Personal

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Bennett volvió justo después de que dieran las cuatro de la tarde. Nos dio las llaves de su Vauxhall plateado y nos dijo que había programado la intersección elegida en el GPS. Nos sugirió que esperásemos junto a una callecita que quedaba al oeste de la intersección, para que nos situáramos detrás del Rolls-Royce en cuanto ellos detuvieran el segundo coche. Era de la impresión de que Charlie White no se iba a detener a esperarlo ni a intervenir para ayudar en modo alguno. La etiqueta era muy importante. No pensaba llegar tarde a Ealing. Sería una descortesía, incluso una falta de respeto. Estas cosas eran importantes para los gánsteres londinenses.

A Charlie lo esperaban en la casa del jefe serbio a las diez en punto de la noche, lo que, por lo visto, significaba que había un ochenta y cuatro por ciento de posibilidades de que saliera de casa justo una hora antes, lo que le daría un margen de veinte minutos en caso de que el tráfico fuera muy denso o de que surgiera cualquier otro tipo de retraso. Si era preciso aparcaría a la vuelta de la manzana y esperaría. Ese era su comportamiento habitual en situaciones tan delicadas. La etiqueta lo era todo. Las diez en punto son las diez en punto. Lo más probable era que en el arco que describiese de este a oeste por la Circunvalación Norte no se topase con ningún imprevisto y que, por lo tanto, pasase por la intersección antes de las nueve y media. Bennett nos explicó que su equipo estaría alerta en el escenario una hora antes y nos aconsejó que nosotros hiciéramos lo mismo.

—¿Qué tal lleva lo de mi información sobre el cristal? —le pregunté.

—La tendrá en cuanto la reciba —me contestó.

—Eso lo sé. La cuestión es cuándo va a recibirla.

—Esta noche como muy tarde. Con suerte, antes de que comience la operación, antes de las nueve. Si no es así, justo después de que acabe.

—¿Quién se la proporciona?

—Sabe que eso no se lo voy a decir.

—¿Con quién más ha hablado y qué tipo de notitas ha escrito?

—Con nadie y de ningún tipo. Más secreto, imposible. Que es, probablemente, por lo que está tardando tanto.

—Vale —le dije—. Relájese. Descanse. Es lo que vamos a hacer nosotros. Esta noche nos vemos. Puede que usted no nos vea, pero no olvide que estamos ahí, en alguna parte, y que dependemos de usted.

Me miró pero no dijo nada. Se marchó.

Comimos a las cinco y media porque queríamos estar a tope de energía y bien nutridos tres horas y media más tarde, y la digestión del ser humano se vuelve más lenta con los nervios, no más rápida. Luego, pusimos los móviles en el alféizar de la ventana de la habitación de Casey Nice, el uno junto al otro, veinte pisos por encima de Hyde Park, y me dijo:

—Voy a soltarle al general O’Day que sospechamos que los servicios de inteligencia británicos están controlando nuestros teléfonos. Es la única defensa posible. Con esto me estoy saltando órdenes muy estrictas.

—Entendido —le dije.

—Y podremos valernos de ello en una sola ocasión. Llegarán a algún acuerdo a cambio del que pedirán que dicho control sea legítimo. Con lo que no podríamos irles con otra excusa sin que se nos viera el plumero. Así que esta va a ser la única vez que podamos hacerlo. ¿Merece la pena que sea por los británicos?

—Solo tenemos que hacerlo una vez. No habrá una segunda.

—¿Y por qué ahora?

—Es tan buen momento como cualquier otro.

—¿Qué quiere decir eso?

—Salimos de aquí a las siete y media.

A las siete y media estábamos junto al Vauxhall plateado, en la entrada del Hilton, poniendo en común y contrastando nuestras impresiones de la geografía local y llegando a una conclusión desafortunada. Que era que para llegar a donde íbamos tendríamos que seguir o bien un complicado laberinto de calles secundarias, o bien Hyde Park Corner en dirección al Palacio de Buckingham. Casey Nice consideraba que ir por las calles secundarias era demasiado arriesgado, que podíamos perdernos y, por lo tanto, no llegar a tiempo por la más tonta de las razones. Yo estaba de acuerdo con ella. Tras eso comentó que Hyde Park Corner era como un circuito de carreras y que tener un pequeño roce con otro coche o que nos pusieran una multa serían razones igual de tontas. En eso también estaba de acuerdo con ella. Luego argumentó que en las calles secundarias también era posible tener algún roce o que nos pusieran una multa. Espacios reducidos, vehículos aparcados, prohibido girar a la derecha, prohibido girar a la izquierda, Stops en vez de ceda el paso. Lo más probable era que el riesgo fuera mayor. Así que optamos por Hyde Park Corner. Me ofrecí a conducir, pero insistió en hacerlo ella. Lo que me pareció bien. Se le daba mejor.

Fue como saltar a los rápidos de un río y dejarse llevar por la corriente un rato, y luego dabas un acelerón, lo que implicaba realizar dos maniobras distintas y valientes mientras contenías el aliento entre ambas. Pero Casey Nice las hizo muy bien las dos y llegamos a Grosvenor Place sanos y salvos, pegados al muro lateral del Palacio de Buckingham, que se parecía mucho al de Wallace Court. Puede que los hubiera levantado el mismo contratista. Puede que en aquella época tuviera una larga lista de clientes, todos ellos preocupados por lo mismo.

Abandonamos el coche en una zona en la que estaba prohibido aparcar, a algo menos de cien metros de la estación de metro de St. James’s Park. Nos pareció que esa distancia era suficiente para que no fuera sencillo determinar nuestro destino. Podríamos haber ido a cualquier sitio. Había muchas direcciones a las que dirigirse desde allí. Y en la estación paraban dos líneas, una de ellas la Circle Line que, como su propio nombre indica, describe un círculo subterráneo, aunque no tan amplio como el de las circunvalaciones de la superficie, más bien como el Loop del centro de Chicago. La otra era la línea District, nuestra vieja amiga, la que queríamos, la que recorría Londres de este a oeste.

Nos detuvimos en una luminosa franquicia de Boots the Chemist y compramos dos teléfonos prepago con dinero en metálico. Luego seguimos hacia el metro y usamos las tarjetas compradas con dinero en metálico para entrar y bajar al andén, donde esperamos a que pasara un metro en dirección este, uno que se alejara de Ealing, que se alejara de la enorme intersección, que se alejara de Bennett.

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