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Lunes, 12 de noviembre. Sevilla, España » Capítulo 14

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Caravaggio, Italia

 

Silvio corta la comunicación.

 

Todavía le cuesta creer lo que acaban de contarle. Actualiza la página del periódico y ahí está ya la noticia. Las fotografías que acompañan el texto se saltan todas las normas del periodismo ético. Niños con la cara mal pixelada tirados por el suelo en un ataque de histeria, un tiburón con fauces sanguinarias que alguien habrá tomado de un archivo de imágenes y que recuerda al cartel de la mítica película del mismo nombre, las fuerzas de seguridad desalojando al público, y la fotografía de un operario con varias bolsas negras conteniendo los pocos restos humanos que han podido rescatar. Sin pérdida de tiempo, introduce el nombre de la víctima en la base de datos policiales. Al ver los antecedentes siente como si una pelota le hubiera atascado el tracto respiratorio.

Inspira y exhala con lentitud y poco a poco la pelota comienza a deshacerse. Es lo que le han enseñado en las clases de yoga. Sí, los gorditos también van a yoga, aunque él se resiste a enfundarse las mallas porque parecería una de las morsas del acuario haciendo sus piruetas. Un chándal holgado ya es bastante bochornoso cuando alguna de las posturas imposibles hace que enseñe la hucha a todas esas mujeres elásticas como Boomer, el superhéroe de su infancia. Al que, dicho sea de paso, le debe cuatro empastes de muelas y alguno de los kilos de más que le acompañan desde entonces.

Observa la puerta cerrada del despacho de Barbara. Aúna todo el coraje que es capaz y se dirige hasta allí. Llama. Nadie contesta. Golpea con más fuerza.

—¿Jefa?

Un minuto después, comienza a mosquearse.

—Jefa, voy a pasar.

Intenta girar el picaporte, pero está la llave echada.

—¡Barbara!

Sigue sin contestar y Silvio comienza a impacientarse, la llama de nuevo, más fuerte esta vez.

Un compañero se asoma por el fondo del pasillo.

—Te he oído gritar. ¿Va todo bien?

—La subdirectora no está.

—Ya, se ha ido —contesta el agente redundando en la evidencia.

—Pero… ¿cuándo?

—Hará unos quince minutos.

Silvio maldice para sus adentros. Barbara ha aprovechado la escasa media hora en la que él ha salido a comer un panino de mortadela.

—No va a volver —el agente corrobora su presentimiento—. Ha dicho que se iba a casa.

—Barbara Volpe no ha hecho eso en su vida.

—Se le habrá subido el puesto a la cabeza.

—No digas tonterías.

Sin pensárselo, Silvio enfila el camino hacia su coche. Barbara tiene que saber lo que ha ocurrido en el acuario de Génova.

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