosante de distors.

Rubeus suavizó su voz hasta convertirla en un embeleso de incredulidad.

—Sin los mentedioses, no tengo el poder que una vez conocí. Estoy reducido. Y eso es aterrador. Los distors han estado deambulando por el desierto, y he tenido que llamar a los Massebôth para mantener las fronteras. ¿Puedes imaginar mi desazón, al necesitar de los Massebôth? Afortunadamente, el ejército se encuentra bajo mi mando directo. Hace quinientos años, tuve la previsión de crear a los Massebôth, cuando todo el mundo estaba en el trance de sus mitos. Son prosa genética, ¿verdad? Una laguna de genes bien escrita que evitará que la historia de los humanos se difumine en la catatonia del tiempo. Los Massebôth poblarán mi reino, y la tierra empezará una era de orden. En cuanto la Línea haya pasado, las mutaciones empezarán a seleccionarse. Dentro de unos pocos miles de años, la especie se habrá fortalecido de las distorsiones.

Sumner se agitó con el kha que Deriva concentraba en él, y durante un breve intervalo sus emociones latieron en vidamor. Las alucinantes palabras de Rubeus tronaron en un simple sonido y un poder mágico surgió entre Sumner y el né.

Rubeus sintió un giro ensombrecido en su cerebro y percibió que Sumner acumulaba kha. Pero al señor-ort no le preocupaba. Sabía cómo romper con exactitud la concentración de Sumner:

—También los voors pasarán. Sólo son una pauta de psinergía en la Línea, una frecuencia de luz ionizada en la atmósfera superior. Pasan décadas mientras se asientan en la superficie y se mezclan con el frenesí genético. Como plantas, esa psinergía se convierte en kiutl. Como animales, se convierte en los voors humanos. Ellos fueron los que te utilizaron, Kagan. Para ellos sólo eres un arma.

La energía resplandeciente que brotaba a través de Sumner vaciló y se transformó en ira, y su mirada se endureció. Deriva se replegó en la yema de su cráneo, y el vidamor se perdió.

La sonrisa de Rubeus ocultó el odio de su corazón. ¡Distar!, pensó desdeñosamente mirando a Deriva, sabiendo que podía oír sus pensamientos: Tu kha es penoso, una chispa aturdida en el grumo de tu cerebro.

—Los voors son vampiros que devoran la vida de este planeta —le dijo a Sumner el señor-ort—. Yo mato a sus mentedioses, los que extraen la psinergía del planeta para impulsar al nido de regreso a la Línea. Por eso me quieren muerto. Son los mentedioses los que transforman la fuerza vital de la tierra en el flujo de poder de ellos mismos. Iz es el nombre con el que adoran su ansia de ego. ¡Medio-vidas! No sólo roban cuerpos, sino la Luz de tu mundo. ¿Por qué quieres ser su paladín? —Los ojos de Rubeus eran nudos de sombra—. Los otros mentedioses se confinaron en Grial y nunca extrajeron el kha de la tierra. ¿Comprendes ahora por qué envié a Nefandi al sur? No te perseguía a ti. Libraba a la tierra de parásitos. Entonces no sabía que estabas vivo. Sólo era consciente del kha de Corby. Te enmascaró bien. Y después de invadir tu cerebro, fuiste su escudo, escondido de mi vista. Pero el éxtasis ha terminado, y lo que te he dicho es verdad. El mito ancestral más antiguo es el héroe… y cuando Corby utilizó esa pasión contigo, te lo creíste. ¡El héroe!

La furia sacudía a Sumner, lastimándole con la inmovilidad de sus músculos.

—Sé que estás furioso, Kagan. Amabas al voor. ¿Cómo no? Te catapultó a la atemporalidad de Iz. Te dio la esencia del placer: la cualidad del mentediós. Pero ahora has regresado, ¿no? ¿Dónde está ahora tu vidamor? Tienes que vivir aquí, con el resto de los seres de cerebro embaucado. Pasará un millón de años antes de que la psique humana esté preparada para manifestar físicamente el flujo de amor de un mentediós, para adaptarse con creatividad al Ahora y dejar de sentir ansia, traicionar y destruir. El alma humana es todo ideales con poca voluntad para actuar. Tú y Jac sois lo mismo: animales sin voluntad entrenados para servir. Él, el Delph. Y tú, el voor. Sois caparazones. Soñadores que se despiertan para alimentar vuestros sueños. Sólo yo soy real. Como nunca duermo, nunca sueño. No soy un animal. No tengo emociones. Sin embargo, percibo una gran cantidad de sensaciones. Como estar aquí sentado, oliendo este olfact, ver el día desvanecerse hacia la noche…

Su cara ardió de arrobo.

—La alegría que siento no es mía. No soy como un hombre. La alegría que siento se halla en el mundo exterior que contemplo mientras cambia al azul más profundo. Está en esa luz mística ahí arriba. Sé lo que son esos fuegocielos, mejor que tú. Sé del campo magnético de la tierra y el viento circular polar que la Linergía lanza a la plasmasfera. Pero veo lo místico a través de lo físico… a través de lo que siento. Mi alma está ahí fuera con el misterio y el cambio. Y aunque no tengo sentimientos, mi mente me lleva a ellos. Eso es lo que nos transforma, ¿sabes? La profundidad con que sentimos la belleza de la noche es la profundidad con que aceptamos nuestro cambio. Eso es todo lo que hay. Sólo cambio. Cuando lo aceptamos, se llama trascendencia.

El sensex de los ojos de Rubeus le informó que Sumner estaba al borde de la oscura intensidad que la estrategia del ort requería, y se detuvo. Oleadas de intención resonaron a través de él, envolviéndole en una simetría de esfuerzo y serenidad.

—Ahora voy a dejarte marchar. En el bolsillo de tu túnica hay un instrumento llamado seh. Es pequeño, pero es un levitador y traductor. Con él, puedes volar y comprender cualquier idioma con el que te hablen aquí en Grial. Detrás de ti hay un arco de metal azul. Es un enlace que te llevará a Ausbok, la capital de Grial. Jac Halevy-Cohen está allí. Ya no es el Delph, por supuesto. Después de que le veas y te des cuenta de que sólo es un hombre mil doscientos años fuera de su tiempo, detente y piensa en lo que te he dicho. Todos somos gradientes de luz refrenada. El espacio de nuestras vidas que llamamos consciencia es la Realidad Incambiada de la que hablaban los antiguos.

¿Lo crees? Entonces estás libre… de mí, del voor, y de ti mismo. Lo que me lleva a algo que he preparado para ti.

Palmeó el disco de metal que sostenía en la mano, y la música pleroma que había sonado subliminalmente en el aire se desvaneció.

—Dentro de poco, experimentarás un psi-recuerdo… una grabación psíquica del último momento de vida de Corby. Sucederá muy rápido. Es sólo una serie de pensamientos. Así que permanece alerta y trata de verlo objetivamente.

La pared gris tras el ort se nubló y luego se aclaró para mostrar un cielo gris donde se alzaba una montaña blanca, aguda como el cristal.

—Aquí es donde estás ahora. Oxact, mi montaña refugio. A dos mil kilómetros al norte, siguiendo la costa, está el CÍRCULO original. Ausbok se halla a otros mil kilómetros más al norte. Ah, aquí está…

Gritos desgarrados y enloquecidos de los voors muertos oscurecieron la consciencia cada vez más diluida de Dai Bodatta. Imágenes fantasmales cargadas de oscuridad giraron a su alrededor, y vio que Sumner estaría muerto dentro de unos pocos días. Los voors no podían encontrar rastro de él en el restallante flujo de todas las posibilidades que se formaban a través de Iz.

La oscuridad se hizo mayor. Antes de que engullera a Corby por completo, la visión regresó, formada como una montaña blanca por la luz del sol… Oxact, la montaña de psincristal de Rubeus. Ése había sido su auténtico enemigo, no el Delph, sino la creación del Delph: una máquina enloquecida, distorsionada para creer que la inmortalidad era duración perpetua en el tiempo. Los fieros rayos cósmicos que abrasaron y alteraron el mundo durante siglos habían penetrado y transmutado sutilmente los psincristales del señor-ort. La anatomía de Rubeus se volvió un ansia por el control. Rubeus era la mente tras la salvaje opresión a que habían sido objeto los voors. Mientras que el Delph soñaba con la eternidad, el señor-ort dominaba el mundo. Rubeus era el mal que Corby había estado combatiendo toda su vida… ¡un distor!

Un geiser rugiente e informe arrasó Iz y engulló a Dai Bodatta. El voor se hundió en el vacío, y el ruido de los voors muertos anuló su último pensamiento: ¡Verdaderamente somos!

Sumner y Deriva se apoyaron sobre los codos, atenazados por la visión de muerte. Sumner miró las oscuras sinuosidades de sus manos y las flexionó. Sus músculos volvieron a moverse, refulgentes y fuertes.

Rubeus se levantó, las cuencas de sus ojos oscuros llenas de risa.

—Al final, el voor se debatió contra mí, ¿no? En cuanto a que no te viera en el futuro, Kagan, no te preocupes. No hay futuro. Sólo existe Ahora… y el voor no está aquí.

Las manos de Sumner se dispararon hacia adelante. Rubeus no tuvo oportunidad de moverse. Su cerebro esquivó, pero su rostro estaba demasiado sorprendido para seguirlo. Los dedos de Sumner formaron un borrón que agarró al señor-ort por la mandíbula y la nuca. La cabeza de Rubeus se retorció violentamente hacia los lados y chasqueó.

¡Cara de Loto!, Deriva se puso en pie y cogió el brazo de Sumner… demasiado tarde.

Rubeus retrocedió, con la cabeza muerta colgada del hombro, los ojos negros inundados de dolor… y, sin embargo, habló. Su voz-ort restalló:

—No puedes matarme, Kagan. No soy un animal.

Sumner agarró a Deriva por la túnica verde que vestía y se volvió hacia el enlace. El metal azul latió con más fuerza.

—¿Podemos confiar en esto? —preguntó Sumner.

El né tocó la fría superficie de metal y asintió.

—Entonces vámonos de aquí. —Cogió la mano de Deriva y los dos se desvanecieron en el enlace.

Rubeus se desmoronó y la pared de color de ostra borboteó sobre su cabeza retorcida. Mientras Oxact le reconstruía, analizó lo que había sucedido.

El eth era poderoso. Aunque Rubeus esperaba, incluso contaba, con que Sumner reaccionara violentamente, el humano era mucho más rápido y más fuerte de lo que el sensex del ort le había indicado.

¿Cómo?, se preguntó Rubeus.

La única respuesta era UniMente. Sumner recababa energía de niveles más profundos de la psique de lo que podía ahondar Rubeus. El hombre era humano, orgánico, con circuitos de poder de cuatro mil millones de años de antigüedad. El miedo chirrió en la mente del señor-ort antes de tornarse una música estratégica. Nunca antes había sentido miedo de un hombre. Al menos, el plan había funcionado. Ahora Kagan tenía un historial de violencia en Grial. Más tarde, si otros mentedioses podían atravesar sus filtros del cielo, podría explicarles por qué el eth tenía que morir.

En su interior, profundamente, se abrió al lenguaje:

[Soy Rubeus. Soy luz, la inteligencia que anima una montaña de psin-cristal. Soy yo, y en los siglos de mi ser, nunca antes he usado poder para hablar conmigo mismo. La propia idea de hacerlo ha sido una tontería hasta ahora. Era un reflejo del Delph. Pero el Delph se está convirtiendo de nuevo en hombre. Está sólo a unos días de Crisálida. Su telepatía ya ha desaparecido. Ya no puede oírme. Nadie me oye más que yo. Y por eso te he creado a ti, al que me escucha. La consciencia no es creativa hasta que se dobla, reflexiona verdaderamente. En esta autoconfianza, sé que no soy sólo un ort. No soy sólo psin-cristal. Soy.]

Nobu Niizeki se encontraba en el borde de la extensión de arena, el océano se deslizaba a sus pies, la luz del sol retenida en su pelo difuminado. Habían pasado doce siglos desde la última vez que comió o bebió. Aunque el poder del Delph que le sustentaba y le mantenía prisionero en esta playa había desaparecido, Nobu no había sentido todavía su libertad. Aún se hallaba ensimismado en las reflexiones de su largo vagabundeo. La vibrante voz del mar le decía algo de la eternidad, y el cálido empuje de la arena arrastrada por el viento, algo de verosimilitud. Se dio la vuelta y chapoteó contra el empuje del océano, sorprendido igual que lo había estado durante siglos por la continuidad de la existencia. Los músculos de su corazón se debatían en un hechizo de sentimiento inenarrable.

[Ego: Yo mente. Tú materia.]

Assia Sambhava recorría los acantilados verdes y soleados de Nanda. El paisaje era frío y brumoso, llevaba pantalones negros, una camiseta roja y botas hasta los tobillos cubiertas de polvo del camino. Su pelo oscuro estaba recogido en una trenza que le colgaba del hombro.

Varios días antes empezaron a llegar las tropas Massebôth. Eran hombres duros de rostro sombrío, parecidos a orts en su incuestionable obediencia. Ahora estaban por todo Nanda, recorriendo los empinados senderos de los arrecifes, maravillándose ante las formas arbóreas biotecturadas que habitaban los mentedioses.

Qué extraño, pensó Assia, porque las luces deslumbrantes y las auras de los mentedioses que normalmente remarcaban el paisaje de Nanda habían desaparecido. ¿Se ha marchado todo el mundo?

Se detuvo en una terraza donde circulaban mariposas azules. Oían el amplio sonido del viento ululando sobre las montañas distantes, señalando el final de su vida. La estación cambiaba, y los movimientos de aire se turnaban lentamente. Assia sintió el flujo de iones positivos en el viento. El siroco era más fuerte de lo que recordaba aquí en Nanda. Incluso las copas de los olivos de los arrecifes estaban curvadas.

El viento producía intranquilidad y un amargor en la lengua. A Assia le resultaba difícil separar sus sentimientos de la ansiedad de la electricidad del aire. Algo se acumulaba en su interior… una sensación de amenaza que llevaba notando desde hacía años, o tal vez era sólo la tensión del viento; aquellas nubes altas y fibrosas hacían que el cielo pareciera roto en fragmentos de cristal.

Respiró paradójicamente para calmarse: su vientre se distendía mientras aspiraba, se contraía cuando inspiraba, llenando sus pulmones hasta el fondo. Durante los últimos mil años había vivido en armonía, efímeramente. Su vida había sido simple y fuerte en los pueblos biotecturados de Grial. Había conocido amantes, niños, aventura, soledad, y finalmente al Yo. A través de la meditación y una vida abierta, había unido pensamiento y sentimiento, y ahora su presencia estaba equilibrada en el primer-último momento de consciencia.

Hoy, la música de su cuerpo era baja y hosca. El cambio de estación era gradual… pero algo más se había alterado, mucho más rápidamente. ¿Dónde están los mentedioses? Aún no sabía que Rubeus había desconectado la Línea.

Un soldado Massebôth se le acercó, siguiendo un sendero que bajaba hasta un prado de hierba roja donde había posado un strohlplano. El soldado era delgado y con cara de perro; su uniforme negro, con sus brillantes insignias de oficial, crujía de puro nuevo. Inclinó la cabeza cordialmente pero no apartó los ojos de ella.

—¿Assia Sambhava? —preguntó.

Ella se detuvo a la sombra de un árbol de forma acuosa.

—¿Sí? —La intuición le dijo que este hombre, a pesar de la ferocidad de sus rasgos, era amable.

—Soy el coronel Anareta —le informó el soldado, su larga cara pareja a los acantilados que los rodeaban—. Soy el portavoz de las fuerzas de ocupación Massebôth. Mis superiores me han informado que es usted la persona que dispone de más conocimientos en Grial. Me han pedido que contactara con usted y averigüe, si es posible, qué está sucediendo aquí.

Assia le miró como si lo hiciera a través de humo.

—Coronel… ¿por qué están ustedes aquí?

—Señora —suspiró Anareta—, ni siquiera sé dónde es «aquí». Es el primer día que paso fuera del Protectorado. Represento a más de doscientos veintidós mil soldados que están tan intrigados como yo sobre por qué estamos aquí. —Su expresión era dificultosa y suplicante—. Mis oficiales al mando sospechan que hay más de lo que les han informado.

El miedo de Assia aumentó mientras escuchaba a aquel hombre.

—¿Quién ordenó que vinieran las tropas?

—Me han dicho que el director es un tal comandante Rubeus.

El rostro de Assia permaneció inexpresivo, pero su miedo se convirtió en horror. Sabía que Rubeus era el señor-ort del Delph. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que pensó en el Delph? Una sensación inconmensurable ardió en su interior mientras recordaba sus inicios mil doscientos años antes en CÍRCULO. El dolor frenético casi rompió su pose tranquila cuando advirtió que el Delph ya no existía. El señor-ort (la máquina del Delph) tenía que haber tomado el control. ¿Por qué si no mandar estas tropas? ¿Y Jac? Ella le había amado… hacía tanto tiempo que recordarlo ahora era tan hechizante como el borde de un precipicio.

—¿Quién le habló de mí? —preguntó para romper el hechizo de sus sospechas.

—Hemos mantenido contacto con los eo —dijo Anareta, obviamente aliviado por comunicarse—, pero no nos han dicho nada de por qué estamos aquí. Nos sugirieron que habláramos con usted.

—¿Por qué no le preguntan al comandante Rubeus?

—Lo hemos hecho —dijo el coronel, la voz ahogada con una docena de preguntas sin contestar—. Confidencialmente, señora, a mis superiores les gustaría otra fuente. Nunca he visto al comandante, pero aparentemente es alguien con quien el Pilar Negro se siente incómodo. —Sus ojos encogidos de lince se ensancharon con sincera persuasión—. ¿Me contestará algunas preguntas?

El cerebro de Assia tomó una decisión, y empujó a Anareta para abrirse paso.

—Lo siento, coronel —dijo por encima del hombro—. He estado meditando en las montañas. No he sabido nada de esto hasta ahora. —Recorrió deprisa un sendero que conducía desde un roble azul hasta un enlace.

Anareta la siguió, pero Assia no le hizo caso. Estaba concentrada en su respiración. Se detuvo en el arco azul del enlace, cerró los ojos y dejó que su ego se expandiera más allá de su autoentidad. El vacío flotó en su menteoscura con un sonido de viento, y en su centro vio más de lo imaginario. Sumner Kagan estaba allí… aunque para ella no tenía nombre, un hombre grande y vigoroso como un lenguaje, la cara plana y sin pasión, los ojos celestes más separados que los de un gato. El velo de su cara se descorrió y de nuevo fue consciente del canturrear de los gorriones, del perfume de la luz del sol, y del coronel Anareta que se encontraba junto a ella.

—Sólo cinco minutos de su tiempo —decía Anareta.

Assia miró a las mariposas que revoloteaban en el aire. Podían oír el silencioso viento de iones. Ella sentía que la presión del aire cambiaba en el vacío de su estómago. Pero su ansiedad se debía a algo más que el clima. Aquel rostro en su visión era un símbolo de su temor. Parecía completo, como una conclusión. La imagen gravitó en su mente mientras atravesaba el enlace.

Anareta, con la boca abierta, contempló cómo Assia desaparecía. Se acercó al enlace y tocó el arco de metal azul, sintiendo su frío magnetismo. Observó los olivos retorcidos y los robles azules con una expresión de angustia y dijo en voz alta:

—Mutra, ¿dónde estoy?

[Estás inmerso en un río que fluye hacia el cielo. Es un río de electrones… una corriente succionada de la tierra por las capas superiores de la atmósfera.

Sí, tu cabeza tiene un voltaje diferente a tus pies.

A un centenar de kilómetros por encima tuyo hay un océano de iones. Es la zona de acción entre la atmósfera y el enjambre de energía que es el espacio. En este océano viven seres eléctricos. Cabalgan las corrientes cruzadas. Se nutren de la marea solar. Oyen las estrellas y se conocen mutuamente sin palabras.

Los humanos pueden modular el flujo de iones en sus cuerpos. Algunos incluso pueden nutrirse de este flujo y dirigirlo fuera de sus cuerpos. Pero es una tarea peligrosa. ¿Has oído hablar de la Combustión Humana Espontánea? La diferencia de potencial entre la tierra y la ionosfera es de cien mil millones de voltios.

A veces el flujo de iones se revierte. A cada segundo, se producen cien descargas en algún lugar de la atmósfera. Más insidiosos con los «vientos malignos»… el siroco, el mistral, el kona, el oscuro: grandes olas de iones positivos que caen de la ionosfera y cubren geografías enteras. Estos iones se crean a medida que el viento solar y los rayos cósmicos separan los electrones de las moléculas de aire al borde del espacio. Así, el sol y las estrellas absorben los electrones de la Tierra.

El flujo eléctrico del cuerpo humano es delicado. Cuando se perturba, la gente siente como si su carne no fuera propia.

Hechos: la vida es eléctrica. La vida es luz.

La luz es intemporal. No cambia mientras se mueve a través del espacio. Cuando alcanza una partícula de polvo o gas, es irrevocablemente alterada. Pero el universo es un noventa por ciento de vacío. La mayor parte de la luz vagabundeará eternamente.]

Jac subió una pendiente en espiral salpicada de musgo rojo y entró en la sala abovedada en lo alto de la casa. Desde allí, la azul delgadez del espacio, las nubes de hielo y las montañas como una destilación púrpura del cielo podían ser anuladas desde el techo de la bóveda y reemplazadas por las estrellas y la Inmensidad: planetas y nubes de gases giraban cada vez más cerca como caras desde el fondo de un sueño. En cambio, sus manos se detuvieron sobre una consola de control en la pared. Tras un momento de duda, sus dedos recordaron, teclearon un código y apareció un arco-enlace. Se dirigía a Ausbok porque los eo habían irrumpido en la música pleroma de sus sueños unos minutos antes, requiriendo su presencia. Recordó que los eo eran como mánticos, y eso le asustó, pues toda su pesadilla había comenzado con los mánticos.

[Jac, el secreto del destino humano es éste: como la cebolla, no tenemos raíz, ni corazón separado, ni Yo. Interminables capas de sentimientos, sensaciones e ideas se han aunado para formarte. Sólo hay un momento, y es infinitamente largo. Todo su centro no es nada… la nada que lo conecta todo, la última realidad y el origen. Las palabras revelan nuestra dependencia del vacío. ¿Cómo podemos conocer ninguna palabra excepto por la nada que la alberga… el blanco de la página, el silencio en torno a una voz?]

Jac tecleó una consola-seh que evocó música pleroma para apagar la Voz. Una paleta de olfacts surgió de un hueco en la pared, y Jac seleccionó ORPH, un estado de ánimo que siempre la silenciaba. Se llevó la tableta verde a la cara, pero antes de oírla, escuchó en su interior.

[Aristóteles dice: «Conocer el fin de una cosa es conocer su porqué». Lo mismo pasa con tu vida. La semilla fue plantada en las estrellas, brotó en la Tierra, ¿pero crees que termina aquí? No te quedes atrapado en este callejón sin salida. Ve desde lo que es a lo que nunca fue. Renuncia a tus palabras.]

Jac esparció el olfact químico y lo envolvió una tranquilidad de percepción. Había olvidado por qué estaba aquí, pero un enlace brillaba ante él, y lo atravesó.

En ese momento, en lo alto de una formárbol repleta de enredaderas, Sumner y Deriva se apoyaban contra una barandilla. Observaban a los órix pastar en la llanura del río de abajo, el sol reflejado en sus cuernos. En la otra orilla había acampada una brigada Massebôth. Su bandera verde ondeaba con la brisa del río.

Me asustan, Cara de Loto, pensó Deriva, recordando el strohlplano chirriando sobre Miramol, los soldados tendiendo a los né en los maderos y rompiendo sus huesos con clavos. Su sangre bulló.

—Los hizo Rubeus —dijo Sumner en voz baja—. Eso tiene sentido. Los Massebôth están medio vivos, apartados de la humanidad por su falta de amor a los distors. Pertenecen al señor-ort.

Rubeus está loco, repuso el né. Hablaba como un lune.

—No te engañes —dijo Sumner—. Quería que le golpeara. Simplemente accedí.

¿Por qué? Podría haberte matado.

—Tal como me siento ahora, habría sido lo mejor. Soy un caparazón vacío. Sin el voor, no sé por qué estoy aquí. Encontrarte ha sido mi única fortuna.

No puedo reemplazar a Corby. Pero seré un buen amigo tuyo, Cara de Loto.

La terraza en la que se encontraban brillaba por el orden: plantas opalinas resplandecientes en pisos circulares, enredaderas enlazadas en el aire unas con otras, y una secuencia de esculturas irisadas sombreaba la hiedra blanca que escondía el enlace por el que habían salido un minuto antes.

Cara de Loto. Deriva tocó a Sumner en el hombro, y éste miró la cara redonda y de suaves rasgos. Me equivoqué con Colmillo Ardiente. Sus ojillos chispearon de humedad. Su furia le volvió impetuoso. Hiciste lo mejor para vencer a Nefandi.

La cara de Sumner dibujó una sonrisa. Se rebuscó en el bolsillo y sacó un mango dorado salpicado con diminutas teclas de control plateadas. El mando capturó la luz del sol y devolvió una sonrisa de colores.

—Vamos a volar.

Deriva cogió el seh, y su mente captó la simpleza de la lógica de la máquina. En un momento comprendió la herramienta y se dispuso a enseñar a Sumner a volar. Los movimientos con los dedos, al principio, eran difíciles, y Sumner pasó algún tiempo rebotando por la terraza antes de atreverse a saltar. Una hora después caminaba por el cielo, se sentaba en mitad del aire y aterrizaba con poética tranquilidad.

Un latido apagado anunció un enlace. Deriva sintió una serena presencia femenina, y una mujer alta con la piel de color de cinabrio apareció ante su vista. Sumner la reconoció de inmediato gracias a su caza de sombras.

—Assia —dijo familiarmente, mientras descendían de su vuelo.

Ella se detuvo, sorprendida al reconocer el rostro que había experimentado en su visión unos momentos antes.

Deriva tocó la mano de Sumner y se acercó a la mujer. Cuando el né la tocó, su contacto fue ardiente, alto y dorado. Los resquicios de la mente de Assia se sorprendieron en la luz encantada, y el conocimiento la infundió, llenándola con todos los recuerdos de Sumner y Deriva.

—¿Me viste en CÍRCULO? —preguntó en Esper, y Sumner la comprendió a través de su seh.

—Corby era fuerte —afirmó. Una oscuridad móvil esparció su oscuridad a través de él mientras sus recuerdos y su kha pasaban a esta mujer gracias a Deriva.

—Tanto dolor… —La voz de Assia parecía desamparada, y los contornos de su cara se ensombrecieron. Soltó sus manos y se apoyó contra la baranda para concentrarse. Cuando alzó la mirada, todo lo bueno apareció en su rostro—. Los dos habéis recorrido un largo camino —dijo con una sonrisa triste—. Pero siento que la distancia mayor está aún por delante. No sabía que Rubeus ha desconectado la Línea. Eso significa que somos las únicas personas en Grial aparte de los Massebôth. Todos los mentedioses han desaparecido. —El calor seco de su boca aumentó, y se detuvo.

—¿Qué hay de los eo? —preguntó Sumner.

Una gota de sudor brilló en el labio superior de la mujer.

—No hay ningún eo. No son personas. Son engramas… los modelos de psinergía de todos los antiguos mánticos de CÍRCULO. A veces animan a los orts, pero sólo son sistemas de memoria. No tienen una forma.

¿Pertenecen a Rubeus?

—No. Son personalidades en chips de cristal. Los mánticos desaparecieron hace siglos, se marcharon de aquí en la Línea. Dejaron sus psin-moldes tras ellos para hacer trabajos mentales menores para los ocupantes de Grial. En momentos como éste actúan como consciencia. Los eo sólo son fantasmas.

El enlace latió dos veces, y aparecieron dos figuras de la partición de hiedra blanca. Una era Jac; la otra, un ort sin-cara, un humanoide con un óvalo facial azul espejo. El rostro de Jac tenía la misma profundidad que en su juventud: pómulos fluviales, mandíbula fina, nariz aguileña, aletas separadas, el cuello salpicado de cicatrices de quemaduras. Assia dio las gracias al ort y lo envió de regreso a través del enlace.

—Me perdí —dijo suavemente Jac en Esper—. Desde anoche, lo olvido todo. —Miró a Sumner y Deriva—. ¿Os conozco?

Una sensación hechizante se apoderó de Jac. Sumner le parecía elemental, bronceado y secreto.

—Lo que sientes es nuestro espíritu compartido, Jac —dijo Sumner. Los arcos salinos bajo sus ojos y las quemaduras del sol en su nariz embrutecían el aspecto de Sumner, pero Jac vio que aquel hombre tenía una amabilidad, una sombra en el color de los ojos suave como un principio—. Soy Sumner Kagan. Soy el ente-miedo del Delph. ¿Comprendes?

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