Perfect

Perfect


Capítulo 35

Página 38 de 44

CAPÍTULO 35

Hasta la vista, goodbye, adiós, sayonara, piérdete, ciao y buenas noches.

Acabé la quimioterapia justo antes del verano. Decir que estaba eufórica sería quedarme corta. Sin contar los recuerdos que tenía de Dalton, quería borrar esa parte de mi vida. Sigo creyendo que todo pasa por algo, incluso las cosas malas, y siempre estaré agradecida por las lecciones que el cáncer me enseñó, por la gente nueva que trajo a mi vida y por el nuevo foco de luz que me aportó para que pudiera ver al fin lo mucho que me querían las personas que siempre habían estado en ella. Por fin podría volver a la universidad e iniciar una nueva vida junto a Noah. El cáncer me había dado una nueva oportunidad, y no pensaba desperdiciarla.

Noah y yo éramos inseparables. Excepto cuando tenía clase, el resto del tiempo lo pasábamos juntos. Supongo que tratábamos de recuperar el que habíamos perdido. Decidimos vivir juntos. Su padre le había dejado dinero suficiente para dar una entrada, así que compró un apartamento en el mismo edificio de su amigo Carter, lo que era genial porque estábamos muy cerca de Emily. Mi hermana y yo estábamos más unidas que nunca. El apoyo y la fuerza que me dio durante los peores momentos del tratamiento fueron increíbles. No habría sobrevivido sin ella.

Noah y yo nos mudamos a nuestra casa el 1 de julio de 2009. Fue uno de los días más felices de mi vida. Él tenía muchas ganas de graduarse para empezar la especialización, así que se apuntó a cursos de verano y trabajó a jornada completa como transportista en la MUSC, la facultad de Medicina donde se especializaría.

Yo decidí apuntarme a un par de asignaturas troncales el semestre siguiente en la Universidad de Charleston. Mi idea era encontrar una universidad online donde pudiera licenciarme en Periodismo. No pensaba irme de Charleston. No quería alejarme de mi familia, y mucho menos de Noah.

Durante el verano empecé a escribir como freelance para una revista local. Fue fantástico porque hice contactos y gané experiencia. Estaba muy ocupada y contenta. Estar ocupado es muy bueno porque significa que estás vivo. Eso suena a algo que podría haber dicho Dalton, también conocido como señor Miyagi. Ese chico me dejó huella.

Llegó el día de mi primer aniversario libre de cáncer. Al principio me hacían análisis todos los meses. Luego pasaron a ser trimestrales y, a partir de ese momento, me los harían cada seis meses, a menos que surgiera alguna complicación. No me podía creer que hubiera pasado ya un año y medio desde que me diagnosticaron y me amputaron la pierna. Por fin sentía la prótesis como una parte más de mi cuerpo.

Echaba de menos a Dalton todos los días. Aunque ya hacía tiempo que no recibía quimioterapia, aún iba a visitarlo los domingos, cada quince días. Había empezado a acudir como voluntaria al Hollings Cancer Center. Nunca sería para otras personas lo que Dalton fue para mí, porque lo que él y yo compartimos fue único e irrepetible, pero podía darle la mano a un niño asustado o escuchar a un adolescente que tenía miedo de lo que le depararía el futuro.

Noah se licenció en la Universidad de Charleston con honores en solo tres años. No sé quién estaba más orgullosa de él el día de la graduación, si su madre o yo. Probablemente fue un empate. Él se moría de ganas de empezar las prácticas.

El segundo aniversario libre de cáncer llegó y se marchó sin hacer ruido, lo que fue fantástico, porque significaba que mi vida ya no giraba en torno a la enfermedad. Noah y yo lo celebramos cenando en uno de los barcos restaurante del puerto de Charleston. Fue una noche muy agradable. Él había estado tan ocupado estudiando que era muy raro que pudiéramos sacar tiempo para pasar una noche a solas. La carrera de Medicina era mucho más dura de lo que pensábamos, pero lo superaríamos. Habíamos superado cosas mucho peores.

Cuando pasaron tres años sin que el cáncer hubiera vuelto a dar señales de vida, empecé a relajarme un poco. Había cruzado ya el ecuador de los cinco años que suelen darse como plazo para indicar que un cáncer está curado. Es importante, porque al fin puedes comenzar a ver la vida sin el filtro de la enfermedad, que lo altera todo.

Estaba sentada en la consulta del doctor Lang esperando a que entrara. Cuando Noah y yo empezamos a salir oficialmente, me acompañó al resto de las sesiones de quimioterapia y a las visitas de seguimiento. Ese era el primer día que no me acompañaba.

Se había quedado estudiando hasta muy tarde. No tenía clases por la mañana y no quise despertarlo para que durmiera. Sabía que se enfadaría conmigo cuando se despertara y viera que me había ido sin él, pero me parecía innecesario que me acompañara a todas las revisiones. Hasta ese momento, todo había ido bien y me encontraba perfectamente. El doctor Lang entró y se sentó.

—¿Noah no te acompaña hoy?

—Se quedó estudiando hasta muy tarde y no he querido despertarlo. Se enfadará conmigo, pero ya se le pasará.

—Te ha acompañado en todas las visitas. Pensaba que hoy también estaría aquí —añadió el doctor mirándome a los ojos. A lo largo de los últimos años había llegado a conocerlo bastante bien, y sus ojos me decían que no tenía buenas noticias que darme—. Amanda, creo que Noah debería estar aquí hoy. Le diré a Gayle que lo llame.

—No, que no lo llame, está durmiendo.

—Pero él querría estar aquí. —La puerta se abrió entonces y entró la recepcionista—. Gayle, ¿podría llamar a Noah Stewart, por favor?

Me levanté bruscamente.

—¡No, no lo llame! Está durmiendo —dije con lágrimas en los ojos.

La sensación de estar bajo el agua, ahogándome, una sensación que casi había olvidado, volvió con fuerza. El doctor le hizo un gesto a Gayle, que se retiró.

—Amanda, no estás en condiciones de volver a casa conduciendo. Y tenemos que hablar sobre el plan de acción. Noah debería estar aquí. Podemos llamar a tus padres también, si quieres.

Yo negué con la cabeza.

Media hora más tarde, Noah estaba sentado a mi lado, dándome la mano.

—En la radiografía de tórax han aparecido un par de puntos sospechosos y los análisis han confirmado que el cáncer ha vuelto. Lo siento. Creo que deberías darte una nueva tanda de quimioterapia —dijo el doctor.

Una nueva tanda de quimioterapia. Otra ronda de náuseas y de agotamiento. Otra ronda de quimio, pero sin Dalton a mi lado.

Aunque conocía las estadísticas y el doctor Lang nunca me había ocultado la posibilidad de que el cáncer regresara, y probablemente a los pulmones, yo había querido creer que lo había superado y que estaba totalmente limpia. Durante los primeros meses, la ansiedad cada vez que me hacían pruebas era enorme, pero al fin había empezado a relajarme.

—Recomiendo el mismo tratamiento que la otra vez: diez sesiones…

—Estoy embarazada.

El doctor Lang me miró y miró a Noah. Él ya lo sabía.

—Me doy cuenta de que la recidiva llega en un momento horrible, pero todavía estás en los primeros meses. —Noah y yo nos miramos en shock. Creo que ninguno de los dos entendía aún lo que el doctor estaba sugiriendo—. Sois muy jóvenes y tenéis toda la vida por delante para formar una familia.

—Voy a tener el bebé.

—Amanda, no hace falta que te cuente lo fuertes que son las medicinas de la quimioterapia. El bebé correría un riesgo enorme.

—Pues no me la daré hasta que nazca.

—Piolín…

—No voy a matar a nuestro hijo ni con quimio ni de ninguna otra manera.

El doctor Lang se levantó y rodeó el escritorio.

—Sé que es una decisión muy difícil de tomar. Saldré un momento para daros intimidad.

En cuanto oí que la puerta se cerraba, me eché a llorar desesperadamente. Noah se arrodilló ante mí y nos abrazamos, fundiéndonos el uno en el otro.

—Te amo y te adoro —no dejaba de repetir, con la voz rota, mientras me acariciaba el pelo.

Yo solo fui capaz de decir:

—Siento haberme puesto enferma otra vez.

Él me abrazó con más fuerza. No sé cuánto rato permanecimos así. Estaba agotada de tanto llorar, pero no podía parar.

—Piolín, sabes que quiero tener a nuestro bebé, pero te necesito. Quiero vivir a tu lado.

—Si no tengo al bebé y no sobrevivo, te quedarás solo. No quiero que estés solo. Sé que no será fácil, pero mi madre te ayudará y tu madre también. Y Emily…

—Aunque me ayudara la ciudad entera, si no estás conmigo estaré solo, Piolín, ¡joder!

Lo miré a los ojos y vi que estaban inundados de lágrimas, que no paraban de caer por sus mejillas. Sus preciosos ojos azules estaban llenos de amor y de miedo.

Debimos de pasar horas sopesando las opciones. Cuando Noah y yo salimos de la consulta, habíamos tomado una decisión. Sabía que no sería fácil, pero para mí era la única opción posible.

Ir a la siguiente página

Report Page