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Primera parte. El acuñador » La doctrina, el cenagal (1519-1522) » Capítulo 10

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Capítulo 10 Wittenberg, marzo de 1522

Camino deprisa, casi resbalo en el barro, me precede el aliento cortando el frío intenso de la mañana. En el patio de la universidad Cillerero está hablando con algunos amigos. Lo abordo y me lo llevo a un rincón, dejando mudos a los demás.

—Karlstadt está acabado.

No menos sombrío que yo:

—Te lo dije. Le han alargado la traílla a Lutero. El bueno del rector será expulsado.

—Por supuesto. Demasiado bueno. Tiene los días contados. —El tiempo justo de leer la determinación en mi mirada, luego digo—: Lo he decidido, Cillerero. Dejo Wittenberg. Aquí no hay nada por lo que valga la pena quedarse.

Un segundo de pánico en su rostro.

—¿Estás seguro de que es lo que hay que hacer?

—No, pero estoy convencido de que lo más adecuado es no seguir aquí… ¿Has oído lo que sostiene ese infame de Lutero desde que volvió?

Asiente bajando la vista, pero yo continúo:

—Dice que es deber de todo cristiano obedecer ciegamente a la autoridad, sin levantar nunca la cresta… Que nadie puede osar decir que no… ¡Él ha desobedecido al Papa, Cillerero, al Papa, a la Iglesia romana! ¡Pero ahora el Papa es él y nadie debe rechistar!

Está cada vez más sombrío y vejado por efecto de mis palabras.

—Tendría que haberme ido precisamente hace dos meses con Stübner y los demás. He esperado demasiado incluso… Pero quería oírle hablar a Lutero, quería oír lo que he oído de su propia boca. Hazme caso, la única esperanza está fuera de aquí. —Una mano recorre señalando toda la campiña que se extiende más allá de las murallas—. Aquel que viene de lo alto está por encima de todos; pero quien viene de la tierra, a la tierra pertenece y a la tierra habla… ¿Recuerdas?

—Sí, las palabras de Müntzer…

—Lo encontraré, Cillerero. Dicen que está por la región de Halle.

Me sonríe callado, tiene los ojos relucientes. Ambos sabemos que queremos partir juntos… Y sabemos también que Martin Borrhaus, llamado Cillerero, no es persona de lanzarse a una empresa de este tipo.

Me estrecha fuertemente la mano, casi un abrazo.

—Buena suerte, entonces, amigo. Y que Dios sea contigo.

—Hasta la vista. En algún lugar y en unos tiempos mejores.

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